Ahora ya tengo la trama completamente escrita en mi cabeza, y todo está mucho mejor orientado, evitando correcciones improvisadas como la famosa Cutie mark de Aitana. Si ya habíais leído la anterior versión os animo a volver a leer esta: veréis muchas diferencias tanto en la trama como en las acciones, descripciones y la personalidad de los personajes.
Espero que disfrutéis de esto. Especialmente teniendo en cuenta el trabajazo que me he estado metiendo últimamente para reescribir todo esto xD. ¡Un saludo!
Capítulo 1: Prólogo + "La esclava Poni"
Spoiler:
PRÓLOGO
Una precipitada carrera por el bosque.
La joven arqueóloga podía sentir la presencia intrusa en su mente, cerrándose sobre su espíritu como una tenaza implacable. Aceleró su desesperado galope, con el instinto animal de dejar atrás el peligro que amenazaba acabar con ella.
No supo cuánto tiempo había pasado pero, cuando se encontró a solas y no pudo oír a ningún otro poni a su alrededor, Aitana se dejó caer al suelo, cerrando los ojos con todas sus fuerzas, luchando contra lo inevitable. La creciente presencia maléfica en su mente se estaba tornando insoportable por momentos; lo sentía, como una respiración en la nuca, presionando poco a poco contra su maltrecha voluntad.
No aguantaría mucho más.
Kolnarg se regodeaba, sabiendo que pronto superaría a Aitana en la lucha por su mente; la torturaba, introduciendo pequeñas imágenes de lo que haría una vez volviera a caminar por el mundo. Manehattan seria la primera en caer, y su padre se convertiría en un espíritu a su servicio. Después acabaría con los ejércitos que enviaran a por él, y así engrosaría sus filas de no-muertos...
—¡No! —gritó Aitana, metiendo un casco en las grandes alforjas que siempre llevaba—. ¡No lo permitire!
La daga salio rápidamente de su escondite, asida mediante una correa a la pata de la yegua marrón, la cual la giro hacia su propio corazón. Durante un instante pensó en todo lo que había hecho mal, todo lo que podría haber cambiado la historia que la había llevado hasta ahí: Debió suicidarse mucho antes; debió haber enterrado la maldita brujula en un bloque de cemento y despues lanzarla al fondo de océano; debió hablar con su padre, decirle que lo perdonaba; debió hablar con Daring Do para que pudieran gritar juntas el dolor por la traición...
Debió haberle dicho a Hope que le había mentido.
Durante un minúsculo instante, notó a Kolnarg encogerse en su mente. Era la ultima salida de Aitana, su ultima posibilidad.
—No puedes hacerlo, Arqueóloga—susurró la yegua con la voz de Kolnarg.
Aitana quiso responderle algo, pero sentía que el menor esfuerzo podía suponer la victoria del lich. Alzó la daga, pensando en todos los errores que cometió en su vida y que ya no podría subsanar; en muchas ocasiones se había enfrentado a la muerte, y todavía recordaba el dolor que siguió al combate en la tumba del norte, de la que había pensado que moriría de forma atroz. Y, sin embargo, en todas esas ocasiones no se había parado a pensar en su vida como lo estaba haciendo en aquel momento. Quizá, por una vez, sentía que estaba dejando demasiado atrás. Había tanto que le habría gustado hacer...
Un golpe seco. Un gemido ronco. El silbido de una respiración fallando.
Antes de que las patas la dejaran caer, retiró el cuchillo que se había clavado en el pecho; el sonido del aire entrando a través de la herida se juntó con el calor de la sangre empapando su pelaje. Erró y no logró atravesarse el corazón, pero sabía que no tardaría en morir cuando los pulmones le fallaran.
Se desplomó contra el suelo cuando le vino un ataque de tos acompañado por un sabor metálico; poco a poco, a cada inspiración, el dolor y la presión sobre el pecho crecían exponencialmente. Empezó a respirar cada vez mas rápido y superficialmente, mientras su cuerpo luchaba por reparar un daño que estaba muy por encima de sus capacidades naturales. En la mente de Aitana, Kolnarg luchaba por liberarse; si lograba aguantar un poco más, si conseguía mantener el control sobre su cuerpo hasta el final, pronto todo acabaría. Se llevaría al bastardo a la tumba...
Sintió un amargo sabor en la boca. No sabia bien que era exactamente, pero imaginó que así es como sabía la muerte. La vista se le nublaba, a pesar de sus esfuerzos por seguir despierta y luchando contra el Lich. Diez años.., diez malditos años manteniendo a raya al nigromante mas poderoso de la historia. Aitana sentía que, finalmente, había ganado, arrebatándole su retorno al mundo, su venganza contra los vivos. En parte, para la yegua, era un alivio saber que al menos una poni, una alicornio nada menos, la recordaría, y también todo por lo que luchó. ¿Amiga? No lo creía... pero ella había entendido, había visto todo lo que la había llevado a luchar con tanto ahínco desde que era una adolescente...
Ojalá pudiera volver a verla. En otras circunstancias quizá la habría cortejado, aunque fuera solo por una noche...
Los sonidos del bosque se empezaron a apagar, y Aitana dejó de escuchar el silbar de su propia respiración moribunda. El mundo se sumió completamente en las tinieblas... pero no. Frente a ella apareció un túnel negro y,al final del mismo, una cálida luz dorada.
Se pregunto si estaría su madre al otro lado, enia muchas cosas que contarle... y otras muchísimas más que preguntarle. Pero notó que algo no iba bien. No lograba alcanzar la paz, no lograba atravesar el túnel y llegar a la luz. Sentía que... que no se moría.
Aitana volvió a respirar.
Escucho en su mente la victoriosa risa de Kolnarg e, instintivamente, llevó la vista hacia la herida que debería haberla matado. Una magia oscura la había cubierto, los músculos cerraron la herida y, en un segundo, nuevo pelaje creció sobre la misma, como si nunca hubiera estado ahí. El dolor en el pecho murió junto a la presión que le impedía respirar.
—No... ¡No!
Los ojos de la Arqueóloga se tornaron grises, y una cruel sonrisa atravesó su rostro.
—Quizá no me expliqué bien: Quería decir que no puedes morir si yo no lo deseo, Arqueóloga.
Aterrorizada, Aitana se levantó y corrió a ciegas a través del Everfree, buscando un barranco, un rio, ¡cualquier cosa que le permitiera matarse! Pero, al instante, la voluntad de Kolnarg se hizo mas fuerte que nunca. Aitana se detuvo en seco, gritando, al tiempo que un fantasmagórico cuerno negro aparecía en su frente.
Habiendo regresado el color gris a las pupilas de la poseída yegua, Kolnarg se alzó e inspiró profundamente. Era un placer volver a sentir el aire en los pulmones de un mortal; en su mente, sintió la voluntad de la Arqueologa dar unos últimos estertores agónicos antes de quebrarse.
—¡No! —gritó Aitana, recuperando momentaneamente el control durante los que serían sus ultimos instantes de libertad—. ¡No puedes hacerlo!
La yegua giro la cabeza en dirección contraria a la que miraba, esbozando una cruel sonrisa y hablando con voz baritona.
—Tengo todo el tiempo del mundo, Dawn Hope. Tu solo eres una mortal.
La Arqueóloga se lanzó al suelo, cubriéndose la cabeza con las patas y gritó con todas sus fuerzas, como si así pudiera espantar al espíritu que la atormentaba, o como si alguien fuera a responder a sus suplicas. Fue entonces cuando sintió la magia congregarse a pocos metros de ella; la primera voz fue de una yegua.
—¡Doctora Pones!
—Twilgiht.... —acerto a susurrar la aludida—. ¡Vete! ¡No puedes ayudarme, no mueras por mi!
—¡AITANA!
La yegua reaccionó a la segunda voz de un semental; desde su posición solo pudo ver sus patas y el pelaje verde menta cuando se acerco a todo galope; notó cómo la tomaba en sus cascos y, en seguida, observó sus inconfundibles ojos castaños cuando se agacho sobre ella con gesto aterrorizado.
—¡Aitana, tienes que aguantar!
—¡Hope! —exclamo ella, sin poder creerse que lo estuviera viendo—. ¡Hope, no puedo! ¡Kolnarg ya ha...!
Terminó la frase con un rugido sobrenatural; la oscura magia del nigromante la cubrió durante un segundo.
—¡Hope lo siento! —gritó Aitana—. ¡Te mentí! ¡Te mentí! ¡Y luego no podía mirarte, tenía que culpar a alguien y te culpé a ti, lo siento!
—¡Eso ahora no importa! ¡Tienes que aguantar! ¡Aguanta, por lo que más quieras!
A la espalda de Hope, Twilight Sparkle observó la escena con la consternación reflejada en su rostro. Sin embargo sabía que no debía perder la calma: Solo tendría una oportunidad de ayudar a Aitana Pones, y no pensaba desaprovecharla. Su cuerno brillaba levemente, ya que estaba cargando con su magia un enorme libro; lo hizo levitar frente a ella y lo abrió, pasando las páginas a toda velocidad. Cuando encontró el texto que buscaba lo empezó a recitar en voz baja, mientras el brillo de su cuerno se volvía más intenso. Pronto, un amplio círculo rodeó a la poseída yegua y a Hope Spell, siendo rodeado después por un círculo ornamentado por una serie de runas mágicas que se iluminaron al canalizar la magia de la alicornio.
Ella era una princesa de Equestria, y no podía permitir que el regreso de Kolnarg pusiese en peligro a todos los pequeños ponis que debía proteger.
Pero, por encima de todo, Aitana Pones era su amiga.
Un año y medio antes.
Taichnitlán.
Reinos Lobo.
