En esos momentos la calle era un hervidero de ponis que iban y venían, cada uno pensando en sus propias cosas y lo suficientemente ocupados como para no prestar atención a nada más; los versos del trovador se alzaban sobre la muchedumbre, tratando de llegar a los oídos del pueblo llano. Algunos se paraban a escucharle, mientras que otros proseguían su camino sin prestarle atención. A mi alrededor la ciudad de Tall Tale se iba despertando poco a poco, al contrario que yo.
-¡Down Day, pequeño bribón, por fin te encuentro!-masculló entonces una voz familiar a mi lado, al tiempo que una pata me asía por el cuello.
Ese sorpresivo encontronazo bien me valió para despertarme del todo, saludando de seguido al poni que me abordó.
-Ah, eres tú, Hard Muscle…
-Pues claro que soy yo ¿Quién si no sería? He ido a buscarte esta mañana y no te he encontrado…
-Sí, bueno, es que hoy he salido un poco más pronto de casa.
-Vaya, cualquiera diría que estás evitándome…
-¿Qué? No, nada de eso, qué va…
Hard Muscle era uno de mis tantos compañeros de trabajo con el que me solía hablar y un viejo amigo de la infancia; era buen poni, aunque a veces tendía a hablar más de la cuenta y era bastante burro, aunque eso era algo que no le diría casi nadie, sobre todo teniendo en cuenta lo fuerte y musculoso que es. Su pelaje amarronado claro conjuntaba con sus alborotadas crines de color cobre, y su marca de belleza consistía en una serie de paquetes amontonados de forma rectangular.
A su lado soy una minucia, aunque al contrario que él, un fortachón poni de tierra, mi magia de unicornio me ayudaba a suplir mis demás carencias, sobre todo a la hora de transportar todo lo que el puerto traía cada día. Y sí, aunque no lo parezca, la vida de transportista tampoco estaba tan mal.
-Pero bueno, otro día, la misma mierda… es lo que nos toca ahora para que Ecuestria salga adelante.
-Sí, un reino no se construye de la nada… es bueno ver que la unión ha servido de algo.
-¡Desde luego! Estaba cansado de ir para allá, sin tener un lugar fijo donde quedarme. Se supone que los ponis de tierra están acostumbrados, pero sin embargo yo siempre he sido de quedarme más quieto, por así decirlo.
-Bueno, al menos ahora podemos vivir juntos sin que nos matemos, ya es algo.
-Pues sí, y ya era hora, después de todo tampoco somos tan diferentes como nos querían hacer creer antes.
La hora prima de ese día era especialmente clara, sin una sola nube en el cielo; las blancas y clásicas casas de la ciudad se recortaban en el azul celeste imperante, al tiempo que la costa era bañada por las frías aguas de los Mares Lánguidos. Al fondo y hacia el este, a unos no muy lejanos kilómetros de distancia, se alzaba la figura de Smokey Mountain, un alto monte con una casi perfecta forma cónica que nos separaba del resto de Ecuestria a lo largo de un estrecho y angosto paso de montaña que discurre al noreste de la misma; un rocoso y escarpado camino de tierra pasaba por este, siendo un tanto complicado llegar, sobre todo si ibas andando.
Aunque en ese momento pude ver que densos bancos de humo rodeaban su cima, viéndose más humeante que de costumbre. Por alguna extraña razón el hecho en sí me incomodó repentinamente, cosa que le señalé a Hard.
-Oye, qué de humo sale hoy de Smokey Mountain ¿no?
-Pues claro, siempre lo ha hecho ¿de qué te extrañas?-inquirió él, sin darle mayor importancia.
-Ya, si lo sé, es solo que…
-Ah, es solo una montaña humeante, no le des más vueltas.
Técnicamente tenía razón, ya que Smokey Mountain no era llamada así simplemente porque le quedaba bonito; desde siempre había sido conocida como la montaña humeante, ya que casi constantes columnas de humo salían de ella por diferentes puntos de la misma. Siempre había sido así, e incluso ahora muchos ponis sabios todavía no sabían con seguridad de dónde provenía ese humo. Se había teorizado mucho al respecto, pero dado que el humo en cuestión no afectaba a nadie y se quedaba en las cuotas altas de la montaña, la preocupación siempre había sido mínima. Después de todo desde que la ciudad se asentó nunca había pasado absolutamente nada más allá de las eternas fumarolas que salían de ella, dándola un aspecto de lo más singular.
Preferí no darle más vueltas y seguimos andando hacia el puerto, bajando por toda la larga calle principal, la cual hacía cuesta abajo desde la parte más alta de la ciudad.
Desde que Ecuestria se unificó las cosas habían mejorado para todos, las tres tribus habían conseguido convivir en paz en esta nueva tierra, y un futuro brillante se perfilaba en la lejanía con las princesas Celestia y Luna a la cabeza. Parecía mentira que hubiera pasado ya un año y medio desde entonces, trayendo una gran prosperidad al reino y haciéndolo económicamente fuerte, sobre todo gracias al comercio marítimo.
Tall Tale había salido muy buen beneficiada debido a esto, creciendo rápidamente en muy poco tiempo, haciéndose más grande y recibiendo a más ponis en menos de un año. Gracias a eso la ciudad estaba mucho más saneada, se habían acometido muchas obras y reformas, y la metrópolis brillaba con un resplandor propio que la hacía ver cual faro de prosperidad a ese lado de Ecuestria.
Tras un rápido paseo llegamos enseguida a la nave del puerto donde trabajábamos y nos dirigimos directamente a nuestros puestos. Por el camino nos encontramos con una cara familiar.
-Buenos días, muchachos-nos saludó un pegaso con unas abultadas alforjas en su lomo llenas de cartas y paquetes.
-Hola Fast Swift-saludé yo.
-¡Aquí está el pegaso más rápido de todo Tall Tale!-exclamó Hard Muscle.
-Dame un respiro, Hard, por favor…-masculló el aludido, algo apurado.
Fast Swift era nuestro enlace postal particular, se encargaba de tramitar todas las peticiones del puerto trayendo y llevando paquetes, sellándolos o devolviéndolos en caso de confusiones o remitentes fantasma. También era un viejo amigo de la infancia, además de compañero de trabajo. Destacaba sobre todo por su pelaje color plateado y su crin y colas amarillentas, dejando un rastro verdoso en el aire cuando volaba rápido. Su marca de belleza consistía en un paquete sellado con alas.
-¡Qué bueno verte por aquí! ¿Mucho trabajo?-inquirió Hard, curioso.
-Sí, tengo que repartir una nueva remesa de correo a algunos de los comercios cercanos, así que os veo luego. ¿Qué vais a hacer después?
-Pues nada que yo…-quise decir, pero en ese momento Hard Muscle me cortó exclamando.
-¡A la hora sexta hay carreras en el circo, tienes que venir, Down y yo iremos!
-Espera ¿qué?-mascullé por mi parte, extrañado.
