Capítulo 13: Entrevista con el Glampony
Spoiler:
El viaje en tren a Appleloosa se consideraba uno de los más placenteros de todos los planes de viaje Equestrianos. Saliendo de la glamurosa Trottingham, atravesaba algunas de las ciudades costeras más bucólicas del principado, para después virar al suroeste y dirigirse a un pueblo que no había sido de especial importancia en el pasado: Pony Ville. Sin embargo, desde el retorno de Nightmare Moon y el alzamiento de Twilight Sparkle y sus amigas como las Portadoras de los elementos, más y más curiosos habían llegado al apacible pueblo, trayendo consigo mucho turismo.
A partir de entonces, la ruta atravesaba todo el sur de Equestria, recorriendo las zonas más rurales y haciendo muy ocasionales paradas. El paisaje, poco a poco, iba cambiando del verde de los prados y las montañas, al amarillo de los inmensos campos de cultivo para, finalmente, atravesar el gran Túnel del Sur. Y era a la salida del mismo cuando todos los pasajeros exclamaban en shock al hallarse súbitamente, rodeados por un árido desierto. Aún tendrían tiempo de disfrutar de la vista durante un par de horas, en las que ninguna parada alteraría el monótono y tranquilizador traqueteo del tren.
Claro que no todos los viajes son iguales. El tren que se dirigía a toda velocidad a Appleloosa, huyendo de la Nada, no era particularmente apacible. Quizá fuera por los histéricos gritos que surgían del interior del mismo, increíblemente abarrotado por varios cientos de alterados ponis en toda una proeza de aprovechamiento del espacio. En sintonía con los mismos, una montaña de cuadrúpedos amarrados y amordazados coronaban cada uno de los cinco vagones, tambaleándose con cada curva y desnivel del terreno.
A pesar de ello el viaje no debería ser demasiado movido… en teoría. Esta teoría fue llevada al absoluto traste cuando la locomotora había sido sustituida por dos sementales que, cual locos posesos, galopaban a toda velocidad sin cesar. Bigmac y Bulk Biceps tiraban del convoy a la par, resollando por el esfuerzo y el calor del desierto. Tantos kilometros, tantas horas de viaje les estaban costando factura y, poco a poco, empezaron a bajar el ritmo de su galope, jadeando ruidosamente.
Entonces se escuchó una tos a su espalda. Ambos sementales, rígidos, giraron la cabeza poco a poco. Frente a la puerta del primer vagón del tren había una pegaso azul celeste de crin multicolor, sentada en uno de los topes. Rainbow alzó la cabeza lentamente y los miró con todo el odio y la furia que su alma violada, psíquica y emocionalmente, podía transmitir. Con un gesto extremadamente lento alzó un casco, mostrando el objeto que sostenía en el mismo:
Una delicada taza de porcelana para el té.
Después alzó la otra pata y sacó el segundo objeto: una cucharilla de plata. La introdujo en el cálido brebaje y lo removió suavemente.
Clinc, clinc, clinc…
Por encima del histerizante tren había varios pegasos volando. Los pocos (especialmente, las pocas) que habían logrado mantener la cordura volaban por sí mismos. Sin embargo, la gran mayoría habían sido amarrados en el aire y, en algunos casos, sus alas extendidas mediante cuerdas y palos para transportarlos cual cometas vivientes. Quizá el caso más extraño era Fluttershy, que se había atado una pata al tren para no quedarse atrás; sobre el lomo de la traumatizada pegaso, el conejito Ángel se sostenía sobre una improvisada sillita de montar. De alguna forma el roedor se las había ingeniado para colocar un sistema de cuerdas y poleas que le permitía volver a extender las alas de su amiga cuando esta se olvidaba de aletear.
Por encima de todos los pegasos, la princesa de la amistad, Twilight Sparkle, iba siendo tirada por el tren por una cuerda atada alrededor de la cintura. La yegua estaba encontrado el viaje fantáaaaaaaastico; era genial sentir las brisas de aire caliente llenarle las alas, y ella sólo tenía que dirigirlas un poco para subir o bajar. Y lo divertido que había sido atravesar el tren volando… Pero ahora volvía a volar bien alto, maniobrando gracias a la velocidad.