Un joven lobezno portaba una bolsa llena de pergaminos, mientras agitaba uno de los mismos en una garra gritando algo en su idioma natal. Una extraña criatura cuadrúpeda se aproximó; sus patas acababan en una única garra sin afilar, de pelaje marrón claro y algo más oscuro en su morro sin colmillos. Sobre la cabeza y el cuello de esta caía una melena de dos colores, violeta y gris, los mismos que adornaban su cola. Sobre el lomo portaba unas extrañas alforjas tan largas que cubrían por completo los flancos de su portador, y sobre su cabeza había un extraño sombrero blanco, típico de explorador, bajo el cual sobresalía una pieza de tela blanca que cubría la espalda del extraño ser, protegiéndolo del calor del sol.
El lobezno jamás había visto criatura semejante. Pero lo más sorprendente fue cuando habló en un perfecto idioma lobo, aunque con un acento muy marcado.
—Dame un pergamino, chico.
El joven lobo aceptó el escudo de oro a cambio de éste, y se lo entregó. Al acercarse se percató de que un collar colgaba del cuello de su cliente, acabando en lo que parecía una brújula rota.
—¿Usted es un poni, señor? ¡No se ven muchos ponis en los Reinos Lobo!
—Soy una hembra, muchacho —respondió mientras abría el pergamino—. Y sí, soy un poni, me llamo Aitana Pones. ¿Es cierto lo que estabas gritando?
—¡Sí, señora poni! El milenario Imperio de Cristal ha vuelto a aparecer. Aunque si le soy sincero, no tengo ni idea de qué es eso.
El lobezno se despidió y siguió su camino, anunciando el titular del pergamino -el equivalente a los periódicos de Equestria-: “El Imperio de Cristal reaparece tras un milenio desaparecido”. Aitana abrió el suyo y, tras leer la noticia, exclamó en equestriano:
—¡Maldita sea! ¡Un maldito milenio desaparecido, y reaparece cuando estoy en el culo del mundo! ¡p*ta suerte la mía!
Maldiciendo, lanzó el pergamino a un montón de basura y siguió su camino. La ciudad de Taichnitlán era la capital comercial de los Reinos Lobo. Crecía como una flor junto al mar, en pleno desierto; sus edificios estaban construidos principalmente con ladrillos y barro, dando a todo el conjunto un monótono color marrón anaranjado. Sin embargo, palmeras y fuentes adornaban las calles y casas de los más ricos, haciendo a la ciudad merecedora de su sobrenombre: “La joya del desierto”.
Cientos de comerciantes pasaban a diario por el puerto, que estaba continuamente lleno de actividad. La población en general era de clase baja y trabajadora, acumulando las riquezas unos pocos maharajás. Sin embargo, los habitantes de esta ciudad en concreto no tenían grandes problemas: la comida no faltaba y, a pesar de estar rodeados por desierto, el agua abundaba en forma de fuentes y manantiales artificiales, que se alimentaban mediante un desvío del río que pasaba a varios kilómetros de la ciudad. Una vez más, signos de poder y riqueza de los auténticos propietarios de la ciudad.
Para una yegua sola, viajar por los Reinos Lobo era arriesgado. En una ciudad, si uno pasaba desapercibido, podía contar con la relativa seguridad de que sólo sería atacado por ladrones que se conformarían con su oro. Sin embargo, en las zonas menos pobladas, era cuestión de tiempo que alguien intentara asesinarla, especialmente tratándose de un poni. No hay que olvidar que los lobos son, mayoritariamente, carnívoros. Aunque podían alimentarse de comida vegetal, culturalmente, se seguía considerando una extravagancia.
Aitana se desvió ligeramente de su ruta para adentrarse en el gran mercado de la ciudad. Situado en una plaza cercana al puerto, era el lugar en el que los mercaderes de todo el mundo ofrecían sus mercancías más selectas a los habitantes de la ciudad. A ambos lados de las callejuelas formadas por cientos de puestos de comercio se ofrecían todo tipo de productos: comida venida de todas partes del mundo, artesanías, armas, pociones y demás. De igual forma, se podían encontrar vendedores de todas las razas y procedencias: Lobos, ciervos, cebras, bisontes, yaks... Taichnitlán había sido, y seguía siendo, una de las principales capitales comerciales del mundo, y esa era una tendencia que no parecía ir a morir pronto.
No pudo evitar detenerse junto a un puesto que ofrecía delicadas artesanías en madera. Amuletos, colgantes, anillos, e incluso una armadura para lobo hecha con madera reforzada. No le hizo falta fijarse en los pictogramas que adornaban casi todas las piezas para deducir la procedencia del artesano.
—Que Gaia traiga paz en tu viaje.
La yegua marrón alzó la vista para cruzar la mirada con el artesano que la saludaba, cortésmente, en Equestriano. Se trataba de un ciervo de pelaje gris y marrón, cuya cornamenta había sido limada para rebajar el tamaño de la misma. Aunque los ciervos suelen ser más altos que el poni medio, este a duras penas superaba la altura de Aitana. Esta miró los tatuajes que adornaban los flancos de su interlocutor antes de devolver el saludo.
—Que Gaia guarde tu hogar mientras estés lejos de él, honorable guerrero y Maestro Artesano.
La expresión del ciervo mostró una sincera y alegre sorpresa.
—¡Sorprendente! Pocos ponis se ven en estas tierras, y aún menos que sepan leer nuestra escritura y conozcan nuestras costumbres.
—He viajado mucho.
—¿Fueron viajes apacibles?
—No siempre, no viajo por placer.
—Quizá alguna de mis artesanías ayuden a hacer este un poco más placentero.
Aitana declinó la oferta y se despidió. Aunque encontraba que los ciervos eran una raza fascinante, no tenía tiempo que perder charlando, y aún menos dinero que malgastar. No le extrañaba la sorpresa del artesano; algo que había aprendido en sus viajes es que los pequeños ponis eran una sociedad muy cerrada. Era muy extraño verlos fuera de Equestria, siendo estos viajes emprendidos solo por auténticos aventureros, o algunos representantes de las princesas en persona.
Fue por eso que la yegua marrón se detuvo en seco al ver a varios ponis tras un puesto del mercado. Observándolo en la distacia pudo distinguir varias caras conocidas, incluida la de una yegua con la que había tratado hacía solo unos pocos meses. En el centro de ese puesto, atendiendo a los clientes, se hallaba una elegante pegaso de pelaje violeta y crines celestes; llevaba una indumentaria que, sin perder la comodidad y utilidad del equipo de todo marinero, mantenía cierta elegancia entre sus hombres. La yegua sonrió a dos lobos que, un instante después, compraron varios de los productos que les estaba ofreciendo.
Fue en el momento de pagar que su mirada se cruzó con la de Aitana. Ambas yeguas se miraron durante un instante y se saludaron con la cabeza, antes de que Aitana siguiera su camino. Pudo apreciar cómo a su conocida no le había hecho ninguna gracia verla en Taichnitlán. En el fondo, nunca se habían llevado demasiado bien, pero los negocios son los negocios.
Abandonando, finalmente, el mercado, Aitana se adentró en la zona oeste de la ciudad, reservada para los pocos que se podían permitir vivir ahí. Las casas de esta zona estaban custodiadas por guardias, mercenarios o servidores de ricos burgueses y mercaderes. Había muchos negocios tras esas puertas, muchos de los cuales probablemente eran de moral bastante cuestionable, si no abiertamente ilegales. Pero no era por eso por lo que Aitana había acudido a ese lugar, esos temas no eran asunto suyo y, si pretendiera arreglar todo lo que iba mal en los Reinos Lobo, podía dedicar toda la vida a ello.
La casa a la que se dirigió más bien parecía un pequeño palacio. El edificio era ostentoso de por si, pero los exagerados adornos lo convertían en un conjunto recargado. la palabra “bonito” no haría justicia a semejante construcción; quizá los adjetivos más aproximados serían “hortera”, “absurdo” y “carente de todo sentido de la estética”. Sin embargo, cada pequeño adorno, cada figura tallada en la pared, cada cristalera y cada balcón eran una muestra de poder, ostentación y dinero que dejaba bien claro que el propietario del lugar era un gran comerciante. Y uno al que le gusta que lo reconozcan como tal.
Dos guardias custodiaban la puerta. Los lobos, normalmente, caminaban como cuadrúpedos también, pero sus patas delanteras acababan en pequeñas garras que tenían pulgares pseudo oponibles. Esto les permitía agarrar y usar todo tipo de objetos con más destreza que el poni medio. Aprovechando esta ventaja, todos los guerreros lobos eran entrenados para pelear a dos patas, dejando las garras delanteras libres para usar armas.
Y eso fue exactamente lo que los guardias hicieron al ver a Aitana. Al alzarse sobre sus cuartos, traseros los lobos prácticamente doblaban en altura a cualquier poni; llevaban sendas armaduras de cuero reforzado, una espada colgaba del cinturón de cada mercenario, y en sus garras portaban una alabarda de bronce. Cuando Aitana se acercó, adoptaron posición de guardia y cruzaron sus armas frente a la puerta de la casa.
—No se puede pasar. El amnar comerciante Alib ib Massan ib Massaure está reunido.
El guerrero, de pelo gris, hablaba en poni bastante torpemente. Aitana pudo apreciar tres marcas tatuadas en su brazo, una por cada enemigo que ese lobo había abatido. Tratando de ser cortés, la poni habló en el idioma natal del guardia.
—Alib ib Massan es un lobo ocupado, pero somos viejos amigos. Infórmale de que Aitana Pones ha venido a visitarle.
—Creo que no has entendido, poni —farfulló el otro guerrero con violencia, mostrando todos los dientes—. Aquí los de tu especie son simple ganado. Y yo empiezo a tener hambre, ¿verdad, Mohammed?
