por Santiago Brony MLP » 11 Abr 2016, 00:21
Una carroza paseaba por el sendero del bosque que llevaba al pueblo más próximo. Dos ponis de tierra jalaban la carroza mientras que cuatro guardias la cuidaban. Unos movimientos entre los arbustos alertó a los guardias. Inmediatamente dirigieron su mirada a donde habían captado el ligero crujido. No se dieron cuenta de que, al lado opuesto de que estaban viendo, una sombra se acercaba. El viento estaba a favor de la silueta sombría, pues soplaba de forma que no llegaba su olor a los soldados.
De repente, el viento pareció cambiar de preferencia y empezó a soplar al lado opuesto de su antigua dirección. Su olor llegó a las narices de los guardias. Un olor a hojas secas, sudor y tierra.
Los guardias se dieron rápidamente la vuelta, y se enfrentaron al desconocido. Tomaron sus lanzas y apuntaron a la silueta. Uno de ellos habló con una voz firme.
-¡¿Quién anda allí?!
La silueta no dijo nada. Ni siquiera se movió. Casi parecería que no tuviera vida siquiera si no se oyera su alterada respiración.
El guarda que había hecho la pregunta repitió:
-¡¿Quién eres?!
La sombra siguió inmóvil. Entonces…
Un dardo se clavó en la nuca del primer guarda, quien se había atrevido a hacer esas preguntas. Su compañero giró desconcertado al ver como es que el impactado guardia caía. Miró entre las sombras, apartando su vista de la inmóvil sombra.
Todo fue rápido. La sombra embistió al guardia con una velocidad de vértigo. El guarda golpeado cayó. El atacante se puso de pié sobre el guarda. Otras sombras aparecierony aprisionaron a los otros dos guardias. Igual que la primera, la oscuridad del bosque los cubría. Entonces algunas se acercaron al sol que acariciaba el sendero.
El guardia se asustó. Todos los atacantes tenían un capuchón negro. Casi parecía absorber la alegre luz del sol. La sombra que lo inmovilizaba habló. Su voz delataba gran energía y una edad bastante joven.
-No se moverá. De eso ya me encargaré yo.
La figura encapuchada más alta habló con una voz cortante.
-Bien hecho. Pero las órdenes las doy yo.
Señaló a la carroza. La mitad del grupo de bandidos se dirigieron mientras que la otra mitad formó un cerco alrededor de los guardias, la carroza y a los ponis que la tiraban, impidiendo que nadie escapara.
La mitad que se dirigió a la carroza sacaron armas. Algunos traían cuchillos y otros sables. Una figura gritó con una voz femenina:
-¡He! ¡A los pasajeros! ¡El viaje ha terminado! ¡Salgan y entreguen lo que tengan!
Unos cuantos ponis, cuyas vestimentas delataban un rango bastante alto, salieron de la carroza. Algunos con temor, otros confusos. Uno solo estaba con la cabeza alta y sin miedo. Este último miró a su alrededor. Vio que no tenía escapatoria y habló.
-Bravo. Ya había oído de que un grupo de bandidos estaba haciendo estragos por este sendero, así que me aventuré a probar suerte y ver si era cierto. Realmente, es admirable su método de atraco.
La figura más alta, obviamente el jefe, dijo:
-Los halagos no nos engatusan, señor. Entreguen sus objetos de valor o mueran intentando resistirse.
Los prisioneros temblaron, excepto el que había hablado. Él solo dijo:
-No tenemos nada. Yo mismo organicé esta expedición para asegurarme de que lo que había oído era real. Me aseguré de que no trajeran nada que pudiera interesarles. Solo llevamos nuestros ropajes. Hoy se han esforzado en balde.
Algunos de los bandidos maldijeron por lo bajo y otros ni se molestaron en disimular sus gruñidos de frustración. El jefe contestó:
-Bien. Usted también ha hecho un gran plan. No solo ha logrado saber como atacamos, sino que, además, ha descubierto donde atacamos y seguro advertirá a los demás. Sé reconocer cuando algo o alguien me supera.
Se dio la vuelta y ordenó:
-¡Nos vamos! ¡Y ni se les ocurra tocar a los prisioneros! ¡Les darán una razón más para buscarnos!
Los bandidos se retiraron lentamente. El encapuchado que inmovilizaba al guardia se retiró, ayudó a levantarse al caído miembro de la ley, y le dijo:
-Puesto que ya no le volveré a ver como víctima, déjeme decirle que podría llegar a ser un excelente guardia si no cayera tan fácilmente en trucos baratos.
