Hacía un buen rato que desde el exterior de la casa de Aitana se oían ruidos que nada habrían tenido que envidiar al que haría un Oso Lunar en una tienda de porcelana fina. La Arqueóloga tardó casi una hora en lograr despejar una pequeña mesa para el té que, anteriormente, tenía cubierta por una montaña de cacharros variados. El problema no era solo quitarlos de encima de la misma, sino luego encontrar una forma de organizarlos en su caótica organización para poder localizarlos más tarde con facilidad.
Aunque no lo pareciera, Aitana Pones sabía perfectamente dónde encontrar hasta el más diminuto objeto en su hogar.
Justo había terminado la faena cuando alguien llamó a la puerta; la yegua marrón se tomó unos segundos en sacar de un armario tres cojines y, con unas coces bien calculadas, lanzarlos alrededor de la mesa que había preparado. Después fue a abrir y, como esperaba, se topó con su padre.
—Buenas tardes, Aitana, ¿estás bien?
—Peores resacas he pasado. Pasa.
El profesor hizo lo propio, usando su magia para hacer levitar la silla de ruedas y superar el pequeño escalón de la entrada. No pudo evitar un silbido de admiración ante el considerable esfuerzo que había hecho su hija para preparar el comedor para la ocasión.
—Recibí tu mensaje, ya lo tengo todo listo —dijo el anciano unicornio, sacando de una alforja una botella de licor y tres vasos, que puso sobre la mesa.
—Bien, perfecto. Hoy le tocará decidir.
El profesor detuvo su vista sobre el pelaje de su hija; esta no llevaba su chaleco y a decir verdad incluso a él se le hacía raro verla sin el mismo. Eso le llevó a notar, en las zonas normalmente cubiertas por este, las marcas de heridas y cicatrices antiguas: un ligero bulto alargado narraba una profunda herida ya sanada en el costado; el pelaje ligeramente áspero y corto del lomo era un mudo testigo de las quemaduras que sufrió enfrentándose a Manresht en los Reinos Lobo... y eso por no hablar de la pata que todavía llevaba vendada.
Y ahí seguía: habiendo sufrido heridas y traumas por los que cualquier otro poni se encerraría en su casa y no volvería a salir, Aitana continuaba al pie del cañón, investigando, buscando nuevas pistas, enfrentándose a lo imposible... En ese aspecto, era demasiado parecida a su madre.
—Aitana, quería decirte que...
—Papá, si es por lo de ayer, déjalo. No quiero hablar más del tema.
—No pude contártelo antes.
—Escucha —dijo Aitana, en un tono que denotaba que se estaba controlando para no alzar la voz. Tomó aire una vez y luego habló tan calmadamente como pudo—. Sigues siendo mi padre, y me querías proteger. Pero no más secretos.
—Ya no hay más, Aitana, te lo juro.
Ambos se quedaron en silencio, que no tardó en ser roto por el canto de la colonia de canturos que Aitana conservaba bajo el entarimado. El profesor rió brevemente, encaminando la conversación hacia otros temas.
—Hija, ¿no podías escoger un sistema de alarma más molesto que este?
—Hombre, podría criar Worgs y tenerlos en el jardín —bromeó ella—. Aunque el tema de que salgan a cazar por la noche y causen el terror en la ciudad es un poco peliagudo.
—Tanto como worgs... ¿Qué tal un Orthos? Una cabeza con mal humor, y la otra cariñosa, ¡la mascota perfecta!
—Llámame pija, pero a mi lo de cocinar un trozo de carne a diario me da un poco de repelús.
—En el fondo lo entiendo —rumió el profesor teatralmente—. ¿Y si le das de comer muslo de diabolista? Podrías considerarlo como una propina por un trabajo bien hecho.
—¡Eh, una idea cojonuda! —exclamó Aitana—. ¡Podría montar la carnicería en una caseta en el jardín!
—¡Y de paso les vendes la piel a los vecinos!