—Tienes suerte, poni, de que estamos de guardia —dijo el lobo gris, Mohammed—, si no fuera por eso te mataría aquí mismo. Pero siempre podríamos decir que intentaste allanar la casa de Alib ib Massan.
Ambos guerreros rieron por lo bajo, esperando que la poni echara a correr por sus poco sutiles amenazas. A fin de cuentas, eran una raza de nenas criadas en un mundo de arcoíris, y jamás se veían envueltos en auténticos problemas. Tan nenazas que raramente eran capaces de abandonar su hogar para comerciar en el gran puerto de Taichnitlán. Para los mercenarios lobos, eran una raza que no merecía mayor respeto que los cerdos que criaban para alimentarse.
Pero para sorpresa de los dos guerreros, esa poni no echó a correr, ni siquiera mostró signos de amedrentarse. Lo que es más, los miró a los ojos, desafiante y, con una sonrisa prepotente, soltó:
—Claro. Sin duda no querréis hacer enfadar a vuestro amo, ¿verdad, perros?
—Estúpida poni, somos mercenarios contratados por Alib ib Massan, no esclavos.
—Vaya, discúlpame, perro, pero no sabía que a los de tu especie ahora se les pagaba con oro. No te preocupes, seguro que al final del día te dan una galleta.
No hubo ningún grito o aviso. Simplemente, los dos mercenarios levantaron sus armas y las descargaron contra la poni. Aitana saltó a un lado, esquivando la primera alabarda. Después se echó al suelo, esquivando el ataque del otro guardia, y cargó con toda su fuerza contra el lobo gris.
En el interior de la casa, el gran burgués Alib ib Massan ib Massaure escuchó un gran estruendo en la puerta principal; a este lo siguieron gritos de los guardias y sonidos de golpes y el chocar de armas. Temiéndose lo peor, Alib hizo llamar a todos sus sirvientes, aterrorizado ¿Quién podía estar atacándole? ¿Quién? ¡Había pagado a todas las mafias del lugar, y sobornado a todas las autoridades! ¡No había nadie con razones o poder suficiente para intentar asesinarlo!
No tuvo tiempo a alejarse de la puerta principal cuando ésta se abrió. Un par de sirvientes llegaron, portando garrotes y algún cuchillo, dispuestos más a luchar por sus vidas que por la de su amo. Pero tras la puerta se encontraron una escena insólita:
El mercenario de color gris, Mohammed, estaba en el suelo, sujetándose la tripa y luchando por respirar. El otro guardia estaba de rodillas, y su alabarda yacía en el suelo a varios metros de él. Una espada se sostenía a pocos centímetros de su cuello, sostenida, sorprendentemente, por la dentadura de una poni. La misma se giró escupiendo en arma, y Alib suspiró aliviado al reconocer la cara de una vieja amiga.
—Alib, deberías contratar guardias más educados —sentenció Aitana hablando en lobo—. Si me hubiesen anunciado como les pedí esto no habría pasado.
—¡Aitana Pones! —gritó Alib—. ¡Cuánto tiempo ha pasado! Pasa, vieja amiga, y deja que mis sirvientes te sirvan higos y té. Este... y que alguien atienda a los mercenarios, ¡vamos! —añadió dando dos sonoras palmadas.
Los sirvientes obedecieron en perfecto orden. Alib guió a Aitana a través de la puerta que daba al patio central de la casa; antes de que esta se cerrara, Aitana acertó a ver cómo el lobo gris la miraba con rabia. Suspiró para sus adentros: esos lobos le traerían problemas. Lo suyo era una manía: allá donde fuera, tenía que buscarse problemas. Pero, ¡j*der! ¿Qué tenía que hacer, perder el tiempo contratando un mensajero para solicitar audiencia?
El patio interior de la mansión era prácticamente un pequeño oasis: Un lago artificial llenaba el centro del lugar, con nenúfares creciendo sobre él. Dos lobas, dos de las esposas de Alib, se bañaban con tranquilidad. Una debía tener unos cuarenta años, solo unos pocos menos que su marido. La otra, sin embargo, a duras penas debía haber superado la pubertad.
Alib guió a su invitada -por referirse de alguna forma a la manera de presentarse de Aitana- hasta una pequeña mesa a la sombra de una palmera joven. El comerciante vestía ricos ropajes blancos, con un enorme turbante coronando su cabeza. Al igual que los ponis, los lobos no solían portar ropa más que cuando la ocasión lo requería -como los trajes de viaje, necesarios para sobrevivir en el desierto- y en ciertos eventos sociales. Cabe decir, sin embargo, que a los comerciantes, burgueses y nobles les agradaba hacer gala de sus riquezas y posesiones a través del vestir y de la joyería.
Una vez se hubieron sentado bajo la palmera, Alib dio dos palmadas y varios sirvientes trajeron una bandeja llena de delicias vegetales del desierto: higos, higos chumbos, cactus desespinados con miel... También trajeron una humeante tetera, y dos divanes de tela. Alib despidió a los diligentes sirvientes y, tras invitar a Aitana a sentarse, procedió a servir dos vasos de té. Aitana se fijó en que uno de los mismos, que portaba un collar de eslavitud, era de hecho una yegua: Pelaje rojo, crines negras recogidas en dos trenzas que caían a los lados de su rostro, y una cutie mark en forma de un reloj dorado. Pero decidió no comentar nada al respecto, todavía.
—Dime, amiga mía —dijo el lobo hablando lenta, aunque educadamente, en poni—, ¿qué te ha traído a mi hermosa ciudad? Y espero que la razón no sea humillar a mis mercenarios.
Aitana recogió el vaso de té y le dio un pequeño sorbo. Amargo, fuerte y aromático. Amargo como el nacimiento, solían decir los lobos nacidos en el desierto.
—Manresht.
El lobo se quedó a medio sorbo de té y miró directamente a la arqueóloga. A espaldas de la misma se escuchó el chapoteo de una de las lobas al saltar al lago.
—¿Es una broma?
—Alib, sabes que cuando se trata de perseguir reliquias de la antigüedad nunca bromeo.
El lobo comió algo mientras miraba a su invitada, esperando que en cualquier momento ésta le confirmara que no era más que una broma para relajar el ambiente. Pero no fue el caso.
—Me estás diciendo —siguió hablando en lobo— que has atravesado medio mundo para perseguir el mito de un mago diabolista que aguarda su momento para resurgir... En serio, ¿es una broma, Aitana?
—No. Mis estudios apuntan a que la leyenda podría ser cierta. He venido a investigar.
Ambos apuraron sus vasos de té, y Alib sirvió dos nuevos. La piedra de azúcar de la tetera había suavizado la bebida, eliminando el amargor. Suave como la vida.
—¿Y qué necesitas de este humilde comerciante?
—Acceso a los centros de saber de la ciudad, y un lugar donde poder descansar con seguridad. A cambio te ofrezco el treinta por ciento del beneficio en oro que saquemos de la expedición. Si estoy en lo cierto, podríamos encontrar una tumba milenaria inexplorada.
—¿Y qué ocurre si no hay bastantes beneficios, o estás equivocada, vieja amiga? Aunque hasta ahora nunca lo has hecho, no sería un comerciante de mi categoría si no fuera precavido.
Aitana se llevó un trozo de cactus con miel a la boca, mientras hacía cuentas mentales, deleitándose con la combinación dulce y ácida del mismo. Le resultaba irónico que, en una cultura mayoritariamente carnívora, fuesen capaces de elaborar manjares vegetarianos como ese.
—Sabes que no soy precísamente pobre. Si sale mal, te pagaré todos los gastos que te suponga más un veinte por ciento del total por las molestias.
Alib pareció meditar la propuesta.
—Tener a una poni alojada en mi casa es siempre un riesgo, amiga mía. Más aún considerando que ya has saqueado varias tumbas milenarias, eso siempre crea poderosos enemigos.
—Y los beneficios que te supuso a ti, no lo olvides. Dime tu precio.
—Cuarenta por ciento si sale bien, treinta si sale mal.
—Treinta y cinco y veinticinco. Mi última oferta.
Tras unos segundos de silenciosa meditación, el gordísimo lobo sonrió y alzó el té, sellando el pacto con la costumbre poni de un brindis, gesto que Aitana acompañó. Estuvieron un rato charlando de otros temas, principalmente los mejores pactos comerciales que había sellado Alib el último año. La arqueóloga, haciendo gala de sus casi inexistentes dotes diplomáticas, cambió radicalmente de tema.
—Alib —interrumpió Aitana tras un rato—, he visto que tienes una esclava poni. No son comunes en los Reinos Lobo, debe haberte costado una fortuna.
—¡Una auténtica rareza! —exclamó el lobo con júbilo—. La vendía un tratante de esclavos de confianza hace unas semanas. Fue verla, la fuerza que irradiaba su mirada, y decidí comprarla.
—¿Por la fuerza de su mirada, o por el lujo de tener un esclavo poni?
—Y además, sabe combatir —Alib ignoró el deje de molestia de la voz de Aitana—. Siempre es sabio tener esclavos bien atendidos y felices que puedan combatir. La seguridad es importante para un lobo de mi categoría.
—Como lo es la libertad.
Hubo un tenso silencio. Ya habían debatido en el pasado sobre la esclavitud y no era una buena idea iniciar una nueva discusión. Para Alib la respuesta no había cambiado: Aitana estaba en un reino en el que la esclavitud estaba permitida, y tenía que aceptarlo. Esta acabó su té y lo acercó al centro para que le sirviera el tercer vaso, como era costumbre.
—Quiero comprarla. Di tu precio.
El lobo estalló en una carcajada, casi derramando el contenido de la tetera.
—¡No te la puedes permitir, poni! A no ser, claro, que te hayas vuelto millonaria en el último año, lo cual dudo.