-¡Comeremos por allí cerca e iremos a ver las carreras! ¡Será divertido! ¿Qué me dices?
-Bueno, comida y espectáculo ¿por qué no? está bien, me apunto.
-¡Así me gusta! ¡Quedamos a la hora sexta al lado del reloj de la plaza!
-Allí estaré.
Por un momento quise negarme o algo por el estilo, pero enseguida desistí sabiendo que se trataba de Hard, por lo que acepté. Las justas no eran precisamente mi entretenimiento preferido, pero verlas alguna que otra vez no estaba de más.
Tras hablar brevemente con él los dos nos dirigimos al muelle principal, donde el capataz supervisaba el trabajo y repartía las tareas; más barcos se acercaban desde diferentes puntos del mar, todos ellos con productos de abastecimiento para comercios de todo tipo que debían de ser entregados para antes de la hora tercia, por lo que íbamos a estar ocupados.
El trabajo se concretaba en recorrer la ciudad con los productos en carros con los que transportarlos y llevarlos a distintos puntos comerciales donde los esperaban; yo tenía mi zona y Hard tenía la suya, por lo que en cuanto recibimos nuestra correspondiente carga nos separamos nada más salir del puerto, cada uno con un destino distinto en mente.
Mi ruta siempre era la misma, salía del puerto y me dirigía a la parte más noroccidental de la ciudad, donde había un mercado pequeño y varios negocios más desperdigados. No era una zona muy grande, por lo que conocía a la mayoría de comerciantes a los que abastecía.
Mi primera parada fue en el mercado, donde estuve abasteciendo a los puestos de fruta, especias, perfumes y otros productos procedentes de otras tierras exóticas que no siempre nos vendían. Por ejemplo, de Saddle Arabia nos llegaban dátiles, que hacían furor sobre todo en la cocina, alfombras muy bien logradas, especias aromáticas, alfarería variada y otros muchos productos de gran calidad.
Aunque lo que más llegaba últimamente eran telas de una seda especial que fabricaban en Zebraica, la cual siempre la proporcionaba a un negocio familiar que no estaba en el mercado, sino en una casa cercana. Nada más llegar detuve el carro justo al lado y cargué los fardos de telas en mi lomo, al tiempo que me dirigía a la puerta y llamaba con mi casco. Al poco rato me abrió una yegua unicornio de mi edad que yo conocía bien, de pelaje color claro, crin azulada y ojos de color miel. Su marca de belleza consistía en un trozo de tela ondulante. No pude evitar sonrojarme levemente, tratando de ocultar el hecho como buenamente pude.
-¡Ah, buenos días Down!
-Bu… buenos días, Soft Fiber, os traigo la nueva remesa de seda.
-Ah, ya te he dicho que me llames solo Soft… pasa, pasa.
Como ya había estado más veces allí entré con confidencia mientras que la yegua cerraba la puerta; aunque no vivían en el centro de la ciudad, donde los más ricos y poderosos residían, la familia de Soft vivía cómodamente y se sustentaba en el negocio de telas de importación.
-¿Habéis abierto ya?-inquirí yo, yendo al salón para dejar los fardos allí.
-No, aunque lo haremos en breve. Mi madre se quedó hasta tarde cosiendo y está cansada, por lo que vamos a esperar un poco más.
-Ya veo… bueno, en ese caso salúdala de mi parte, aun me queda ruta por cubrir-comenté de seguido, dirigiéndome hacia la salida.
-Ah, bueno, espera ¿no quieres quedarte un rato? ¿Has desayunado?
La invitación me cogió un poco desprevenido, comentando de seguido.
-No, no me ha dado tiempo, pero es igual, no hace falta, no quiero ser una molestia…
-No lo eres, en serio, ya sabes que a mi madre no le importa. Además, he hecho tortas de más, y no quiero malgastarlas…
La yegua me estaba echando tal mirada que me fue imposible negarme, y por no hacerla un feo, acepté, aunque la tuve que decir que no me podía quedar mucho tiempo.
Soft Fiber era una de esas yeguas con encanto que saben que lo tienen y además lo aprovechan muy bien. No por nada era considerada una de las yeguas más guapas y atractivas de esa parte de Tall Tale, y raro era aquel semental que no caía rendido ante sus encantos. Y, por supuesto, yo era uno de ellos. Lo malo era que desde siempre me he considerado un poni muy tímido con las yeguas, y debido a eso apenas conseguía gran cosa con ellas. Mentiría como un bellaco si dijera que Soft no me gustaba en absoluto, pero aun a pesar de que tenía la suerte de hablarme con ella más de lo que cualquier otro semental hubiera deseado en toda su vida, no me atrevía a decírselo. Y mis razones tenían, después de todo era un simple jornalero mientras que ella era la hija de una reputada y respetada artesana con un futuro brillante y más interesante que el mío.
En su lugar guardé silencio, tragándome mis sentimientos, y estuve hablando con ella de todo un poco mientras tomábamos el desayuno, compuesto por tortas de harina, leche, heno, avena, miel, pan y frutas frescas.
-Y cuéntame ¿Qué tal todo por el puerto?
-Bueno, mucho trabajo últimamente, la unión ha afianzado el mercado y los barcos no dejan de llegar.
-Debes de estar muy ocupado…-obvió ella.
-Sí, puedes jurarlo…
-Bueno, pero tú siempre has sido muy trabajador y dedicado.
-Oh, me halagas… tampoco es para tanto-murmuré, notando como me subían los colores.
-Vamos, no te quites merito, no eres como un artesano o un escribano, los jornaleros como tú son los que más trabajan, alguna vez te tendrán felicitar por el trabajo bien hecho.
-Hombre, lo cierto es que no me lo dicen muy a menudo… el capataz del puerto es un gruñón de cuidado, y salvo dos amigos míos, apenas me hablo con el resto de mis compañeros. Gracias, Soft.
A eso la yegua me dedicó una genuina y dulce sonrisa, acompañada de un ligero rubor en sus mejillas que trató de ocultar como buenamente podía. Me quedé un tanto extrañado por ese hecho, aunque en ese momento una figura se recortó en el umbral de la puerta y una voz familiar habló.
-Buenos días, cariño… buenos días a ti también, Down.
-Buenos días, madre.
-Buenos días, señora Fiber-la saludé yo, con una sonrisa.
-Qué semental más educado y considerado… siempre es un placer tenerte aquí, Down.
-El placer es mío, señora Fiber, el material está en el salón.
-Sí, ya lo he visto, gracias por traerlo, como siempre haces.
-Es mi trabajo.
Silky Fiber, la madre de Soft, era casi tan fina como sus telas y su propia hija, con la cual compartía un gran parecido; unicornio al igual que su hija, su pelaje era algo más oscuro que el de ella, su crin plateada y sus ojos color aguamarina la hacían destacar y hacerla ver como una yegua muy altanera y delicada. Parecía mentira que estuviera separada, todavía seguía sin comprender como su anterior marido quiso abandonarla así sin más.
