A continuación una breve sinopsis y el listado de capítulos:
Tras su derrota en el Imperio de Cristal, Twilight Sparkle y sus amigos por fin respiran aliviados, dado que la amenaza de Sombra ha desaparecido para siempre gracias a los buenos sentimientos de sus antaño esclavos. Sin embargo, pronto descubrirán que el temido unicornio oscuro se encuentra lejos de estar neutralizado, y deberán detener sus ansias de poder una vez más. Destino: España, en nuestro mundo.
Prólogo: Oportunidad - http://www.spaniardhooves.com/foro/viewtopic.php?f=11&p=61089#p44106
Capítulo I: Susurros de tormenta - http://www.spaniardhooves.com/foro/viewtopic.php?f=11&p=61089#p61061
Sin más, os dejo con el prólogo, Espero que os guste y decidáis seguirme y comentar a partir de ahora.
Prólogo: Oportunidad
-¡Contemplad a la Princesa de Cristal!
Esa frase, expresada en un momento crítico por un viandante anónimo, sacó a los aterrorizados ciudadanos de su estupor. Lentamente, pero con una gran sorpresa y esperanza en el corazón, levantaron sus cabezas mientras salían del terror y la confusión, observando cómo la alicornio rosa Cadence descendía de forma magnífica y digna con el pequeño dragón a su espalda y sujetando el mítico Corazón de Cristal en su magia, a pesar de su evidente cansancio físico y mental debido a haberles estado protegiendo durante tanto tiempo. La fuerza y confianza que irradiaba quedó aún más de manifiesto si cabe cuando al aterrizar destrozó de un solo golpe el corazón falso que había estado presidiendo la feria.
Entonces, habló. Con firmeza, pero no menos dulzura y compasión, se dirigió a los ponis que la rodeaban. Los que la acababan de reconocer como su gobernante: su pueblo.
-¡El Corazón de Cristal ha regresado! ¡Usad vuestro amor para aseguraros que el Rey Sombra no lo haga!-dijo para, justo después, colocar la reliquia en su generador con un fluido movimiento de cabeza.
Mucho más arriba, el siniestro tirano observaba con cautela. Cuando fue privado de su cuerpo y gran parte de sus poderes hace más de mil años por las mil veces malditas Celestia y Luna, aparte de esconder previamente la valiosa reliquia para retornar en el momento oportuno, se encargó de lanzar una maldición sobre todo el Imperio para asegurarse de que no se sintieran a salvo. Al desaparecer él, invocó una gargantuesca cantidad de magia que selló el Imperio entero en el olvido, condenado a permanecer borrado del mundo hasta su retorno: si él no estaba, sus sirvientes tampoco. Y para cuando llegase ese día, cual titiritero manipuló los hilos de la esperanza y la cordura de todos ellos, logrando así que al pensar en él sintieran un indecible sentimiento de horror y abandono. Le temerían, porque así debía ser.
Al fin y al cabo, había logrado lo que nadie más. Pensó en Discord con desprecio: le parecía increíble que, teniendo el poder de moldear la realidad a su antojo, hubiese gobernado Equestria como un simple niño con sus juguetes. Un poder infinito que además se hacía más fuerte con la falta de armonía que él provocaba, y su naturaleza juguetona y despreocupada fue su perdición. Un espíritu, un dios, derrotado por dos princesas alicornio. Patético. Mientras que él, que había nacido como un simple unicornio, había estudiado y practicado la magia negra con devoción hasta llegar a un nivel de maestría imposible de superar, que luego utilizó para poder esclavizar a la que luego sería su gente.
Sus pensamientos se interrumpieron de repente al presenciar algo que no creía posible: los ponis de cristal brillaban y estaban cargando el corazón con una sonrisa en los labios, confiados. Esperanzados. Por todas partes empezó a extenderse un fulgor limpio, purificador.
-¡¿Qué?! No... ¡Parad!
