—¿Pero qué? ¿Daring Do? —tartamudeó el unicornio, perplejo.
—¡Qué clase de broma es esta!
—Veréis, chicos, aunque me gusta bromear me temo que todavía no tenemos ese tipo de confianza.
—¡Venga ya, ahora nos ataca un personaje de novela! ¿Y qué vas a hacer, lanzarnos un adorable gatito para que nos mate? —exclamó el pegaso, burlonamente.
La exploradora dio un par de pasos, rodeando poco a poco a los dos practicantes de las artes prohibidas.
—Veréis, chicos, mis novelas son muy, por así decirlo, “descafeinadas”. Así que os voy a explicar lo que va a pasar a continuación y que no saldrá en mi próximo libro.
Daring se detuvo y, con una pezuña, señaló al unicornio.
—Primero te mataré a ti, porque eres el más peligroso. Después —añadió, señalando al pegaso— te dejaré fuera de combate y tú me dirás todo lo que quiero saber. Porque, si no lo haces, dentro de poco estarás suplicando que te deje morir.
—Es una pena, Daring Do, siempre disfruté de tus novelas. Pero esto es más importante.
Diciendo eso, el unicornio hechizó, haciendo que su cuerno se cubriera con un aura negruzca. Daring Do no perdió un instante en alzar el vuelo a toda velocidad, hecho que su oponente pegaso imitó.
El hechizo fue lanzado, y la exploradora hizo una rápida pirueta para esquivar el oscuro rayo que le habían lanzado. El pegaso diabolista cargó contra ella, rugiendo mientras sus ojos se llenaban con el poder del Tártaro. Sus cascos delanteros se transformaron en sendas garras de llamas con las que atacó a la pegaso amarilla, la cual se preparó para recibirlo.
Primero descendió solo unos centímetros su vuelo, deteniendo la garra de su enemigo con la pata delantera izquierda.
Después se asió con la misma pata a su cuello para detener su vuelo, girando sobre si misma usando a su enemigo como pivote, agarrándose con las patas traseras al mismo.
Finalmente, movió la pata derecha sobre el ala izquierda del diabolista, retorciéndola con toda su fuerza.
El crujir de la articulación fue coreado por el grito de dolor del pegaso, el cual cayó a toda velocidad al suelo. Daring Do lo soltó y voló haciendo un rápido zig-zag hacia el unicornio. Este intentó conjurar de nuevo, pero antes de que pudiera concentrarse la veloz pegaso lo placó, lanzándolo al suelo e inmovilizándolo. Cuando este alzó la vista se encontró con el rostro de Daring Do mirándolo con una furiosa sonrisa; sus crines grises y negras caían alrededor del mismo, sobre la aterrorizada cara del nigromante. Y ella ni siquiera había llegado a sudar en el combate.
—Vaya, lamento que no todo haya salido como te dije, parece que estoy perdiendo facultades. Dime, nigromante, ¿qué sabes del objeto que llevas? ¿Para qué íbais a usarlo?
—¡No te lo puedo decir! ¡El castigo será peor que mil muertes!
Daring se agachó aún más sobre su derrotado enemigo y clavó la mirada en sus ojos.
—Eso lo comprobaremos pronto, amigo. Tu dios no estará ahí para protegerte.