--------------------------------------------------------------------------------------------
La sonrisa de Minerva fue desapareciendo de su rostro como si nunca hubiera existido.
–Lo siento, de verdad. No quiero esto pero… Ya no lo soporto más. Esto es demasiado difícil para mí.
Los ojos de Minerva se fueron empañando mientras miraban al unicornio negro que tenía enfrente. No quería creer las palabras que le estaba diciendo, no podía. Pero sabía perfectamente que iban totalmente en serio. El unicornio la miró una última vez antes de irse corriendo calle abajo, desapareciendo en la oscuridad de la noche.
A Minerva le temblaban las patas y le dolía el pecho, las lágrimas desbordaban por sus mejillas y los sollozos prorrumpían en cortos jadeos que apenas se oían. Su Cutie Mark había cambiado de un color verde casi blanquecino a rojo sangriento. No podía pensar con claridad, su mente era un torbellino de sentimientos negativos que se aferraban en su corazón, apretándolo.
– ¿Por qué? ¿Por qué? –susurró entre sollozos la pegaso, sabiendo que nadie iba a responderle–. Mi corazón… Duele demasiado.
–Minerva…
La respiración de la yegua se cortó de repente. La voz había resonado con fuerza en su cabeza, imposible de ignorar, y mucho menos, de creer que había sido una ilusión.
–Minerva…
–No, ¡déjame! ¡Tú no tendrías que existir más! –chilló Minerva, cerrando los ojos.
–Nunca te librarás de mí… ¿Acaso creíste que me había ido?
La yegua salió corriendo, intentando huir de aquella voz, huída fútil que no la llevó a ninguna parte en concreto. Su corazón ahora le dolía aún más, martilleando en su pecho, como si estuviera tratando de salirse de su cuerpo. Aquella voz había vuelto, y en el peor momento. No podría controlarse, no podía calmarse para intentar acallar a la voz.
–Minerva… Deja de luchar. Ambas sabemos que tu corazón se ha roto otra vez. Y ya sabemos lo que pasa cuando se te rompe el corazón, ¿verdad? –la voz era un susurro ensordecedor, un murmullo que no podía ser pasado por alto, una amenaza en ciernes-. Cuando te arrancan el corazón sin miramientos y te dejan vacía, ¿qué es lo que ocurre, Minerva?
– ¡No! ¡No será así esta vez! ¡Déjame! –Minerva salió corriendo de nuevo, huyendo de sí misma, las lágrimas dejando surcos en sus mejillas.
Pero no llegó muy lejos. Su corazón comenzó a palpitar dolorosamente, haciéndola caer al suelo. La voz comenzó a reír, primero suavemente para ir subiendo a una risa malvada y ensordecedora, la risa de alguien que sabe que ha tomado el control casi sin resistencia.
–Ya te lo he dicho… No puedes huir de mí. Yo soy tú.
El grito de dolor de la yegua inundó la noche mientras el suceso ocurría. El cuerpo de Minerva comenzó a flotar, elevándose a pocos metros del suelo. Sus ojos, aún cubiertos de lágrimas, se volvieron blancos; su cuerpo dejó de luchar poco a poco, quedando inerte, como muerto, mientras en su pecho la zona donde estaba su corazón brillaba con un halo rojo oscuro. El halo la envolvió completamente, transformándola, cambiando todo su cuerpo y su ser. Sus alas y orejas crecieron, haciéndose más grandes y terroríficas, su pelaje se oscureció; y sus crines y cola invirtieron y oscurecieron sus colores. En su boca crecieron dos colmillos, y alrededor de su Cutie Mark roja apareció un halo carmesí.
El ser aterrizó sobre sus patas en el suelo. Con una sonrisa, abrió sus ojos rosas de pupilas alargadas, contemplando la noche.
La criatura había sido liberada. Y eso significaba que alguien iba a morir aquella noche.