—Y no te equivocas. Pero sí que tengo objetos más valiosos que una esclava. ¿Qué me dices del Cetro Dorado del alicornio? En Equestria no puedo venderlo más que por unas miles de monedas al museo, pero en los Reinos Lobo vale cientos de miles de escudos de oro.
El lobo alzó una ceja, incrédulo.
—¿Y se puede saber dónde llevas metido un cetro ancestral de oro puro de casi dos metros de largo? Porque si es donde pienso, me temo que su valor va a bajar drásticamente.
—Mira que eres cerdo —dijo Aitana con media sonrisa burlona, recostándose teatralmente en el diván—. En serio, no quiero saber qué perversiones imaginas conmigo cuando yaces con tu esposa más joven.
—La más joven tiene energías pero le falta experiencia. Me reservo para Emilda, la que tiene casi mi edad, las cosas más difíciles.
—¿Como encontrarte la... herramienta bajo tu inmensa barriga?
—Bueno, ¡ya vale! —exlamó Alib, molesto—. Ahora en serio, ¿dónde está el cetro?
—En mi casa, por supuesto, a buen recaudo. Pero puedo hacer que te lo envíen. Tardará unas dos o tres semanas en llegar en el siguiente barco Equestriano.
—No puedo evitar preguntarlo, poni: ¿Dónde lo has encontrado? Sé de muchas expediciones que han fracasado en su búsqueda, ¿cómo lo has hecho?
—Tengo mis métodos, Alib, pero te aseguro que es el verdadero. Aunque tengo que reconocer que, en esta ocasión, alguien se me adelantó. Pero me dijeron dónde encontrarlo antes de que lo vendieran a un museo...
El gordísimo lobo alzó una ceja. Aitana le devolvió el gesto con media sonrisa.
—¿Vas tú a acusarme de ladrona? Cállate y acepta el trato, que con cosas así es como has hecho gran parte de tu fortuna, ¿o no?
Alib rió abiertamente ante la puya. A fin de cuentas, no era asunto suyo cómo había conseguido el cetro, si no cuánto oro podría sacar con su venta.
—Me parece un pago muy generoso, tanto que eliminaré la cláusula “si sale mal” de nuestro trato anterior y te consideraré mi invitada este tiempo. Eso sí, no te entregaré a la esclava hasta que no tenga el cetro en mis garras.
—Es justo, pero hasta entonces me servirá a mí. Si no recibes el cetro siempre podrás recuperarla.
Con la satisfacción de un trato bien cerrado, volvieron a chocar los vasos. Al echarse hacia adelante, la brújula rota de Aitana cayó hacía adelante, colgando de una cadenita. Alib la observó con curiosidad.111
—¿Todavía llevas esa vieja chatarra contigo? Deberías deshacerte de ella, amiga mía.
—Es algo... sentimental —mintió Aitana, ajustándose de nuevo el collar. Tenía que arreglar ese enganche—. Solo tiene valor sentimental.
Aitana bebió un largo sorbo, su favorito. La piedra de azúcar de la tetera se había disuelto casi por completo, dando a la bebida un agradable sabor endulzado.
Dulce como la muerte.
Un rato después, Alib y Aitana entraron de nuevo en la casa. Desde el salón principal, el lobo la llamó.
—¡Poni! Ven aquí.
La yegua roja tardó pocos segundos en aparecer. Ahora que tuvo oportunidad de verla con más detenimiento, Aitana pudo captar ciertos detalles: De veintinueve o treinta años, su melena negra estaba ligeramente espeinada. Sus ojos, de un intenso color violeta, miraron a su amo y a la arqueóloga con el agotamiento de alguien que se haya en una situación deplorable.
—¿Qué desea?
Alib frunció el ceño.
—¿Debo recordarte cómo dirigirte a mi, esclava?
Alib llevó su garra a una gema que colgaba de su cuello. La yegua roja retrocedió medio paso e, instintivamente, se llevó una pezuña al collar de esclavitud que portaba.
—No, amo, no es necesario. Lo siento, amo.
—Alib —dijo Aitana—. Por más que me guste hacer tratos conmigo, si se te ocurre usar el collar de castigo me aseguraré de que no puedas volver a usar tus garras durante meses.
—Amiga, aún es una esclava inexperta que tiene que aprender. Y no es buena idea amenazar a aquel que te acoge en su hogar.
—Al igual que no lo fue para tus guardias atacarme.
La yegua le sostuvo la mirada al lobo, hasta que éste la desvió, asustado; sabía que una amenaza de Aitana Pones no había que tomársela a la ligera. Se planteó durante un instante echarla de su casa y cancelar el trato... Pero la última vez que ayudó a Aitana en una expedición ganó una gran suma de dinero. Decidió, pues, dejarlo pasar por el momento.
—Esclava, a partir de ahora servirás a mi invitada como si fuera tu ama. Si recibo el pago acordado, dentro de dos semanas, pasarás a ser de su propiedad. ¿Entendido?
—Sí... amo. Entendido.
—Muéstrale la habitación de invitados.
Mientras Alib desaparecía tras una puerta, ambas yeguas emprendieron el camino. Una vez llegaron a la habitación, la esclava cerró la puerta tras de si, quedando a solas con Aitana.
—¿Cómo te llamas?
—Soy Macdolia
—¿Macdolia? Je, veo que no soy la única con un nombre poco común.
—¿A quién debo mi libertad? —preguntó la yegua roja.
—¡Ja! —exclamó la arqueóloga con una sonora carcajada—. ¿Cómo sabes que voy a liberarte, y no a convertirte en mi esclava?
—Sombrero de exploradora, pelaje cubierto del polvo del desierto, mirada decidida, y has vencido a dos mercenarios lobo sin armas. Además de que no has permitido que Alib usara el maldito collar —añadió tocando el mismo, que se cerraba sin remedio en torno a su cuello—. Quizá me equivoque, pero no tienes cara de comerciante esclavista sin escrúpulos.
La arqueóloga sonrió y le tendió una pezuña.
—Soy Aitana, Aitana Pones. ¿Cómo has acabado tan lejos de Equestria y vendida como esclava?
Macdolia miró a su libertadora con la boca un poco abierta. Tras unos segundos bajó la cabeza y murmuró en un susurro:
—Es Aitana, LA Aitana Pones —después levantó la vista y habló normalmente—. Bueno, digamos que vine con intención de resolver un asunto. Soy una... guardaespaldas, por así decirlo. Y tuve la mala idea de pensar que la persona a la que debía proteger era Alib ib Massaure.
—¿Proteger a ese viejo pervertido de Alib? ¿Proteger de qué? —entonces Aitana recapacitó sobre lo que Macdolia había murmurado—. Espera, ¿me conoces?
Con una sonrisa, la yegua roja negó con la cabeza.
—No directamente, pero conozco tus trabajos, la arqueología me fascina. Especialmente tus estudios sobre la guerra entre el ducado de Unicornia y Cebrania, no comprendo cómo la universidad ha estado tan ciega como para no ver las pruebas que aportaste.
Aitana no pudo evitar sentirse orgullosa de que alguien, al menos, considerara que sus teorías no eran una locura.
—Y volviendo a la primera pregunta —continuó Macdolia—. Tenía mis sospechas de que mi “amo” podría estar en peligro. Basta ver las compañías que frecuenta y los negocios en los que se mete. Pero para cuando me quise dar cuenta... estaba metida en un marrón del que difícilmente podía salir.
Aitana asintió.
—Sí, una vez llevas uno de estos collares sólo tu amo te lo puede quitar. Me sorprende que conozcas mi trabajo, aunque he llevado muchas reliquias a los museos de Equestria, mis teorías siempre han sido tachadas de “sinsentidos” por doctores que en su vida han movido el culo de sus despachos. Rompen demasiado con la historia establecida, por más pruebas que aporte.
—Quizá sea precísamente porque yo poseo una reliquia cuyas teorías son aún más inusuales —dijo Macdolia, sonriendo—. El querer saber más de ella me ha llevado a cruzarme con tu nombre varias veces. Eres considerada una renegada en el mundo arqueológico por tu... “pasión”, por así decirlo, al querer demostrar tus teorías.
Aitana se llevó una pezuña a la nuca.
—Eh... sí. Creo que llamar “inepto corto de miras” al doctor TrottingHoof en plena conferencia no fue una de mis ideas más brillantes —luego miró Macdolia, interesada—. Espera, ¿qué reliquia? Lo último que esperaba encontrar en los Reinos Lobo es una esclava que posea una reliquia histórica.
Macdolia se dió cuenta de que había hablado un poco más de la cuenta, y con un poco de tristeza negó con la cabeza.
—Lo siento... pero no puedo hablarte de ella.
—Bueno, supongo que no es asunto mío, después de todo —respondió Aitana secamente.
Aitana había viajado mucho y había visto mucho mundo, y era evidente que Macdolia le ocultaba algo. Por un instante, caviló la posibilidad de dejarla atrás, pero la descartó rápidamente. No iba a volver a condenarla a la esclavitud por una mera sospecha, pero mantendría un ojo abierto por si acaso.
— Todavía serás esclava hasta que llegue el pago por comprarte, pero después serás libre. Creo que coincidirá con la salida del mercante poni “La sirena mutilada”, la capitana es... conocida mía; probablemente te deje cerca de Equestria.
—Supongo tendremos que ser compañeras hasta entonces, ¿verdad?
—Bueno, siempre puedes volver a servir a Alib, si quieres.
Tras unos segundos de dubitativo silencio ambas yeguas compartieron una carcajada. Probablemente, la primera que había compartido Macdolia en varias semanas.
Dedicatoria para Quisco McDohl, una vez más. De no ser por la inclusión de Macdolia en esta historia, no habría sido la mitad de interesante ni de divertido escribirla .
Una precipitada carrera por el bosque.
