— Y de esta forma nuestro querido rey, Skylight, dio por finalizada la gran guerra contra el reino de los hipogrifos, unificando el reino nuevamente y trayendo la paz… ¿Saya…? ¿Saya, me estás escuchando?
La anciana unicornio detuvo su lección y se acerco molesta a la pequeña potrilla que miraba distraída por la ventana. Con un seco golpe de su casco contra la mesa obtuvo la atención de la joven de nuevo.
— ¿Has escuchado algo de lo que estaba diciendo, jovencita?
— Eeehh… — La pequeña miro a su maestra y sonrió tímidamente — Claro que si, señorita.
— Una dama no miente, Saya — Respondió su maestra enfadada.
Saya bajo la cabeza avergonzada, consciente de lo estúpida que había sonado su mentira. Su profesora suspiro cansada y miro de nuevo a su alumna.
— Al menos dime ¿Qué es eso tan interesante que no te permite prestar atención a la lección sobre la historia de nuestro reino?
— Es mi hermano, Windspeed — Contesto Saya pegando su rostro de nuevo a la ventana y observando embelesada al joven pegaso que volaba en el patio — Está practicando sus movimientos de vuelo y son… ¡Asombrosos! Algún día seré como él…
Añadió esta soñadora mientras aleteaba con ímpetu sus pequeñas alas, elevándose unos centímetros sobre su asiento. Pero la vieja unicornio rodó los ojos y con su magia corrió las cortinas.
— Déjate de tonterías jovencita, lo que tienes que hacer es prestar atención a nuestra historia, aprender cosas útiles para tu vida, y no distraerte con tonterías.
— ¡No son tonterías! — Respondió ofendida.
— No alces la voz a tu maestra, Saya — Contesto tajante — Y menos aún repliques, recuerda tus modales.
— Lo siento, señorita… — Respondió a la vez que agachaba la cabeza y centraba su mirada en el libro frente a ella.
— Bien, ahora comienza a leer la lección.
Con lentitud y dificultad, Saya comenzó a leer aquel aburrido libro a la vez que su maestra le corregía de vez en cuando.
Las horas pasaron lentamente, y cuando ya era casi la hora de comer, Saya se vio por fin liberada de sus lecciones. Veloz como un rayo, la joven potrilla bajó las escaleras dispuesta a reunirse con su hermano en el patio.
Los cascos de la pequeña resonaron por los pasillos del enorme edificio y en su carrera atropelló a más de uno de los criados, que con una furiosa mirada se mordían la lengua al ver que la causante de sus caídas era la hija de sus señores.
Una vez en el patio, la pequeña corrió al encuentro de su hermano.
— ¡Wind! ¡Es asombroso! ¡Te he observado desde la clase! ¡Ese giro fue tan…! ¡Y como recortaste! ¡Y cuando hiciste ese descenso…! —Saya hablaba rápidamente y entrecortadamente, uniendo las palabras entre sí mientras gesticulaba y aleteaba con fuerza. Su hermano se poso a su lado y sonrió divertido ante sus reacciones — Eres maravilloso…
— No es para tanto, Saya. Si vieras a los pegasos de la guardia creo que colapsarías de la emoción — Comento divertido mientras revolvía el cabello de Saya — Seguro que algún día serás mejor que yo, no me cabe duda.
Saya se sonrojo y a continuación abrazo a su hermano con fuerza.
— Mi maestra dice que todo eso son pérdidas de tiempo…
— Y eso lo dijo un unicornio ¿Eh? — Añadió este levantando el rostro de Saya — No hagas caso de lo que dice tu maestra, los unicornios se creen superiores con su magia y nos desprecian. Pero te aseguro que en realidad lo que nos tienen es envidia, ya les gustaría poder volar como los pegasos. Donde estén un buen par de alas que se quite la magia ¿Eh pequeña?
— ¡Sí! ¡Esos estúpidos unicornios se mueren de envidia!
Ambos hermanos rieron divertidos y Windspeed revolvió el pelo de la pequeña Saya para a continuación cargarla sobre su espalda y entrar en la casa entre risas.
Una vez enfrente del salón, Windspeed bajó a Saya de su lomo y le arregló el pelo.
— No queremos que madre y padre, se enfaden ¿Verdad?
Saya negó enérgicamente y permitió que su hermano arreglara su desordenada melena, cosa que no le hubiera consentido a nadie más. Una vez estuvieron todos los mechones en su sitio, ambos hermanos entraron en la habitación, donde sus padres los esperaban sentados en la mesa.
— Buenas tardes, hijos — Comento Silver al verlos entrar, depositando el periódico que estaba leyendo sobre la mesa — ¿Cómo fue tú entrenamiento, Windspeed?