La energía prosiguió su camino, implacable. Extendiéndose por el diseño dendrítico de las calles, reverberando y aumentando su potencia, para al llegar a los límites de la ciudad, regresar de golpe al generador y llenarlo a rebosar, haciendo que la reliquia girase a toda velocidad y liberase toda la tremenda carga mágica de golpe. Ponis del lugar y esos malditos extraños brillando, sus preciados cristales negros estallando en millones de fragmentos que se desvanecían, el canceroso color del cielo dando paso al límpido azul del día...
Él.
El cúmulo de buenos sentimientos, liberados en una vasta onda mágica, le alcanzó de lleno. El dolor era insoportable, era como tener una corriente de magma fundido corriendo por sus venas: un calor agobiante e inevitable que le ponía enfermo y le destruía. Fisuras empezaron a recorrer todo su cuerpo, sus órganos internos empezaron a hincharse y morir, la sangre se heló e hizo fino polvo dentro de él. Pero nada de eso era comparable a la rabia que sentía al ver que había sido derrotado una vez más, que sus planes elaborados hace siglos se hacían añicos delante de sus ojos. Se miró sus propias patas delanteras, sorprendido. No podía ser cierto, simplemente no podía serlo.
-¡¡GRRAAAAAAAHHHHH!!
Con un rugido de impotencia, finalmente estalló. La magia acabó su trabajo, purificando todo rastro de su presencia en el Imperio de Cristal y desintegrando cada átomo de su ser... salvo su cuerno. Teniendo en cuenta que era el conductor de las energías arcanas en los unicornios, era la parte de la anatomía de esa raza de ponis más resistente con diferencia. Y en el caso de Sombra, que había manejado una magia increíblemente poderosa durante largo tiempo, dicha resistencia probó ser demasiado hasta para el Corazón de Cristal y el dañino poder que emitía para él. De modo que el solitario apéndice voló, impulsado por la onda de choque, hasta perderse en el horizonte.
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Muchos kilómetros al sur de allí, una solitaria figura se movía entre los árboles y el aire nocturno, acechando a su presa. Deslizó su cola reptiliana por el suelo, intentando hacer el menor ruido posible: gracias a los pegasos que no era otoño, hubiera sido una tarea titánica moverse en silencio a través de la hojarasca de los pocos, pero de copa generosa, árboles caducifolios que habitaban el lugar. Acomodó su cuerpo lo mejor que pudo contra el grueso tronco de roble que tenía enfrente, sintiendo sus duras y frías escamas contra la corteza. Asomó la cabeza y apartó lentamente con sus brazos el arbusto que le impedía la visión...
Ah, ahí estaba. Ese cuerpo bulboso y fibroso, coronado por un penacho de hojas. Sentado despreocupado en ese claro del bosque, con sus patitas extendidas y los pequeños brazos usados como soporte, burlándose de él. Perfecto, que cantase victoria todo lo que quisiera, ya era suya. Alzando su cuerpo todo lo que pudo, como si fuera una enorme cobra, pasó por encima del matorral por el que había estado observando sin rozarloy con cuidado de que no se le cayese la alforja que llevaba a la cintura, para justo después apoyarse en el suelo con las garras. Estar en esa postura de puente no era nada incómodo para él, dada su flexibilidad: el problema era mover su cola igual que había hecho con su tórax. Despacio, despacio... Un poco más y ya estaría colocado detrás de su objetivo, no tendría escapatoria, no podría mirarle con esas cuencas vacías como ahora...
Un momento. Le estaba mirando. Esa maldita cosa había elegido ese preciso momento para girarse y mirarlo.
-Oh no, por favor...
La mandrágora siguió observándole durante un interminable segundo más con los huecos vacíos de su cara que pasaban por ojos. Entonces, abrió la boca seca y arrugada con espanto y gritó, haciendo que su perseguidor cayese pesadamente al suelo tapándose los oídos y cerrando los ojos en un gesto de dolor.