La joven arqueóloga podía sentir la presencia intrusa en su mente, cerrándose sobre su espíritu como una tenaza implacable. Aceleró su desesperado galope, con el instinto animal de dejar atrás el peligro que amenazaba acabar con ella.
No supo cuánto tiempo había pasado pero, cuando se encontró a solas y no pudo oír a ningún otro poni a su alrededor, Aitana se dejó caer al suelo, cerrando los ojos con todas sus fuerzas, luchando contra lo inevitable. La creciente presencia maléfica en su mente se estaba tornando insoportable por momentos; lo sentía, como una respiración en la nuca, presionando poco a poco contra su maltrecha voluntad.
No aguantaría mucho más.
Kolnarg se regodeaba, sabiendo que pronto superaría a Aitana en la lucha por su mente; la torturaba, introduciendo pequeñas imágenes de lo que haría una vez volviera a caminar por el mundo. Manehattan seria la primera en caer, y su padre se convertiría en un espíritu a su servicio. Después acabaría con los ejércitos que enviaran a por él, y así engrosaría sus filas de no-muertos...
—¡No! —gritó Aitana, metiendo un casco en las grandes alforjas que siempre llevaba—. ¡No lo permitire!
La daga salio rápidamente de su escondite, asida mediante una correa a la pata de la yegua marrón, la cual la giro hacia su propio corazón. Durante un instante pensó en todo lo que había hecho mal, todo lo que podría haber cambiado la historia que la había llevado hasta ahí: Debió suicidarse mucho antes; debió haber enterrado la maldita brujula en un bloque de cemento y despues lanzarla al fondo de océano; debió hablar con su padre, decirle que lo perdonaba; debió hablar con Daring Do para que pudieran gritar juntas el dolor por la traición...
Debió haberle dicho a Hope que le había mentido.
Durante un minúsculo instante, notó a Kolnarg encogerse en su mente. Era la ultima salida de Aitana, su ultima posibilidad.
—No puedes hacerlo, Arqueóloga—susurró la yegua con la voz de Kolnarg.
Aitana quiso responderle algo, pero sentía que el menor esfuerzo podía suponer la victoria del lich. Alzó la daga, pensando en todos los errores que cometió en su vida y que ya no podría subsanar; en muchas ocasiones se había enfrentado a la muerte, y todavía recordaba el dolor que siguió al combate en la tumba del norte, de la que había pensado que moriría de forma atroz. Y, sin embargo, en todas esas ocasiones no se había parado a pensar en su vida como lo estaba haciendo en aquel momento. Quizá, por una vez, sentía que estaba dejando demasiado atrás. Había tanto que le habría gustado hacer...
Un golpe seco. Un gemido ronco. El silbido de una respiración fallando.
Antes de que las patas la dejaran caer, retiró el cuchillo que se había clavado en el pecho; el sonido del aire entrando a través de la herida se juntó con el calor de la sangre empapando su pelaje. Erró y no logró atravesarse el corazón, pero sabía que no tardaría en morir cuando los pulmones le fallaran.
Se desplomó contra el suelo cuando le vino un ataque de tos acompañado por un sabor metálico; poco a poco, a cada inspiración, el dolor y la presión sobre el pecho crecían exponencialmente. Empezó a respirar cada vez mas rápido y superficialmente, mientras su cuerpo luchaba por reparar un daño que estaba muy por encima de sus capacidades naturales. En la mente de Aitana, Kolnarg luchaba por liberarse; si lograba aguantar un poco más, si conseguía mantener el control sobre su cuerpo hasta el final, pronto todo acabaría. Se llevaría al bastardo a la tumba...
Sintió un amargo sabor en la boca. No sabia bien que era exactamente, pero imaginó que así es como sabía la muerte. La vista se le nublaba, a pesar de sus esfuerzos por seguir despierta y luchando contra el Lich. Diez años.., diez malditos años manteniendo a raya al nigromante mas poderoso de la historia. Aitana sentía que, finalmente, había ganado, arrebatándole su retorno al mundo, su venganza contra los vivos. En parte, para la yegua, era un alivio saber que al menos una poni, una alicornio nada menos, la recordaría, y también todo por lo que luchó. ¿Amiga? No lo creía... pero ella había entendido, había visto todo lo que la había llevado a luchar con tanto ahínco desde que era una adolescente...
Ojalá pudiera volver a verla. En otras circunstancias quizá la habría cortejado, aunque fuera solo por una noche...
Los sonidos del bosque se empezaron a apagar, y Aitana dejó de escuchar el silbar de su propia respiración moribunda. El mundo se sumió completamente en las tinieblas... pero no. Frente a ella apareció un túnel negro y,al final del mismo, una cálida luz dorada.
Se pregunto si estaría su madre al otro lado, enia muchas cosas que contarle... y otras muchísimas más que preguntarle. Pero notó que algo no iba bien. No lograba alcanzar la paz, no lograba atravesar el túnel y llegar a la luz. Sentía que... que no se moría.
Aitana volvió a respirar.
Escucho en su mente la victoriosa risa de Kolnarg e, instintivamente, llevó la vista hacia la herida que debería haberla matado. Una magia oscura la había cubierto, los músculos cerraron la herida y, en un segundo, nuevo pelaje creció sobre la misma, como si nunca hubiera estado ahí. El dolor en el pecho murió junto a la presión que le impedía respirar.
—No... ¡No!
Los ojos de la Arqueóloga se tornaron grises, y una cruel sonrisa atravesó su rostro.
—Quizá no me expliqué bien: Quería decir que no puedes morir si yo no lo deseo, Arqueóloga.
Aterrorizada, Aitana se levantó y corrió a ciegas a través del Everfree, buscando un barranco, un rio, ¡cualquier cosa que le permitiera matarse! Pero, al instante, la voluntad de Kolnarg se hizo mas fuerte que nunca. Aitana se detuvo en seco, gritando, al tiempo que un fantasmagórico cuerno negro aparecía en su frente.
Habiendo regresado el color gris a las pupilas de la poseída yegua, Kolnarg se alzó e inspiró profundamente. Era un placer volver a sentir el aire en los pulmones de un mortal; en su mente, sintió la voluntad de la Arqueologa dar unos últimos estertores agónicos antes de quebrarse.
—¡No! —gritó Aitana, recuperando momentaneamente el control durante los que serían sus ultimos instantes de libertad—. ¡No puedes hacerlo!
La yegua giro la cabeza en dirección contraria a la que miraba, esbozando una cruel sonrisa y hablando con voz baritona.
—Tengo todo el tiempo del mundo, Dawn Hope. Tu solo eres una mortal.
La Arqueóloga se lanzó al suelo, cubriéndose la cabeza con las patas y gritó con todas sus fuerzas, como si así pudiera espantar al espíritu que la atormentaba, o como si alguien fuera a responder a sus suplicas. Fue entonces cuando sintió la magia congregarse a pocos metros de ella; la primera voz fue de una yegua.
—¡Doctora Pones!
—Twilgiht.... —acerto a susurrar la aludida—. ¡Vete! ¡No puedes ayudarme, no mueras por mi!
—¡AITANA!
La yegua reaccionó a la segunda voz de un semental; desde su posición solo pudo ver sus patas y el pelaje verde menta cuando se acerco a todo galope; notó cómo la tomaba en sus cascos y, en seguida, observó sus inconfundibles ojos castaños cuando se agacho sobre ella con gesto aterrorizado.
—¡Aitana, tienes que aguantar!
—¡Hope! —exclamo ella, sin poder creerse que lo estuviera viendo—. ¡Hope, no puedo! ¡Kolnarg ya ha...!
Terminó la frase con un rugido sobrenatural; la oscura magia del nigromante la cubrió durante un segundo.
—¡Hope lo siento! —gritó Aitana—. ¡Te mentí! ¡Te mentí! ¡Y luego no podía mirarte, tenía que culpar a alguien y te culpé a ti, lo siento!
—¡Eso ahora no importa! ¡Tienes que aguantar! ¡Aguanta, por lo que más quieras!
A la espalda de Hope, Twilight Sparkle observó la escena con la consternación reflejada en su rostro. Sin embargo sabía que no debía perder la calma: Solo tendría una oportunidad de ayudar a Aitana Pones, y no pensaba desaprovecharla. Su cuerno brillaba levemente, ya que estaba cargando con su magia un enorme libro; lo hizo levitar frente a ella y lo abrió, pasando las páginas a toda velocidad. Cuando encontró el texto que buscaba lo empezó a recitar en voz baja, mientras el brillo de su cuerno se volvía más intenso. Pronto, un amplio círculo rodeó a la poseída yegua y a Hope Spell, siendo rodeado después por un círculo ornamentado por una serie de runas mágicas que se iluminaron al canalizar la magia de la alicornio.
Ella era una princesa de Equestria, y no podía permitir que el regreso de Kolnarg pusiese en peligro a todos los pequeños ponis que debía proteger.
Pero, por encima de todo, Aitana Pones era su amiga.
*-*-*-*-*
CAPÍTULO 1: La esclava poni.
Un año y medio antes.
Taichnitlán.
Reinos Lobo.
Un joven lobezno portaba una bolsa llena de pergaminos, mientras agitaba uno de los mismos en una garra gritando algo en su idioma natal. Una extraña criatura cuadrúpeda se aproximó; sus patas acababan en una única garra sin afilar, de pelaje marrón claro y algo más oscuro en su morro sin colmillos. Sobre la cabeza y el cuello de esta caía una melena de dos colores, violeta y gris, los mismos que adornaban su cola. Sobre el lomo portaba unas extrañas alforjas tan largas que cubrían por completo los flancos de su portador, y sobre su cabeza había un extraño sombrero blanco, típico de explorador, bajo el cual sobresalía una pieza de tela blanca que cubría la espalda del extraño ser, protegiéndolo del calor del sol.
