La leyenda de Adenror [Adventure] (añadido capítulo 19)
Publicado: 20 May 2014, 14:11
por Mishiro
Capítulo 1. Un conjuro a medianoche
Capítulo 2. Dos unicornios sin descanso
Spoiler:
Un pesado cúmulo de nubes negras se alzaba sobre toda Canterlot como una gruesa y oscura bóveda, opacando totalmente la luz de la luna y las estrellas. La lluvia caía pesada y fría sobre los elegantes edificios y sus cuidados jardines, sobre las amplias plazas y los verdes parques, conformando pequeños charcos y nimias corrientes de agua que fluían sobre el empedrado de las inclinadas calles con pretensión de ser grandes riadas. La ciudad parecía desierta y ni un alma se aventuraba a salir fuera de los acogedores muros de su casa a exponerse al frío y a las sombras de aquella oscura noche de tormenta, sólo iluminada muy puntualmente por algún rápido y estruendoso relámpago, que parecía cortar y hendir el aire con su brillo como si fuera un preciso cuchillo.
Las noches como aquella eran inusuales en la casi permanentemente idílica capital de Equestria, tanto como para que a un pony le sobrasen cascos a la hora de contar las que sucedían a lo largo de todo un año. Sin embargo, aún esas contadas y necesarias ocasiones despertaban el malestar, las quejas y los lamentos de los numerosos habitantes de la ciudad, acostumbrados a poder disfrutar de un continúo buen tiempo, tanto en verano como en invierno. No había sido diferente en aquella ocasión. Sin embargo, entre los que contemplaban a través de las ventanas como una negra y voraz oscuridad parecía anegarlo todo, se encontraba un unicornio que contemplaba con apenas contenida satisfacción el discurrir del clima.
Éste tenía ante sí, a través de la bóveda de límpido cristal que coronaba la amplia sala en que se encontraba, el espectáculo del alborotado cielo nocturno. Notaba como se acercaba la oportunidad que llevaba ya varios meses esperando, un momento propicio que probablemente no se repetiría en al menos un año. A pesar de la determinación que le movía a continuar con su plan, como en las anteriores ocasiones, una duda constreñía su mente. No tenía la plena garantía de que fuera a obtener un resultado satisfactorio y siempre estaba el miedo de que el uso de aquel especial conjuro pudiera ser percibido por otros unicornios o, peor, por cierta alicornio coronada.
El pony recorrió una vez más la estancia circular con la mirada. Normalmente aquello era el gran salón de astronomía, como testimoniaba la temática de los cientos de volúmenes que se apilaban en las librerías que ceñían la pared, el óculo de la bóveda en esos momentos cerrado que daba salida al gran telescopio y el mismo diseño y dibujo del enlosado, en el que coloridos puntos sobre el negro suelo figuraban ser estrellas y constelaciones. En ese momento, no obstante, el mismo telescopio y todos los demás instrumentos normalmente presentes habían sido retirados. Habrían sido una molestia en el ritual y, aunque con una excusa peregrina, él había logrado usar su influencia para despejar la habitación para poder usarla. Eso no había supuesto un problema. No había nadie en todo aquel centro que se hubiese negado a una petición de Brown Knowling, el más prestigioso estudioso de la magia arcana aydara y uno de los más importantes miembros del concejo rector del Celestium, quizá el centro de saber más prestigioso del reino.
A pesar del frío el unicornio sintió unas cuantas gotas de sudor recorriendo su frente y se pasó el casco derecho para quitárselas. Ante sí, sobre un improvisado atril, estaba colocado y desplegado el viejo pergamino, mostrando claramente escrito en viejas y algo descoloridas runas, el antiguo ritual de convocatoria. Él mismo, intentando reproducir la antigua ceremonia de Hiponia con minuciosidad, cubría su pelaje marrón con una réplica de las capas blancas de los magos aydaras. Tapaba también su cutie mark, un libro desplegado sobre el que se colocaban en un arco tres pequeñas estrellas negras.
Los ojos grisáceos de Brown, conforme se fue acercando la medianoche, se fueron centrando en los objetos colocados sobre una sencilla mesa, al otro lado del atril. El de mayor tamaño reposaba extendiéndose sobra la mesa como la masa aplastada de un pan sin cocer. Era una tabla de negra piedra con unas extrañas grafías en color dorado que, allí donde no habían sufrido daño, parecían representar una especie de mapa. Horas de estudio habían permitido a Knowling identificar con cierta seguridad las montañas y ríos señalados con los existentes en su época y los nombres de ciudades y villas con las viejas ruinas conocidas por los arqueólogos. Pero el uso real para el que aquel viejo mapa de Hiponia fue creado no tenía relación alguna con el aprendizaje de la geografía.
A su alrededor, las piezas clave en aquel proceso. Eran cuatro formas piramidales, de tres caras, labradas en una dura piedra negra desconocida. El unicornio había tardado varios años, revisando fuentes y referencias, rebuscando en ruinas y excavaciones, para haber podido hallarlas. Todavía estaba en ello, pues aún le quedaban pendientes de encontrar otros dos fragmentos que, con los que poseía, debían conformar la llamada gran piedra de Adenror, que según las pocas referencias legendarias que habían sobrevivido, otorgaba a quien la empleara un gran poder, el mismo que habían empleado los antiguos reyes de Hiponia, un poder que fue lo suficiente incluso para gobernar, aún por dos breves siglos, al margen mismo de las princesas de Equestria.
Knowling suspiró y se concentró en su objetivo. Los antiguos ritos de la coronación empezaban, por lo que había descubierto, precisamente con la búsqueda de los seis fragmentos del Adenror, que según la tradición habían sido siempre dispersados tras cada nueva coronación y que habían permanecido perdidos tras la caída del último líder aydara. El hechizo que estaba a punto de invocar, que ya le había ayudado a encontrar el cuarto fragmento, debía darle, si tenía suerte, la indicación del quinto, pero las condiciones necesarias para su ejecución hacían difícil su empleo.
Las agujas de un reloj que reposaba en uno de los estantes no tardaron en señalar la medianoche. Era el momento de empezar y Brown inició la reunión de magia en su cuerno. Con un sencillo gesto activó el mecanismo que abría la bóveda de cristal y, en menos de un segundo, el casi total silencio de la estancia fue apagado por el estruendoso sonido del viento que entró como una tromba en la sala mientras aquella desaparecía. Sonidos de diversos golpes y estropicios restallaron por doquier mientras el viento arrancaba libros y otros objetos de sus librerías y los arrojaba y empujaba por la estancia. El suelo pronto estuvo totalmente encharcado y, aún estando el acceso cerrado, se filtraba hacia las escaleras y a los pisos inferiores. La estancia entera no tardó en ser un completo caos.
Brown, ignorando que ya estaba totalmente empapado y con su crin negra cayéndole pesadamente sobre la cabeza, comenzó lentamente a pronunciar las palabras del conjuro, dirigiendo su magia hacia los fragmentos, en su deseo de activarlos. Al principio no pudo estar seguro de si iba a lograrlo o volvería a fracasar, pero cuando una intensa luz le cegó de pronto mientras un trueno parecía retumbar dentro de la sala, supo que esa vez podía lograrlo. Los cuatro fragmentos negros empezaron a lanzar destellos y a elevarse levemente sobre el rústico mapa, puesto en seguida en conexión por una reluciente correcta que surgió entre ellos. A pesar de todos sus esfuerzos y análisis, Knowling todavía no entendía muy bien qué tipo de magia contenían aquellos extraños artefactos, pero se alegró al ver que, por lo menos, parecía que aún estaba plenamente vigente.
Los fragmentos del Adenror, poco a poco, comenzaron a moverse, girando en el sentido de las agujas del reloj en torno al viejo mapa. La atmósfera del salón estaba anegada de una extraña energía, potenciada y encendida por la tormenta, que seguía azotando con sus turbulencias a los indefensos objetos, sobre todo los libros de las estanterías, que eran arrastrados y empujados de un lado a otro por el fuerte aire. Knowling seguía pronunciando las palabras del ritual, apenas audible bajo el rugido del viento y el ruido encendido de los relámpagos y de la lluvia.
El unicornio sentía como su energía mágica era drenada rápidamente. No era la primera vez que experimentaba algo así, por lo que, aún con toda la incomodidad, no se sentía nervioso y sabía bien hasta cuándo podía aguantar y cuándo empezaba a ser peligroso. Ante él, que sólo podía seguir canalizando su poder hacia los fragmentos mientras recitaba el conjuro, las piezas del Adenror habían generado ya una poderosa esfera de energía en cuyo interior aumentaron la velocidad de su movimiento. En teoría, debían ser capaces de canalizar tal poder para entrar en contacto con al menos uno de los dos fragmentos faltantes, encontrándolo allá donde estuviere por muy lejos que fuere y señalándolo la posición del mismo en el viejo mapa. Knowling esperaba que estuviera en una parte no dañada de aquel.