Estuvimos hablando durante un rato mientras desayunábamos todos juntos, dejando pasar el tiempo; aunque en un momento dado, y durante un breve silencio, un leve rumor comenzó a hacerse eco por toda la casa, al tiempo que el suelo bajo nuestros cascos comenzaba a temblar. Los ojos de Soft se agrandaron y se pegó a su madre, ligeramente asustada, aunque ni ella ni yo apenas nos inmutamos. El temblor hizo temblequear los enseres de la cocina, repiqueteando intensamente. La mesa llegó a botar ligeramente y el agua de los vasos se onduló con fiereza. Y, casi tan pronto como apareció, el temblor pasó y todo volvió a la normalidad, como si nada hubiera pasado.
-Otra vez, por lo que veo…-murmuré yo, en cuanto terminó.
-Sí, menuda semana estamos teniendo…-asintió la señora Fiber, manteniendo la compostura.
-No entiendo como podéis estar tan tranquilos, me ponen de los nervios-argumentó Soft, algo atacada.
-Es cuestión de acostumbrarse, querida…
Y es que, desde hacía cosa de una semana, esos temblores se habían estado sucediendo durante todos los días de forma intermitente y pausada; no había habido ningún día en el que la tierra no temblara, y aunque no eran muy intensos, aún había gente que no se terminaba de acostumbrar. El más fuerte de todos fue el primero, el cual cogió por sorpresa a toda la localidad, aunque por suerte nadie resultó herido salvo algunos daños materiales.
Nadie sabía por qué la tierra temblaba, los ponis más sabios aun no habían dado con una respuesta, aunque de alguna forma nos habíamos acabado acostumbrando.
En cuanto terminé de desayunar, me levanté al tiempo que comenté.
-Bueno, pues gracias por todo, pero me temo que me tengo que ir ya, el trabajo me espera.
-Ah, antes de que te vayas, Down, te vamos a pedir tu opinión sobre una de mis estolas, para ver qué te parece-me paró antes la señora Fiber.
-Está bien, pero que sea rápido, por favor.
A una señal de su madre Soft se retiró, perdiéndose tras la puerta, y regresó tras unos breves minutos vestida con una estola de seda blanca, con bordados dorados en los bajos y un velo con perlas ensartadas en él. Soft estaba particularmente bella con la estola puesta, y pude ver la penetrante mirada que me echaba escondida tras el velo, sin poder evitar enrojecer de más.
-¿Y bien, qué te parece?-inquirió en ese instante su madre.
Por un momento pensé que se refería a su hija, pero enseguida me recompuse y di mi opinión.
-Ah, pues estupenda, le queda particularmente bien, el blanco siempre conjunta.
-Me alegro… ¿hay algo que crees que podría mejorar o está bien así?
-Yo la veo insuperable, sí, desde luego, me gusta, me gusta…
-Ajá… la estola también ¿no?-inquirió entonces la yegua.
Por un momento hubo un denso silencio, en el que no supe ni lo que decir; la señora Fiber se quedó callada, mirándome con expresión zalamera, al tiempo que su hija me miraba con las mejillas enrojecidas y esbozando una pequeña sonrisa. Por mi parte tan solo pude sentir cómo la sangre se me apelotonaba en la cara, haciéndome enrojecer hasta extremos insospechados. Finalmente logré articular algunas atropelladas palabras mientras me dirigía a la puerta.
-Eh… sí, bueno, yo me tengo que ir ya, no me puedo entretener más. Bonita estola, señora Fiber, es usted toda una artista… te queda muy bien, Soft…
Ninguna de las dos me entretuvo más y me dejaron ir tras las pertinentes despedidas. Una vez fuera me di el lujo de soltar un hondo suspiro, al tiempo que cogía el carro y me iba rápidamente de allí, aún algo atacado. Lo cierto es que no concebía a la madre de Soft cual casamentera, y el hecho en sí me confundía bastante, ya que no me esperaba algo así por su parte. Por un lado entendía lo que había hecho, después de todo era su hija, pero por otro lado no la veía haciendo lo mismo con cualquier poni que se pasara por allí. ¿Por qué lo haría? ¿Por mí? Enseguida lo deseché, convencido de que ni por asomo una bien avenida artesana se fijaría en alguien como yo para su hija.
Como aún me quedaba negocios que atender y había perdido un tiempo valioso, aligeré el paso y visité el resto con la mayor celeridad posible; proveí de tinta a un escribano que vivía justo al lado y llevé varios kilos de cerámica a un escultor, entre otras cosas.
En cuanto acabé regresé al puerto para devolver el carro y me pasé por la plaza para consultar el reloj de sol, quedando pocos minutos para la hora sexta. Cuando trabajaba conseguía abstraerme tanto que apenas parecía pasar el tiempo; en ese sentido pasar por la plaza siempre era útil, puesto que el único reloj de sol de la ciudad siempre ayudaba a situarse cuando no se sabe la hora exacta. Desde que empezamos a usarlos cada vez menos gente usaba el sol como referencia para situarse, ya que el reloj era mucho más preciso.
Localicé a Hard y Fast justo al lado de una de las tantas tabernas, a la que normalmente solíamos ir a tomar algo, aunque también servían buenos platos, por lo que nos conformamos con eso. Mientras esperábamos a que nos atendieran estuvimos hablando de cómo había ido la mañana, compartiendo impresiones y vivencias varias.
-Y contadme ¿Qué tal vuestra mañana?
-Cansada…-contestó Fast Swift, estirando sus alas.
-¡Tonificante! Al menos las cuestas de la parte alta me ayudan a estar en forma, da gusto ver como las yeguas me miran de reojo-murmuró Hard Muscle, con orgullo.
-Bueno, ya estamos otra vez…-masculló Fast, rodando los ojos.
-No hace falta que nos vuelvas a avasallar con tus batallas del amor, Hard…
-¡Pero eso es porque no lo intentáis! Por cierto, Down, ahora que lo comentas ¿tú no tenías una pretendiente por ahí?
Nada más oírlo escupí el trago que en ese momento estaba dando a mi bebida que nos acababan de traer, empapando sin querer a Fast.
-Vaya, gracias, lo necesitaba-masculló el pegaso, con sorna.
-Perdona… ¿de dónde has sacado eso? yo no recuerdo haberte dicho nada semejante-murmuré con voz arrastrada y enrojeciendo por enésima vez en lo que llevaba de día.
-No exactamente, pero uno tiene sus fuentes, sus contactos… ya sabes.
-¿De veras? Vaya, esta es buena, cuenta, cuenta, no te cortes-me animó Fast, con una sonrisita divertida.
-A ver, no os hagáis ilusiones porque yo tampoco me las hago, es simplemente un sueño y poco más…
No tenía ni idea de cómo este poni se había acabado enterando, pero para evitar habladurías varias preferí contarles muy por encima de qué iba la cosa; una vez enterados, no tardaron casi nada en opinar.