Todo el mundo que se dedicaba a la botánica y la magia sabía que la mandrágora era una planta peculiar, dotada de brazos y piernas y una cara atroz que emitía un espantoso grito al ser arrancada del suelo. Dicho exabrupto resultaba tremendamente doloroso al oído, y en ocasiones podía llegar a provocar sordera o matar de puro susto. Había tomado las debidas precauciones, equipándose con tapones para los oídos a la hora de sacarla de la tierra, pero la mala suerte quiso que hiciese demasiada fuerza y se le escapara de las manos. Lo que pocos sabían era que esta planta continúa gritando una vez arrancada durante unos minutos (a un nivel horriblemente molesto y agudo pero ya no peligroso), y que si logra apoyarse sobre algo, correrá a una velocidad endiablada para escapar.
Con un pitido insoportable en los oídos, finalmente miró a su alrededor: esa maldita planta había vuelto a salir por patas, y ni saboreando el aire con su lengua bífida pudo detectarla. Normal, había demasiados animales y plantas aromáticas en ese bosque. Suspiró, levantándose del suelo trabajosamente, y se deslizó de vuelta a su casa.
La vida no era excesivamente complicada para los ponis que habitaban en ese área boscosa conocida como Hollow Shades, situada no demasiado lejos de la costa este de Equestria. Bastaba con que no se aventurasen solos fuera del poblado situado en su mismo centro, y que siguiesen los caminos escrupulosamente: al fin y al cabo, no era un lugar tan peligroso como el famoso Bosque Everfree. Sin embargo, el ser que había perdido a su escurridizo fugitivo no era un poni, sino un naga. Esta especie emparentada con los dragones tenía un tórax musculoso, dos brazos acabados en afiladas garras, una poderosa cola con la que moverse y una cabeza vagamente parecida a la de las iguanas con una cresta de espinas duras como el diamante. Era antigua como el mundo, y ya habitaba en el país antes de que los equinos hiciesen de él su nuevo hogar, pero debido a su carácter retraído nunca tuvo problemas con ellos. De hecho, sus miembros le estaban bastante agradecidos a Celestia y Luna por haberles librado de Discord en el pasado (aunque esa confianza disminuyó un poco con el incidente de Nightmare Moon), pero no hasta el punto de rendirles pleitesía: eran un pueblo orgulloso, y seguían sus propias normas, teniendo un jefe que habitaba en un lugar que sólo ellos conocían y donde celebraban la reunión anual de los clanes. Las princesas sabían esto, y mantenían con ellos una relación de igualdad y respeto mutuos.
Fue un escaso número de kilómetros el que le separaban de su hogar, pero aun así se le hizo el tiempo eterno. Por fin la divisó: una cabaña de madera construida en el interior mismo de una colina, con una chimenea disimulada, una ventana y una puerta que cerró detrás suyo al entrar. Era una residencia sencilla de dos habitaciones: su cuarto, donde dormía y se alimentaba, y la entrada, donde cocinaba y preparaba sus pócimas y ungüentos mágicos. Era bien sabido por cualquier historiador que los naga eran un pueblo practicante de la magia, pero al carecer de un órgano conductor como otros seres, tenían que esforzarse más de lo normal y utilizar todo su cuerpo para controlar el flujo de energía, descargándola normalmente por sus garras. Él en concreto sabía utilizar magia de esa forma, pero se limitaba a aplicarla en tareas cotidianas como encender un fuego o hacer levitar varios ingredientes. No, él prefería estudiar las propiedades curativas, potenciadoras o venenosas de animales y plantas naturales, como así atestiguaban las estanterías repletas de frascos con diversos y extraños objetos. Silenciosamente se dirigió a la que tenía encima de la chimenea, apartó los tarros de madreselva y rosa lunar y cogió el de mandrágora, observando como esa misma mañana que sólo le quedaban dos. Meneó la cabeza con pesadumbre y volvió a dejarlo en su sitio, era increíble que hubiese gastado toda la tarde en intentar capturar una de esas plantas para que, en el último momento tras arrancarla, se le escapase y le obligara a dar vueltas por el bosque como un tonto.