—¡Wuuuuuu! —exclamó suavemente, ganando toda la altura que pudo—. ¡Waaaaaaah! —repitió, esta vez bajando y ganando velocidad.
Al hacer esto último escuchó un grito que provenía del frente del tren; sus pupilas hiperdilatadas le permitieron ver cómo Bigmac y Bulk Biceps giraban de golpe hacia el desierto. Con un impresionante ruido de metal chirriante y vías rompiéndose, nada pudo hacer el tonelaje del convoy para evitar descarrilar. Y, bien pronto, el tren a Appleloosa se convirtió en el primero en experimentar el concepto “fuera pista”, normalmente reservado a esquiadores. Con los saltos que pegaron los vehículos, los hacinados pasajeros de los mismos parecieron recordar sus traumas con más fuerza, ya que los gritos se intensificaron. Algunas palabras llegaron hasta la princesa: “¡No me toquéis con esos cascos!”, “¡Ese crujir es como el látigo de Magnificum!”, “¡Que alguien me arranque las alas, por Celestia!”.
Twilight pensó que Rainbow debía estar aprovechando también el trauma de Bigmac y Bulk Biceps para hacerlos tirar del tren con tanto ahínco. Y era normal que estos lo hicieran: No era algo agradable recordar cómo su voluntad había sido anulada para doblegarse a los deseos más oscuros y profundos de un ser egoísta e inconcebiblemente poderoso, cuyo único objetivo era destruir mundos para alzar altares a su falsa magnificencia. Y, todo ello, en el proceso de convertir a todo el mundo, sea cual fuera su raza, sexo, origen o edad en parte de un harén sumiso y…
La alicornio tomó rápidamente otro puñado de hierbas de sus alforjas y se las metió en la boca. Al instante las pupilas se le volvieron a dilatar y una apacible sonrisa cruzó su rostro.
—Jeeee jeeee… ¿Por dónde iba? Ah si. ¡Wuuuuuuu! —exclamó al ganar altura—. ¡Waaaaaah!
Repitió su agradable rutina unas cuantas veces más cuando, en una de las bajadas, vio un depresivo borrón rosa de pelo lacio. Una nube negra volaba siempre sobre Pinkie Pie, manteniéndola en la penumbra a pesar de estar en el desierto.
—Vaaaaya —murmuro Twilight lánguidamente—. Me parecía que olvidaba algo.
La princesa combó sus alas para bajar hasta la altura del tren; tuvo entonces que aletear para alcanzar el primer vagón donde iba Pinkie, esquivando en el proceso las montañas de ponis vociferantes. Finalmente llegó al lado de Pinkie… bueno, de Pinkamena, la cual miraba hacia el infinito con ara de ajo.
—Hoooola, Pinkie —saludó la alicornio—. Qué viaje más bonito, ¿verdad?
—Es un viaje horrible —respondió la aludida.
—Jeeeee sí, claro. Oye Pinkie, se me olvidó contarte la última parte del plan, ¿sabesh? Es una parte que te gusssstará mucho, ¿vale?
—Seguro que no me gustará tanto como cuando Magnificum me castigaba. ¿Qué hay mejor que eso? —respondió agriamente.
—Puesssss hay algo. Mira Pinkie, cuando lleguemos vamos a hacer una fiesta en Appleloosa, ¿vale?
Twilight ya no estaba segura de que su plan… su plan… era muy … como genial, vale. Y tenía una parte muy … con un tren, que estaban haciendo bien. Y había otra parte en la que hablaba con Pikamena, o Pinkie, o las dos a la vez. Que era esa en la que estaba ahora. Y necesitaba más colorines para su pizarra mental.
—Ssshí, una fiesta, ¿vale? Va a venir todo el mundo… —Twilight, pasó la pata sobre los hombros de Pinkamena y trazó un amplio arco con la otra pata libre, señalando el desértico paisaje ante ellos —. Toooooooodo, el mundo….