-El barrio noroccidental… ah, sí, creo que ya sé quién es, es la hija de la artesana de telas ¿no? la de las estolas-quiso asegurarse Fast, haciendo memoria.
-Sí, es ella.
-Ah, sí… vaya, menudo bombón, tienes buen gusto, ve a por ella.
-Sí, fea no es, y su madre tiene capital…-comentó Fast, como quien no quiere la cosa.
-¡No es por el capital! Ella es muy mona, sí, pero no es como si quisiera estar con un simple jornalero como yo, probablemente tan solo quiera ser amiga y nada más…
-Down, amigo mío, te voy a decir esto porque me caes bien… todas mis yeguas son mis amigas, no sé si me entenderás…-explicó Hard con aire de autosuficiencia.
-Sí, te entiendo, y a decir verdad, me esperaba que me dijeras algo así-murmuré yo lacónicamente.
-Oh, bueno, inténtalo igualmente, quien sabe si al final te acabas llevando una sorpresa…
-Lo dudo mucho…-murmuré, con gesto lacónico.
La comida vino al poco rato y, en un momento dado, comenté el último temblor.
-Esta misma mañana, a eso de la hora cuarta, hubo otro temblor ¿lo notasteis?
-Ah, sí, me encontraba al lado del puerto repartiendo la correspondencia… hubo un par de olas más grandes de lo normal en el puerto, zarandearon algunos barcos-explicó Fast.
-¿Y tú, Hard?
-Estaba junto a las termas. Por lo que oí después el agua se drenó en una de las piscinas-reveló el aludido, riéndose por lo bajo.
Como las carreras tenían unos horarios muy estrictos comimos rápidamente y, tras pagar, nos dirigimos directamente al circo. De camino hacia allí pude ver al fondo la cima de Smokey Mountain envuelta en un tupido manto de humo blanco, más denso de lo normal. No pude evitar opinar en voz alta.
-Eh, chicos, Smokey Mountain humea mucho hoy ¿no?
-Sí, lo vi antes durante mi guardia, lleva así toda la mañana-asintió Fast, sin darle mayor importancia.
-Y dale, que perra te ha dado hoy con la montaña, sabes que humea siempre…-murmuró Hard con tono cansado.
-Ya, pero no de esa forma… ¿no es un poco raro?
-Hombre, no se la ve así todos los días, eso desde luego…
-Sólo es una montaña, no lo pienses tanto.
Aun y con todo no podía evitar sentirme algo intranquilo, ya que como bien decía Fast, era algo inusual. Pero antes de que pudiera pensar en nada más, me encontré sentado en una de las gradas entre mis dos amigos y con las carreras a punto de empezar, por lo que preferí aparcar mis pensamientos y disfrutar del espectáculo.
Aunque no era ningún aficionado particular de las carreras, tenía que admitir que estas tenían cierta emoción que otros espectáculos no tenían, como una representación en el anfiteatro o los cantares de un juglar. Después de todo como distracción cumplía a la perfección, por lo que me olvidé de todo y me centré. Al otro lado el circo, en las carceres, los ponis esperaban a la señal para lanzarse al trote para rodear la spina y en dirección a las metas, habiendo tres vueltas en total.
-¡Corredores! ¡Preparados!-exclamó en ese momento uno de los jueces.
Al segundo siguiente los diez ponis que competían echaron a correr en cuanto las puertas de las carceres se abrieron, lanzándose a toda velocidad y corriendo como el viento; todo el mundo animaba y exclamaba cánticos, emocionado. Los ponis corrían con todas sus fuerzas, tratando de adelantarse a los demás.
Y entonces, todo tembló; no fue como la última vez, sino mucho más fuerte. Un grandísimo estruendo resonó por toda la ciudad, al tiempo que la tierra cobraba vida y todo se movía frenéticamente. Las gradas en las que estábamos subidos crujieron y en el campo los ponis se tambalearon y cayeron al suelo con estrépito. Por un momento no hubo nada. Y justo después, el suelo bajo nuestras patas cedió y cayó.
Las gradas cayeron a plomo, pero yo hice magia por puro instinto y logré teletransportarme al campo, justo delante de donde estábamos.
-Oh, no… ¡Fast, Hard!-mascullé entonces, dándome la vuelta.
Lo que vi entonces me dejó sin habla; las gradas se habían derrumbado como un castillo de arena, pero eso no era todo. Al fondo Smokey Mountain había estallado, su cima se encontraba poblada por una enorme y espesísima nube de humo negro que ascendía hacia el cielo de forma lenta pero imparable, haciéndose más y más grande a cada segundo que pasaba. Me fue imposible apartar la vista, jamás había visto nada semejante, y su sola visión me dejó simplemente de piedra.
-¡Down! ¡Reacciona, maldita sea!-oí entonces una voz familiar.
Miré hacia delante y vi entonces a Fast, el cual estaba tratando de apartar los escombros de las gradas; comprendí entonces la situación y me lancé a la carrera para ayudarle.
-¡Hard! ¡Oh, no, ya voy Hard!
Traté de ignorar los otros cuerpos que vi nada más entrar en la escombrera que era ahora las gradas y, usando mi magia, empecé a apartar las piedras más grandes y pesadas.
-¿Dónde está, dónde está?-inquirí, notando como el pánico me embargaba.
-¡No lo sé, no lo sé, alcé el vuelo por inercia, pero no pude reaccionar a tiempo!-masculló Fast, igual de atacado que yo.
Aunque en ese momento oímos un gruñido que nos era familiar justo delante de nosotros y una figura familiar se enderezó, con una pequeña brecha en la frente.
-Agh, maldita sea ¿Qué ha sido eso?
-¡Hard!-exclamamos los dos a coro, echándonos sobre él.
-¿Estás bien?
-Sí, sí, solo ha sido un rasguño… hace falta algo más que eso para acabar conmigo-masculló el fuerte poni, algo adolorido.
Le ayudamos a levantarse, al tiempo que nos dábamos la vuelta y observábamos el fenómeno; Smokey Mountain parecía ahora una chimenea, toda la parte superior de la cima había desaparecido y ahora un continuo flujo de un humo tan negro como el carbón surgía de ella a una velocidad endiablada. La columna se hacía más y más alta a cada minuto que pasaba, cubriendo el cielo de un color pardo feo y desagradable.
-¿Qué demonios es eso? ¿Por qué la montaña escupe humo negro?-inquirió Hard, muy desubicado.
-No lo sé, pero bueno no puede ser…-masculló Fast, visiblemente preocupado.
A nuestro alrededor podíamos oír los gritos y lamentos de un buen montón de ponis heridos, estuvimos ayudando a todos los que pudimos, apartando a los que no lo habían conseguido. Ver los cadáveres sin vida de aquellos ponis me produjo una serie de arcadas, siendo demasiado para mí, por lo que me aparté con las patas temblando y respirando entrecortadamente.
