En un sitio tan oscuro, nadie podría describir como se sentiría la pequeña en aquel momento. Una inmensa aglomeración de emociones florecía en su interior, confusión ante su estado, miedo por no poder ver nada en aquella densa oscuridad, preocupación ante el paradero aparentemente desconocido de su hermano y tristeza como resultado de todo aquel conjunto.
El tiempo pasaba, no podía saber si eran segundos, minutos o incluso horas, sin referencia alguna ni utensilios o siquiera un mísero objeto que no fuera alguna roca a su alcance, tenía miedo de siquiera mover un casco, o extender sus alas ante lo desconocido. Cerraba los ojos, tratando de dormir, pensando que todo aquello no era mas que un mal sueño, tratando de convencerse a si misma que solo debía esperar para despertar junto a su hermano y retomar su viaje a Canterlot sin recuerdo alguno de esta experiencia... pero no despertaba.
El sol se asomaba tímidamente, iluminando Equestria poco a poco, cuya luz tenue se hacía notar más y más enfrente de la potrilla, la cual observaba a su alrededor, temerosa de lo que podría descubrir, pero todo aquello se desvanecía lentamente mientras aquellos débiles rayos de sol la regocijaban con su calor.
Por fin podía volver a verse a si misma, su pelaje azul suave y aquel pequeño mechón color cían en su crin, que le daba un toque distintivo que adoraba. Con placer finalmente pudo abrir sus pequeñas alas al aire y estirar el cuerpo, lo que le dio una sensación de calma, al poder moverse al fin. Aprovechando aquel reconocimiento, decidió hablar al aire, imaginando que tenía a la princesa alicornio de la cual leyó en sus libros enfrente suya, esto, de algún modo, la reconfortaba, no se sentía tan sola en aquellos instantes.
- B...uenos días.- Pudo articular antes de toser durante varios segundos, tener la garganta tan seca no ayudaba demasiado a sentirse cómoda, pero decidió continuar.
- Me llamo...- Volvió a toser, pero estaba decidida a terminar aquel pequeño ejercicio. - White Catleya y este es mi...- La pequeña paró, pensando en ahorrar la poca saliva que le pudiera quedar.
Mientras volvían a pasar las horas, Catleya aprovechaba y pensaba como poder siquiera zafarse de aquel sitio. Ninguno de los huecos que veía le valía para escabullirse, salvo un par que se lo impedían por unos escasos centímetros, aquella gran roca recubierta de musgo era lo único que la apartaba de su libertad.
Con curiosidad, se detuvo a mirar a través de aquellos pequeños agujeros, los árboles seguían teniendo todas sus hojas caídas, como ella recordaba, pero no había signo alguno de nieve.
"¿Habrá llovido mientras estaba dormida?" pensaba la pegaso mientras trataba de recordar el paisaje que había antes de dormirse. Era un panorama similar al que podía atisbar, el paso del otoño se había quedado patente en los árboles y a su vez el invierno hacía acto de presencia con una suave nevada, cubriendo todo con una pequeña capa blanca, lo cual faltaba en aquella escena.
No tenía nada que hacer en aquella cueva, sino observar y pensar, mientras escuchaba el sonido de la naturaleza al otro lado de la roca. Oía como el viento se hacía paso por los pequeños resquicios, junto al canto de algún pájaro, lo cual la distraía de su situación, pero no dejando de sentirse prisionera en aquella zona.
"¿Urracas? ¿O tal vez gorriones?"
Junto a aquellos pensamientos, Catleya recordaba las aves que veía a través de sus libros, desde el simple pero simpático gorrión, hasta el asombroso pavo real, con aquellas casi hipnóticas plumas.
Sin darse cuenta siquiera, inmersa en sus pensamientos y memorias, la pequeña comenzaba a quedarse dormida mientras una suave corriente de viento la acariciaba la crin, haciéndola sentir como si alguien la estuviera cuidando en medio de aquel cautiverio.
La noche comenzaba a caer, volviendo la oscuridad a la cueva, pero esta vez con algo nuevo, ya que la luna en esta ocasión se encontraba oculta por un cielo nublado, pero esto no era lo que más le preocupaba a la potrilla, ya que en su sueño, cortas secuencias se reproducían a gran velocidad en su cabeza. Podía ver colmillos, a su hermano preocupado, pero también recordaba el calor del fuego, aquel sentimiento que tenía cuando se encontraba junto a él, que le permitía seguir avanzando e incluso realizar actos que jamás habría siquiera considerado.
