Aitana, después de permitirse unas vacaciones tras el laberinto de Nightmare Moon, había decidido regresar a casa para preparar sus siguientes expediciones.
Siempre había trabajo para una “arqueóloga” como ella.
Cuando abrió la puerta principal, la casita la recibió en silencio. Se detuvo en el umbral de la entrada, mirando la oscuridad. Nada perturbaba la paz del lugar. Los miles de cachibaches, organizados en un caótico orden, seguían exactamente donde los dejó. Nada parecía haber alterado su hogar.
Encendió una lámpara y se dirigió a la cocina, buscando unos botes de conservas de fruta para prepararse una macedonia. Echó los frutos en una tabla y empezó a cortarlos, distraida.
Silenciosamente, una sombra se deslizó desde el techo. Nada podía verse de ella en la oscuridad, salvo el brillo de sus ojos rosados. Se acercó a la poni de tierra, que seguía cocinando mientras murmuraba una canción entre labios. La sombra sacó una larga cuchilla mientras calculaba su ataque: un golpe directo y certero. Un asesinato limpio.
Alzó su arma, preparada para acabar el trabajo... pero algo ocurrió. El cuerpo de su víctima brilló durante un instante con una luz blanca antes de estallar en una onda de choque. La sombra se echó hacia atrás, rodando por el suelo. Se levantó de golpe, con dos cuchillas enganchadas firmemente a sus patas delanteras. La luz de la lámpara cayó sobre la intrusa, revelando su naturaleza como batponi: pelaje azul, crines marrones con un mechón del mismo color que sus fríos ojos.
Y frente a esta, Aitana Pones se encaró a ella. De algún lugar había sacado un arma: una larga espada enganchada a su pata delantera derecha y que se extendía hacia atrás, sobresaliendo por encima de su lomo. Una brújula brillaba, colgando de su cuello.
—Hay que ser estúpida para intentar asesinarme en mi casa.
La asesina, sin responder a la bravuconada, voló hacia la oscuridad. La arqueóloga intentó seguirla, pero la perdió de vista. Solo un suave movimiento en el aire precedió a la carga: La batponi cayó sobre su presa, la cual se echó hacia atrás, esquivando las cuchillas; pero el objetivo de la batponi era otro: usando toda su fuerza empujó a la arqueóloga hacia la ventana.
La violenta explosión de cristales precedió a las dos yeguas. La poni de tierra cayó al suelo, con algunos cortes sobre su cuerpo. Pero la asesina alzó el vuelo, perdiéndose en la oscuridad. Aitana se puso en pie rapidamente, preparándose para resistir el siguiente ataque. Estaba en campo abierto, era presa fácil, y en la noche no podía ver ningún refugio.
—Kolnarg, ayuda.
Como respuesta a su orden, la brújula empezó a brillar, y una luz blanquecina rodeó a Aitana. Justo en ese momento ocurrió el ataque: la batponi apareció de la nada y cayó sobre Aitana, cuchillas por delante. Esta última rodó por el suelo, un instante demasiado tarde. Notó el impacto en su espalda, pero no sintió dolor, la magia la había protegido. La asesina, una vez más, alzó el vuelo.
Aitana no podía resistir mucho más tiempo. Tenía que tomar la iniciativa. Se acercó la brújula a la boca y susurró:
—Atrápala.
Miró a su alrededor mientras la magia que la protegía la abandonaba. Si quería averiguar quién estaba intentando matarla, tenía que correr ciertos riesgos. El silencio se hizo aplastante, y ni siquiera el viento lo rompía. Un sonido, algo cortando el aire. La cazadora, como un ave de presa, se lanzó a dar el golpe de gracia.
La luz en la brújula creció de intensidad mientras la poni de tierra rodaba por el suelo. La batponi apareció junto a ella, a toda velocidad, pero el movimiento de Aitana le impidió ejecutar el ataque bien. Intentó herirla con una daga, pero la espada de su presa se interpuso en el tajo.
La cazadora echó a volar de nuevo, para perderse en la oscuridad... pero algo iba mal. El brillo que antes protegía a la doctora Pones ahora la rodeaba a ella. Entonces sintió cómo la magia tiraba de ella hacia abajo, impidiéndole ganar altura. Aitana no perdió un instante: se levantó de un salto y lanzó un certero tajo hacia el ala derecha de su atacante. Esta gritó de dolor y se giró tan pronto como la magia la liberó. La membrana de su ala estaba destrozada: no podría seguir volando. La que antes fue su presa se acercó a ella, con la seguridad de un depredador.
—En tierra no eres rival para mi, niña. Dime quién te contrató y no te mataré.
Ignorando la amenaza, la batponi se lanzó contra Aitana. Pero esta última no mentía: la primera daga fue desviada con un golpe de la pezuña. Antes de que atacara con la otra, Aitana lanzó un tajo que la obligó a esquivarla, abandonando el ataque. Saltó tras la doctora, esperando apuñalarla en los cuartos traseros. Pero antes de que llegara siquiera a levantar su arma, Aitana le dio una coz que la mandó al suelo, groggy.
Cuando se recuperó, la arqueóloga estaba sobre ella, a punto de rematarla. Pero se detuvo en el último instante, con la espada rozando la nuez de la batponi. Tras unos segundos murmuró:
—¿Estás seguro? ¿Puedes liberarla? Vale, hazlo.
Una luz blanca rodeó a la derrotada asesina. Esta intentó escapar, pero la presión de la espada de Aitana la hizo desistir. Ante los ojos de la arqueóloga, la mirada de la batponi cambió de un gesto de ira y derrota, a una expresión de confusión y miedo.
—¿Qué... qué ha pasado? ¿Quién eres tú?
—Aitana Pones. Estabas dominada. ¿Quién eres?
—Me llamo Rise Love, agente de la Guardia Lunar.
Aitana liberó a Rise y la ayudó a levantarse.
—Alguien te ha dominado para asesinarme. Dime lo último que recuerdas.
Rise le contó todo lo que recordaba, y cuando acabó, Aitana dijo:
—Vuelve con tu familia, Rise Love. Ahora eres un cabo suelto.
Con estas palabras, Aitana desapareció en la noche.