Una vez que el resto de ponis heridos estuvieron atendidos, consideramos nuestras opciones.
-¿Qué hacemos? Si la montaña sigue escupiendo humo negro nos acabará ahogando a todos, tenemos que hacer algo-murmuré yo, aplicando la lógica.
-Es posible, pero nosotros solos no podremos hacer nada. Sugiero ir al foro, puede que el gobernador esté pensando ya en un plan de acción-opinó Fast, deliberando rápidamente.
Nos pareció una opción lógica, por lo que nos pusimos en camino; durante todo el trayecto vimos a ponis que iban y venían, todos muy nerviosos, y con gestos de desconcierto y desolación grabados en sus caras. Muchos observaban a la montaña mientras esta seguía escupiendo de forma ininterrumpida más de ese humo negro tan intimidante, formando poco a poco una especie de árbol que se iba extendiendo en el cielo. De vez en cuando más temblores hacían acto de presencia, asustando aún más a los ponis que corrían despavoridos, buscando un refugio. Múltiples casas y edificios se encontraban con sus paredes resquebrajadas, y algunas columnas y ornamentos estaban se habían acabado desprendiendo y rompiéndose al caer contra el suelo.
Fast, como buen pegaso que era, estuvo comprobando él mismo la dirección del viento y se preocupó aún más.
-Esto es malo…
-¿Qué? ¿Por qué?-inquirí yo, extrañado.
-Sopla viento de levante desde ayer, de hecho la fábrica del tiempo así lo programó durante toda la semana.
-¿Y eso quiere decir…?-quiso saber Hard, cortante.
-Eso quiere decir, Hard, que el viento empujará lo que quiera que sea eso hasta aquí y nos cubrirá por completo en pocos minutos.
Por un momento nos paramos y nos dimos la vuelta para volver a contemplar con preocupación la situación; de la montaña seguía surgiendo más y más humo, de vez en cuando acompañado de varias explosiones que lo empujaban hacia arriba con más fuerza, llegando a haber ligeros temblores también. El humo amontonado en el cielo se iba extendiendo hacia la ciudad, cubriéndonos poco a poco y apagando la luz del sol conforme avanzaba y lo tapaba. En menos de tres minutos incluso empezó a cubrir con su denso manto la parte más alejada de la ciudad.
-Será mejor que no nos paremos, el foro está aquí al lado-nos recordó Fast en ese momento.
Fuimos a movernos cuando, en ese mismo instante, oímos un ruido de rotura justo a nuestro lado y giramos la cabeza para ver qué había sido eso; vimos entonces un gran boquete en un tejado cercano, al tiempo que varias tejas se desprendían de este y caían al suelo con gran estrépito.
-¿Qué demonios ha sido eso?-soltó Hard, anonadado.
Nada más decirlo, algo cayó del cielo justo delante de nosotros, golpeando en la cabeza a un poni de tierra cercano que se había quedado tan quieto como nosotros, cayendo a plomo al suelo y sin volverse a levantar, tiñendo el suelo de rojo. Nos quedamos horrorizados ante tal brutal y repentina muerte, sin poder decir ni hacer nada. Fue entonces cuando empezaron a llover piedras. Cascotes del tamaño de tejas, e incluso más grandes, se precipitaron sobre ponis y tejados, cual granizos de invierno.
-¡A un lado, buscad algo done cubriros!-gritó Fast en ese momento, sacándonos del trance en el que nos encontrábamos.
Yo me moví rápido y, usando mi magia, me teletransporté a una porticada cercana, llevándome conmigo a Hard en el proceso. Por su parte Fast voló todo lo rápido que pudo y nos siguió, cubriéndose a tiempo junto a nosotros.
Desde la porticada pudimos contemplar horrorizados el dantesco espectáculo que acontecía ante nuestros ojos sin que no pudiéramos hacer nada por evitarlo; muchos ponis no fueron tan rápidos y habían sido alcanzados por el mortal pedrisco, cayendo al suelo como fardos. Algunos pegasos cometieron el inmenso error de alzar el vuelo en vez de volar al raso, cayendo inmediatamente después azotados brutalmente por las rocas, las cuales llegaron a alcanzar el tamaño de un coco. Los techados y las casas también recibían la furiosa embatida, rompiendo miles de tejas y resquebrajando los tejados. Oíamos los gritos en la lejanía pidiendo ayuda, una ayuda imposible de dar, a cuenta de sacrificar la propia. Y eso era lo que más nos dolía.
Nos pareció una eternidad, pero tras varios minutos lloviendo piedras de forma ininterrumpida la cosa cesó, envolviendo a esa parte de la ciudad en un silencio abrumador y atroz. Nosotros salimos de nuestra cobertura, contemplando el paisaje desolador que se presentaba ante nosotros. Un gran número de cuerpos yacían tirados en el suelo, manchando el pavimento. La calle se encontraba también llena de rocas de todos los tamaños, con formas extrañas y olores igual de extraños, envolviendo el ambiente en un hedor insoportable, aparte del de la muerte. Mis patas temblaron, al tiempo que contenía como podía las arcadas.
-¿Por qué está sucediendo esto? Oh, dulce Celestia ¿por qué nos has abandonado?-musitó Fast, con tono lloroso.
Hard no dijo nada, tratando de hacerse el duro, pero ni siquiera él fue capaz de permanecer impasible ante semejante situación. En ese momento la luz del sol se apagó, comenzando a echarse una densa oscuridad sobre nosotros. Al fondo, la montaña seguía vomitando humo negro.
Me consideraba un naturalista, como mi tío. Desde que era un potrillo siempre había querido saber más, todo me llamaba la atención, y quizás fuera por eso por lo que siempre quise seguir sus pasos. Mi familia siempre había seguido la misma estela, y no solo porque fuéramos una estirpe de unicornios sabios, sino porque sabíamos que todo el conocimiento debía de ser usado por el bien común. Él mismo me contagió su pasión por el saber, las letras y el conocimiento, por lo que le estoy profundamente agradecido, sobre todo ahora que estaba consiguiendo hacerme un hueco en el mundillo. Aunque, como compartíamos el mismo nombre, muchos decidieron concretar un poco más para distinguirnos. Y, por supuesto, como yo era el más joven, fui conocido como tal, mientras que mi pobre tío acabó ganándose el apelativo contrario, cosa que muchas veces le amargaba.
Aunque en ese momento había algo más importante entre cascos; me encontraba acompañado de mi escriba, redactando unas cartas, cuando de repente oímos una apagada explosión en la lejanía, aunque igualmente audible y muy potente. Los dos nos asomamos al solárium de mi habitación para ver que había sido eso, cuando entonces lo vimos.
Al otro lado del estuario, y en la costa de Tall Tale, una enorme y oscura nube negra surgía de una montaña que me resultaba tremendamente familiar, amenazando en silencio a la ciudad a sus pies, comenzando a cubrirla poco a poco.