Un relámpago pareció encender de nuevo el cielo y el clamor del trueno, por un segundo, llenó el salón y momentáneamente Brown se quedó casi totalmente sordo. Con un gran esfuerzo, sin embargo, logró pronunciar las últimas palabras y, con gozo no contenido, observó como la esfera conformada en torno a las piezas del Adenror se fue volcando sobre sí misma, reduciéndose, hasta canalizarse en un haz de luz que se proyectó sobre la superficie plana que reflejaba la silueta del viejo reino de Hiponia.
Knowling se apoyó sobre el atril, casi derribándolo, para ver lo mejor posible cuál era el lugar señalado. Su mirada ansiosa vio caer el haz de luz sobre la que fuera la capital de los aydara para luego dirigirse hacia lo que era el norte. Se movía lentamente y llegó hasta los límites del mapa, sorprendiendo a Brown, pues había ido más allá de las fronteras de Hiponia hasta un pequeño valle que quedaba no lejos de la misma Canterlot. Allí se detuvo el pequeño haz de luz durante unos segundos antes de desvanecerse.
Los fragmentos del Adenror se volvieron a posar suavemente sobre la mesa mientras el unicornio respiraba pausadamente. Aquel hechizo era rápido de ejecutar, pero intenso. Llevarlo a cabo siempre le dejaba bastante exhausto, tanto como para no importarle que a su alrededor el viento y la lluvia continuaran causando estragos. Estuvo unos minutos totalmente quieto, intentando no hacer ningún esfuerzo, antes de reaccionar. Repitiendo el gesto anterior, hizo subir nuevamente la bóveda y en cuestión de segundos un aparentemente atronador silencio se adueñó de la sala. El suelo de la misma estaba totalmente anegado, con el agua suficiente para tener medio sumergidas los primeros estantes de las librerías, y una multitud de tomos flotaban o estaban hundidos a lo largo de la estancia.
Knowling ignoró el agua, que le cubría por encima de los tobillos, y se acercó al mapa. Tenía la mirada fija en el punto exacto en que, si el conjuro había funcionado, debía poder encontrar el quinto fragmento del Adenror y acercarse a su más codiciada meta. Equestria había cambiado mucho desde que un mago aydara trazará el mapa, pero él lo había usado lo suficiente como para poder manejarlo e identificar casi todos los lugares que aparecían en él. El pequeño valle que centraba su mirada estaba realmente cerca de Canterlot y eso no dejaba de sorprender al unicornio. Nunca se había encontrado un yacimiento aydara por esa zona y, por un momento, incluso pensó que de alguna manera el conjuro había salido mal. Conociendo poco la geografía actual, no pudo evitar preguntarse que habría en aquel lugar en ese momento… El mapa aydara no señalaba nada. Lo más cercano que aparecía era un bosque llamado… Everfree.
Pero Brown Knowling no era el único que aquella noche no había ido a la cita diaria con el sueño. Desde sus estancias privadas en el castillo real, una alta y blanca alicornio de colorida crin reposaba meditando, firme como una estatua, atenta a cualquier señal de la vieja hechicería aydara que pudiera percibir. Percibía bien que aquél al que llevaba un tiempo vigilando podía volver a intentar realizar aquel viejo rito y se preguntaba cuánto habría descubierto aquel profesor sobre los antiguos reyes y hasta dónde sería prudente dejarle avanzar.
La princesa recordó una vez más lo que sabía de él, que era relativamente poco. No era más que un académico más, afamado y prestigioso en un campo relativamente poco cultivado, incluso entre las erudiciones más dejadas de lado que algunos practicaban con fruición entre los pasillos y estancias del Celestium, un centro del saber no conocido precisamente por su interés por el saber práctico. En uno de los pocos encuentros que tuvo con el unicornio sólo le había parecido otro profesor más deseoso de prestigio y renombre, no desprovisto de algunas cualidades, y un hábil prácticamente de magias arcaicas… Pero nada que le pareciera llamativo o sobresaliente. Pero había terminado por descubrir que el profesor Knowling parecía ocultar ambiciones mucho más allá de prosperar como académico.
Estaba dándole vueltas a esa idea cuando, poco después de pasada la medianoche, sintió brevemente como si una corriente traspasara toda la estancia. No pudo evitar sentirse estremecida por un momento, no por miedo o inquietud, sino más bien casi por nostalgia. Hacía más de quinientos años, hasta que Knowling empezó a reproducir el viejo rito, que no había percibido la corriente de magia provocada por el antiguo rito de la convocatoria. Aún estaba sorprendida de que realmente aquél hubiera sido capaz de realizarlo con éxito, ¡dos veces ya en ese momento! Los avances y los planes del viejo profesor, entendía Celestia, acabarían ocasionando un problema que habría que solucionar. Existía el riesgo de que desatara una grave crisis en Equestria…
“Aunque también”, pensó la alicornio, “podía ocasionarse una buena oportunidad, una ocasión para pulir aún más los talentos y dones de mi mejor aprendiz… Si es que mi memoria no me falla acerca del lugar donde quedó oculto el quinto fragmento del Adenror… Mañana temprano tendré que escribirle una larga carta a mi estimada Twilight Sparkle”, se dijo, sonriendo como si la mera idea la alegrara.
Las noches como aquella eran inusuales en la casi permanentemente idílica capital de Equestria, tanto como para que a un pony le sobrasen cascos a la hora de contar las que sucedían a lo largo de todo un año. Sin embargo, aún esas contadas y necesarias ocasiones despertaban el malestar, las quejas y los lamentos de los numerosos habitantes de la ciudad, acostumbrados a poder disfrutar de un continúo buen tiempo, tanto en verano como en invierno. No había sido diferente en aquella ocasión. Sin embargo, entre los que contemplaban a través de las ventanas como una negra y voraz oscuridad parecía anegarlo todo, se encontraba un unicornio que contemplaba con apenas contenida satisfacción el discurrir del clima.
Éste tenía ante sí, a través de la bóveda de límpido cristal que coronaba la amplia sala en que se encontraba, el espectáculo del alborotado cielo nocturno. Notaba como se acercaba la oportunidad que llevaba ya varios meses esperando, un momento propicio que probablemente no se repetiría en al menos un año. A pesar de la determinación que le movía a continuar con su plan, como en las anteriores ocasiones, una duda constreñía su mente. No tenía la plena garantía de que fuera a obtener un resultado satisfactorio y siempre estaba el miedo de que el uso de aquel especial conjuro pudiera ser percibido por otros unicornios o, peor, por cierta alicornio coronada.
El pony recorrió una vez más la estancia circular con la mirada. Normalmente aquello era el gran salón de astronomía, como testimoniaba la temática de los cientos de volúmenes que se apilaban en las librerías que ceñían la pared, el óculo de la bóveda en esos momentos cerrado que daba salida al gran telescopio y el mismo diseño y dibujo del enlosado, en el que coloridos puntos sobre el negro suelo figuraban ser estrellas y constelaciones. En ese momento, no obstante, el mismo telescopio y todos los demás instrumentos normalmente presentes habían sido retirados. Habrían sido una molestia en el ritual y, aunque con una excusa peregrina, él había logrado usar su influencia para despejar la habitación para poder usarla. Eso no había supuesto un problema. No había nadie en todo aquel centro que se hubiese negado a una petición de Brown Knowling, el más prestigioso estudioso de la magia arcana aydara y uno de los más importantes miembros del concejo rector del Celestium, quizá el centro de saber más prestigioso del reino.
A pesar del frío el unicornio sintió unas cuantas gotas de sudor recorriendo su frente y se pasó el casco derecho para quitárselas. Ante sí, sobre un improvisado atril, estaba colocado y desplegado el viejo pergamino, mostrando claramente escrito en viejas y algo descoloridas runas, el antiguo ritual de convocatoria. Él mismo, intentando reproducir la antigua ceremonia de Hiponia con minuciosidad, cubría su pelaje marrón con una réplica de las capas blancas de los magos aydaras. Tapaba también su cutie mark, un libro desplegado sobre el que se colocaban en un arco tres pequeñas estrellas negras.