— Perfecto padre, mejore mi velocidad de vuelo y logre hacer las maniobras en un tiempo récord.
— No esperaba menos de ti — Comento orgulloso su padre — Vienes de una larga línea de guardias reales.
Windspeed asintió sonriente y tomo sitio en la mesa junto a su hermana mientras esperaba a que le sirvieran.
— Saya ¿Y cómo fue tú lección?
— Aburrida como siempre… — Susurro esta con la mirada gacha.
— ¿Qué dices? No te he escuchado.
— He dicho que fue como siempre — Respondió alzando la voz.
— No es necesario que grites, jovencita — Respondió su madre mirándola con desaprobación — Tu maestra me comento que no atendiste a la lección, como de costumbre.
— Pero es que era aburrida ¿Por qué tengo que aprender lo que hicieron unos ponis que llevan miles de años muertos?
— Es cultura Saya, es nuestra historia. Además, hoy tu maestra te habló sobre la reunificación del reino, no sobre la historia de hace de miles de años — Zanjó su madre con enfado.
— Más me da, sigue siendo igual de aburrida ¿Por qué no puedo aprender a volar con Windspeed?
— Primero: tus alas aún son demasiado pequeñas como para lograr elevarte del suelo — Contesto su padre mientras volvía a mirar su periódico — Segundo: Tu hermano va a entrar en la guardia, cosa que tú no. Tercero: tienes que aprender cosas útiles, tú cabeza ya está suficientemente llena de pájaros.
— Pero yo…
— No le repliques a tu padre, Saya — Le corto su madre.
Saya se mordió el labio y volvió a agachar la cabeza, concentrándose en su plato vacío. Su padre se enfrasco de nuevo en la lectura de su periódico y su madre se puso a hablar con su hermano. Los minutos se le hicieron eternos hasta que por fin aparecieron los ponis del servicio para servirles la comida. La pequeña pegaso observo el plato hambrienta y se dispuso a comer, cuando su madre le llamo la atención.
— ¡Saya! ¿Dónde están tus modales? Debes esperar a que todos estemos servidos — Dicho esto, su madre se giró hacia su padre, el cual se encontraba totalmente absorto en su lectura — Silver, querido, la comida ya esta lista, deja el periódico.
— ¿Cómo…? — Su padre alzo la vista y miro a su madre confundido — Ha, si, perdona querida. Estaba leyendo una noticia.
— ¿De qué se trata, padre? — Preguntó su hermano curioso.
— Nada importante, unos ponis de tierra… Parece ser que intentaron revelarse contra sus señores — Comentó tranquilamente mientras tomaba un plato — Lógicamente cualquier intento de revuelta fue rápidamente ahogado por los unicornios.
— Demasiadas libertades se les da a esos ponis de tierra, querido. Siempre están dando problemas. Deberían recordarles cuál es su sitio.
Silver asintió y la comida prosiguió como si nada. Windspeed y su padre se dedicaron a hablar de temas del reino, mientras que Saya paseaba su comida por todo el plato con profundo asco, ganándose otra regañina de su madre.
— No me importa si no te gusta, jovencita. Pero no te levantaras de esta mesa hasta que no termines tú plato.
— En ese caso, si no llego a clase de piano, será tú culpa — Añadió entre dientes.
— Y más te vale terminar pronto, tienes clase de piano ahora luego y tendrás que ser puntual si después quieres acompañarnos a tu hermano y a mí al mercado — Añadió su madre sin oír su respuesta.
Saya alzo la cabeza al escuchar la palabra “mercado” y miro a su madre. Era extraño que esta se acercara hasta el mercado, normalmente se limitaba a enviar a algún poni de tierra del servicio para no ensuciarse ella misma los cascos. La pequeña volvió a mirar el plato y luego a su madre, la oferta era demasiado tentadora, no todos los días tenía la oportunidad de salir de aquellas cuatro paredes. Tras pensarlo detenidamente, Saya cedió y se dispuso a terminar su plato, mientras su madre sonreía satisfecha.
Una clase de piano después, Saya esperaba impaciente en la puerta de entrada a la vez que una de las criadas intentaba adecentarla, mientras esta luchaba por librarse de ella.
— Ya estoy suficiente peinada ¡Déjame en paz!
— Lo siento señorita, pero su madre se molestara si no va arreglada. Tan solo déjeme colocarle los pasadores del pelo — Añadió cansada la poni intentando coger a la pequeña.
— ¿Por qué no te vas a limpiar? — Le espeto Saya, mientras se escurría de la criada, provocando que esta tropezara y cayera contra el suelo.