El lobezno jamás había visto criatura semejante. Pero lo más sorprendente fue cuando habló en un perfecto idioma lobo, aunque con un acento muy marcado.
—Dame un pergamino, chico.
El joven lobo aceptó el escudo de oro a cambio de éste, y se lo entregó. Al acercarse se percató de que un collar colgaba del cuello de su cliente, acabando en lo que parecía una brújula rota.
—¿Usted es un poni, señor? ¡No se ven muchos ponis en los Reinos Lobo!
—Soy una hembra, muchacho —respondió mientras abría el pergamino—. Y sí, soy un poni, me llamo Aitana Pones. ¿Es cierto lo que estabas gritando?
—¡Sí, señora poni! El milenario Imperio de Cristal ha vuelto a aparecer. Aunque si le soy sincero, no tengo ni idea de qué es eso.
El lobezno se despidió y siguió su camino, anunciando el titular del pergamino -el equivalente a los periódicos de Equestria-: “El Imperio de Cristal reaparece tras un milenio desaparecido”. Aitana abrió el suyo y, tras leer la noticia, exclamó en equestriano:
—¡Maldita sea! ¡Un maldito milenio desaparecido, y reaparece cuando estoy en el culo del mundo! ¡p*ta suerte la mía!
Maldiciendo, lanzó el pergamino a un montón de basura y siguió su camino. La ciudad de Taichnitlán era la capital comercial de los Reinos Lobo. Crecía como una flor junto al mar, en pleno desierto; sus edificios estaban construidos principalmente con ladrillos y barro, dando a todo el conjunto un monótono color marrón anaranjado. Sin embargo, palmeras y fuentes adornaban las calles y casas de los más ricos, haciendo a la ciudad merecedora de su sobrenombre: “La joya del desierto”.
Cientos de comerciantes pasaban a diario por el puerto, que estaba continuamente lleno de actividad. La población en general era de clase baja y trabajadora, acumulando las riquezas unos pocos maharajás. Sin embargo, los habitantes de esta ciudad en concreto no tenían grandes problemas: la comida no faltaba y, a pesar de estar rodeados por desierto, el agua abundaba en forma de fuentes y manantiales artificiales, que se alimentaban mediante un desvío del río que pasaba a varios kilómetros de la ciudad. Una vez más, signos de poder y riqueza de los auténticos propietarios de la ciudad.
Para una yegua sola, viajar por los Reinos Lobo era arriesgado. En una ciudad, si uno pasaba desapercibido, podía contar con la relativa seguridad de que sólo sería atacado por ladrones que se conformarían con su oro. Sin embargo, en las zonas menos pobladas, era cuestión de tiempo que alguien intentara asesinarla, especialmente tratándose de un poni. No hay que olvidar que los lobos son, mayoritariamente, carnívoros. Aunque podían alimentarse de comida vegetal, culturalmente, se seguía considerando una extravagancia.
Aitana se desvió ligeramente de su ruta para adentrarse en el gran mercado de la ciudad. Situado en una plaza cercana al puerto, era el lugar en el que los mercaderes de todo el mundo ofrecían sus mercancías más selectas a los habitantes de la ciudad. A ambos lados de las callejuelas formadas por cientos de puestos de comercio se ofrecían todo tipo de productos: comida venida de todas partes del mundo, artesanías, armas, pociones y demás. De igual forma, se podían encontrar vendedores de todas las razas y procedencias: Lobos, ciervos, cebras, bisontes, yaks... Taichnitlán había sido, y seguía siendo, una de las principales capitales comerciales del mundo, y esa era una tendencia que no parecía ir a morir pronto.
No pudo evitar detenerse junto a un puesto que ofrecía delicadas artesanías en madera. Amuletos, colgantes, anillos, e incluso una armadura para lobo hecha con madera reforzada. No le hizo falta fijarse en los pictogramas que adornaban casi todas las piezas para deducir la procedencia del artesano.
—Que Gaia traiga paz en tu viaje.
La yegua marrón alzó la vista para cruzar la mirada con el artesano que la saludaba, cortésmente, en Equestriano. Se trataba de un ciervo de pelaje gris y marrón, cuya cornamenta había sido limada para rebajar el tamaño de la misma. Aunque los ciervos suelen ser más altos que el poni medio, este a duras penas superaba la altura de Aitana. Esta miró los tatuajes que adornaban los flancos de su interlocutor antes de devolver el saludo.
—Que Gaia guarde tu hogar mientras estés lejos de él, honorable guerrero y Maestro Artesano.
La expresión del ciervo mostró una sincera y alegre sorpresa.
—¡Sorprendente! Pocos ponis se ven en estas tierras, y aún menos que sepan leer nuestra escritura y conozcan nuestras costumbres.
—He viajado mucho.
—¿Fueron viajes apacibles?
—No siempre, no viajo por placer.
—Quizá alguna de mis artesanías ayuden a hacer este un poco más placentero.
Aitana declinó la oferta y se despidió. Aunque encontraba que los ciervos eran una raza fascinante, no tenía tiempo que perder charlando, y aún menos dinero que malgastar. No le extrañaba la sorpresa del artesano; algo que había aprendido en sus viajes es que los pequeños ponis eran una sociedad muy cerrada. Era muy extraño verlos fuera de Equestria, siendo estos viajes emprendidos solo por auténticos aventureros, o algunos representantes de las princesas en persona.
Fue por eso que la yegua marrón se detuvo en seco al ver a varios ponis tras un puesto del mercado. Observándolo en la distacia pudo distinguir varias caras conocidas, incluida la de una yegua con la que había tratado hacía solo unos pocos meses. En el centro de ese puesto, atendiendo a los clientes, se hallaba una elegante pegaso de pelaje violeta y crines celestes; llevaba una indumentaria que, sin perder la comodidad y utilidad del equipo de todo marinero, mantenía cierta elegancia entre sus hombres. La yegua sonrió a dos lobos que, un instante después, compraron varios de los productos que les estaba ofreciendo.
Fue en el momento de pagar que su mirada se cruzó con la de Aitana. Ambas yeguas se miraron durante un instante y se saludaron con la cabeza, antes de que Aitana siguiera su camino. Pudo apreciar cómo a su conocida no le había hecho ninguna gracia verla en Taichnitlán. En el fondo, nunca se habían llevado demasiado bien, pero los negocios son los negocios.
Abandonando, finalmente, el mercado, Aitana se adentró en la zona oeste de la ciudad, reservada para los pocos que se podían permitir vivir ahí. Las casas de esta zona estaban custodiadas por guardias, mercenarios o servidores de ricos burgueses y mercaderes. Había muchos negocios tras esas puertas, muchos de los cuales probablemente eran de moral bastante cuestionable, si no abiertamente ilegales. Pero no era por eso por lo que Aitana había acudido a ese lugar, esos temas no eran asunto suyo y, si pretendiera arreglar todo lo que iba mal en los Reinos Lobo, podía dedicar toda la vida a ello.
La casa a la que se dirigió más bien parecía un pequeño palacio. El edificio era ostentoso de por si, pero los exagerados adornos lo convertían en un conjunto recargado. la palabra “bonito” no haría justicia a semejante construcción; quizá los adjetivos más aproximados serían “hortera”, “absurdo” y “carente de todo sentido de la estética”. Sin embargo, cada pequeño adorno, cada figura tallada en la pared, cada cristalera y cada balcón eran una muestra de poder, ostentación y dinero que dejaba bien claro que el propietario del lugar era un gran comerciante. Y uno al que le gusta que lo reconozcan como tal.
Dos guardias custodiaban la puerta. Los lobos, normalmente, caminaban como cuadrúpedos también, pero sus patas delanteras acababan en pequeñas garras que tenían pulgares pseudo oponibles. Esto les permitía agarrar y usar todo tipo de objetos con más destreza que el poni medio. Aprovechando esta ventaja, todos los guerreros lobos eran entrenados para pelear a dos patas, dejando las garras delanteras libres para usar armas.
Y eso fue exactamente lo que los guardias hicieron al ver a Aitana. Al alzarse sobre sus cuartos, traseros los lobos prácticamente doblaban en altura a cualquier poni; llevaban sendas armaduras de cuero reforzado, una espada colgaba del cinturón de cada mercenario, y en sus garras portaban una alabarda de bronce. Cuando Aitana se acercó, adoptaron posición de guardia y cruzaron sus armas frente a la puerta de la casa.
—No se puede pasar. El amnar comerciante Alib ib Massan ib Massaure está reunido.
El guerrero, de pelo gris, hablaba en poni bastante torpemente. Aitana pudo apreciar tres marcas tatuadas en su brazo, una por cada enemigo que ese lobo había abatido. Tratando de ser cortés, la poni habló en el idioma natal del guardia.
—Alib ib Massan es un lobo ocupado, pero somos viejos amigos. Infórmale de que Aitana Pones ha venido a visitarle.
—Creo que no has entendido, poni —farfulló el otro guerrero con violencia, mostrando todos los dientes—. Aquí los de tu especie son simple ganado. Y yo empiezo a tener hambre, ¿verdad, Mohammed?
—Tienes suerte, poni, de que estamos de guardia —dijo el lobo gris, Mohammed—, si no fuera por eso te mataría aquí mismo. Pero siempre podríamos decir que intentaste allanar la casa de Alib ib Massan.
Ambos guerreros rieron por lo bajo, esperando que la poni echara a correr por sus poco sutiles amenazas. A fin de cuentas, eran una raza de nenas criadas en un mundo de arcoíris, y jamás se veían envueltos en auténticos problemas. Tan nenazas que raramente eran capaces de abandonar su hogar para comerciar en el gran puerto de Taichnitlán. Para los mercenarios lobos, eran una raza que no merecía mayor respeto que los cerdos que criaban para alimentarse.