Los ojos grisáceos de Brown, conforme se fue acercando la medianoche, se fueron centrando en los objetos colocados sobre una sencilla mesa, al otro lado del atril. El de mayor tamaño reposaba extendiéndose sobra la mesa como la masa aplastada de un pan sin cocer. Era una tabla de negra piedra con unas extrañas grafías en color dorado que, allí donde no habían sufrido daño, parecían representar una especie de mapa. Horas de estudio habían permitido a Knowling identificar con cierta seguridad las montañas y ríos señalados con los existentes en su época y los nombres de ciudades y villas con las viejas ruinas conocidas por los arqueólogos. Pero el uso real para el que aquel viejo mapa de Hiponia fue creado no tenía relación alguna con el aprendizaje de la geografía.
A su alrededor, las piezas clave en aquel proceso. Eran cuatro formas piramidales, de tres caras, labradas en una dura piedra negra desconocida. El unicornio había tardado varios años, revisando fuentes y referencias, rebuscando en ruinas y excavaciones, para haber podido hallarlas. Todavía estaba en ello, pues aún le quedaban pendientes de encontrar otros dos fragmentos que, con los que poseía, debían conformar la llamada gran piedra de Adenror, que según las pocas referencias legendarias que habían sobrevivido, otorgaba a quien la empleara un gran poder, el mismo que habían empleado los antiguos reyes de Hiponia, un poder que fue lo suficiente incluso para gobernar, aún por dos breves siglos, al margen mismo de las princesas de Equestria.
Knowling suspiró y se concentró en su objetivo. Los antiguos ritos de la coronación empezaban, por lo que había descubierto, precisamente con la búsqueda de los seis fragmentos del Adenror, que según la tradición habían sido siempre dispersados tras cada nueva coronación y que habían permanecido perdidos tras la caída del último líder aydara. El hechizo que estaba a punto de invocar, que ya le había ayudado a encontrar el cuarto fragmento, debía darle, si tenía suerte, la indicación del quinto, pero las condiciones necesarias para su ejecución hacían difícil su empleo.
Las agujas de un reloj que reposaba en uno de los estantes no tardaron en señalar la medianoche. Era el momento de empezar y Brown inició la reunión de magia en su cuerno. Con un sencillo gesto activó el mecanismo que abría la bóveda de cristal y, en menos de un segundo, el casi total silencio de la estancia fue apagado por el estruendoso sonido del viento que entró como una tromba en la sala mientras aquella desaparecía. Sonidos de diversos golpes y estropicios restallaron por doquier mientras el viento arrancaba libros y otros objetos de sus librerías y los arrojaba y empujaba por la estancia. El suelo pronto estuvo totalmente encharcado y, aún estando el acceso cerrado, se filtraba hacia las escaleras y a los pisos inferiores. La estancia entera no tardó en ser un completo caos.
Brown, ignorando que ya estaba totalmente empapado y con su crin negra cayéndole pesadamente sobre la cabeza, comenzó lentamente a pronunciar las palabras del conjuro, dirigiendo su magia hacia los fragmentos, en su deseo de activarlos. Al principio no pudo estar seguro de si iba a lograrlo o volvería a fracasar, pero cuando una intensa luz le cegó de pronto mientras un trueno parecía retumbar dentro de la sala, supo que esa vez podía lograrlo. Los cuatro fragmentos negros empezaron a lanzar destellos y a elevarse levemente sobre el rústico mapa, puesto en seguida en conexión por una reluciente correcta que surgió entre ellos. A pesar de todos sus esfuerzos y análisis, Knowling todavía no entendía muy bien qué tipo de magia contenían aquellos extraños artefactos, pero se alegró al ver que, por lo menos, parecía que aún estaba plenamente vigente.
Los fragmentos del Adenror, poco a poco, comenzaron a moverse, girando en el sentido de las agujas del reloj en torno al viejo mapa. La atmósfera del salón estaba anegada de una extraña energía, potenciada y encendida por la tormenta, que seguía azotando con sus turbulencias a los indefensos objetos, sobre todo los libros de las estanterías, que eran arrastrados y empujados de un lado a otro por el fuerte aire. Knowling seguía pronunciando las palabras del ritual, apenas audible bajo el rugido del viento y el ruido encendido de los relámpagos y de la lluvia.
El unicornio sentía como su energía mágica era drenada rápidamente. No era la primera vez que experimentaba algo así, por lo que, aún con toda la incomodidad, no se sentía nervioso y sabía bien hasta cuándo podía aguantar y cuándo empezaba a ser peligroso. Ante él, que sólo podía seguir canalizando su poder hacia los fragmentos mientras recitaba el conjuro, las piezas del Adenror habían generado ya una poderosa esfera de energía en cuyo interior aumentaron la velocidad de su movimiento. En teoría, debían ser capaces de canalizar tal poder para entrar en contacto con al menos uno de los dos fragmentos faltantes, encontrándolo allá donde estuviere por muy lejos que fuere y señalándolo la posición del mismo en el viejo mapa. Knowling esperaba que estuviera en una parte no dañada de aquel.
Un relámpago pareció encender de nuevo el cielo y el clamor del trueno, por un segundo, llenó el salón y momentáneamente Brown se quedó casi totalmente sordo. Con un gran esfuerzo, sin embargo, logró pronunciar las últimas palabras y, con gozo no contenido, observó como la esfera conformada en torno a las piezas del Adenror se fue volcando sobre sí misma, reduciéndose, hasta canalizarse en un haz de luz que se proyectó sobre la superficie plana que reflejaba la silueta del viejo reino de Hiponia.
Knowling se apoyó sobre el atril, casi derribándolo, para ver lo mejor posible cuál era el lugar señalado. Su mirada ansiosa vio caer el haz de luz sobre la que fuera la capital de los aydara para luego dirigirse hacia lo que era el norte. Se movía lentamente y llegó hasta los límites del mapa, sorprendiendo a Brown, pues había ido más allá de las fronteras de Hiponia hasta un pequeño valle que quedaba no lejos de la misma Canterlot. Allí se detuvo el pequeño haz de luz durante unos segundos antes de desvanecerse.
Los fragmentos del Adenror se volvieron a posar suavemente sobre la mesa mientras el unicornio respiraba pausadamente. Aquel hechizo era rápido de ejecutar, pero intenso. Llevarlo a cabo siempre le dejaba bastante exhausto, tanto como para no importarle que a su alrededor el viento y la lluvia continuaran causando estragos. Estuvo unos minutos totalmente quieto, intentando no hacer ningún esfuerzo, antes de reaccionar. Repitiendo el gesto anterior, hizo subir nuevamente la bóveda y en cuestión de segundos un aparentemente atronador silencio se adueñó de la sala. El suelo de la misma estaba totalmente anegado, con el agua suficiente para tener medio sumergidas los primeros estantes de las librerías, y una multitud de tomos flotaban o estaban hundidos a lo largo de la estancia.
Knowling ignoró el agua, que le cubría por encima de los tobillos, y se acercó al mapa. Tenía la mirada fija en el punto exacto en que, si el conjuro había funcionado, debía poder encontrar el quinto fragmento del Adenror y acercarse a su más codiciada meta. Equestria había cambiado mucho desde que un mago aydara trazará el mapa, pero él lo había usado lo suficiente como para poder manejarlo e identificar casi todos los lugares que aparecían en él. El pequeño valle que centraba su mirada estaba realmente cerca de Canterlot y eso no dejaba de sorprender al unicornio. Nunca se había encontrado un yacimiento aydara por esa zona y, por un momento, incluso pensó que de alguna manera el conjuro había salido mal. Conociendo poco la geografía actual, no pudo evitar preguntarse que habría en aquel lugar en ese momento… El mapa aydara no señalaba nada. Lo más cercano que aparecía era un bosque llamado… Everfree.
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Pero Brown Knowling no era el único que aquella noche no había ido a la cita diaria con el sueño. Desde sus estancias privadas en el castillo real, una alta y blanca alicornio de colorida crin reposaba meditando, firme como una estatua, atenta a cualquier señal de la vieja hechicería aydara que pudiera percibir. Percibía bien que aquél al que llevaba un tiempo vigilando podía volver a intentar realizar aquel viejo rito y se preguntaba cuánto habría descubierto aquel profesor sobre los antiguos reyes y hasta dónde sería prudente dejarle avanzar.
La princesa recordó una vez más lo que sabía de él, que era relativamente poco. No era más que un académico más, afamado y prestigioso en un campo relativamente poco cultivado, incluso entre las erudiciones más dejadas de lado que algunos practicaban con fruición entre los pasillos y estancias del Celestium, un centro del saber no conocido precisamente por su interés por el saber práctico. En uno de los pocos encuentros que tuvo con el unicornio sólo le había parecido otro profesor más deseoso de prestigio y renombre, no desprovisto de algunas cualidades, y un hábil prácticamente de magias arcaicas… Pero nada que le pareciera llamativo o sobresaliente. Pero había terminado por descubrir que el profesor Knowling parecía ocultar ambiciones mucho más allá de prosperar como académico.
