Os insto a que escuchéis esta canción antes de leer el capítulo para disfrutarlo muchísimo más. Antes, no durante.
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Todo lo que se veía a través de la profunda oscuridad que hay a las 4 de la mañana era un barrio pobre, lleno de casas rotas, destrozadas, un clásico barrio pobre. Pero en ese había una enorme casa que se alzaba al fondo, una mansión propia de un pony rico. Dentro se oía un barullo al que ya todos los pocos vecinos estaban acostumbrados. Dentro de una habitación en esa misma mansión, un gordo pony acostado en una cama era deleitado con el baila de dos jovencitas. Abajo, en el salón de la mansión había una fiesta, pero los integrantes de la fiesta no eran agradables ponies con trabajos normales, sino mafiosos que se congregaban alrededor de su jefe, que estaba en el piso de arriba.
Fuera de la mansión, donde todo estaba en oscuridad, se acercaba por la calle un pony con una chaqueta un tanto particular, abultada, y dos vainas de espada. Los sin techo que lo veían pasar se apartaban rápidamente de su camino.
Su figura era peculiar, pues caminaba con tres patas mientras usaba la cuarta para sostener con su casco una botella de contenido marrón y sin etiqueta de la que daba un trago cada 4 o 5 metros. Con el olor de alguien que está ebrio, lanzó la botella contra un contenedor de basura.
Ante la puerta a la que dicho pony se dirigía, la de la mansión, se erguían dos enormes y musculosos ponies con un arma totalmente visible enfundada en un costado. Uno de ellos sostenía una botella de vino en un casco y el otro reía de alguna gracia.
El pony siguió caminando hacia la puerta, ignorando las sorprendidas miradas de los dos guardias, y tras echarles un vistazo rápido, empezó a cantar en voz alta y de forma totalmente audible y lastimosa, una canción de tono poco común en los ponies. Su voz, sorprendentemente aguda para su aspecto, no pegaba con el tono grave de la canción.
“Estaba el diablo mal parado, en la esquina de mi barrio. Allí donde dobla el viento y se cruzan los atajos. Al lado de él estaba la muerte, con una botella en la mano, me miraban de reojo y se reían por lo bajo.”
Ignorando a los ponies de la puerta, siguió hacia la puerta. Cuando intentaron interceptarlo, fue demasiado tarde. Dos cuchillos que parecían salir de la nada habían seccionado de lado a lado sus gargantas.
Abrió la puerta con gran estrépito. Cuando los invitados de esa fiesta, alrededor de 20, lo vieron entrar, se quedaron estupefactos.
“Yo esperaba, no sé a quién, al otro lado de la calle del otoño. Una noche de bufanda que me encontró desvelado.”
Doce de esos ponies, hembras que eran obviamente bailarinas y señoras de la calle, salieron corriendo al ver los cuchillos ensangrentados en los cascos de ese loco. Los mafiosos lo miraron paralizados. ¿Un asesino? ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo se le ocurría entrar de esa forma? No parecía amistoso, pero de cualquier forma eran ocho contra uno. Era una pelea fácil. Ese pony había ido a encontrarse ante la muerte.
“Entre dientes, oí a la muerte, que decía… Que decía así: ¿Cuántas veces se habrá escapado como laucha por tirante? Y esta noche que no cuesta nada, nisiquiera fatigarme podemos llevarnos un cordero con sólo cruzar la calle”
Los dos cuchillos ensangrentados volaron hacia los dos primeros ponies, que vieron desaparecer su vida con la misma rapidez con la que el cuchillo atravesaba sus corazones. A una velocidad vertiginosa, otros dos cuchillos volaron de la chaqueta del pony. Parecía que sus cascos fueran el aire, que se movía a una velocidad impropia del mundo real, más rápido de lo que sus ojos podían captar. El tercer pony esquivó el cuchillo lanzándose al suelo. El cuarto no tuvo tanta suerte. Los otros cuatro ponies por fin sacaban sus armas, pistolas, que dispararon inmediatamente.
“Yo me escondí tras la niebla, y miré al infinito, a ver si llegaba ese que nunca iba a venir.”
Los disparos impactaron en la chaqueta, pero el pony ya no estaba bajo ella. Vieron una mancha en el aire que se dirigía hacia ellos. Demasiado tarde, el asesino pegaso llegó antes. Dos ponies más cayeron tras sendas estocadas. Los otros dos sudaban horrores mientras intentaban recargar las anticuadas pistolas. Al ver que no les daría tiempo, uno de ellos se lanzó a la desesperada sacando un cuchillo de la chaqueta que los mafiosos ostentaban. Tras ver la cabeza de su amigo volar por el aire, lo único que el último malhechor pudo hacer fue suplicar. Pero este asesino no hacía prisioneros. El tercero intentó huir por la puerta cuando pensó que ni siquiera le miraba, pero un disparo acabó con su vida rápidamente.
El pegaso subió las escaleras mientras limpiaba sus espadas de sangre y las envainaba.
“Estaba el diablo mal parado en la esquina de mi barrio, al lado de él estaba la muerte con una botella en la mano.”
Abrió de una patada la habitación del gordo capo de la mafia. Ante él estaban, dos jovencitas muertas de miedo entre un pony gordo más asustado aún.
“Y temblando como una hoja, me crucé para encararlos y les dije, me parece que esta vez me dejaron bien plantado.”
Con un casco, señaló a las casi potrillas que se fueran de la habitación.
“Y quizás yo no esperaba a nadie y entre las risas del aquelarre, el diablo y la muerte se me fueron amigando, allí donde dobla el viento y se cruzan los atajos.”