-Cielo santo ¿esa no es… Smokey Mountain?-inquirí yo, anonadado.
-Tal que así eso parece, señor Trotinio-asintió mi escriba, tan sorprendido como yo.
-Pero… nunca había visto nada parecido ¿por qué la montaña escupe esa fea nube negra? Esto lo debe ver mi tío… ¡tío! ¡Tío Trotinio! ¡Llama a mi tío, rápido!
-¡Ahora mismo, señor!
Mientras que mi escribano salía a buscar a mi tío, por mi parte me dirigí al solárium de la planta baja, esperando encontrar a mi madre allí; y así fue, aunque esta se encontraba levantada, mirando el suceso por sí misma. Mi madre era una fina unicornio de crines doradas y pelaje verdoso, con unos ojos color azul cielo. Su marca de belleza consistía en una hoja de laurel.
-¡Madre!
La aludida se dio la vuelta y me miró con una expresión azarosa.
-Oh, Trotinio, hijo mío ¿Qué es esa horrible nube de allí? Estaba tomando mi baño de sol cuando la montaña explotó, liberando esa cosa negra…
-No lo sé, venia para preguntarte si has visto al tío…
-¿A mi hermano? No le he visto desde esta mañana…
En ese momento unos cascos resonaron acercándose tras nuestro y entonces se presentó el aludido, un unicornio muy parecido a mí, de facciones rectas y crines rizadas, con unos tonos de pelaje muy parecidos a los de su hermana. Su marca de belleza consistía en un pergamino desplegado y con una pluma escribiendo en él.
-¡Ah, tío, te estaba buscando!
-Lo sé, y también sé lo que me vas a preguntar, sobrino, y la respuesta es no-me cortó él enseguida
-Oh, vaya, esperaba que tu podrías dar una respuesta…
-Aunque soy un poni de saber, me temo que no sé todo lo que esta vida me puede llegar a enseñar. Pero es por eso por lo que no debemos quedarnos aquí parados. La ciudad de allí al pie de esa montaña que ahora escupe ese humo negro en forma de pino es Tall Tale, y allí viven algunos de mis colegas a los que tengo mucho aprecio. He estado observándola y me temo que no augura nada bueno. He de partir enseguida para investigarlo más de cerca y ayudar a los ciudadanos de Tall Tale.
-¿¡Qué?! ¡Pero tío, podría ser peligroso!-exclamé yo, alarmado.
-¡Sí, hermano, escucha a tu sobrino, no vayas, por favor!-le suplicó mi madre, preocupada por él.
-Pero el no arriesgarme supondría no averiguar lo que está ocurriendo, y es mi deber aprender más sobre ese extraño fenómeno. No me detengas ahora, Trotinia, pues sabes que debo hacer esto-murmuró mi tío con voz queda, cogiendo de los hombros a mi madre, la cual le miraba apenada.
-Si lo sé, pues claro que lo sé, Trotinio, hermano, pero sabes también que me preocupo por ti…
-Yo también sé eso, y te estoy agradecido por ello, hermana.
Ante eso mi madre no dijo nada más, bajando la vista con expresión entristecida; mi tío no la dijo nada más, tan solo la cogió de las mejillas y la dio un cariñoso beso en la frente. Tras eso se dirigió a mí, con gesto indemne.
-Quédate con tu madre y cuida de ella, Trotinio.
-¿No quieres que vaya contigo, tío?-inquirí yo, esperando a que aceptara, aunque sin embargo ya sabía la respuesta.
-No, necesito que te quedes aquí y documentes todo lo que veas. Confío en ti, sobrino-aseguró él, cogiéndome de los hombros a mi también.
-Así lo haré, tío-asentí con vehemencia.
Sin decirnos nada más se despidió de nosotros rápidamente y partió hacia el embarcadero de nuestra villa, con destino al otro lado del estuario que dividía la costa de Vanhoover con la de Tall Tale. Mi madre se quedó ciertamente dolida por su marcha, por lo que la consolé con un abrazo, mientras observábamos como la nube de humo negro, como mi tío la denominó, seguía subiendo imparable en el cielo, llegando a alcanzar por lo menos los veinte metros de altura. Para entonces un denso manto cubría Tall Tale.
El caos se había asentado en la ciudad, y ni siquiera había hecho falta que un grupo de windigos se hubiera instalado entre nosotros. El gobernador se sentía desbordado, los muertos se contabilizaban por decenas, y aunque ahora no llovían piedras, desde hacía un buen rato estaba nevando. Sí, nevando, a mitad de agosto, pero la cosa no quedaba ahí. Lo que nevaba no era nieve exactamente, pero caía igual, gruesos copos de una sustancia grisácea y viscosa muy parecida a la ceniza comenzaba a "cuajar" y amontonarse en las esquinas, calles y en cualquier sitio posible. Los tejados que milagrosamente seguían enteros ya estaban todos cubiertos, y se quedaba pegada tanto al pelaje como a las crines, ensuciándolas.
Aun a pesar de la situación, el gobernador aún no había decidido qué hacer, media población estaba muerta, y la otra mitad corría de un lado a otro sin saber muy bien qué hacer a continuación. Y en ese sentido, la reunión no estaba ayudando en absoluto.
-¡Vámonos ya de la ciudad antes de que la montaña nos mate a todos!-exclamó un vecino en ese momento.
-Calma todo el mundo, por favor, he enviado una batida a comprobar el sendero del oeste, llegarán enseguida con noticias…
Nada más decirlo, un grupo de ponis con las crines y los pelajes "empapados" de esa extraña nieve gris entró precipitadamente en la sala, exclamando de seguido.
-¡No podemos huir por el sendero, estamos atrapados!
Esa noticia dejó de piedra a los asistentes, los cuales comenzaron a cuchichear entre sí.
-¡Unas enormes rocas bloquean el camino, creemos que la montaña los lanzó ahí cuando estalló, tienen unas prominencias muy similares a la cima antes de que desapareciera!-apuntó otro poni, con la consternación grabada en su voz.
A cada noticia que llegaba, más nerviosa se ponía la gente, revolviéndose en sus asientos de la platea.
-¡El llano es ahora un pedregal lleno de rocas y ceniza, al lado de la montaña cae como si fuera una ventisca, y cada vez es más fuerte!
Y, para rizar el rizo, en ese momento se dio otro temblor aparte de los que habían estado azotando la ciudad desde que toda esa pesadilla comenzó; todo el mundo se agarró a donde pudo, el techo se tambaleó, los cristales repiquetearon y algunas paredes se rajaron un poco más de lo que ya estaban.
En cuanto pasó, un poni anónimo aprovechó para gritar.
-¡Huyan, sálvese quien pueda, vamos a morir todos!
-¡El puerto, si el sendero está bloqueado por mar sí podremos huir!-añadió otra voz desconocida.