Estaba dándole vueltas a esa idea cuando, poco después de pasada la medianoche, sintió brevemente como si una corriente traspasara toda la estancia. No pudo evitar sentirse estremecida por un momento, no por miedo o inquietud, sino más bien casi por nostalgia. Hacía más de quinientos años, hasta que Knowling empezó a reproducir el viejo rito, que no había percibido la corriente de magia provocada por el antiguo rito de la convocatoria. Aún estaba sorprendida de que realmente aquél hubiera sido capaz de realizarlo con éxito, ¡dos veces ya en ese momento! Los avances y los planes del viejo profesor, entendía Celestia, acabarían ocasionando un problema que habría que solucionar. Existía el riesgo de que desatara una grave crisis en Equestria…
“Aunque también”, pensó la alicornio, “podía ocasionarse una buena oportunidad, una ocasión para pulir aún más los talentos y dones de mi mejor aprendiz… Si es que mi memoria no me falla acerca del lugar donde quedó oculto el quinto fragmento del Adenror… Mañana temprano tendré que escribirle una larga carta a mi estimada Twilight Sparkle”, se dijo, sonriendo como si la mera idea la alegrara.
Capítulo 2. Dos unicornios sin descanso
Spoiler:
Las humildes llamas de la pequeña hoguera se estremecieron y vacilaron levemente cuando otra corriente se abrió paso en la estrecha gruta, amenazando con apagarla. La joven unicornio que se recostaba a su lado, cobijada y casi oculta entre un par de viejas y roídas mantas, apenas se inmutó ni pareció interesada en hacer el más mínimo esfuerzo por mantener el fuego. A pesar de que aquella era una cálida noche de mediados de mayo, incluso entre aquellas colinas, la pony parecía temblorosa, como si se estuviera congelando, inmersa en el más frío de los inviernos.
Sus agrietados labios se abrieron para soltar algo parecido a un gruñido mientras, una vez más, intentaba acomodarse sobre el duro suelo, que en vano intentaba mantener “limpió” de pequeñas piedras, ramas u hojas. Cerrando los ojos intentó dormir y por un momento se limitó a sentir el ritmo lento y pesado de su propia respiración. Pero, a pesar de lo exhausta que se encontraba, no lograba conciliar el sueño. Se habían cumplido ya dos semanas desde que empezara a unirse el insomnio a la ya larga lista de problemas que tenía en su vida y cada vez le era más difícil gozar siquiera de tres o cuatro horas seguidas de descanso. El creciente malestar físico que sentía sólo aumentaba la frustración, la impotencia y la ira que la embargaban cuando su mente, aún debilitada, le volvía a hacer patente lo miserable de su condición actual.
Consciente de que no iba lograr dormirse y harta de sentir todo tipo de pinchazos y molestos roces en su dolorido costado, decidió levantarse y salir a “tomar el fresco”. Aunque no sin un poco de dificultad, logró ponerse en pie, haciendo que las dañadas telas que la cubrían cayesen entremezcladas al suelo, mostrando un pelaje tan sucio que apenas se podía percibir, en algunos lugares, el gris azulado original. Su crin y su cola no estaban en mejores condiciones. Ella dirigió una cansada mirada hacia su costado derecho y, con un movimiento algo torpe de su pata, se desprendió de varios pequeños guijarros y hojas que se habían quedado adheridos al estar recostada sobre ellos.
Sus pasos, un tanto vacilantes, la llevaron fuera de la gruta, recordándole nuevamente a su en parte adormilada cabeza dónde estaba. Desde el pequeño risco que sobresalía a pocos metros de la entrada de la caverna en que se había refugiado, se tenía una perfecta vista de los alrededores. Las colinas y sus sinuosos juegos de cuevas y salientes, las caprichosas formas de las rocas, el pequeño y cristalino lago en el fondo de la hondonada, todo el lugar estaba iluminado por la blanquecina y bella luz de la luna, que parecía convertir aquel desolado lugar en un auténtico paraje encantado. No era el mejor lugar para instalarse y vivir, pero no habitaban en él peligrosas criaturas y permitía a la joven unicornio tener acceso constante a una fuente de agua y una nada desdeñable variedad de frutos y setas variadas entre los cercanos bosquecillos. Cuando contempló, no sin maravillarse, la belleza de aquel lugar por primera vez, nunca se imaginó que acabaría teniendo que recurrir a él como refugio o, mejor dicho, como lugar de exilio.
Pero hacía ya muchos días que no se fijaba en los encantos del lugar que, de alguna manera, ella sentía ahora más bien como una prisión que como un improvisado cobijo. Su mirada iba más allá de las colinas, descendiendo por un abandonado sendero hacia el valle que, a poco más de medio día, quizá un día de camino, se desplegaba con todo su verdor. Había pocas luces que lo iluminaran pero, con la claridad de aquella noche, la unicornio podía, aún la distancia, llegar reconocer el perfil de algunos de los edificios más sobresaliente de aquel condenado lugar en que había comenzado su descenso a los infiernos, ese rústico y odioso pueblo en que la vida que había llevado y que tanto amaba llegó a un brusco, humillante y doloroso final… Ponyville, la odiosa Ponyville. Todo por culpa de aquella endemoniada unicornio lavanda, de esa entrometida petulante y de su estúpida magia. La odiaba más de lo que nunca había creído jamás que pudiera detestar a nadie. Sólo con recordarla sentía como le hervía la sangre y como le embargaba una molesta, incluso casi dolorosa sensación de que algo la quemaba por dentro.
-Algún día…-musitó, susurrando para sí con una voz cansada, seca, que arrastraba más que pronunciaba las palabras-...la gran y poderosa Trixie renacerá de sus cenizas y –una breve tos le interrumpió unos segundos-…y,…, y todos los que se han burlado o menospreciado a esta gran hechicera, ¡conocerán su terrible venganza!
No había nadie cerca que pudiera contestar a tal pretenciosa proclama, poner en duda tal posibilidad ante el desgastado aspecto de la joven o siquiera escucharla. Sólo las mudas rocas eran, y no por primera vez, indiferentes testigos de las palabras vanas y retorcidos deseos de la unicornio que, en tanto su cada vez más debilitado estado lo permitía, concentraba todos sus esfuerzos en mantener vivo en su mente y en su memoria el terrible daño que le habían infligido y la viva necesidad que la impulsaba y la mantenía con viva de llegar algún día a vengarse de sus enemigos. La esperanza, aunque lejana, minúscula, de verse algún día resarcida, era lo único que permitía que, a pesar de todo, siguiera pudiendo mantenerse en pie, firme, sobre sus cuatro cascos y con la cabeza sana y en su sitio.
Una leve brisa nocturna pasó sobre ella, casi acariciando su lomo, haciendo que volviera a agitarse, temblando, por la fuerte sensación de frío que la embargo. Ella misma no entendía cómo podía sentirse tan helada con el buen clima que se llevaba ya disfrutando desde hacía un mes en aquellos parajes. Era cierto que, en la lejanía, sobre la gran ciudad capital de Canterlot, se percibía la sombra de una fuerte tormenta, pero ésta estaba ceñida en torno a aquella y no llegaba mucho más lejos. Al dirigir la mirada hacia arriba, Trixie podía contemplar despejado y luminoso, un hermoso cielo nocturno presidido por el orbe de la princesa Luna y plagado de brillantes estrellas. Ni un solo indicio de mal tiempo.
Estaba pensando en ello, más para distraer su mente en espera de que el sueño la llevará que por auténtico interés cuando una extraña sensación la sobresaltó. La atmósfera tranquila que hacía apenas unos segundos llenaba el lugar de pronto pareció enrarecer y una poderosa corriente mágica cruzó el lugar. A los ojos de cualquier pony no unicornio no hubo nada anormal en aquellos segundos pero la joven pudo sentir claramente como un misterioso rastro de hechicería, fruto de algún conjuro, llegó procedente de algún lugar desconocido para impactar contra la colina, filtrándose a continuación entre algunas grietas o por alguna de las múltiples cavernas que penetraban en el interior de la tierra.