Sacó el asesino su pistola y apuntó a la cabeza del lloroso pony.
“Ahí donde brinda la vida”
Disparó sin mirar, y se fue del lugar caminando tranquilamente. El griterío se escuchó en todo el barrio, pero ninguno de los vecinos diría nada, y la guardia haría la vista gorda.
“En la esquina de mi barrio.”
Fuera de la mansión, donde todo estaba en oscuridad, se acercaba por la calle un pony con una chaqueta un tanto particular, abultada, y dos vainas de espada. Los sin techo que lo veían pasar se apartaban rápidamente de su camino.
Su figura era peculiar, pues caminaba con tres patas mientras usaba la cuarta para sostener con su casco una botella de contenido marrón y sin etiqueta de la que daba un trago cada 4 o 5 metros. Con el olor de alguien que está ebrio, lanzó la botella contra un contenedor de basura.
Ante la puerta a la que dicho pony se dirigía, la de la mansión, se erguían dos enormes y musculosos ponies con un arma totalmente visible enfundada en un costado. Uno de ellos sostenía una botella de vino en un casco y el otro reía de alguna gracia.
El pony siguió caminando hacia la puerta, ignorando las sorprendidas miradas de los dos guardias, y tras echarles un vistazo rápido, empezó a cantar en voz alta y de forma totalmente audible y lastimosa, una canción de tono poco común en los ponies. Su voz, sorprendentemente aguda para su aspecto, no pegaba con el tono grave de la canción.
“Estaba el diablo mal parado, en la esquina de mi barrio. Allí donde dobla el viento y se cruzan los atajos. Al lado de él estaba la muerte, con una botella en la mano, me miraban de reojo y se reían por lo bajo.”
Ignorando a los ponies de la puerta, siguió hacia la puerta. Cuando intentaron interceptarlo, fue demasiado tarde. Dos cuchillos que parecían salir de la nada habían seccionado de lado a lado sus gargantas.
Abrió la puerta con gran estrépito. Cuando los invitados de esa fiesta, alrededor de 20, lo vieron entrar, se quedaron estupefactos.
“Yo esperaba, no sé a quién, al otro lado de la calle del otoño. Una noche de bufanda que me encontró desvelado.”
Doce de esos ponies, hembras que eran obviamente bailarinas y señoras de la calle, salieron corriendo al ver los cuchillos ensangrentados en los cascos de ese loco. Los mafiosos lo miraron paralizados. ¿Un asesino? ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo se le ocurría entrar de esa forma? No parecía amistoso, pero de cualquier forma eran ocho contra uno. Era una pelea fácil. Ese pony había ido a encontrarse ante la muerte.
“Entre dientes, oí a la muerte, que decía… Que decía así: ¿Cuántas veces se habrá escapado como laucha por tirante? Y esta noche que no cuesta nada, nisiquiera fatigarme podemos llevarnos un cordero con sólo cruzar la calle”
Los dos cuchillos ensangrentados volaron hacia los dos primeros ponies, que vieron desaparecer su vida con la misma rapidez con la que el cuchillo atravesaba sus corazones. A una velocidad vertiginosa, otros dos cuchillos volaron de la chaqueta del pony. Parecía que sus cascos fueran el aire, que se movía a una velocidad impropia del mundo real, más rápido de lo que sus ojos podían captar. El tercer pony esquivó el cuchillo lanzándose al suelo. El cuarto no tuvo tanta suerte. Los otros cuatro ponies por fin sacaban sus armas, pistolas, que dispararon inmediatamente.
“Yo me escondí tras la niebla, y miré al infinito, a ver si llegaba ese que nunca iba a venir.”
Los disparos impactaron en la chaqueta, pero el pony ya no estaba bajo ella. Vieron una mancha en el aire que se dirigía hacia ellos. Demasiado tarde, el asesino pegaso llegó antes. Dos ponies más cayeron tras sendas estocadas. Los otros dos sudaban horrores mientras intentaban recargar las anticuadas pistolas. Al ver que no les daría tiempo, uno de ellos se lanzó a la desesperada sacando un cuchillo de la chaqueta que los mafiosos ostentaban. Tras ver la cabeza de su amigo volar por el aire, lo único que el último malhechor pudo hacer fue suplicar. Pero este asesino no hacía prisioneros. El tercero intentó huir por la puerta cuando pensó que ni siquiera le miraba, pero un disparo acabó con su vida rápidamente.
El pegaso subió las escaleras mientras limpiaba sus espadas de sangre y las envainaba.
“Estaba el diablo mal parado en la esquina de mi barrio, al lado de él estaba la muerte con una botella en la mano.”
Abrió de una patada la habitación del gordo capo de la mafia. Ante él estaban, dos jovencitas muertas de miedo entre un pony gordo más asustado aún.
“Y temblando como una hoja, me crucé para encararlos y les dije, me parece que esta vez me dejaron bien plantado.”
Con un casco, señaló a las casi potrillas que se fueran de la habitación.
“Y quizás yo no esperaba a nadie y entre las risas del aquelarre, el diablo y la muerte se me fueron amigando, allí donde dobla el viento y se cruzan los atajos.”
Sacó el asesino su pistola y apuntó a la cabeza del lloroso pony.
“Ahí donde brinda la vida”
Disparó sin mirar, y se fue del lugar caminando tranquilamente. El griterío se escuchó en todo el barrio, pero ninguno de los vecinos diría nada, y la guardia haría la vista gorda.
“En la esquina de mi barrio.”