Chica. Todo el mundo me llama chica por aquí. Creo recordar tener un nombre. Nana viene mucho a mi cabeza, así que me llamo así en las raras ocasiones en que nadie me oye. Pero para todos suelo ser “tú”, “chica”, “eh, esa potra, échame una mano”. No tengo nada en especial, aparte de una trenza que cae a un lado de mi cabeza, siempre despeinada por no tener tiempo para arreglarla. Mi tamaño es bastante pequeño para un poni terrestre de mi edad, así que la gente a veces me mira extrañada, preguntándose qué hace alguien tan pequeña aquí, seguramente pensando que mi madre sobrevivió a la catástrofe para luego tenerme. Obviamente, no fue así.
Era demasiado pequeña cuando ocurrió todo como para recordar algo. De todas formas, nadie quiere hablar de ello, así que realmente no sé qué pasó. Todo lo que recuerdo de mi vida soy yo, agradecida por estar viva, ayudando en todo lo que podía. Sólo sé que soy una superviviente a una gran catástrofe, y sé que lo que tengo ahora es todo lo que siempre voy a tener. Me entregué a la comunidad. Ya que no podía explorar, intentaba ayudar en las cosechas. Sin embargo, el hecho de ser tan pequeña me dificultaba enormemente las labores del campo. Aprendí a coser y cocinar. Al no poder ejercer tareas en el exterior, me centré en la base de la colonia, en las tareas más básicas. Descubrí que tenía talento para sanar, sacando primero astillas a los ponis que trabajaban la madera, ayudando a otros con males mayores después. Fue un alivio, podía sentirme útil. Al ser tan pequeña, tenía facilidad para ver y escuchar sin ser vista, lo que me ayudó a aprender todo sobre el cuerpo de los ponis y sobre la comunidad.
En cuanto a otro tipo de aprendizaje, tuve que formarme como pude, pues todo el conocimiento se perdió el día que se perdió todo. Sin embargo, unos pocos ponis de la comunidad vieron que podía ser útil y me ayudaron a recolectar ese poco conocimiento que quedaba. Aprendí todas las técnicas de sanación que cayeron en mis manos. Aprendí hasta a asistir partos, aunque dicen que todas somos estériles. Aún nadie ha tenido la confianza de hablar conmigo directamente del tema (y lo entiendo, es algo muy personal), pero es una especie de secreto a voces del que nadie habla. Sería una pena, perder de esta forma una raza como la nuestra. Me encantaría saber ayudar de alguna forma, aprender a preparar brebajes o remedios que ayudaran a otras yeguas a quedarse embarazadas. Pero para ello tendría que saber qué pasó aquel fatídico día. Y de eso tampoco se habla.