El unicornio corría por las silenciosas y solitarias calles de la ciudad, atravesando callejones mal iluminados. Se oían leves murmullos, ecos provenientes del centro de la ciudad, más concurrida. Por alguna razón, se sentía ligeramente inquieto después de dejar atrás a la yegua violeta. Pero no había tenido más remedio que hacerlo.
Paró a tomar aire al lado de una farola que parpadeaba, un suave zumbido proveniente de la misma aumentaba su sensación de intranquilidad. Sacudió la cabeza repetidamente, achacando su nerviosismo a lo que acababa de hacer. Se le pasaría en cuando un poco de alcohol atravesase su garganta.
Se disponía a reemprender su marcha cuando, de la nada, una suave voz femenina comenzó a cantar.
Fly me to the moon
And let me play among the stars
Let me see what spring in like
On Jupiter and Mars
In other words, hold my hand
In other words, darling kiss me
And let me play among the stars
Let me see what spring in like
On Jupiter and Mars
In other words, hold my hand
In other words, darling kiss me
La farola se apagó de repente, dejando el callejón sólo iluminado por la enorme luna blanca alzada en el cielo. El unicornio se quedó sin aliento cuando, al alzar la vista, vio la silueta de una figura familiar recortada contra la superficie de la luna.
-Es una hermosa canción, ¿no crees? –la silueta bajó al suelo, junto al semental negro, y le rodeó. Arrastraba una capa y olía a violetas y a frambuesa; se le heló la sangre ante aquella más que conocida fragancia-. Muy apropiada para esta noche.
El joven semental se quedó quieto, observando a la figura femenina caminar a su alrededor lentamente. Tenía un nudo de puro miedo en la garganta, sabiéndose indefenso ante ella por mucho que la superase en fuerza.
- ¿Adónde ibas tan apresurado? ¿Estabas huyendo de algo? ¿O alguien?
La criatura sonrió, dejando a la vista dos afilados colmillos que brillaron a la pálida luz de la luna; letales y peligrosos.
- ¿No me respondes? Vaya, es una pena… Tus últimas palabras serán un craso error.
Lo que se oyó en el callejón después de eso fue un apresurado y corto trote, seguido de un siseo. Un grito fue rápidamente ahogado para ser sustituido por un húmedo gorjeo. Después, sólo silencio.
La criatura levantó la cabeza del cuerpo de su víctima. Por sus labios goteaba el suave fluido vital que hasta hacía unos momentos había bombeado dentro del unicornio. Una pena que aquello hubiera tenido que terminar así, pensó. Tan rápido, tan sencillo. Ni una súplica, ni siquiera un intento de huida en condiciones. Un trabajo sucio y aburrido.
La criatura dudó unos momentos qué hacer con el cuerpo. Podía dejarlo ahí o deshacerse de él; no sería la primera vez que se deshacía de un cadáver. Sin embargo la sensación de euforia que sacudía su cuerpo clamaba por un poco de diversión. Necesitaba volar, tomar el aire, disfrutar de la libertad que había logrado alcanzar. No todos los días conseguir salir de su prisión mágica.
-Así que… ¿qué debería hacer contigo? –le preguntó al cuerpo ya sin vida-. Por desgracia, ya no me sirves para nada.
Mordiendo la cola, tiró de él fuera del callejón hasta el puente que separaba el centro de la ciudad de las afueras. Allí, lo arrastró al borde del puente y lo empujó con desgana. El débil sonido de un cuerpo cayendo al agua del río que discurría debajo de ella fue la confirmación de que ya podía irse de allí.
-Bien… Creo que voy a ir de visita antes de divertirme.
La criatura aguzó su oído, comprobando que no había nadie más allí. Su aspecto podía ser confundido, y eso no era beneficioso para lo que quería hacer. Por suerte, allí el único murmullo audible era el suave correr del agua del río y el bullicio de la ciudad de fondo. Lentamente se encaminó hacia el origen del bullicio.
La criatura entró en el club apenas batió sus largas pestañas ante los guardaespaldas de la puerta. Tenía ese algo que la hacía irresistible ante los demás… Probablemente el brillo hipnótico de sus ojos rosas de pupilas alargadas cual felino.