Miró la luz de la luna por la ventana. Era una noche preciosa, pero eso no disminuía su preocupación. Como todos los naga, había entrado al cuidado de un maestro de su clan siendo un niño para instruirse en las artes mágicas, hace ya muchos años, pero nunca fue demasiado habilidoso. Cierto, se desenvolvía muy bien en la elaboración de preparados y algún que otro extraño había requerido de sus servicios, pero siempre había aspirado a algo más a pesar de graduarse de sus estudios con notas aceptables. estaba satisfecho con su vida, pero era... demasiado monótona. Sí, eso era. Todos los días lo mismo: levantarse, desayunar, practicar, comer, practicar, cenar, dormir. Con alguna actividad lúdica de vez en cuando, y quizá, en un futuro, cortejar a una hembra y formar una familia. Cosa ardua debido al carácter solitario de los nagas, pero no imposible. Giró levemente la cabeza para mirarse en el espejo que tenía cerca de la puerta: no era mal partido, medía sus buenos cuatro metros erguido y tenía un saludable color aguamarino, con espinas granates, ojos del mismo color y una buena dentadura. En fin, ya pensaría en eso más adelante.
Fue entonces cuando captó algo por el rabillo del ojo que le llamó la atención: fuera de la ventana, un brillo débil y malsano entre los árboles, de un color rojizo. Extrañado, salió con cuidado por la puerta y se aventuró entre los árboles. No tardó demasiado en llegar a su destino, y le hizo retroceder alarmado. En medio de un grupo de árboles muertos (parecía reciente, era como si algo les hubiese sorbido la vida) y suelo grisáceo, se hallaba lo que a todas luces era un cuerno. Lo extraño era su apariencia: tenía la misma forma que el de un changeling joven, curvilíneo y pulido, pero esa coloración roja cerca de la punta no era natural y era demasiado largo. Además, por ridículo que pudiese sonar a los no versados en magia, parecía tener consciencia propia e irradiar pura maldad. Su reacción instintiva fue darse la vuelta para salir de allí, pero se quedó estupefacto al ver lo que ocurrió justo entonces: el objeto se discolvió en un burbujeante charco púrpura formado por el propio suelo licuándose, y desapareció para instantes después emerger en el mismo lugar una formación cristalina tan alta como él.
-¿Pero qué dem-
De repente, surgieron del mismo rayos negros a una velocidad imposible de esquivar, agarrando con fuerza sus brazos. Intentó soltarse con todas sus fuerzas, gruñendo como lo que era para lo que fuese que le estaba aprisionando: un animal atrapado. Un tercer relámpago le agarró del cuello, dificultándole la respiración y haciéndole lagrimear de dolor, y empezó a tirar de él, ayudado por un cuarto que se enroscó en torno a su cola. Vio con horror que la superficie del cristal ondeaba, como si fuera un estanque de pez, y dentro de él... Por todos los diablos, ¿qué era eso? Esos ojos... Esos ojosesosojosesosojosesoj-
-¡¡SOCORROOOOOOOOOOOOO!!
Si alguien le oyó y no acudió, o simplemente estaba demasiado lejos de cualquier esperanza, no importó. Segundos después, fue arrastrado sin remedio al interior del oscuro cristal, y se hizo el silencio. Un silencio sepulcral, mayor que el del más muerto de los cementerios, en que nada osó pronunciarse. Finalmente, en menos de un minuto, volvió a salir con parsimonia, y se dirigió de vuelta a su casa.
Una vez dentro, examinó sus alrededores. Un lugar tranquilo, alejado relativamente de la civilización y bien provisto de ingredientes mágicos. Perfecto. Fue entonces cuando notó un peso en su costado: bajó la vista y vio la alforja que llevaba. Metió la mano dentro y sacó algo que le llamó la atención. Un libro, plagado de símbolos arcanos y con un título revelador: Sobre invocaciones, hechizos y otras artes mágicas, por Zslene. Lo abrió y leyó en la primera página:
Propiedad de Szen
Dirigió su atención al espejo, devolviéndole la mirada unos ojos verdes como el cieno pantanoso, con pupilas rojas como la sangre y que irradiaban pura magia en forma de nube púrpura como un veneno prohibido. Su frente estaba coronada por su viejo cuerno. Sonrió con malicia.
-Bien, Szen... Tú me ayudarás a empezar de nuevo.