Padre e hija compartieron unas risas ante esa ligera muestra de humor negro. Aitana sacó dos vasos de un armario y los llenó de sidra, sirviendo uno a su padre. El unicornio gris se fijó en que su hija no parecía cojear tanto como el día anterior.
—¿Qué tal llevas la pata? —preguntó el profesor al cabo de un rato.
—Mucho mejor —respondió, demostrando que podía agacharse completamente sobre los cuatro cascos sin problemas—. Mañana tengo que ir a la enfermería a ver si me pueden quitar la venda de una vez.
—Estaría bien, me temo que pronto tendrás que volver a la acción.
—¿Hay novedades de la hermandad?
—No, pero sí que he visto... indicios. Desapariciones, informes de la guardia encontrando no-muertos, algunos focos demoníacos en distintos puntos de Equestria... Todavía nada grande, pero sí que hay más actividad de la normal. Y si le sumamos lo que me han comentado otros Arqueólogos, todo apunta a que hay una operación a gran escala.
—La Hermandad de la Sombra se prepara para invocar a un gran demonio, ¿verdad?
—Sí. Y por la magnitud de poder que parecen estar reuniendo, tiene que tratarse de un Gran Señor del Tártaro.
—Un Gran Señor... —Aitana hizo un largo silbido, mirando a su vaso—. Viendo que al menos tienen a un poderoso mago negro con ellos, apuesto a que es un demonio de la dominación.
—Aún es pronto para asegurarlo.
—Solo es una conjetura. Pero la gran pregunta es, ¿qué pretenden hacer? ¿Dominarlo? ¿Y cómo van a hacerlo?
—Quizá han creído las falsas promesas del Tártaro.
—Sé que ha habido pocos casos, pero... —Aitana dijo la siguiente frase poco a poco—, ¿qué hay si han dado con un demonio que cumple sus promesas?
El profesor no llegó a responder, pues alguien golpeó la puerta insistentemente. Aitana tomó los vasos de sidra y los puso en el fregadero, antes de gritar “adelante”. El pomo de la puerta se iluminó con un aura mágica verdosa y la puerta se abrió, dando paso a Hope Spell.
—Buenas tardes Aitana... ¿profesor Pones?
—Buenas tardes, señor Spell. Aitana me ha hablado bien de usted, y créame que eso es algo... remarcable.
—Eh... gracias. No sabía que usted iba a venir, profesor.
—Hay muchas cosas que no sabes, Hope —respondió Aitana—. Sentaos, tenemos que hablar.
Todos hicieron lo que Aitana había dicho, y el unicornio anciano usó su magia para descorchar la botella de licor de frutas y servir las tres copas que había en la mesa, repartiéndolas a continuación. Hope tomó la suya con su magia, pero la dejó sobre la mesa. Estaba notablemente inquieto, ya que lo último que esperaba era que el profesor Pones fuese a estar presente para hablar de él luchando junto a Aitana. Aunque bien pensado tenía sentido que el padre de esta estuviese al tanto de sus expediciones, el profesor siempre le había parecido un poni pacífico e incapaz de herir a una mosca.
—Bueno, señor Spell —empezó el unicornio gris— Aitana me ha contado lo ocurrido en Cérvidas. Sin embargo me gustaría saber cómo vivió usted esos eventos.
—No sé bien cómo empezar... Ahora que lo pienso, usted conocía a Sinveria, ¿verdad?
—Sí, la conocí cuando era una cervatilla. De hecho llegué a plantearme...
El profesor se calló a media frase, con los ojos de Aitana y Hope clavados en él. Recordaba cuando vio a Sinveria sola, habiendo perdido a sus padres, en medio de la destrucción de su pueblo. Estuvo a punto de adoptarla, pero Night Shield le quitó la idea de la cabeza, ya que la pequeña ciervo estaría más segura siendo una desconocida para los demonologistas. Pero Sinveria le hizo prometer que le escribiría, y jamás perdieron el contacto.
