El mercado era un completo caos. Los mercaderes anunciaban sus productos a plena voz, los transeúntes caminaban y observaban los diversos puestos mientras pequeños potrillos corrían de aquí para allá. A pesar de ello, esto no le supuso ningún problema a Seldrim. Cuando ves una criatura que te dobla en estatura capaz de exhalar fuego andando por ahí tiendes a apartarte de su camino. Solo las pequeñas cebras y potrillos se acercaban a él, mirándole con la boca abierta, hasta que sus padres les ordenaban que se alejaran. A Seldrim no le importaba, ya estaba acostumbrado a que la gente le tuviera miedo. Además, le encantaba la cara de los pequeños cada vez que lo veían.
Seldrim buscó por el mercado, esperando encontrar alguna tienda en la que comprar lo que necesitaba. Había establecimientos de todo tipo: armerías, boticas, droguerías, floristerías, pero lo que más predominaba eran los puestos de venta de piedras comestibles. Antes de que terminara la Era de la Armonía hace 100 años, había multitud de alimentos en el mundo, pero al finalizar esta fueron desapareciendo al cabo de los años hasta no quedar ninguno. Fue entonces cuando se empezaron a utilizar las piedras comestibles como alimento. Al menos, eso era la que le habían contado sus padres cuando era pequeño. Seldrim era un dragón de Nueva Generación, aquellos que nacieron después de la Era de la Armonía, por eso todo lo que sabía de esa época la había oído de los dragones mayores.
Apartó todo eso de su cabeza cuando vio lo que buscaba: un telar. Seguro que allí encontraría algo que le sirviera. Agachándose, entró en la pequeña tienda. Pequeña, ya que estaba diseñada para cebras y criaturas del mismo tamaño, no para un dragón. La tienda en sí era bastante amplia, con cientos de estantes llenos de telas de múltiples colores. Rojo, verde, naranja, azul, todo color que existiera se encontraba allí. Al otro lado de la habitación, se encontraba una joven cebra, quien debía ser quien regentaba el lugar. Seldrim se puso a mirar las telas que el rodeaban, intentando encontrar una adecuada para el regalo. A cada segundo podía sentir la mirada de la cebra, observándole y eso le incomodaba. Siguió buscando hasta que una de su agrado. Era una tela de seda blanca bordada con hilo celeste proveniente de las antiguas tierras de los grifos. Era de una calidad excepcional.
- ¿Cuánto cuesta esta tela? - preguntó volviéndose hacia la joven cebra.