Inquietud, miedo y fascinación, alternándose en su predominio, embargaron a la unicornio. Aquel extraño e inesperado fenómeno, que nunca se habría imaginado, en principio la asustó y estuvo a punto de salir trotando de allí, consumiendo todas las energías que le quedaran en una desesperada huída aún a costa de dejar sus pocos efectos personales abandonados en su gruta, pero algo la retuvo. Nunca, en su corta pero experimentada viva, había sentido una energía mágica como aquella y, si bien era bastante joven, sus viajes por toda Equestria la habían puesto en contacto con todo tipo de brujerías y prácticas extrañas… Pero nada se asemejaba a lo que acababa de percibir. Curiosidad, una gran y sedienta curiosidad que no había sentido desde hacía años, desde sus tiempos de potrilla, la empujaba a querer buscar respuestas sobre la naturaleza de aquel extraño poder.
Estuvo quieta, temblando ligeramente, dirigiéndose su mirada alternativamente al cielo, hacia el camino descendiente que llevaba hacia Ponyville y hacia la rocosa pared en una de cuyas aberturas había desaparecido el rastro de aquel conjuro, si es que, como sospechaba, lo que acababa de sentir era un conjuro. Finalmente, cuando algo en su mente le sugirió que aquello podría ser una señal del inicio de su retorno a la grandeza, se decidió.
Encontrándose repentinamente estimulada, tanto como hacía mucho tiempo que no se sentía, se dirigió, concentrando energía en su cuerno para poder usar un pequeño hechizo que le permitiera rastrear la presencia de magia, hacia una de las amplias aberturas, circular y negra como una oscura boca que abriera la montaña, por la que presentía que aquella misteriosa energía había entrado.
Al cruzar el umbral y al verse repentinamente rodeada de tinieblas, una última duda estuvo cerca de desquebrajar su intempestiva y imprevista determinación, pero la pequeña chispa que la había hecho soñar con que era se estaba poniendo en camino a la recuperación de su vieja vida había crecido rápida como el fuego en un pajar y con tal ambición estaba decidida a superar cualquier temor que pudiera embargarla. Admitía para sí que el valor nunca había sido una de sus virtudes pero, en ese momento, era mucho lo que podía estar en juego sobre el tapete.
Con un poco de esfuerzo activo un hechizo de iluminación y siguió adentrándose en la gruta. Al principio la encontró parecida a aquella cercana en la que llevaba tiempo refugiándose por las noches, un pequeño y estrecho corredor excavado en la roca viva por la erosión del agua. Sólo se escuchaba el restallido de sus cascos contra una superficie cada vez más llena de gravilla. Pero conforme fue avanzando sintió más que vio como los muros se iban distanciando, quedando sepultados entre las sombras a sus flancos, mientras una gran caverna se abría ante ella. El techo, que casi había podido rozar en algún momento con su cuerno, también se elevó sobre ella y por un momento volvió a estremecerse, sintiéndose rodeada y sola, sumergida en una tenebrosa oscuridad. Pero no pensó en retroceder y el rastro de aquella energía se percibía a cada paso con más intensidad, por lo que siguió avanzando entre aquellas tinieblas.
Y, de repente, una superficie apareció ante su camino, haciendo que casi chocara contra ella. Al principio le pareció una pared de piedra pero, al ir acostumbrándose sus ojos a la luz y al mirarla con atención, se dio cuenta de los salientes de aquel muro tenían extrañas formas que podía reconocer… Era un relieve, un relieve esculpido en piedra. Se alejó unos pocos pasos, lentamente para no tropezar y se esforzó por aumentar la potencia de la luz que usaba para iluminarse. A pesar de que no tenía demasiadas fuerzas logró, por unos segundos, conseguir que su cuerno brillara lo suficiente para contemplar lo que tenía ante sí con total claridad.
Una puerta. Una gran puerta decorada con múltiples y variados relieves, así como por unos extraños gráficos que tenían el aspecto de viejas runas. Trixie nunca había encontrado nada así y no imaginaba que era lo que tenía ante ella. Pero sí sabía una cosa. Tras aquellas puertas debía ocultarse algo, algo grandioso y poderoso, justo lo que necesitaba la gran Trixie para poner a todos sus enemigos donde merecían, pidiendo perdón y clemencia ante sus cascos. Al imaginarse a aquella odiosa unicornio lavanda humillada ante ella no pudo reprimir una amplia sonrisa.
Impulsada, animada por aquella fantasía, se acercó sin dudar a la puerta y, tras posar suavemente su casco derecho sobre aquella, presionó con el afán de abrirla… Pero no paso nada. El portón de piedra, pesado, pareció ajeno al para él insignificante gesto de Trixie, casi como riéndose de ella. Ésta, impaciente, colocó sus dos cascos sobre la superficie de la entrada y empujó con toda la fuerza que pudo. Y siguió sin producirse ningún cambio. Una fugaz pero enorme ira la inundó y, determinada a que nada se interpusiera en su camino hacia la venganza, colocó su cuerno allí donde parecía estar la separación entre las dos hojas, decidida a usar toda la magia que le quedara con tal de obligar a la puerta a abrirse.
Sin embargo, antes de que hubiera siquiera empezado a pensar qué hechizo debía usar, la puerta, antes indiferente a sus vanos intentos, pareció reaccionar. Una punzante y dolorosa corriente surgió de la misma y cargó contra una sorprendida unicornio. Trixie no pudo contener un agudo grito de dolor cuando una corriente eléctrica atravesó su cuerpo, de cuerno a rabo, lanzándola con fuerza hacia atrás, provocando que rodara con fuerza y violencia contra el rocoso suelo. No había sido un ataque mortal, pero el ya maltrecho cuerpo de la joven no pudo dejar de resentirse y ésta, por unos segundos, no pudo hacer otra cosa que sentir como un gran dolor llenaba su cuerpo y como el sabor algo metálico de la sangre llenaba su boca.
Un fuerte sonido y lo que parecía un estremecimiento de la caverna hizo finalmente que Trixie reaccionara, logrando ponerse en pie sobre sus cuatro maltrechas patas, algunas de las cuales delataban en su pelaje unas cuantas heridas y roces sangrantes. Sintiéndose agotada no había podido mantener el hechizo de iluminación y se encontraba en ese mismo momento rodeada de una negra oscuridad. Hasta ese momento no había notado la presencia de nadie más en la cueva pero, en ese momento, tuvo la intuición de que algo terrible se le acercaba y, quebrado en mil pedazos su espíritu por aquel golpe, no tuvo nada que impidiera que un infinito miedo entrará y doblegara hasta el fondo su corazón como nunca lo había hecho.
No sé molesto en intentar restablecer la luz y, de hecho, el gran dolor que sentía en su cuerno le disuadía de la idea de intentar realizar ni la más sencilla magia. Se limitó a correr. Ni siquiera podía estar segura de a dónde iba ni si estaba siguiendo la ruta correcta hacia la salida, pero tampoco se detuvo a pensar. Avanzaba a ciegas, tropezando, chocando contra las rocosas paredes llenas de agudos salientes, y a cada paso cada una de sus cuatro patas parecía querer gritar de dolor, romperse como si de cristal se tratara… Pero aquella presencia, persiguiéndola, le nublaba el juicio y la dejaba con la única opción de huir, ir a cualquier otro sitio, al que fuera…
De alguna manera, tras unos minutos de la peor angustia, logró salir fuera y se volvió a encontrar sobre los riscos que presidían las viejas colinas en que llevaba casi un mes refugiada. Pero, en ese momento, haber logrado salir de la caverna no era bastante para la unicornio y, sin detenerse siquiera a tomar un poco de aire para recuperarse, siguió trotando. Seguía sin pensar en tomar una dirección y es que, aunque hubiera podido detenerse a meditarlo, difícilmente habría recordado algún lugar que pudiera considerar seguro. Lo único que tenía en su asustada cabeza era la necesidad de alejarse de allí lo más rápido y lo más lejos posible.
A pesar de sentirse más deshecha a cada segundo no se detuvo. Sólo el mero hecho de respirar empezó a ser una tortura mientras el sudor frío que sentía alrededor de todo su cuerpo acentuaba el helor que le rodeaba. La adrenalina le dio energía para aguantar tal precipitada carrera lo bastante tiempo como para dejar atrás aquellas colinas. Al disminuir la sensación de peligro, el gran cansancio que sufría su maltratado cuerpo empezó a hacer sentir. Su paso se fue haciendo más lento, dejo de escuchar el sonido de sus pasos, el mundo parecía oscurecerse a su alrededor…
Cuando quiso darse cuenta, estaba en lo que parecía un pequeño bosque. Se vio rodeada de árboles por todas partes… Pero, no era lo que parecía. Se dio cuenta de que el lugar parecía cuidado, trabajado, no era una zona silvestre y alguien se había molestado en arrancar las malas hierbas… En la distancia, le pareció distinguir algo entre los troncos y frondosas copas de los árboles… Un edificio pintado de un llamativo color rojo… Trixie decidió intentar llegar hasta allí…
Un delicioso y fresco aroma a frutas diversas llenaba la pequeña cocina mientras el pequeño dragoncito, encaramado sobre un taburete, pelaba con habilidad unas naranjas para añadirlas a la ensalada que estaba preparando. Trabajaba con una sonrisa, disfrutando de que, al menos por unas horas, el lugar estuviera tranquilo y en silencio, sin los ruidos nerviosos y un tanto molestos de su “hermana” al pasear nerviosa mientras leía algún libro, revolviendo los que estaban en la estantería en busca de algún volumen esquivo o mientras le repetía, incansable y una y otra vez, todo lo que tenían que hacer aquel día, aquella semana o, incluso, aquel mes.