—No importa —dijo el profesor, sacudiendo la cabeza—. Pero su muerte ha sido una noticia funesta para mi.
—Lo lamento, profesor...
—No fue culpa tuya —le interrumpió el aludido—. Pero quiero saber cómo viviste tú lo ocurrido. ¿Qué ocurrió?
—Pues... lo primero que pasó desde mi llegada fue la segunda noche que pasé ahí. Estuve todo el día ayudando a Sinveria con la traducción.
—¿Cómo la ayudaste, exactamente?
Hope respondió a Aitana, contándole algunos detalles técnicos y mágicos del trabajo que hicieron: usar su magia para debilitar una runa de protección, buscar documentos entre los libros de Sinveria, comprobar datos...
—Lo único que llegamos a sacar en claro, sin hacer todo el ritual, es que el pergamino advertía de algún tipo de peligro, nada más. Lo siento.
—Lo entiendo. Dígame, joven, ¿qué ocurrió aquella noche?
—Salí a tomar algo a una taberna, cerca de la casa de Asunrix. Y... casi no lo recuerdo. Alguien se sentó a mi lado y se presentó, charlamos un rato y después desperté en la cama. Me dijo que se llamaba “Sharp Mind”.
—¿Qué crees que ocurrió, Hope Spell?
El unicornio se sintió incómodo por la pregunta y miró alrededor nerviosamente antes de responder.
—Creo que... me dominó y me obligó a hablar. Debí contarle que había traído el pergamino y que Sinveria lo estaba traduciendo. Obtuvo la información a través de mi, me debió lanzar un conjuro desmemorizante y después me hizo volver a casa.
—¿Qué hiciste entonces?
—Me preocupé, porque Sinveria me había dicho que “los auténticos arqueólogos jamás son demasiado precavidos”. Así que me lancé una protección blanca, pero no tenía magia negra afectándome, por lo que creí que... que...
En vista de que Hope no se atrevía a decirlo, fue Aitana quien completó la frase.
—Que se te había ido la pinza y te lo habías imaginado, o que te habías emborrachado o algo así, ¿verdad?
—Sí —susurró el unicornio verde, con la cabeza gacha.
—Sinveria no era ninguna estúpida, y sabía a qué tipo de magos me enfrento. Si hubieras contado lo que te había pasado ella habría sabido contra qué defenderse. Y hoy seguiría viva.
Hope alzó la cabeza, buscando desesperadamente algo que decir. A pesar de la dura verdad que había dicho Aitana, esta no parecía enfadada.
—Yo... no sabía...
—Es cierto, usted no lo sabía —interrumpió el profesor—. Y con ese desconocimiento juegan los magos negros: casi ningún poni Equestriano conoce la existencia de estas artes y cómo detectarlas: lagunas mentales, tiempo perdido, recuerdos borrosos... Todo eso son signos de que un mago, un demonio o un mago negro pueden haber estado jugando con su mente. No lo olvide nunca, Hope Spell.
Hope murmuró “lo siento” en voz baja y después tomó un trago de licor. Aitana y su padre se miraron rápidamente, y este último asintió. La yegua tomó un trago también y siguió hablando.
—Como te dijo Asunrix, no te culpes, tú no lo sabías. Pero que te sirva de lección si vas a dedicarte a esto. Dime ¿volviste a encontrarte con Sharp Mind?
—Sí, fue... la misma noche del ataque, mientras estabas en el ritual.
Hope hablaba lentamente, tratando de convencerse de que la muerte de Sinveria no había sido culpa suya. Estuvo un rato hasta que logró apartar la cruenta escena que vio en la casa de esta antes de conseguir, poco a poco, enfocar su mente hacia lo que le preguntaban.
—Estaba en otra taberna y Sharp Mind se sentó a mi lado. Al momento sentí la magia negra en mí, pero el hechizo que había lanzado evitó que pudiera dominarme. Me preguntó dónde estabas y yo intenté engañarlo.
