por JoanK » 15 Sep 2013, 20:45
Los días van y vienen con cada cabezada, y sólo una cosa cambia en la celda: la posición de su inquilino. Camina, se detiene, golpea las paredes, las cocea, intenta romper las puertas mismas en pedazos. Solo, la mente le engaña. Sonidos inexistentes parecen proceder de un rincón, de bajo el suelo, de sobre el techo, del resquicio de una puerta firmemente cerrada. Ha intentado cavar un hoyo, pero sus cascos antaño fuertes y potentes, se ven debilitados por una mente débil incapaz de coordinarlos. Aquejado de una repentina sensibilidad, cada golpe con que trata de horadar el suelo le duele por toda la pata, y al cabo de poco el punzante dolor en sus maltratadas extremidades extingue sus fuerzas y cae, de nuevo, en la inconsciencia. Esta vez negra, vacía, quieta, sin sueños estrellados ni pesadillas de tiniebla.
Despierta otro día, u otra noche. Sabe Celestia cómo corre el tiempo en este maldito habitáculo intemporal, perenne fruto de un alma cruel y meticulosa, creación inmortal de un genio vengativo, opresivo lar de medio centenar de equinos y secreto refugio de monstruos y enigmas. Dolorido, como con agujas atravesando cada articulación, convergiendo en ellas desde la dispersa molestia en los músculos, trata infructuosamente de levantarse, y se derrumba sobre el costado. El golpe apenas duele. Las patas delanteras reclaman demasiado la atención de su sistema nervioso como para darle mucha importancia a otra cosa. Tal como se encuentra, de lado, intenta pastar alguna hierba que no haya pisoteado mucho anteriormente, y simplemente se queda quieto.
Sin descansar. Simplemente, no se mueve, pero porque no tiene modo de hacerlo. La locura lo toma, lentamente, y su cuerpo es incapaz de hacerle frente. Cada impulso es respondido, hasta que no hay energía para responder. No hay nada que hacer salvo tratar de engullir algo de hierba, aplastada y llena de tierra. Cruje entre las muelas, no sabe a mucho, tan poca cosa apenas alimenta. Pero no puede más. Las horas pasan si no vuelan, y no hay cambios. Ni siquiera cabezadas. Hoy nada ha cambiado en la celda, y su inquilino duerme otra vez en ella.
Al despertar, de nuevo trata de incorporarse. Aunque se nota entumecido y los aguijonazos perduran, aunque ahora más leves y dispersos. Realmente, poco duele más que las patas o el costado sobre el que cayo, que apenas si le molesta ya. Débil, trota o más bien se arrasta, trastabilleando constantemente, hasta una pared. A ella trata de agarrarse como puede, sólo quiere ponerse en pie. Cierra los ojos y desespera. Lenta pero frenéticamente, con aquella lentitud apresada de quien a pesar de desesperar no puede apenas moverse, se desplaza hasta encontrar el pomo de la puerta. A él se sujeta y estira para arriba, tratando de crujir la espalda, de estirar los músculos, de sacudirse el dolor de encima. En vano. Logra al fin levantar sus patas traseras, quedando apoyado con las delanteras a la puerta. Tiembla, se sacude, no puede evitarlo. Resbalan los cascos del pomo, y trata de afirmarlos, pero las sacudidas son demasiado. Su cuerpo es presa del dolor y de su mente enfermiza. Lo inevitable no puede ser siquiera aplazado ya. Los cascos resbalan, por un momento se sostiene en una extraña posición, con las patas traseras mientras las delanteras cuelgan, pero el equilibrio estaba perdido. Se desploma sobre el vientre plano y suelta un bufido de dolor. La cabeza ha golpeado a su vez con la puerta. La cabeza está quieta, pero no lo siente. Como un tambor la imagina él. El oído sangra algunas gotas. El costado aparece magullado a medida que pasa el rato, y el poni se sacude para tratar, por última vez, de ponerse en pie. Con sumo esfuerzo y un grito colosal, uno desgarrador, que deja sin palabras hasta a él mismo y parte el alma de cualquier vecino, el pomo levanta al poni, quien siente ahora una eterna tensión a lo largo de todos los músculos, y de nuevo el millón de agujas se le clavan. Y grita y se queja y estira y se deja, y se encarama al pomo. Y al fin está derecho de algun modo, apoyado todo él en la puerta, cogiendo por un lado el pomo y por otro el marco para sostenerse contra ella.
Y, de repente, con el último estertor cuando se coloca en posición, un *clinc*. El poni se inclina levemente para mirar bajo sus piernas, y vuelve a perder el equilibrio. Porque no ve otra cosa que un bit deslizandose bajo la puerta y, a la par que su peso se vuelve atrás, la puerta cede y se abre. Sin mediar palabra, con la boca abierta y los ojos como platos, el poni cae de espaldas y desaparece tras la puerta 5.
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