El guardia no dijo nada y se alejó del encapuchado, quien pronto se reunió con sus colegas. Todas las figuras encapuchadas se perdieron en la oscuridad.
***
Las estrellas brillaban sobre el negro manto de la noche. Una fogata, encendida en un claro semi oculto por los árboles, era testigo de un raro espectáculo.
Varios ponis reían a carcajadas. Frente a ellos, una encorvada silueta con capuchón saltaba, con unas ramas y hojas secas entre sus ropajes y un cuchillo en un casco. La silueta saltó y gritó con una ronquera fingida:
-¡Soy un salvaje! ¡Tiemblen, puedo comerlos de un solo bocado!
Su equino público volvió a soltar una carcajada y uno de ellos, con pelaje naranja vivo brillante y melena negra, con un sable al lado, exclamó:
-¡Ya vale, Sundial! ¡Baja, que ya reímos lo suficiente!
La silueta se bajó el capuchón, mostrando un familiar rostro azulado de café melena, y dijo:
-Bien, Savage. De todas maneras ya había acabado.
El pegaso bajó y se reunió con sus dos compañeros, Savage Saber y Stealth “Thief”, quienes le hicieron un pequeño espacio para que él se siente.
Sundial sonrió. Thief le dijo:
-Esta vez te luciste con tu imitación de salvaje. Nadie paraba de reír.
-Gracias, Thief.
El poni de tierra, Savage le dio un codazo que esperaba fuera amigable pero, como a menudo le pasaba, no controló su fuerza. El impacto que el pegaso recibió en las costillas casi le hace ver las estrellas:
-¡Agh! ¡Savage! ¡CUIDADO!
Savage se disculpó inmediatamente:
-Perdona amigo, solo quería avisarte.
-¿Avisarme de qué?
El poni de tierra naranja vivo, Señaló con su cabeza a una conocida unicornio amarilla. Sundial se sonrojó:
-¿No tienes nada mejor que hacer que recordarme que con ella entreno?- preguntó, totalmente rojo.
Thief rió:
-¡Venga, amigo! ¡No ocultes tus sentimientos! ¡No es como si…!
-¡CÁLLATE! ¡No ayudas!
Los dos ponis terrestres rieron mientras el sonrojado pegaso se moría de vergüenza. Otro día más entre colegas.
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Una carroza paseaba por el sendero del bosque que llevaba al pueblo más próximo. Dos ponis de tierra jalaban la carroza mientras que cuatro guardias la cuidaban. Unos movimientos entre los arbustos alertó a los guardias. Inmediatamente dirigieron su mirada a donde habían captado el ligero crujido. No se dieron cuenta de que, al lado opuesto de que estaban viendo, una sombra se acercaba. El viento estaba a favor de la silueta sombría, pues soplaba de forma que no llegaba su olor a los soldados.
De repente, el viento pareció cambiar de preferencia y empezó a soplar al lado opuesto de su antigua dirección. Su olor llegó a las narices de los guardias. Un olor a hojas secas, sudor y tierra.
Los guardias se dieron rápidamente la vuelta, y se enfrentaron al desconocido. Tomaron sus lanzas y apuntaron a la silueta. Uno de ellos habló con una voz firme.
-¡¿Quién anda allí?!
La silueta no dijo nada. Ni siquiera se movió. Casi parecería que no tuviera vida siquiera si no se oyera su alterada respiración.
El guarda que había hecho la pregunta repitió:
-¡¿Quién eres?!
La sombra siguió inmóvil. Entonces…
Un dardo se clavó en la nuca del primer guarda, quien se había atrevido a hacer esas preguntas. Su compañero giró desconcertado al ver como es que el impactado guardia caía. Miró entre las sombras, apartando su vista de la inmóvil sombra.
Todo fue rápido. La sombra embistió al guardia con una velocidad de vértigo. El guarda golpeado cayó. El atacante se puso de pié sobre el guarda. Otras sombras aparecieron. Igual que la primera, la oscuridad del bosque los cubría. Entonces algunas se acercaron al sol que acariciaba el sendero.
El guardia se asustó. Todos los atacantes tenían un capuchón negro. Casi parecía absorber la alegre luz del sol. La sombra que lo inmovilizaba habló. Su voz delataba gran energía y una edad bastante joven.
-No se moverá. De eso ya me encargaré yo.
La figura encapuchada más alta habló con una voz cortante.
-Bien hecho. Pero las órdenes las doy yo.