—¿Por qué?
—Pues... no lo sé, Aitana. Supongo que fue automático tratar de engañar a alguien que me estaba intentando dominar, ¿no crees? Pero se dio cuenta de lo que estaba haciendo, y siguió hablando conmigo. Me intentó convencer para unirme a la Hermandad de la Sombra, me ofreció poder y conocimiento. Me negué.
—¿Por qué se negó usted, señor Spell?
—¿Que por qué me...? ¡Porque la magia negra es un crimen contra toda forma de vida! ¡Es una magia que se centra en anular la voluntad de otros seres para tu propio beneficio! —Hope miró luego a Aitana, algo ofendido por la pregunta—. Y si vais a preguntarlo: La nigromancia acaba basándose en provocar la muerte de seres vivos para aumentar tu poder, y la demonología en sacrificar personas inocentes para alimentar con sus almas a un demonio. Preferiría estar muerto antes que unirme a los practicantes de estas artes.
Los dos Pones intercambiaron miradas durante un instante ante el arrebato de Hope Spell, el cual bebió otro trago de su vaso, apurándolo. Aitana se lo volvió a llenar, dejando que su padre preguntara a continuación.
—Me alegra oírle decir eso, señor Spell. Dígame, cuando usted descubrió lo ocurrido con Sinveria decidió perseguir a Asunrix. Encuentro que fue un acto insensato, ya que usted tendría muy pocas posibilidades contra cualquier soldado raso, y ninguna contra un maestro de la guerra. Lo que es más, si usted sigue vivo es porque las órdenes de Asunrix eran llevar el pergamino al puerto, y este no necesitó atacarle para cumplirlas.
—Porque quería ayudarlo, quería liberarle, pero no pude hacerlo. Y también quería contar a alguien lo que había ocurrido, que había un mago negro en Cérvidas.
—¿Para qué?
—¡Para detener a Sharp Mind! ¡Había que impedir que hiciera más daño!
Aitana asintió ante lo que oía, calibrándolo tanto con lo que había observado en Hope tanto en Cérvidas como durante el viaje de vuelta. En cierto aspecto era un estúpido idealista, pero dispuesto a sacrificarse por ayudar a otras personas. Tenía bien claro el papel de las artes oscuras en el mundo, y las despreciaba profundamente.
Era justo el tipo de poni que necesitaban.
—Me gusta lo que dices, Hope. Es hora de que empecemos a hablar de lo que vas a hacer en el futuro.
El aludido miró a Aitana, algo emocionado. ¿Iba a aceptar que la acompañara en sus expediciones? Pero algo le decía que no iba a ser tan simple.
—Entre nosotros nos hacemos llamar los “Arqueólogos” —explicó la yegua—, y de hecho casi todos nosotros tenemos reputación en la misma dirección: arqueología, historia, mitología, exploración... Por una parte, profundizamos más en estas materias, buscando los detalles que la historia ha ocultado. Por otra, tener acreditaciones como arqueólogos nos permite acceder a excavaciones, templos y tumbas recién descubiertos para investigar la presencia de seres o artes oscuras. En muchas ocasiones dirigimos los primeros equipos de excavación que llegan a un nuevo yacimiento, o nos colamos en el mismo antes que nadie.
—La antigüedad ha dejado muchos peligros ocultos, señor Spell —continuó el profesor—. Tumbas de demonologistas aguardando su regreso, como Manresht; el escondite de liches, maldiciones atadas a objetos míticos... Durante cientos de años, la orden de los Arqueólogos hemos velado por detener estos peligros antes de que se desataran. Y, al mismo tiempo, hemos sido la segunda línea de defensa contra las artes oscuras: Ahí donde estas se instalaban, a escondidas de la guardia Solar y Lunar, nosotros acudimos. Actuamos en las sombras, en secreto, sin dejar nunca constancia de la existencia de nuestra orden. De vez en cuando la prensa hace eco de nuestras actividades, pero jamás saben bien qué ha ocurrido. El caso más sonado en los últimos años ha sido el de Aitana en los Reinos Lobo.