Y, mientras añadía los trozos de naranja al resto de la fruta y usaba dos cucharas para entremezclar todas las piezas, entre sí y con la lechuga, se permitió divagar en una de sus fantasías que giraban en torno a cierta unicornio de un suave pelaje gris blanquecino. “Algún día”, le decía a una imagen de aquella en su mente, “cuando estemos juntos, te prepararé un desayuno digno de una princesa como tú todos los días… Y cuando bajes de tu dormitorio, ya arreglada, tan preciosa como siempre, y lo veas, me dedicarás una de tus divinas sonrisas y entonces me abrazaras y me mirarás con esos ojos brillantes como diamantes… Y nuestros labios…”
-¡Spike!-la voz de Twilight le arrancó en un segundo del mundo de sus ensoñaciones-¿Qué haces?-le preguntó, con un tono entre cansado y divertido.
-¿Cómo qué que hago?... El desayuno, claramente-le respondió él, extrañado.
-Llevas un buen rato mezclando la ensalada-le señaló la unicornio-Así que me parece que en realidad tu cabecita estaba muy lejos de aquí.
-Eh… Es… Esto… Es para que sepa mejor-fue lo único que se le ocurrió a su asistente.
-Sí, seguro que sí-comentó burlona Twilight, intuyendo claramente por dónde rondaban los pensamientos de su “hermanito”, pero decidió no seguir haciendo sangre de la herida-¿Has preparado el café?-no pudo contener un bostezo-Necesito una taza con gran urgencia… O dos o tres.
-La cafetera está llena, puedes servirte todo lo que quieras, pero no queda leche condensada-le respondió, contemplándola un poco preocupado a Twilight, que volvió a bostezar mientras se llenaba una taza hasta arriba y le añadía tres cucharadas de azúcar. Parecía muy cansada, tenía ojeras y aspecto de haber dormido poco o mal-¿Te encuentras bien?
-Sí, Spike-fue la seca contestación de ella mientras, sin más dilación, vertía la mitad del café directo a su estomago.
-Tienes mal aspecto-le comentó el dragón-Supongo que has vuelto a acostarte tarde… Otra vez-suspiró-No deberías levantarte tan temprano hoy… Y aún quedan un par de horas antes de que haya que abrir la biblioteca, además de que casi nunca viene nadie… ¿Por qué no te vas un rato a la cama?
-Hoy tengo muchas cosas que hacer, Spike, aunque es cierto que está noche he dormido,…, un poco mal-se decidió por decir.
-¿Ah, sí?-se sorprendió su interlocutor de que, tan sinceramente, su hermana le hubiera confesado sin más que había tenido un problema, en lugar de pasarse antes una hora negando la evidencia que ofrecía su aspecto-… ¿Por qué? ¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido una pesadilla?
-No… Ha sido algo… Extraño-dijo sin añadir más explicaciones, algo que Spike no iba a dejar pasar.
-¿A qué te refieres?
-No sé qué me ha pasado, pero, poco antes de acostarme, experimenté una rara sensación… No sabría explicarte bien qué era… He percibido lo que parecía una presencia… Mágica. De un poderoso conjuro… Ha sido cosa de unos segundos, uno o dos a lo mucho, pero por alguna razón, no pude dejar de darle vueltas a qué habría sido aquello… Si fuera producto de alguna hechicería se trataría de algo muy diferente a todo lo que he conocido hasta ahora en todos mis años de estudio… Estoy tentada incluso de informar de ello hasta a la Princesa Celestia.
-Vaya…-fue todo lo que se le ocurrió musitar como respuesta al asistente número uno de la unicornio-…En cualquier caso-quiso volver al tema anterior-Te ves muy cansada. Deberías dormir un poco más antes de ponerte a hacer cualquier cosa.
-Ya te he dicho…-le iba a replicar nuevamente ella, pero se detuvo al ver a su asistente temblar ligeramente y sujetarse el estomago como si estuviera a punto de vomitar. No le fue difícil adivinar lo que iba a pasar, aunque no se lo esperaba.
De la boca del dragón brotó un breve y pequeño fuego esmeralda del que surgió un voluminoso rollo de pergamino. Twilight estaba sorprendida y algo preocupada. No era común que la Princesa le escribiera tan temprano una mañana… A menos que hubiera pasado algo malo. Podía ser una emergencia, una terrible emergencia. Antes de que su asistente hubiera podido coger el rollo con su garra, ella lo atrajo hacia sí con su magia y lo desplegó para poder leerlo, sintiendo por anticipado como la embargaba la angustia.
Sus agrietados labios se abrieron para soltar algo parecido a un gruñido mientras, una vez más, intentaba acomodarse sobre el duro suelo, que en vano intentaba mantener “limpió” de pequeñas piedras, ramas u hojas. Cerrando los ojos intentó dormir y por un momento se limitó a sentir el ritmo lento y pesado de su propia respiración. Pero, a pesar de lo exhausta que se encontraba, no lograba conciliar el sueño. Se habían cumplido ya dos semanas desde que empezara a unirse el insomnio a la ya larga lista de problemas que tenía en su vida y cada vez le era más difícil gozar siquiera de tres o cuatro horas seguidas de descanso. El creciente malestar físico que sentía sólo aumentaba la frustración, la impotencia y la ira que la embargaban cuando su mente, aún debilitada, le volvía a hacer patente lo miserable de su condición actual.
Consciente de que no iba lograr dormirse y harta de sentir todo tipo de pinchazos y molestos roces en su dolorido costado, decidió levantarse y salir a “tomar el fresco”. Aunque no sin un poco de dificultad, logró ponerse en pie, haciendo que las dañadas telas que la cubrían cayesen entremezcladas al suelo, mostrando un pelaje tan sucio que apenas se podía percibir, en algunos lugares, el gris azulado original. Su crin y su cola no estaban en mejores condiciones. Ella dirigió una cansada mirada hacia su costado derecho y, con un movimiento algo torpe de su pata, se desprendió de varios pequeños guijarros y hojas que se habían quedado adheridos al estar recostada sobre ellos.
Sus pasos, un tanto vacilantes, la llevaron fuera de la gruta, recordándole nuevamente a su en parte adormilada cabeza dónde estaba. Desde el pequeño risco que sobresalía a pocos metros de la entrada de la caverna en que se había refugiado, se tenía una perfecta vista de los alrededores. Las colinas y sus sinuosos juegos de cuevas y salientes, las caprichosas formas de las rocas, el pequeño y cristalino lago en el fondo de la hondonada, todo el lugar estaba iluminado por la blanquecina y bella luz de la luna, que parecía convertir aquel desolado lugar en un auténtico paraje encantado. No era el mejor lugar para instalarse y vivir, pero no habitaban en él peligrosas criaturas y permitía a la joven unicornio tener acceso constante a una fuente de agua y una nada desdeñable variedad de frutos y setas variadas entre los cercanos bosquecillos. Cuando contempló, no sin maravillarse, la belleza de aquel lugar por primera vez, nunca se imaginó que acabaría teniendo que recurrir a él como refugio o, mejor dicho, como lugar de exilio.
Pero hacía ya muchos días que no se fijaba en los encantos del lugar que, de alguna manera, ella sentía ahora más bien como una prisión que como un improvisado cobijo. Su mirada iba más allá de las colinas, descendiendo por un abandonado sendero hacia el valle que, a poco más de medio día, quizá un día de camino, se desplegaba con todo su verdor. Había pocas luces que lo iluminaran pero, con la claridad de aquella noche, la unicornio podía, aún la distancia, llegar reconocer el perfil de algunos de los edificios más sobresaliente de aquel condenado lugar en que había comenzado su descenso a los infiernos, ese rústico y odioso pueblo en que la vida que había llevado y que tanto amaba llegó a un brusco, humillante y doloroso final… Ponyville, la odiosa Ponyville. Todo por culpa de aquella endemoniada unicornio lavanda, de esa entrometida petulante y de su estúpida magia. La odiaba más de lo que nunca había creído jamás que pudiera detestar a nadie. Sólo con recordarla sentía como le hervía la sangre y como le embargaba una molesta, incluso casi dolorosa sensación de que algo la quemaba por dentro.