No hizo falta que lo dijeran dos veces, todo el mundo siguió la orden a rajatabla y salieron en estampida de allí, dejando al alcalde solo. Fast, Hard y yo salimos de allí y contemplamos la situación, viendo a los ponis corriendo como posesos por las calles, apartándose a empellones, gritando incoherencias y presas de un pánico completamente justificado. Seguía nevando ceniza de forma continua, y al fondo del todo la figura de la montaña se había difuminado en su gran mayoría, aunque aún se distinguía más humo negro surgiendo de sus entrañas, en un paroxismo extremo de furia natural. En ese momento Hard fue el primero en opinar.
-No sé vosotros, pero si tenemos la oportunidad de salir de este infierno aunque sea a nado no me lo voy a pensar dos veces…
-Sí, la opción del puerto es la más sensata… y yo optaría por ir ya, la gente se está desquiciando por momentos-observó Fast, preocupado por lo que veía.
Muchos ponis comenzaban a dejarse llevar por el pánico, sin importar quien se les ponía por delante, llegando a haber tropelías varias que nadie se molestaba en evitar. Al fondo de una calle cercana vi entonces una figura familiar que se cubría en una estola también familiar, moviéndose de manera errática y con la cara desencajada.
-Soft…-mascullé entonces por lo bajo.
-¿Qué?-inquirió Fast, extrañado.
Entonces pude ver como un poni desconocido la abordaba de forma abrupta y la cogía del cuello, reaccionando entonces de seguido y echando a correr hacia ella, preso de una furia que podía notar como me embargaba, haciéndome correr al máximo de mi capacidad.
Llegué incluso antes de lo que pensé que llegaría, poniéndome al lado del poni, el cual le oí musitar.
-¡Si voy a morir hoy, al menos moriré feliz!
Usando mi magia le obligué a darse la vuelta y, acto seguido, le propiné un fortísimo derechazo con todas mis fuerzas, haciéndole caer al suelo debido al golpe.
-¡No vuelvas a tocarla, cerdo!-chillé, furioso.
Nada más verme Soft exclamó mi nombre y se pegó a mí, muerta de miedo. El poni al que golpeé no se movió, quedándose tendido en el suelo, al tiempo que la ceniza le empezaba a cubrir con rapidez.
-¡Down!-oí exclamar a Fast y Hard, los cuales llegaron justo en ese momento.
Nada más ver a mi oponente caído Hard se quedó asombrado, sin poder evitar dar su opinión.
-¡Uauh, Down! ¿Le has derribado tú?
-Sí, he sido yo…
-¡j*der, pues sí que tienes un buen gancho, y parecías un piltrafilla!-exclamó el poni, aún más asombrado si cabía.
Soft se quedó callada, observando a mis amigos, y yo hice las pertinentes presentaciones. Una vez introducidos, me dirigí a ella.
-¿Qué hacías aquí, Soft?
-¡Ah! ¡Buscaba ayuda, mi madre y yo estábamos en casa cuando todo esto pasó, nos refugiamos allí cuando empezaron a llover piedras y nevar ceniza, pero entonces el techo de su habitación cedió y la cayó encima! ¡Está atrapada, por favor, Down, tienes que ayudarla, por favor!-exclamó ella, muy alterada.
-Claro, por supuesto, iré a ayudarla-asentí con seguridad.
-¡Pero espera, Down, todo el mundo se está dirigiendo al puerto, si no vamos ahora perderemos los barcos que queden!-me recordó Fast en ese momento.
-Pero tengo que hacer esto, Fast… hagamos una cosa, yo iré con Soft a ayudar a su madre, mientras tanto vosotros dirigíos al puerto y asegurad un barco, iremos en cuanto hayamos sacado a su madre de allí-organicé entonces con rapidez.
-Pero eso no nos asegura una huida, Down-recalcó Hard en ese momento, con gesto serio.
-¡Ya lo sé! He de hacer esto, Hard ¿lo entiendes?
Ambos nos miramos por un breve momento hasta que al final mi amigo accedió.
-Está bien, te esperaremos.
-Gracias, a los dos. Procuraremos no tardar mucho.
Nos despedimos de ellos y ambos echamos a correr hacia el norte de la ciudad.
El paisaje se enrarecía por momentos, la ceniza se iba acumulando cada vez más, tanto en las calles como en los tejados de las casas, llegando a formar pequeños montículos y cubriendo incluso las piedras de la lluvia anterior. Apenas nos encontramos con ponis por el camino, aunque llegamos a ver que muchos habían optado por encerrarse en sus casas en vez de huir, cosa que no me terminaba de convencer sobre si sería lo más indicado en unos momentos como esos. Aun así me dejé de preguntas retoricas y me centré en el camino, llegando a pasar por la plaza, donde el reloj de sol ahora era del todo inútil; no sabíamos cuánto tiempo había pasado desde que comenzó todo, en cuanto las nubes negras taparon el sol el día se convirtió en una penumbra casi permanente, por lo que situarse en ese momento era completamente imposible.
Al pasar al lado de una casa con jardín, en ese justo momento se dio otro temblor y al fondo la montaña escupió otro potente chorro de humo negro, alargando un poco más ese infierno; por un momento el temblor se intensificó tanto que nos obligó a parar y nos refugiamos en la techumbre de la entrada, esperando a que el suelo dejase de moverse. Soft se pegó a mí, dejando escapar un gemidito asustado, por lo que traté de calmarla.
-Tranquila, solo espera, ya pasará…
En cuanto el temblor amainó quise levantarme, pero ella me lo impidió por un breve instante. La miré y vi que tenía los ojos vidriosos y un gesto de puro miedo dibujado en su cara. En un momento dado, habló.
-¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué aquí y ahora?
Ante eso yo tan solo pude llegar a suspirar, comentando de seguido.
-No lo sé…
De alguna manera se esperaba que la diera esa respuesta, aunque eso no alivió su pesar.
-Tengo miedo…-susurró entonces, pegándose aún más a mí.
Normalmente ese era el momento en el que cualquier semental se crecería y dijera que no, pero me pareció demasiado estúpido y preferí ser sincero.
-Yo también.
Por un momento nos miramos fijamente, sin volver a hablar, y diciéndonos todo en casi nada. En ese momento Soft me soltó y yo me levanté, ayudándola a ella justo después.
-Vamos-la animé.
Volvimos a retomar la carrera bajo el denso manto de ceniza que seguía cayendo de forma casi constante, e incluso cada vez con más intensidad. Finalmente llegamos a su casa y entramos directamente en ella, al tiempo que Soft llamaba a su madre.
-¡Madre, madre, ya estoy aquí, Down ha venido a ayudarte!
La seguí hasta el lugar, comprobando por mí mismo lo que ella me dijo; gran parte del techo había caído, y en el medio se encontraba la señora Fiber atrapada bajo las rocas planas, aprisionándola de las patas traseras.
-¡Madre, soy yo, Soft! ¿Madre?
Soft se inclinó ante ella, viendo entonces que su abdomen no se movía.