Pero para sorpresa de los dos guerreros, esa poni no echó a correr, ni siquiera mostró signos de amedrentarse. Lo que es más, los miró a los ojos, desafiante y, con una sonrisa prepotente, soltó:
—Claro. Sin duda no querréis hacer enfadar a vuestro amo, ¿verdad, perros?
—Estúpida poni, somos mercenarios contratados por Alib ib Massan, no esclavos.
—Vaya, discúlpame, perro, pero no sabía que a los de tu especie ahora se les pagaba con oro. No te preocupes, seguro que al final del día te dan una galleta.
No hubo ningún grito o aviso. Simplemente, los dos mercenarios levantaron sus armas y las descargaron contra la poni. Aitana saltó a un lado, esquivando la primera alabarda. Después se echó al suelo, esquivando el ataque del otro guardia, y cargó con toda su fuerza contra el lobo gris.
En el interior de la casa, el gran burgués Alib ib Massan ib Massaure escuchó un gran estruendo en la puerta principal; a este lo siguieron gritos de los guardias y sonidos de golpes y el chocar de armas. Temiéndose lo peor, Alib hizo llamar a todos sus sirvientes, aterrorizado ¿Quién podía estar atacándole? ¿Quién? ¡Había pagado a todas las mafias del lugar, y sobornado a todas las autoridades! ¡No había nadie con razones o poder suficiente para intentar asesinarlo!
No tuvo tiempo a alejarse de la puerta principal cuando ésta se abrió. Un par de sirvientes llegaron, portando garrotes y algún cuchillo, dispuestos más a luchar por sus vidas que por la de su amo. Pero tras la puerta se encontraron una escena insólita:
El mercenario de color gris, Mohammed, estaba en el suelo, sujetándose la tripa y luchando por respirar. El otro guardia estaba de rodillas, y su alabarda yacía en el suelo a varios metros de él. Una espada se sostenía a pocos centímetros de su cuello, sostenida, sorprendentemente, por la dentadura de una poni. La misma se giró escupiendo en arma, y Alib suspiró aliviado al reconocer la cara de una vieja amiga.
—Alib, deberías contratar guardias más educados —sentenció Aitana hablando en lobo—. Si me hubiesen anunciado como les pedí esto no habría pasado.
—¡Aitana Pones! —gritó Alib—. ¡Cuánto tiempo ha pasado! Pasa, vieja amiga, y deja que mis sirvientes te sirvan higos y té. Este... y que alguien atienda a los mercenarios, ¡vamos! —añadió dando dos sonoras palmadas.
Los sirvientes obedecieron en perfecto orden. Alib guió a Aitana a través de la puerta que daba al patio central de la casa; antes de que esta se cerrara, Aitana acertó a ver cómo el lobo gris la miraba con rabia. Suspiró para sus adentros: esos lobos le traerían problemas. Lo suyo era una manía: allá donde fuera, tenía que buscarse problemas. Pero, ¡j*der! ¿Qué tenía que hacer, perder el tiempo contratando un mensajero para solicitar audiencia?
El patio interior de la mansión era prácticamente un pequeño oasis: Un lago artificial llenaba el centro del lugar, con nenúfares creciendo sobre él. Dos lobas, dos de las esposas de Alib, se bañaban con tranquilidad. Una debía tener unos cuarenta años, solo unos pocos menos que su marido. La otra, sin embargo, a duras penas debía haber superado la pubertad.
Alib guió a su invitada -por referirse de alguna forma a la manera de presentarse de Aitana- hasta una pequeña mesa a la sombra de una palmera joven. El comerciante vestía ricos ropajes blancos, con un enorme turbante coronando su cabeza. Al igual que los ponis, los lobos no solían portar ropa más que cuando la ocasión lo requería -como los trajes de viaje, necesarios para sobrevivir en el desierto- y en ciertos eventos sociales. Cabe decir, sin embargo, que a los comerciantes, burgueses y nobles les agradaba hacer gala de sus riquezas y posesiones a través del vestir y de la joyería.
Una vez se hubieron sentado bajo la palmera, Alib dio dos palmadas y varios sirvientes trajeron una bandeja llena de delicias vegetales del desierto: higos, higos chumbos, cactus desespinados con miel... También trajeron una humeante tetera, y dos divanes de tela. Alib despidió a los diligentes sirvientes y, tras invitar a Aitana a sentarse, procedió a servir dos vasos de té. Aitana se fijó en que uno de los mismos, que portaba un collar de eslavitud, era de hecho una yegua: Pelaje rojo, crines negras recogidas en dos trenzas que caían a los lados de su rostro, y una cutie mark en forma de un reloj dorado. Pero decidió no comentar nada al respecto, todavía.
—Dime, amiga mía —dijo el lobo hablando lenta, aunque educadamente, en poni—, ¿qué te ha traído a mi hermosa ciudad? Y espero que la razón no sea humillar a mis mercenarios.
Aitana recogió el vaso de té y le dio un pequeño sorbo. Amargo, fuerte y aromático. Amargo como el nacimiento, solían decir los lobos nacidos en el desierto.
—Manresht.
El lobo se quedó a medio sorbo de té y miró directamente a la arqueóloga. A espaldas de la misma se escuchó el chapoteo de una de las lobas al saltar al lago.
—¿Es una broma?
—Alib, sabes que cuando se trata de perseguir reliquias de la antigüedad nunca bromeo.
El lobo comió algo mientras miraba a su invitada, esperando que en cualquier momento ésta le confirmara que no era más que una broma para relajar el ambiente. Pero no fue el caso.
—Me estás diciendo —siguió hablando en lobo— que has atravesado medio mundo para perseguir el mito de un mago diabolista que aguarda su momento para resurgir... En serio, ¿es una broma, Aitana?
—No. Mis estudios apuntan a que la leyenda podría ser cierta. He venido a investigar.
Ambos apuraron sus vasos de té, y Alib sirvió dos nuevos. La piedra de azúcar de la tetera había suavizado la bebida, eliminando el amargor. Suave como la vida.
—¿Y qué necesitas de este humilde comerciante?
—Acceso a los centros de saber de la ciudad, y un lugar donde poder descansar con seguridad. A cambio te ofrezco el treinta por ciento del beneficio en oro que saquemos de la expedición. Si estoy en lo cierto, podríamos encontrar una tumba milenaria inexplorada.
—¿Y qué ocurre si no hay bastantes beneficios, o estás equivocada, vieja amiga? Aunque hasta ahora nunca lo has hecho, no sería un comerciante de mi categoría si no fuera precavido.
Aitana se llevó un trozo de cactus con miel a la boca, mientras hacía cuentas mentales, deleitándose con la combinación dulce y ácida del mismo. Le resultaba irónico que, en una cultura mayoritariamente carnívora, fuesen capaces de elaborar manjares vegetarianos como ese.
—Sabes que no soy precísamente pobre. Si sale mal, te pagaré todos los gastos que te suponga más un veinte por ciento del total por las molestias.
Alib pareció meditar la propuesta.
—Tener a una poni alojada en mi casa es siempre un riesgo, amiga mía. Más aún considerando que ya has saqueado varias tumbas milenarias, eso siempre crea poderosos enemigos.
—Y los beneficios que te supuso a ti, no lo olvides. Dime tu precio.
—Cuarenta por ciento si sale bien, treinta si sale mal.
—Treinta y cinco y veinticinco. Mi última oferta.
Tras unos segundos de silenciosa meditación, el gordísimo lobo sonrió y alzó el té, sellando el pacto con la costumbre poni de un brindis, gesto que Aitana acompañó. Estuvieron un rato charlando de otros temas, principalmente los mejores pactos comerciales que había sellado Alib el último año. La arqueóloga, haciendo gala de sus casi inexistentes dotes diplomáticas, cambió radicalmente de tema.
—Alib —interrumpió Aitana tras un rato—, he visto que tienes una esclava poni. No son comunes en los Reinos Lobo, debe haberte costado una fortuna.
—¡Una auténtica rareza! —exclamó el lobo con júbilo—. La vendía un tratante de esclavos de confianza hace unas semanas. Fue verla, la fuerza que irradiaba su mirada, y decidí comprarla.
—¿Por la fuerza de su mirada, o por el lujo de tener un esclavo poni?
—Y además, sabe combatir —Alib ignoró el deje de molestia de la voz de Aitana—. Siempre es sabio tener esclavos bien atendidos y felices que puedan combatir. La seguridad es importante para un lobo de mi categoría.
—Como lo es la libertad.
Hubo un tenso silencio. Ya habían debatido en el pasado sobre la esclavitud y no era una buena idea iniciar una nueva discusión. Para Alib la respuesta no había cambiado: Aitana estaba en un reino en el que la esclavitud estaba permitida, y tenía que aceptarlo. Esta acabó su té y lo acercó al centro para que le sirviera el tercer vaso, como era costumbre.
—Quiero comprarla. Di tu precio.
El lobo estalló en una carcajada, casi derramando el contenido de la tetera.
—¡No te la puedes permitir, poni! A no ser, claro, que te hayas vuelto millonaria en el último año, lo cual dudo.
—Y no te equivocas. Pero sí que tengo objetos más valiosos que una esclava. ¿Qué me dices del Cetro Dorado del alicornio? En Equestria no puedo venderlo más que por unas miles de monedas al museo, pero en los Reinos Lobo vale cientos de miles de escudos de oro.
El lobo alzó una ceja, incrédulo.
—¿Y se puede saber dónde llevas metido un cetro ancestral de oro puro de casi dos metros de largo? Porque si es donde pienso, me temo que su valor va a bajar drásticamente.
—Mira que eres cerdo —dijo Aitana con media sonrisa burlona, recostándose teatralmente en el diván—. En serio, no quiero saber qué perversiones imaginas conmigo cuando yaces con tu esposa más joven.