Estos momentos parecían disiparse con pequeños toques, continuos y constantes, a la vez que fríos, en la nariz de la pequeña, que acabó por despertarse con un pequeño estornudo, fruto de aquellos estímulos, obra de un pequeño goteo.
Poco tardó la pequeña en alegrarse ante aquel descubrimiento, abriendo la boca de par en par y recibiendo cada gota, sintiendo que podía seguir adelante, dandole fuerzas.
Cuando terminó de saborear aquellas pequeñas gotas de agua, por fin se percató de su origen, afuera estaba lloviendo ligeramente, suficiente como para que la humedad se pudiera atisbar en el ambiente, pero no como para encharcar toda aquella zona, o al menos ella no notaba agua alrededor de sus cascos.
Tratando de usar la roca como punto de referencia, la pegaso se apoyaba en aquel enorme pedrusco usando sus cascos, cuando, sin poder siquiera reaccionar, se resbaló con el musgo húmedo, cayendo de bruces al suelo.
Tratando de levantarse con cuidado, Catleya se quedó pensando en el motivo de su caída, ya que no solo se resbalaron sus cascos delanteros, sino también los traseros. Una vez ya incorporada, se puso a tocar el suelo con su nariz, comprobando que, al igual que la roca, este no estaba húmedo, sino algo encharcado.
Y una idea le vino a la mente, de manera fugaz.
Recordando donde estaba el agujero más grande al que podía acceder, Catleya no tardó ni un segundo en lanzarse a la carga, metiendo su cabeza y empujando con todas las fuerzas que tenía. Poco a poco, parecía que su plan surtía efecto, avanzaba mucho más de lo que parecía, incluso ya podía sacar un casco al exterior, pero cuando estaba a mitad de camino, apareció un obstáculo que no esperaba en absoluto: sus propias alas.
Pegándolas lo máximo posible a su lomo, la pequeña parecía poder hacerse paso, pero el musgo se estaba despegando, dejando un áspero muro rocoso que parecía no querer dejarla cruzar tan fácilmente. Poco a poco, estaba llegando a un punto de no retorno, sabía que ya le era imposible volver atrás, y quedarse atascada tampoco era una opción, por lo que decidió seguir tirando, mientras la lluvia comenzaba a tocar su hocico.
Con cuidado, estaba lográndolo, si pasaba de aquel punto todo iría como la seda, y ella sabía que aquella era sin duda alguna, la peor parte. Sabía que iba a doler, pero ya no había vuelta atrás, no se arriesgaría a perder aquella perfecta oportunidad.
"Solo son plumas, crecerán de nuevo" se repetía a si misma mientras empujaba, notando como esta se aferraba a ella, como si la agarrara de sus alas.
Poco a poco tiraba, aguantando el dolor creciente en sus alas que a un pegaso normal no le habría dolido apenas, sin embargo, en su estado actual, le estaba siendo casi insoportable.
Se hacía paso, aferrándose al pensamiento de que eran los últimos instantes antes de poder ser libre de nuevo, mientras una pequeña lágrima se le escapaba por la mejilla, camuflándose con las gotas de lluvia que suavemente recorrían su cara cuando, finalmente, salió disparada como un corcho de una botella, rodando repetidas veces en el barro que había frente a la cueva por aquella fuerza de empuje.
Poco se podía ver en aquel momento, pero a ella no le importaba, miró al cielo y, cerrando los ojos, abrió la boca, deseando poder beber todo el agua de lluvia posible, ignorando hambre, frío o sus doloridas alas, nada ni nadie le iba a quitar esos momentos de gloria.
Sintiendo el contacto de los elementos en cada parte de su ser, Catleya decidió dormir, sin miedo a nada, sabiendo que todavía tenía la voluntad para seguir adelante, para comenzar al día siguiente lo que supo que iba a ser una tarea difícil: no solamente debía sobrevivir sola, sino que también debía empezar a buscar a su hermano, del cual no sabía absolutamente nada acerca de su paradero. Pero eso era algo que confrontaría mañana, en aquel momento, resguardada por un frondoso árbol, la pequeña pudo dormir sin ningún percance que la molestara.