—Perdone profesor, pero... ¿cuántos Arqueólogos hay?
—Actualmente, y contándonos a Aitana y a mi... cinco.
La cara de Hope Spell se tornó un poema de incredulidad.
—¿Solo cinco ponis? ¿Pero por qué no reclutan a más gente?
—Hope, eres lo bastante listo para saber lo que significa “actuar en la sombras”, ¿verdad? —dijo Aitana sarcásticamente—. ¿Quieres que coloque un anuncio en el tablón de la universidad?
El unicornio verde se quedó en silencio, sin saber bien qué decir a eso. Aitana miró a su padre durante un instante, lanzando a continuación una pregunta que tenía ensayada mentalmente.
—Mi padre llegó a la universidad hace ya quince años, y yo, entre la carrera y el doctorado, he estado en la misma durante diez. Dime, ¿qué sabes de nosotros? ¿Has oído algo de nuestra familia, amigos, parejas...?
—Pues... nunca he sido demasiado cotilla, la verdad. De usted, profesor, no sé nada. De ti, Aitana, bueno... por ahí se dice que... Bueno...
Hope carraspeó incómodamente, ante lo cual Aitana dijo:
—Sí, lo imagino, que soy un polvo fácil o algo por el estilo. Lo sé y me la suda, sinceramente. Pero ya has respondido: mi padre y yo solo nos tenemos el uno al otro, no tenemos más familia o amigos íntimos.
—Eh... vale —Hope, obviamente, no entendía a dónde quería llegar la yegua marrón.
—Señor Spell, Sinveria se protegió bien cuando recibió el pergamino, eso hacía siempre. ¿Cómo superó Sharp Mind todas sus defensas?
—Pues lo hizo dominando a Asunrix...
Y, en ese instante, todas las piezas encajaron en la mente de Hope Spell, pero se negó a poner en palabras lo que estaba deduciendo.
—Esperad, ¿qué me queréis decir?
—Que los magos negros, demonologistas, nigromantes y demás calaña son unos hijos de p*ta que no dudarán en llegar a ti a través de cualquier medio.
—¿Me estás diciendo que mi familia está en peligro?
Hope se levantó, con los ojos abiertos completamente y la adrenalina disparándose por su cuerpo. El profesor Pones habló con voz tranquilizadora.
—No, señor Spell, dudo que estén en peligro ahora mismo. Por favor, siéntese.
Tras unos momentos, el unicornio verde lo hizo, aún visiblemente alterado.
—Usted, de momento, no es importante para ellos. Solo ha sido un estudiante de magia blanca que casualmente logró resistir un hechizo de Sharp Mind; saben que usted ya habrá contado lo que sabe, así que gastar recursos en acabar con usted sería un sinsentido.
—Y menos aún cuando saben que yo vivo cerca —añadió Aitana—. No se arriesgarán a acercarse al lugar donde reside un Arqueólogo a no ser que sea absolutamente necesario: sabemos detectarlos y combatirlos. Sería una imprudencia.
—Pero si usted decide unirse a los Arqueólogos... entonces sí. Usted se convertirá en un objetivo para la Hermandad de la Sombra, y cualquier otro practicante de las artes oscuras. Y su familia estará en peligro.
Hope se quedó sin palabras, eso era lo último que esperaba. Pero era tan lógico que no entendía cómo no se le había ocurrido.
—Si usted se une a los Arqueólogos, señor Spell, le daremos entrenamiento en las artes de combate y el conocimiento acumulado generación tras generación de cazadores de demonios. Le daremos apoyo, y acompañará a Aitana en sus misiones hasta que esté preparado para tomar las suyas propias.
—Pero si quieres unirte a nosotros y proteger a tu familia, vas a tener que separarte de ella.