-Algún día…-musitó, susurrando para sí con una voz cansada, seca, que arrastraba más que pronunciaba las palabras-...la gran y poderosa Trixie renacerá de sus cenizas y –una breve tos le interrumpió unos segundos-…y,…, y todos los que se han burlado o menospreciado a esta gran hechicera, ¡conocerán su terrible venganza!
No había nadie cerca que pudiera contestar a tal pretenciosa proclama, poner en duda tal posibilidad ante el desgastado aspecto de la joven o siquiera escucharla. Sólo las mudas rocas eran, y no por primera vez, indiferentes testigos de las palabras vanas y retorcidos deseos de la unicornio que, en tanto su cada vez más debilitado estado lo permitía, concentraba todos sus esfuerzos en mantener vivo en su mente y en su memoria el terrible daño que le habían infligido y la viva necesidad que la impulsaba y la mantenía con viva de llegar algún día a vengarse de sus enemigos. La esperanza, aunque lejana, minúscula, de verse algún día resarcida, era lo único que permitía que, a pesar de todo, siguiera pudiendo mantenerse en pie, firme, sobre sus cuatro cascos y con la cabeza sana y en su sitio.
Una leve brisa nocturna pasó sobre ella, casi acariciando su lomo, haciendo que volviera a agitarse, temblando, por la fuerte sensación de frío que la embargo. Ella misma no entendía cómo podía sentirse tan helada con el buen clima que se llevaba ya disfrutando desde hacía un mes en aquellos parajes. Era cierto que, en la lejanía, sobre la gran ciudad capital de Canterlot, se percibía la sombra de una fuerte tormenta, pero ésta estaba ceñida en torno a aquella y no llegaba mucho más lejos. Al dirigir la mirada hacia arriba, Trixie podía contemplar despejado y luminoso, un hermoso cielo nocturno presidido por el orbe de la princesa Luna y plagado de brillantes estrellas. Ni un solo indicio de mal tiempo.
Estaba pensando en ello, más para distraer su mente en espera de que el sueño la llevará que por auténtico interés cuando una extraña sensación la sobresaltó. La atmósfera tranquila que hacía apenas unos segundos llenaba el lugar de pronto pareció enrarecer y una poderosa corriente mágica cruzó el lugar. A los ojos de cualquier pony no unicornio no hubo nada anormal en aquellos segundos pero la joven pudo sentir claramente como un misterioso rastro de hechicería, fruto de algún conjuro, llegó procedente de algún lugar desconocido para impactar contra la colina, filtrándose a continuación entre algunas grietas o por alguna de las múltiples cavernas que penetraban en el interior de la tierra.
Inquietud, miedo y fascinación, alternándose en su predominio, embargaron a la unicornio. Aquel extraño e inesperado fenómeno, que nunca se habría imaginado, en principio la asustó y estuvo a punto de salir trotando de allí, consumiendo todas las energías que le quedaran en una desesperada huída aún a costa de dejar sus pocos efectos personales abandonados en su gruta, pero algo la retuvo. Nunca, en su corta pero experimentada viva, había sentido una energía mágica como aquella y, si bien era bastante joven, sus viajes por toda Equestria la habían puesto en contacto con todo tipo de brujerías y prácticas extrañas… Pero nada se asemejaba a lo que acababa de percibir. Curiosidad, una gran y sedienta curiosidad que no había sentido desde hacía años, desde sus tiempos de potrilla, la empujaba a querer buscar respuestas sobre la naturaleza de aquel extraño poder.
Estuvo quieta, temblando ligeramente, dirigiéndose su mirada alternativamente al cielo, hacia el camino descendiente que llevaba hacia Ponyville y hacia la rocosa pared en una de cuyas aberturas había desaparecido el rastro de aquel conjuro, si es que, como sospechaba, lo que acababa de sentir era un conjuro. Finalmente, cuando algo en su mente le sugirió que aquello podría ser una señal del inicio de su retorno a la grandeza, se decidió.
Encontrándose repentinamente estimulada, tanto como hacía mucho tiempo que no se sentía, se dirigió, concentrando energía en su cuerno para poder usar un pequeño hechizo que le permitiera rastrear la presencia de magia, hacia una de las amplias aberturas, circular y negra como una oscura boca que abriera la montaña, por la que presentía que aquella misteriosa energía había entrado.
Al cruzar el umbral y al verse repentinamente rodeada de tinieblas, una última duda estuvo cerca de desquebrajar su intempestiva y imprevista determinación, pero la pequeña chispa que la había hecho soñar con que era se estaba poniendo en camino a la recuperación de su vieja vida había crecido rápida como el fuego en un pajar y con tal ambición estaba decidida a superar cualquier temor que pudiera embargarla. Admitía para sí que el valor nunca había sido una de sus virtudes pero, en ese momento, era mucho lo que podía estar en juego sobre el tapete.
Con un poco de esfuerzo activo un hechizo de iluminación y siguió adentrándose en la gruta. Al principio la encontró parecida a aquella cercana en la que llevaba tiempo refugiándose por las noches, un pequeño y estrecho corredor excavado en la roca viva por la erosión del agua. Sólo se escuchaba el restallido de sus cascos contra una superficie cada vez más llena de gravilla. Pero conforme fue avanzando sintió más que vio como los muros se iban distanciando, quedando sepultados entre las sombras a sus flancos, mientras una gran caverna se abría ante ella. El techo, que casi había podido rozar en algún momento con su cuerno, también se elevó sobre ella y por un momento volvió a estremecerse, sintiéndose rodeada y sola, sumergida en una tenebrosa oscuridad. Pero no pensó en retroceder y el rastro de aquella energía se percibía a cada paso con más intensidad, por lo que siguió avanzando entre aquellas tinieblas.
Y, de repente, una superficie apareció ante su camino, haciendo que casi chocara contra ella. Al principio le pareció una pared de piedra pero, al ir acostumbrándose sus ojos a la luz y al mirarla con atención, se dio cuenta de los salientes de aquel muro tenían extrañas formas que podía reconocer… Era un relieve, un relieve esculpido en piedra. Se alejó unos pocos pasos, lentamente para no tropezar y se esforzó por aumentar la potencia de la luz que usaba para iluminarse. A pesar de que no tenía demasiadas fuerzas logró, por unos segundos, conseguir que su cuerno brillara lo suficiente para contemplar lo que tenía ante sí con total claridad.
Una puerta. Una gran puerta decorada con múltiples y variados relieves, así como por unos extraños gráficos que tenían el aspecto de viejas runas. Trixie nunca había encontrado nada así y no imaginaba que era lo que tenía ante ella. Pero sí sabía una cosa. Tras aquellas puertas debía ocultarse algo, algo grandioso y poderoso, justo lo que necesitaba la gran Trixie para poner a todos sus enemigos donde merecían, pidiendo perdón y clemencia ante sus cascos. Al imaginarse a aquella odiosa unicornio lavanda humillada ante ella no pudo reprimir una amplia sonrisa.
Impulsada, animada por aquella fantasía, se acercó sin dudar a la puerta y, tras posar suavemente su casco derecho sobre aquella, presionó con el afán de abrirla… Pero no paso nada. El portón de piedra, pesado, pareció ajeno al para él insignificante gesto de Trixie, casi como riéndose de ella. Ésta, impaciente, colocó sus dos cascos sobre la superficie de la entrada y empujó con toda la fuerza que pudo. Y siguió sin producirse ningún cambio. Una fugaz pero enorme ira la inundó y, determinada a que nada se interpusiera en su camino hacia la venganza, colocó su cuerno allí donde parecía estar la separación entre las dos hojas, decidida a usar toda la magia que le quedara con tal de obligar a la puerta a abrirse.
Sin embargo, antes de que hubiera siquiera empezado a pensar qué hechizo debía usar, la puerta, antes indiferente a sus vanos intentos, pareció reaccionar. Una punzante y dolorosa corriente surgió de la misma y cargó contra una sorprendida unicornio. Trixie no pudo contener un agudo grito de dolor cuando una corriente eléctrica atravesó su cuerpo, de cuerno a rabo, lanzándola con fuerza hacia atrás, provocando que rodara con fuerza y violencia contra el rocoso suelo. No había sido un ataque mortal, pero el ya maltrecho cuerpo de la joven no pudo dejar de resentirse y ésta, por unos segundos, no pudo hacer otra cosa que sentir como un gran dolor llenaba su cuerpo y como el sabor algo metálico de la sangre llenaba su boca.