Señaló a la carroza. La mitad del grupo de bandidos se dirigieron mientras que la otra mitad formó un cerco alrededor de los guardias, la carroza y a los ponis que la tiraban, impidiendo que nadie escapara.
La mitad que se dirigió a la carroza sacaron armas. Algunos traían cuchillos y otros sables. Una figura gritó con una voz femenina:
-¡He! ¡A los pasajeros! ¡El viaje ha terminado! ¡Salgan y entreguen lo que tengan!
Unos cuantos ponis, cuyas vestimentas delataban un rango bastante alto, salieron de la carroza. Algunos con temor, otros confusos. Uno solo estaba con la cabeza alta y sin miedo. Este último miró a su alrededor. Vio que no tenía escapatoria y habló.
-Bravo. Ya había oído de que un grupo de bandidos estaba haciendo estragos por este sendero, así que me aventuré a probar suerte y ver si era cierto. Realmente, es admirable su método de atraco.
La figura más alta, obviamente el jefe, dijo:
-Los halagos no nos engatusan, señor. Entreguen sus objetos de valor o mueran intentando resistirse.
Los prisioneros temblaron, excepto el que había hablado. Él solo dijo:
-No tenemos nada. Yo mismo organicé esta expedición para asegurarme de que lo que había oído era real. Me aseguré de que no trajeran nada que pudiera interesarles. Solo llevamos nuestros ropajes. Hoy se han esforzado en balde.
Algunos de los bandidos maldijeron por lo bajo y otros ni se molestaron en disimular sus gruñidos de frustración. El jefe contestó:
-Bien. Usted también ha hecho un gran plan. No solo ha logrado saber como atacamos, sino que, además, ha descubierto donde atacamos y seguro advertirá a los demás. Sé reconocer cuando algo o alguien me supera.
Se dio la vuelta y ordenó:
-¡Nos vamos! ¡Y ni se les ocurra tocar a los prisioneros! ¡Les darán una razón más para buscarnos!
Los bandidos se retiraron lentamente. El encapuchado que inmovilizaba al guardia se retiró, ayudó a levantarse al caído miembro de la ley, y le dijo:
-Puesto que ya no le volveré a ver como víctima, déjeme decirle que podría llegar a ser un excelente guardia si no cayera tan fácilmente en trucos baratos.
El guardia no dijo nada y se alejó del encapuchado, quien pronto se reunió con sus colegas. Todas las figuras encapuchadas se perdieron en la oscuridad.
***
Las estrellas brillaban sobre el negro manto de la noche. Una fogata, encendida en un claro semi oculto por los árboles, era testigo de un raro espectáculo.
Varios ponis reían a carcajadas. Frente a ellos, una encorvada silueta con capuchón saltaba, con unas ramas y hojas secas entre sus ropajes y un cuchillo en un casco. La silueta saltó y gritó con una ronquera fingida:
-¡Soy un salvaje! ¡Tiemblen, puedo comerlos de un solo bocado!
Su equino público volvió a soltar una carcajada y uno de ellos, con pelaje naranja vivo brillante y melena negra, con un sable al lado, exclamó:
-¡Ya vale, Sundial! ¡Baja, que ya reímos lo suficiente!
La silueta se bajó el capuchón, mostrando un familiar rostro azulado de café melena, y dijo:
-Bien, Savage. De todas maneras ya había acabado.
El pegaso bajó y se reunió con sus dos compañeros, Savage Saber y Stealth “Thief”, quienes le hicieron un pequeño espacio para que él se siente.
Sundial sonrió. Thief le dijo:
-Esta vez te luciste con tu imitación de salvaje. Nadie paraba de reír.
-Gracias, Thief.
El poni de tierra, Savage le dio un codazo que esperaba fuera amigable pero, como a menudo le pasaba, no controló su fuerza. El impacto que el pegaso recibió en las costillas casi le hace ver las estrellas:
-¡Agh! ¡Savage! ¡CUIDADO!
Savage se disculpó inmediatamente:
-Perdona amigo, solo quería avisarte.
-¿Avisarme de qué?
El poni de tierra naranja vivo, Señaló con su cabeza a una conocida unicornio amarilla. Sundial se sonrojó:
-¿No tienes nada mejor que hacer que recordarme que con ella entreno?- preguntó, totalmente rojo.
Thief rió:
-¡Venga, amigo! ¡No ocultes tus sentimientos! ¡No es como si…!
-¡CÁLLATE! ¡No ayudas!
Los dos ponis terrestres rieron mientras el sonrojado pegaso se moría de vergüenza. Otro día más entre colegas.