PROLOGO I (La huida)
Hace mucho tiempo, en una dimensión paralela a la de Equestria, existía un mundo donde la esclavitud de los ponis, el comercio con los mismos y las desigualdades sociales estaban a la orden del día.
En un mundo como este, no había sitio para todos por igual, por lo tanto, solo los de clase alta y aquellos con un capital muy grande, eran realmente considerados equinos residentes. Esto dejaba a aquellos de clase baja y clase media, mayormente pobres y vagabundos, como meros ponis sin valor para el estado y la realeza.
Los equinos tenían unas deudas muy elevadas a causa de las injustas normas instauradas por los altos cargos. Apenas tenían dinero para cuidar a sus familias, muchos de ellos morían de hambre mientras que otros caían bajo enfermedades mortales. A estas familias, solo les quedaba una posibilidad para intentar salvarse, y no era otra que entregar a sus hijos para trabajar bien como esclavos o bien como sujetos de prueba. Esto les permitiría ser considerados como ponis residentes de cara a los altos cargos, pero lamentablemente, de poco les servía, pues no dispondrían de recursos suficientes para mantenerlo por mucho tiempo.
Las familias entregaban a sus hijos bajo otra promesa, y es que los hijos serian devueltos a sus familias cuando estos dejasen de ser útiles para su labor. Sin embargo, pocas veces volvía algún potro de las fabricas y laboratorios, pues muchos de ellos morían antes de salir de allí. Aquellos pocos que conseguían salir, comentan que las condiciones de trabajo eran horrorosas y que el trato que recibían era horrible. Pero no podían hacer nada por evitarlo, ya que si no, los castigaban duramente.
Entre los ponis de clase baja, existía una familia cuyos recursos eran tan limitados, que ni siquiera podían mantenerse a ellos mismos, ya ni hablar del pequeño de la familia. Un pequeño potrillo unicornio verde cuya mayor afición eran las flores y las plantas. Era bastante conocido entre sus cercanos por un mágico poder para devolver la vida a las plantas, así como curar enfermedades aparentemente imposibles de curar.
Sin embargo, la familia tuvo que entregar a su hijo a los investigadores de los laboratorios, pues no podían pagar la gran deuda que tenían con el estado. Además, el pequeño, tendría una pequeña posibilidad de sobrevivir, crecer y quizás un día, volver a reunirse con sus padres. Cuando llego el momento de la despedida, la madre entre lagrimas de desesperación y tristeza, solo pudo decirle lo siguiente al pequeño unicornio.
-Hijo mío, se fuerte. Pronto volveremos a estar juntos. Hasta entonces, no te rindas, no desistas. Recuerda que siempre que te sientas solo, estaremos dentro de tu corazón. Vive! Aférrate a la vida!
El pequeño no entendía nada de lo que su madre quería decirle con esas palabras. Era demasiado joven como para entender que no volvería a ver a sus padres en mucho, mucho tiempo. Pero algo sí que entendió. Que pronto volverían a estar juntos y que tenía que esperar a ello. El pequeñín era muy leal a sus seres queridos y más cercanos. Era conocido por ayudar a todo aquel que lo necesitaba, así como por nunca dejar de lado a nadie.
Una vez hubieron llegado al laboratorio central, los investigadores, que habían oído los rumores sobre el pequeñín, se alegraron enormemente de tenerle entre ellos, y no tardaron mucho en designarle al sector de los ponis con cualidades superiores a la media, aquellos con suficiente energía como para ser probados sin tanto riesgo a fallo.
Cuando llego al sector que le habían asignado, comprobó el lamentable estado en el que los demás ponis se encontraban. Sorprendido, fue intentando curar a los más cercanos, pero estos, le rechazaron con hostilidad. Intento ayudar a varios mas, pero uno tras otro le iban rechazando, incluso llegando a amenazarle con tomar medidas si volvía a intentar ayudarles.
El pequeño unicornio verde, se fue hacia su cama triste, sin comprender por qué nadie quería ser su amigo y echando de menos a todos los ponis que si que le apreciaban en su ciudad natal, Ponyville, así como a sus padres. Fue entonces cuando recordó las palabras de su madre, y tomo fuerzas de ellas.
-Pase lo que pase, volverán. Si, lo harán. Mis padres nunca me abandonarían. Solo debo esperar a que llegue el momento.- Se dijo a sí mismo. Poco después, consiguió conciliar el sueño.
(continuara...)