-No… no respira… Down, no respira, madre… ¡madre!
Me adelanté y vi entonces que estaba cubierta de ceniza.
-La ceniza… debe de haberla respirado. Espera, hazte a un lado.
La limpié la cara de ceniza y la estuve aplicando un masaje para estimular los pulmones, recordando los cursos de primeros auxilios que llegamos a dar hacía ya tiempo en el trabajo. Por un momento pensé que no funcionaria, pero al cabo de unos minutos en ese plan acabó por coger aire, llegando a toser con tanta fuerza que llegó a escupir sangre, lo que me preocupó. Al ver esto, Soft se echó sobre ella, doblemente preocupado.
-¡Madre! ¡Resista, madre, por favor! ¡Down ha venido a ayudarte!
-¿Down? Oh, mi querido muchacho… eres todo un semental…-masculló ella, con la voz tomada y respirando con dificultad.
-No se preocupe, señora Fiber, la sacaré de ahí-la aseguré, pero antes de hacer nada, ella misma me paró.
-Eres tan bueno y considerado… siempre pensé que serías el marido ideal para mi hijita. Y veo que no me equivocaba. Down, por favor… cuida de mi hija, protégela, sé que lo harás.
Antes de poder decir nada más, la yegua se interrumpió ella misma por unos fuertes tosidos que fueron empeorando a cada segundo que pasaba, ahogándose cada vez más.
-¡No! ¡Madre, por favor, no me deje! ¡Madre! ¡Mamá!
-Mi potrilla… siempre serás mi pequeña…-musitó entonces, entre estertores.
-¡Madre!
Entonces, por un momento, la señora Fiber me lanzó una suplicante mirada que me lo dijo todo; yo tan solo pude asentir vehementemente, con lágrimas en los ojos. Justo después dejó escapar una seca bocanada, perdiendo aire de golpe y cayendo al suelo, fulminada. Por un momento Soft miró a su madre, como si no se creyera lo que había acabado de pasar. Sin decir nada alzó una pata, cerrándola los ojos. Justo después dejó escapar un desgarrador grito que resonó por toda esa parte de la ciudad vacía. Yo me puse a su lado y la abracé, al tiempo que se echaba sobre mí y comenzaba a llorar con fuerza. No pude evitarlo y yo también lloré. No había consuelo para ninguno de los dos, apoyándonos mutuamente y dejándolo escapar todo. Desde el boquete que era ahora el techo se podía ver esa maldita montaña que tanto dolor y muerte había causado, la cual seguía soltando lo que era ahora nuestra perdición. Varios rayos coronaron las nubes cercanas, que ahora alcanzaban más de veinte metros de altitud.
No había tiempo que perder, ordené que prepararan una barca y partí enseguida con varios de mis criados para que me ayudaran en mi tarea. Desde el otro lado del estuario la figura de Smokey Mountain se recortaba en la lejanía envuelta en un densísimo manto de nubes negras y grisáceas, con multitud de rayos rodeando su rugosa superficie. Nunca en toda mi vieja vida de naturalista había visto nada semejante, y conforme nos acercábamos a la otra orilla comenzó a nevar lo más parecido a ceniza, pero no era una ceniza como la que el carbón o la madera dejaban tras arder. Esta era muy distinta, más viscosa y densa, se quedaba pegada tanto al pelaje como a las crines, y ensuciaba bastante, por lo que quitársela apenas servía, ya que una nueva capa se instalaba en su lugar debido a su caída constante.
El paisaje se oscureció también a medida que nos acercábamos, la luz del sol se apagó y una densa penumbra se echó sobre nosotros. Tratamos de alcanzar la costa, pero sin embargo el viento varió de golpe, empujándonos hacia el oeste y alejándonos de ella.
-¡No podemos acercarnos, tenemos el viento en contra!-exclamó uno de mis criados, manejando la vela.
-¡No la fuerces, espera a que amaine y redirígela después! ¡Mantente firme!-indiqué tanto al velero como al timonel, con calma.
-¡Sí, señor!-asintieron los dos a la vez.
Costó un poco, ya que también el mar estaba bravo y dificultaba aún más la tarea, pero al final conseguimos redirigir el rumbo hacia la costa y la alcanzamos tras unos pocos minutos de espera. Llegamos a un embarcadero, cerca de una villa que yo conocía bien. Nada más desembarcar, una cara conocida apareció bajando las escaleras, un unicornio de crin plateada, pelaje amarronado y ojos de color canela, con una marca de belleza consistente en un vidrio aumentador con un trozo de papel debajo.
-¡Trotinio! ¡Trotinio El Viejo, eres tú!
-¡Coltoniano, amigo mío, me alegro de ver que estás bien!-exclamé por mi parte, sintiéndome particularmente aliviado.
-Yo estoy bien, pero la situación es muy crítica, Trotinio, la montaña no ha dejado de escupir esa extraña ceniza y muchos de mis sirvientes están teniendo problemas de respiración, se ahogan sin remedio…
Esa noticia me pilló medio de sorpresa, ya que de alguna forma me esperaba que esa ceniza fuera peligrosa de alguna u otra forma; incluso me recordó que yo mismo tenía problemas de laringe, pero preferí no pensar en eso y me centré.
-¿Hay algo que podamos hacer? ¿Qué hay de Tall Tale?
-Es un caos, allí la gente parece haberse vuelto loca por lo que me han dicho los sirvientes que se han acercado, el acceso este ha sido cerrado por rocas y ahora el mar es el único medio de escape. No vamos a poder ayudarlos, Trotinio…
Ante esa tesitura tan solo me quedé callado, pensando a toda velocidad; por mucho que me pesara, sabía que Coltoniano tenía razón, pero no me quería ir sin haber estudiado a fondo el por qué la montaña había estallado de esa forma. Finalmente hablé.
-Lo comprendo, aunque me gustaría quedarme un poco más… quiero saber cuál es la causa de todo esto.
-Entiendo que quieras saberlo, pero no es caso averiguarlo ahora, corremos peligro, Trotinio, debemos marcharnos ya.
Quise decir algo, pero en ese momento la tierra tembló y nos echamos al suelo por puro instinto; desde donde estábamos pudimos ver como la montaña escupía más de esas nubes negras, las cuales parecían caer hacia abajo como si pesaran demasiado, deslizándose por la ladera como lo haría la arena granulada. En cuanto el temblor cesó, nos levantamos y Coltoniano habló.
-Estoy preparando un barco para marcharme, pero si quieres puedes parar en casa antes de irnos, tengo algunos rollos de pergamino que te podrían resultar interesantes.
-Está bien, te lo agradezco Coltoniano.
-Es lo mínimo que puedo hacer por un buen amigo.
Sin perder más tiempo los dos subimos las escaleras en dirección a la villa acompañados por mis criados. Al fondo, la montaña seguía escupiendo más y más humo, envolviendo aún más el cielo y encapotándolo.
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