Las luces y lásers de colores eran lo único que iluminaba la estancia; sin embargo la criatura veía perfectamente en aquella semi-penumbra. Tanto la pista de baile como el bar estaban llenos, pero había un sitio libre en una de las mesas, al cual se encaminó mientras ponía todos sus recién despertados sentidos en localizar a su próximo juguete. Sabía que gran parte de los ponis a su alrededor habían empezado a fijarse en ella, por suerte la corta capa que llevaba tapaba sus alas membranosas de miradas indiscretas.
Con una calculada elegancia, se recostó en el asiento que quedaba libre y procedió a inspeccionar la carta de bebidas de aquel lugar, esbozando una estudiada pose de indiferencia con ojos caídos. Sus orejas vibraban de manera casi imperceptible, rastreando las conversaciones circundantes. Casi todos estaban hablando de ella, cuchicheando por lo bajo las yeguas y casi babeando los sementales. Tal como la criatura esperaba, en cualquier momento comenzarían las competiciones por su atención. Pero ella no escogería a cualquiera… Le gustaba elegir bien sus juguetes.
-Tú no eres de por aquí, ¿verdad, preciosa?
De la nada apareció ante la criatura un unicornio con un grave estado de embriaguez, tapándole su campo de visión. La criatura gruñó como advertencia, pero el desconocido no se dio por aludido.
-No. Sólo estoy de paso esta noche –respondió la criatura, sin quitar la vista de la carta.
- ¿De paso? ¿De dónde eres, preciosa? –el desconocido cometió el error de sentarse al lado de la criatura, que le miró de reojo sin mover la cabeza.
-No me llames preciosa –con un rápido movimiento se giró, encarando al unicornio y clavando sus brillantes ojos rosas en él-. Escúchame, estúpido intento de poni. No sé en qué momento pensaste que venir a molestarme era buena idea, pero déjame confirmarte que has cometido un terrible error. Pero no te preocupes, te voy a dar una oportunidad de enmendarlo.
Acercando su hocico al cuello de la víctima mordió suavemente, lo suficiente para poder paladear unas gotas de su sangre llena de alcohol. Percibió asombro y sorpresa a su alrededor, pero sabía que no era por lo que acababa de hacer. Sabía que, a ojos ajenos, lo que veían era a una poni besando el cuello de otro. El unicornio tenía la mirada perdida y desenfocada, pero nadie lo notaría en aquel lugar abarrotado.
-Bien… Ahora que estás bajo mi control, me vas a pedir una copa, ¿entendido?
El unicornio, con los ojos desenfocados, corrió tambaleándose a la barra y volvió instantes después con un extraño zumo de color rojo.
-Oh, ¿es para mí? Qué atento… Muchas gracias –la criatura fingió su voz más agradable y ocultó sus colmillos, aún ensangrentados, en una falsa sonrisa-. Ahora sé buen chico y estate quieto mientras busco a mi víctima de verdad.
Mientras bebía, volvió a centrarse en su alrededor. Sentía el ambiente denso, cargado de testosterona, el afán de la competición en el aire cuyo premio sería la exótica criatura de ojos rosas y pelaje morado. Muchos querían acercarse pero no lo hacían por miedo al rechazo o no creerse suficientemente buenos.
De pronto la criatura se fijó en un grupo mixto, con el mismo número de yeguas y sementales; sin embargo había uno que destacaba sobre el resto, que le llamó la atención. Era más alto que el resto, tenía una mirada cándida e inocente y una espléndida sonrisa; en definitiva, un espécimen ideal para corromper. Con las escasas luces ni siquiera su vista superdesarrollada podía discernir con claridad los colores de su pelaje, pero parecían de un tono claro, ¿arena, tal vez? Sin embargo, no era eso lo que había llamado la atención de la criatura. Sus pupilas se contrajeron al instante, señal inequívoca de que al fin había encontrado a la víctima que quería, el juguete con el que se divertiría aquella noche.