— Potrilla malcriada… — Murmuro entre dientes la criada al caer.
— ¿Qué has dicho? — Le pregunto Saya, colocándose frente a ella — No te he oído bien.
— Nada señorita.
En ese momento, la madre de Saya apareció en la entrada, seguida de su hermano y ambos se quedaron mirando la escena sorprendidos.
— ¿Qué ocurre aquí?
— Nada mi señora, tan solo intentaba peinar a la señorita — Contestó la criada, agachando la cabeza.
— En ese caso date prisa, no quiero retrasarme por tú culpa.
Su madre llego hasta donde Saya, y con una reprobadora mirada, logro que su hija se quedara quieta y consintiera que la criada le colocara los pasadores.
— Regresaremos para la hora de cenar. Así que quiero los platos calientes esperándonos en la mesa.
— Como mi señora ordene. Tendrán la cena caliente para cuando regresen — Añadió la poni agachando la cabeza.
Una vez listos, su madre salió por la puerta seguida de ambos hermanos. A la salida les esperaba un carruaje tirado por dos viejos ponis de tierra de aspecto cansado, al que subieron sin miramientos. Una vez dentro, este se puso en marcha y Saya observo por la ventana embelesada. Atrás iban dejando las casas de las familias más adineradas, y al fondo podían verse los torreones del enorme castillo. Frente a ella en cambio, la ciudad se iba volviendo más humilde poco a poco, cambiando los enormes caserones con jardines, por casas más sencillas.
La pequeña lo miraba todo sin descanso, montones de unicornios y pegasos pasaban frente a ella, muchos de ellos seguidos de ponis de tierra que cargaban con sus compras. La ciudad bullía de actividad.
Una vez llegaron a su destino, Saya bajo de un salto y siguió a su madre completamente embelesada.
— No te separes de mi, Saya. Podrías perderte — Le indico su madre mientras miraba unas telas de un puesto.
La pequeña asintió y se mantuvo pegado al flanco de su madre mientras seguía observando el sitio. Podía ver a muchos ponis de tierra cargando con pesadas mercancías, mientras que los pegasos y unicornios mercaderes anunciaban sus productos, mostrándolos a sus posibles clientes. Y en medio de todo el bullicio, también alcanzo a ver algún que otro unicornio de la guardia patrullando por las calles.
Su madre siguió avanzando por los puestos, cuando un grupo de jóvenes pegasos se les acercaron y saludaron efusivamente a Windspeed.
— ¡Hey Wind! ¿De compras con mama? — Añadió un pegaso oscuro, palmeando el hombro de su hermano.
— Hey chicos — Respondió su hermano, devolviéndole el golpe a su amigo.
— ¿Y esta renacuaja quién es? — Pregunto uno, acercándose a Saya — ¿Es tu hermana?
— Si, esta pequeña es mi hermanita, Saya — Dijo Wind, cubriendo a Saya con su ala.
— ¡No soy una renacuaja! — Espetó Saya enfadada.
— Una renacuaja con mucho carácter — Añadió otro entre risas.
— Pues yo creo que es una preciosa potrilla — Añadió una joven pegaso que llego en ese instante — Estos tontos chicos no saben apreciar la belleza ¿Verdad, Saya?
— Oh, Satomi, solo era una broma.
Los jóvenes comenzaron a hablar entre ellos, mientras Saya les observaba escondida bajo el ala de su hermano con el ceño fruncido. Satomi rio divertida ante su reacción y miro a la pequeña con cariño.
— Vamos Saya, no pongas esa cara de enfado. Seguro que estas mucho más guapa con una sonrisa en el rostro.
Como respuesta, Saya hincho sus mofletes y aparto la mirada, sacándole una carcajada a su hermano.
— No te esfuerces, Satomi. Saya nació ya con esa cara de mal genio.
Enfadada, Saya le propino un golpe a su hermano, el cual rápidamente la inmovilizo con su ala.
— Bueno chicos, será mejor que os deje. Es tarde y nuestra madre se enfadara si la retrasamos.
— Está bien, Wind. Nos veremos en las pruebas de selección — Comento el pegaso oscuro, chocando su casco con Windspeed — Mucha suerte amigo.
— Lo mismo os digo. Dentro de poco seremos alumnos de la mismísima guardia real.
— ¡Los mejores de nuestra promoción!
Los jóvenes pegasos rieron divertidos y se despidieron alegres mientras el sol iba ocultándose poco a poco. Saya y su hermano se reunieron rápidamente y poco después se encontraban de camino a casa de nuevo con un montón de objetos nuevos y un Wind nervioso ante la prueba que se iba acercando lentamente.