—La más joven tiene energías pero le falta experiencia. Me reservo para Emilda, la que tiene casi mi edad, las cosas más difíciles.
—¿Como encontrarte la... herramienta bajo tu inmensa barriga?
—Bueno, ¡ya vale! —exlamó Alib, molesto—. Ahora en serio, ¿dónde está el cetro?
—En mi casa, por supuesto, a buen recaudo. Pero puedo hacer que te lo envíen. Tardará unas dos o tres semanas en llegar en el siguiente barco Equestriano.
—No puedo evitar preguntarlo, poni: ¿Dónde lo has encontrado? Sé de muchas expediciones que han fracasado en su búsqueda, ¿cómo lo has hecho?
—Tengo mis métodos, Alib, pero te aseguro que es el verdadero. Aunque tengo que reconocer que, en esta ocasión, alguien se me adelantó. Pero me dijeron dónde encontrarlo antes de que lo vendieran a un museo...
El gordísimo lobo alzó una ceja. Aitana le devolvió el gesto con media sonrisa.
—¿Vas tú a acusarme de ladrona? Cállate y acepta el trato, que con cosas así es como has hecho gran parte de tu fortuna, ¿o no?
Alib rió abiertamente ante la puya. A fin de cuentas, no era asunto suyo cómo había conseguido el cetro, si no cuánto oro podría sacar con su venta.
—Me parece un pago muy generoso, tanto que eliminaré la cláusula “si sale mal” de nuestro trato anterior y te consideraré mi invitada este tiempo. Eso sí, no te entregaré a la esclava hasta que no tenga el cetro en mis garras.
—Es justo, pero hasta entonces me servirá a mí. Si no recibes el cetro siempre podrás recuperarla.
Con la satisfacción de un trato bien cerrado, volvieron a chocar los vasos. Al echarse hacia adelante, la brújula rota de Aitana cayó hacía adelante, colgando de una cadenita. Alib la observó con curiosidad.111
—¿Todavía llevas esa vieja chatarra contigo? Deberías deshacerte de ella, amiga mía.
—Es algo... sentimental —mintió Aitana, ajustándose de nuevo el collar. Tenía que arreglar ese enganche—. Solo tiene valor sentimental.
Aitana bebió un largo sorbo, su favorito. La piedra de azúcar de la tetera se había disuelto casi por completo, dando a la bebida un agradable sabor endulzado.
Dulce como la muerte.
Un rato después, Alib y Aitana entraron de nuevo en la casa. Desde el salón principal, el lobo la llamó.
—¡Poni! Ven aquí.
La yegua roja tardó pocos segundos en aparecer. Ahora que tuvo oportunidad de verla con más detenimiento, Aitana pudo captar ciertos detalles: De veintinueve o treinta años, su melena negra estaba ligeramente espeinada. Sus ojos, de un intenso color violeta, miraron a su amo y a la arqueóloga con el agotamiento de alguien que se haya en una situación deplorable.
—¿Qué desea?
Alib frunció el ceño.
—¿Debo recordarte cómo dirigirte a mi, esclava?
Alib llevó su garra a una gema que colgaba de su cuello. La yegua roja retrocedió medio paso e, instintivamente, se llevó una pezuña al collar de esclavitud que portaba.
—No, amo, no es necesario. Lo siento, amo.
—Alib —dijo Aitana—. Por más que me guste hacer tratos conmigo, si se te ocurre usar el collar de castigo me aseguraré de que no puedas volver a usar tus garras durante meses.
—Amiga, aún es una esclava inexperta que tiene que aprender. Y no es buena idea amenazar a aquel que te acoge en su hogar.
—Al igual que no lo fue para tus guardias atacarme.
La yegua le sostuvo la mirada al lobo, hasta que éste la desvió, asustado; sabía que una amenaza de Aitana Pones no había que tomársela a la ligera. Se planteó durante un instante echarla de su casa y cancelar el trato... Pero la última vez que ayudó a Aitana en una expedición ganó una gran suma de dinero. Decidió, pues, dejarlo pasar por el momento.
—Esclava, a partir de ahora servirás a mi invitada como si fuera tu ama. Si recibo el pago acordado, dentro de dos semanas, pasarás a ser de su propiedad. ¿Entendido?
—Sí... amo. Entendido.
—Muéstrale la habitación de invitados.
Mientras Alib desaparecía tras una puerta, ambas yeguas emprendieron el camino. Una vez llegaron a la habitación, la esclava cerró la puerta tras de si, quedando a solas con Aitana.
—¿Cómo te llamas?
—Soy Macdolia
—¿Macdolia? Je, veo que no soy la única con un nombre poco común.
—¿A quién debo mi libertad? —preguntó la yegua roja.
—¡Ja! —exclamó la arqueóloga con una sonora carcajada—. ¿Cómo sabes que voy a liberarte, y no a convertirte en mi esclava?
—Sombrero de exploradora, pelaje cubierto del polvo del desierto, mirada decidida, y has vencido a dos mercenarios lobo sin armas. Además de que no has permitido que Alib usara el maldito collar —añadió tocando el mismo, que se cerraba sin remedio en torno a su cuello—. Quizá me equivoque, pero no tienes cara de comerciante esclavista sin escrúpulos.
La arqueóloga sonrió y le tendió una pezuña.
—Soy Aitana, Aitana Pones. ¿Cómo has acabado tan lejos de Equestria y vendida como esclava?
Macdolia miró a su libertadora con la boca un poco abierta. Tras unos segundos bajó la cabeza y murmuró en un susurro:
—Es Aitana, LA Aitana Pones —después levantó la vista y habló normalmente—. Bueno, digamos que vine con intención de resolver un asunto. Soy una... guardaespaldas, por así decirlo. Y tuve la mala idea de pensar que la persona a la que debía proteger era Alib ib Massaure.
—¿Proteger a ese viejo pervertido de Alib? ¿Proteger de qué? —entonces Aitana recapacitó sobre lo que Macdolia había murmurado—. Espera, ¿me conoces?
Con una sonrisa, la yegua roja negó con la cabeza.
—No directamente, pero conozco tus trabajos, la arqueología me fascina. Especialmente tus estudios sobre la guerra entre el ducado de Unicornia y Cebrania, no comprendo cómo la universidad ha estado tan ciega como para no ver las pruebas que aportaste.
Aitana no pudo evitar sentirse orgullosa de que alguien, al menos, considerara que sus teorías no eran una locura.
—Y volviendo a la primera pregunta —continuó Macdolia—. Tenía mis sospechas de que mi “amo” podría estar en peligro. Basta ver las compañías que frecuenta y los negocios en los que se mete. Pero para cuando me quise dar cuenta... estaba metida en un marrón del que difícilmente podía salir.
Aitana asintió.
—Sí, una vez llevas uno de estos collares sólo tu amo te lo puede quitar. Me sorprende que conozcas mi trabajo, aunque he llevado muchas reliquias a los museos de Equestria, mis teorías siempre han sido tachadas de “sinsentidos” por doctores que en su vida han movido el culo de sus despachos. Rompen demasiado con la historia establecida, por más pruebas que aporte.
—Quizá sea precísamente porque yo poseo una reliquia cuyas teorías son aún más inusuales —dijo Macdolia, sonriendo—. El querer saber más de ella me ha llevado a cruzarme con tu nombre varias veces. Eres considerada una renegada en el mundo arqueológico por tu... “pasión”, por así decirlo, al querer demostrar tus teorías.
Aitana se llevó una pezuña a la nuca.
—Eh... sí. Creo que llamar “inepto corto de miras” al doctor TrottingHoof en plena conferencia no fue una de mis ideas más brillantes —luego miró Macdolia, interesada—. Espera, ¿qué reliquia? Lo último que esperaba encontrar en los Reinos Lobo es una esclava que posea una reliquia histórica.
Macdolia se dió cuenta de que había hablado un poco más de la cuenta, y con un poco de tristeza negó con la cabeza.
—Lo siento... pero no puedo hablarte de ella.
—Bueno, supongo que no es asunto mío, después de todo —respondió Aitana secamente.
Aitana había viajado mucho y había visto mucho mundo, y era evidente que Macdolia le ocultaba algo. Por un instante, caviló la posibilidad de dejarla atrás, pero la descartó rápidamente. No iba a volver a condenarla a la esclavitud por una mera sospecha, pero mantendría un ojo abierto por si acaso.
— Todavía serás esclava hasta que llegue el pago por comprarte, pero después serás libre. Creo que coincidirá con la salida del mercante poni “La sirena mutilada”, la capitana es... conocida mía; probablemente te deje cerca de Equestria.
—Supongo tendremos que ser compañeras hasta entonces, ¿verdad?
—Bueno, siempre puedes volver a servir a Alib, si quieres.
Tras unos segundos de dubitativo silencio ambas yeguas compartieron una carcajada. Probablemente, la primera que había compartido Macdolia en varias semanas.
*-*-*-*-*
*-*-*-*-*
Dedicatoria para Quisco McDohl, una vez más. De no ser por la inclusión de Macdolia en esta historia, no habría sido la mitad de interesante ni de divertido escribirla .
Capítulo 2: "El viaje de Mater Luminis"
Capítulo 3: "Pacientes Cero"
Capítulo 4: "La noche del fuego"
Capítulo 5: "Las ruinas junto al Narval"
Capítulo 6: "Nigromante"
Capítulo 7: "¡Al abordaje!"
Capítulo 8: "El fin del viaje"
Capítulo 9: "Hasta pronto"
Capítulo 10: "Despierta, mundo"
Capítulo 11: "El Imperio de Cristal"
Capítulo 12: "El ataque al Imperio"
Capítulo 13: "Huyendo del pasado"
capítulo 14: "Secretos y despedidas"