-Bien, mi querido súbdito, vamos a hacer una cosa. Vas a fingir que te fijas en cualquier otro ser femenino de este lugar, rechazándome. Y vas a llamar mucho la atención para que todo el mundo nos mire, ¿entendido? –el unicornio asintió con ojos vidriosos-. Y por supuesto no recordarás nada de esto pasadas unas horas… Puede que incluso minutos, dependiendo de la fortaleza de ese cerebro insignificante tuyo. Has tenido suerte de no morir esta noche, pero qué puedo decir –bebió un último sorbo de su bebida antes de levantarse-, hoy me siento generosa.
Tal como lo había ordenado sucedió. El hipnotizado esbirro sacó a bailar a la criatura y durante un par de canciones fueron los más observados del lugar. Todas las miradas –sobre todo las masculinas- estaban puestos en los contoneos de la criatura, que disfrutaba cuando podía aquella situación. Tras bailar un rato el hipnotizado pronto empezó a acercarse y bailar con otras yeguas, dando a entender que abandonaba a la hermosa criatura. Ésta fingió sentirse ofendida y molesta por el rechazo y corrió sollozando… Hasta quedar justo al lado de su víctima.
Vaya, qué casualidad.
El poni, que de cerca resultó ser un pegaso, la miró unos instantes. La criatura se secó las falsas lágrimas y le miró, apartando los ojos tres segundos después. No necesitaba más para atraerle.
-Eso que ha hecho ha sido muy grosero. No se deja a una chica hermosa plantada mientras baila –dijo.
- ¿Y eso quién lo dice? –preguntó la criatura con voz llorosa.
-Yo –sonrió-. Me llamo Ivory, ¿y tú?
La criatura parpadeó, escrutando sorprendida el rostro del pegaso. Era la primera vez en su corta existencia en la que alguien le preguntaba su nombre.
-No lo recuerdo –respondió lentamente, con sinceridad.
Ivory rió y su sonrisa sincera casi se contagia a la criatura.
- ¿Cómo que no? ¿No tienes ni siquiera un apodo?
-No. Nadie ha tenido nunca la necesidad de llamarme –empezaba a sentirse incómoda y odiaba esa sensación. Prefería retirarse antes que mostrar cualquier mísero signo de debilidad-. Creo que me voy de aquí. Suficiente fiesta para mí por ahora.
Preparada para marcharse a buscar otras víctimas, la criatura se encaminó a la salida. Sin embargo, la puerta del local fue abierta por Ivory.
-Te acompaño. Es bastante tarde y puede ser peligroso.
-No necesito un guardaespaldas –gruñó rápidamente, pero se contuvo. No tendría por qué buscar otras víctimas si ésta le acompañaba, ¿no?-… pero gracias. No estoy acostumbrada a que me traten… bien.
-Pues no entiendo por qué –sacudió la cabeza-. ¿Dónde quieres ir ahora?
-No lo sé. Cuánto más lejos mejor. Poco importa. Al amanecer desapareceré.
- ¿Desaparecerás? ¿Te irás de la ciudad?
-No. Desapareceré. Me desvaneceré. Puf.
-Eres muy misteriosa, señorita –dijo Ivory tras unos instantes caminando en silencio-. Me gustaría conocer más secretos sobre ti.
-No. No quieres eso. Tendría que matarte –y lo haré igualmente, pensó.
El pegaso rió de nuevo, casi llegando a las lágrimas.
- ¿Eres alguna especie de agente secreto que trabaja para el gobierno bajo una identidad y aspecto diferente en cada misión?
-No… Soy una criatura mística y mágica que sólo existe en los cuentos de potrillos; maldita al nacer y condenada a compartir cuerpo con una pegaso que no tiene otra culpa más que de tener un corazón frágil –confesó la criatura, de espaldas a Ivory, mientras dejaba caer la capa que revelaba sus alas de murciélago-. Esta noche he podido ser libre y tomar forma física porque su corazón se ha roto. Y he venido a buscar sangre y venganza.