Un fuerte sonido y lo que parecía un estremecimiento de la caverna hizo finalmente que Trixie reaccionara, logrando ponerse en pie sobre sus cuatro maltrechas patas, algunas de las cuales delataban en su pelaje unas cuantas heridas y roces sangrantes. Sintiéndose agotada no había podido mantener el hechizo de iluminación y se encontraba en ese mismo momento rodeada de una negra oscuridad. Hasta ese momento no había notado la presencia de nadie más en la cueva pero, en ese momento, tuvo la intuición de que algo terrible se le acercaba y, quebrado en mil pedazos su espíritu por aquel golpe, no tuvo nada que impidiera que un infinito miedo entrará y doblegara hasta el fondo su corazón como nunca lo había hecho.
No sé molesto en intentar restablecer la luz y, de hecho, el gran dolor que sentía en su cuerno le disuadía de la idea de intentar realizar ni la más sencilla magia. Se limitó a correr. Ni siquiera podía estar segura de a dónde iba ni si estaba siguiendo la ruta correcta hacia la salida, pero tampoco se detuvo a pensar. Avanzaba a ciegas, tropezando, chocando contra las rocosas paredes llenas de agudos salientes, y a cada paso cada una de sus cuatro patas parecía querer gritar de dolor, romperse como si de cristal se tratara… Pero aquella presencia, persiguiéndola, le nublaba el juicio y la dejaba con la única opción de huir, ir a cualquier otro sitio, al que fuera…
De alguna manera, tras unos minutos de la peor angustia, logró salir fuera y se volvió a encontrar sobre los riscos que presidían las viejas colinas en que llevaba casi un mes refugiada. Pero, en ese momento, haber logrado salir de la caverna no era bastante para la unicornio y, sin detenerse siquiera a tomar un poco de aire para recuperarse, siguió trotando. Seguía sin pensar en tomar una dirección y es que, aunque hubiera podido detenerse a meditarlo, difícilmente habría recordado algún lugar que pudiera considerar seguro. Lo único que tenía en su asustada cabeza era la necesidad de alejarse de allí lo más rápido y lo más lejos posible.
A pesar de sentirse más deshecha a cada segundo no se detuvo. Sólo el mero hecho de respirar empezó a ser una tortura mientras el sudor frío que sentía alrededor de todo su cuerpo acentuaba el helor que le rodeaba. La adrenalina le dio energía para aguantar tal precipitada carrera lo bastante tiempo como para dejar atrás aquellas colinas. Al disminuir la sensación de peligro, el gran cansancio que sufría su maltratado cuerpo empezó a hacer sentir. Su paso se fue haciendo más lento, dejo de escuchar el sonido de sus pasos, el mundo parecía oscurecerse a su alrededor…
Cuando quiso darse cuenta, estaba en lo que parecía un pequeño bosque. Se vio rodeada de árboles por todas partes… Pero, no era lo que parecía. Se dio cuenta de que el lugar parecía cuidado, trabajado, no era una zona silvestre y alguien se había molestado en arrancar las malas hierbas… En la distancia, le pareció distinguir algo entre los troncos y frondosas copas de los árboles… Un edificio pintado de un llamativo color rojo… Trixie decidió intentar llegar hasta allí…
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Un delicioso y fresco aroma a frutas diversas llenaba la pequeña cocina mientras el pequeño dragoncito, encaramado sobre un taburete, pelaba con habilidad unas naranjas para añadirlas a la ensalada que estaba preparando. Trabajaba con una sonrisa, disfrutando de que, al menos por unas horas, el lugar estuviera tranquilo y en silencio, sin los ruidos nerviosos y un tanto molestos de su “hermana” al pasear nerviosa mientras leía algún libro, revolviendo los que estaban en la estantería en busca de algún volumen esquivo o mientras le repetía, incansable y una y otra vez, todo lo que tenían que hacer aquel día, aquella semana o, incluso, aquel mes.
Y, mientras añadía los trozos de naranja al resto de la fruta y usaba dos cucharas para entremezclar todas las piezas, entre sí y con la lechuga, se permitió divagar en una de sus fantasías que giraban en torno a cierta unicornio de un suave pelaje gris blanquecino. “Algún día”, le decía a una imagen de aquella en su mente, “cuando estemos juntos, te prepararé un desayuno digno de una princesa como tú todos los días… Y cuando bajes de tu dormitorio, ya arreglada, tan preciosa como siempre, y lo veas, me dedicarás una de tus divinas sonrisas y entonces me abrazaras y me mirarás con esos ojos brillantes como diamantes… Y nuestros labios…”
-¡Spike!-la voz de Twilight le arrancó en un segundo del mundo de sus ensoñaciones-¿Qué haces?-le preguntó, con un tono entre cansado y divertido.
-¿Cómo qué que hago?... El desayuno, claramente-le respondió él, extrañado.
-Llevas un buen rato mezclando la ensalada-le señaló la unicornio-Así que me parece que en realidad tu cabecita estaba muy lejos de aquí.
-Eh… Es… Esto… Es para que sepa mejor-fue lo único que se le ocurrió a su asistente.
-Sí, seguro que sí-comentó burlona Twilight, intuyendo claramente por dónde rondaban los pensamientos de su “hermanito”, pero decidió no seguir haciendo sangre de la herida-¿Has preparado el café?-no pudo contener un bostezo-Necesito una taza con gran urgencia… O dos o tres.
-La cafetera está llena, puedes servirte todo lo que quieras, pero no queda leche condensada-le respondió, contemplándola un poco preocupado a Twilight, que volvió a bostezar mientras se llenaba una taza hasta arriba y le añadía tres cucharadas de azúcar. Parecía muy cansada, tenía ojeras y aspecto de haber dormido poco o mal-¿Te encuentras bien?
-Sí, Spike-fue la seca contestación de ella mientras, sin más dilación, vertía la mitad del café directo a su estomago.
-Tienes mal aspecto-le comentó el dragón-Supongo que has vuelto a acostarte tarde… Otra vez-suspiró-No deberías levantarte tan temprano hoy… Y aún quedan un par de horas antes de que haya que abrir la biblioteca, además de que casi nunca viene nadie… ¿Por qué no te vas un rato a la cama?
-Hoy tengo muchas cosas que hacer, Spike, aunque es cierto que está noche he dormido,…, un poco mal-se decidió por decir.
-¿Ah, sí?-se sorprendió su interlocutor de que, tan sinceramente, su hermana le hubiera confesado sin más que había tenido un problema, en lugar de pasarse antes una hora negando la evidencia que ofrecía su aspecto-… ¿Por qué? ¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido una pesadilla?
-No… Ha sido algo… Extraño-dijo sin añadir más explicaciones, algo que Spike no iba a dejar pasar.
-¿A qué te refieres?
-No sé qué me ha pasado, pero, poco antes de acostarme, experimenté una rara sensación… No sabría explicarte bien qué era… He percibido lo que parecía una presencia… Mágica. De un poderoso conjuro… Ha sido cosa de unos segundos, uno o dos a lo mucho, pero por alguna razón, no pude dejar de darle vueltas a qué habría sido aquello… Si fuera producto de alguna hechicería se trataría de algo muy diferente a todo lo que he conocido hasta ahora en todos mis años de estudio… Estoy tentada incluso de informar de ello hasta a la Princesa Celestia.
-Vaya…-fue todo lo que se le ocurrió musitar como respuesta al asistente número uno de la unicornio-…En cualquier caso-quiso volver al tema anterior-Te ves muy cansada. Deberías dormir un poco más antes de ponerte a hacer cualquier cosa.
-Ya te he dicho…-le iba a replicar nuevamente ella, pero se detuvo al ver a su asistente temblar ligeramente y sujetarse el estomago como si estuviera a punto de vomitar. No le fue difícil adivinar lo que iba a pasar, aunque no se lo esperaba.
De la boca del dragón brotó un breve y pequeño fuego esmeralda del que surgió un voluminoso rollo de pergamino. Twilight estaba sorprendida y algo preocupada. No era común que la Princesa le escribiera tan temprano una mañana… A menos que hubiera pasado algo malo. Podía ser una emergencia, una terrible emergencia. Antes de que su asistente hubiera podido coger el rollo con su garra, ella lo atrajo hacia sí con su magia y lo desplegó para poder leerlo, sintiendo por anticipado como la embargaba la angustia.