—Entonces.... —hope bebió un poco mientras recuperaba la palabras—, tendré que renegar de mi familia. ¿Es eso?
—Ojalá fuera tan fácil, Hope.
Este miró a Aitana, ¿que abandonar a su familia era fácil para ella?
—El problema está, Hope, en que a ti ya te conocen. Eres Hope Spell, el unicornio verde estudiante de magia blanca; uno de los líderes de la Hermandad de la Sombra, Sharp mind, te conoce en persona y sabe de dónde eres. Incluso aunque abandonaras Manehattan, aunque cambiaras de nombre, ellos no lo tendrán difícil para encontrar a tu familia y usarla de cebo para atraparte.
—La única solución, señor Spell, si usted decide unirse a nosotros, es que sea su familia al completo quien cambie de identidad.
El campo de levitación con el que Hope sostenía su bebida tembló ligeramente, sacudiendo el vaso de licor; dejó el mismo en la mesa y, a continuación, se levantó para echar a andar en círculos por la sala, con los ojos fijos en el suelo.
—Tengo a mis padres y a dos hermanas pequeñas. Algunos primos lejanos en Fillydelphia, pero tengo poco contacto con ellos...
—La decisión es tuya, Hope.
El aludido miró hizo un par de círculos más caminando antes de preguntar:
—¿Podéis darme unos días para decidirme?
—No. Podemos darte una hora, dos a lo sumo.
—¿Qué? —inquirió el unicornio verde—. ¿Por qué?
—Porque te hemos envenenado.
Hope abrió completamente los ojos mirando a la familia Pones que seguía sentada tranquilamente. Luego se fijó en el vaso de licor que antes se había bebido, y que Aitana ya había rellenado.
—Es un veneno de memoria —puntualizó rápidamente el unicornio anciano—. De hecho no tendrá efecto a no ser que yo haga un hechizo antes de dos horas; le hará olvidar todo lo ocurrido hoy, desde que despertaste.
Hope, aunque indignado, comprendió qué quería decir Atiana por la mañana cuando dijo que “no arriesgaba nada” por hablarle sobre los objetos de su casa.
—Pero... ¿qué demonios es esto? ¿Se supone que tengo que confiar en vosotros, entonces?
—Hope, no seas idiota. El secretismo de los Arqueólogos es lo que nos permite movernos con libertad y no tener puntos débiles. ¿Te crees de verdad que si tuviera malas intenciones, o si dudara de ti, estaríamos teniendo esta conversación?
El profesor Pones se levantó y se acercó al unicornio verde.
—Es raro que mi hija dé un voto de confianza a nadie; usted muestra todas las cualidades que hacen falta para ser un cazador de demonios. Sin embargo es necesario que conozca usted todos los riesgos y sacrificios que implica serlo; la confianza entre nosotros es absolutamente necesaria, y esta no se consigue con mentiras u ocultando información.
—¿Y qué pasa si me niego? —preguntó Hope.
—Mi padre hará el hechizo —respondió Aitana— y caerás dormido. Despertarás dentro de unas horas y yo te diré que he decidido que no quiero que me acompañes, y que vuelvas a tu vida. A partir de ahí, lo que hagas es cosa tuya, no volveremos a inmiscuirte en nuestros asuntos.
Hope Spell volvió a caminar en círculos, cavilando las implicaciones que tenían cualquier decisión que tomara. Unirse a los Arqueólogos le obligaría a alejar a su familia, a hacerles cambiar de vida, y era algo injusto y doloroso. Por otra parte, si rechazaba la oferta, olvidaría todo lo que habían hablado y... probablemente, él empezaría a investigar a los magos oscuros por su propia cuenta, poniendo a su familia en peligro nuevamente. Todo giraba, finalmente, en torno al mismo problema: proteger a aquellos que amaba luchando, o confiando en que otros lo harían por él.
—La decisión es tuya, Hope —dijo la yegua de hocico oscuro—. Nadie te culpará si dices que no.
(to be continued)