Percibió una pizca de miedo en el aire y una leve respiración agitada, pero no escuchó cascos retirándose.
-Y he recordado mi nombre, gracias a ti. Me llamo Minerbat. Y tú eres mi presa ahora –desplegó sus alas membranosas mientras sus ojos rosas comenzaban a brillar, revelando sus colmillos en una sádica mueca-. Corre.
Ivory echó a volar lo más rápido que le permitieron sus alas. Ni siquiera gritó o intentó pelear –dada su corpulencia Minerbat esperaba un enfrentamiento físico. El instinto de supervivencia siempre es más fuerte ante un depredador, pensó antes de batir sus silenciosas alas y seguir a su presa a través de los tejados de la ciudad.
La persecución consistió en una carrera aérea en la que cualquier intento de Ivory de pedir ayuda o escapar quedaba frustrado por un siseo de advertencia de la criatura. Poco a poco se alejaron del centro de la ciudad, hacia las afueras… Hacia la misma farola donde ella había comenzado su noche. Allí, se subió a la farola fundida y esperó.
- ¿Qué quieres de mí? ¡Yo no he hecho nada! No tienes motivos para matarme.
-Y si los tuviera, tampoco querrías que te matara –la criatura descendió al suelo, sus ojos brillaban con luz propia-. Podría no matarte. Pero eso significaría que yo, o mi otra yo, acabaríamos siendo encontradas –caminaba alrededor de Ivory, impidiéndole escapar, invadiéndole con su aroma a violeta y frambuesa-. Podría esclavizarte. Pero no tengo suficiente fuerza para mantener esta forma más allá del amanecer, y quedan pocas horas. Sería una pérdida de tiempo.
-Guardaré tu secreto si me dejas ir. No se lo contaré a nadie, lo prom…
- ¡MENTIRA! –estalló la criatura-. Sucias mentiras, siempre las mismas sucias mentiras. No se lo contaré a nadie, guardaré tu secreto, lo prometo, te quiero, para siempre, eres la única para mí, eres muy importante en mi vida… -sus ojos ardían de rabia mientras hablaba-. Mientes, igual que todos los demás. Todo el mundo miente. Sin excepción. No tengo ningún motivo para matarte, eso es cierto. Pero como ya he dicho, vengo buscando sangre y venganza. La venganza ya la he tenido, pero no estoy satisfecha de sangre. Y tú vas a satisfacer mi deseo, quieras o no.
Apenas un instante después la criatura se abalanzó contra su víctima, congelada de miedo. La furia y rabia ciegas de Minerbat competían con el detalle y cuidado con el que iba estrangulando a su víctima con uno de sus cascos. Una sádica sonrisa de satisfacción brilló en sus colmillos cuando el último aliento de Ivory escapó de sus labios a la vez que sus forcejeos cesaban por completo. Era una auténtica lástima, pero le encantaba engañar a aquel tipo de ponis… Caballerosos y atentos… Mientras succionaba con calma el fluido vital del pegaso, pensó que aquella noche había sido especialmente emocionante. Pero por desgracia todo lo bueno llegaba a su fin, y notaba que el amanecer estaba cada vez más cerca. Debía deshacerse del cuerpo enseguida.
- ¿Qué debería hacer contigo?
A la mañana siguiente Minerva se despertó con el cuerpo pesado y una terrible migraña. Recordaba la noche anterior borrosa, casi como un sueño… O una pesadilla. Dejó de pensar en ello tras ser azotada por un punzante dolor en las sienes.
Tras completar si rutina diaria de una ducha caliente y un rápido desayuno, corrió rápidamente a la biblioteca donde trabajaba.
- ¿Has leído los periódicos de hoy? –preguntó una de sus compañeras nada más llegó-. ¡Han encontrado dos cadáveres en el río! Dicen que ha podido ser un ajuste de cuentas o incluso asesinato… ¿Quién habría podido cometer semejante atrocidad?
-Sí… Me pregunto quién podría hacer algo así… –respondió mientras los ojos de Minerva se tornaban rosas durante un segundo.