—¿Y por qué es la fiesta, si puede saberse? —respondió con desagrado. Sin embargo, los incipientes rizos que se estaban formando en la melena de Pinkie estaban traicionando su aparente enfado.
Twilight se agarró con la pata a su amiga para acercarse al oído y susurrarle:
—Eeesho, es un ssecreto.
Las dos criaturas de sombra arrastraron a sus víctimas deleitándose en su terror. Ascendieron por el aire hacia la noche en una trepada vertiginosa y los gritos del concierto fueron alejándose bajo ellos. Al recuperar la capacidad de oírse a sí mismos, también recuperaron la capacidad de lucha. Unade se debatió con toda su fiereza contra las garras que la apresaban. Logró liberar una de sus patas y la clavó con toda su mala intención en una de las cuencas oculares de la criatura... y no encontró resistencia. Como si hubiese clavado su extremidad en un barro espeso, el vacío que había detrás empezó a absorberla. Unade se debatió aterrorizada y la criatura rió ante sus esfuerzos.
Volgrand, mientras tanto, estaba intentando otra táctica.
—Disculpe, pero ¿podríamos hablar de esto? No hay ningún motivo para que se interese por nosotros. Quizás podríamos negociar estooooooooOOOOOOOAAAAAAAAAAJJJJJJ!!
Su magnífica disertación diplomática fue interrumpida por un picado de vértigo de regreso hacia el estadio. La masa de lentejas de colorines que eran las cabezas del público, fue aumentando de tamaño y definición... Se iban e estrellar.
Pero las criaturas de sombra, aferrando a sus presas, dieron un quiebro hacia la horizontal en el último momento y realizaron un vuelo rasante sobre el público enfilando hacia algún lugar indeterminado tras el escenario.
Había un pasillo imposible... flanqueado por antorchas y gárgolas... que se volvieron para verlos pasar. Volaron por aquel pasillo hacia las profundidades ahogados en su propio terror. Ante ellos aparecieron unas enormes puertas de metal rojo, flanqueadas por dos grandes fuegos negros. Tras ellas, se desveló una sala, una enorme sala. Su suelo era de piedra negra y no se percibían las paredes, que debían existir en algún punto de la oscuridad. Frente a ellos, se levantaba un zigurat de mármol negro y rojo, y sobre él había un trono.
Las dos criaturas de sombra frenaron al fin su vuelo a los pies de las escaleras del zigurat y arrojaron sus presas al suelo. Los dos ponis tardaron un segundo en percatarse de que estaban de nuevo sobre tierra firme. Unade fue la primera en ponerse en pie y tratar de correr, pero el vamponi la atrapó sin esfuerzo alguno y la arrojó al suelo con violencia. La pisó con las garras y siseó frente a su cara. Y hubo algo que se rompió dentro de ella. Había pasado tanto miedo que su cordura había decidido por abandonarla ya. Abrió su boca de poni y le propinó un mordisco al vamponi, que lanzó un quejido de sorpresa.
Hubo entonces una risa lenta que retumbó en el lugar como una campana en una cripta.
—Eso... ha sido divertido—dijo una voz de barítono.
Unade y Volgrand alzaron la mirada hacia el trono sobre el zigurat.
El trono no se limitaba a ser una simple una silla, era un recargado diván de seda carmesí con un respaldo repujado en plata. En el respaldo, grabados, se veían diversos rostros entrelazados y figuras de criaturas de pesadilla que les devolvieron la mirada, burlones. Recostado sobre la seda del diván había alguien con una gran sonrisa, divertido por la escena. Sombra Discordante bajó sus patas al suelo y se puso en pie. Desde el contrapicado que la perspectiva les ofrecía, Volgrand y Unade percibieron la enorme sombra que proyectaba contra... contra... ¡No había techo! Las columnas que flanqueaban el zigurat no sostenían techo alguno. A lo lejos, un cielo de tormenta los saludó con varios relámpagos.
Sombra Discordante empezó a bajar los escalones hacia ellos lentamente y, a su paso, pequeños fuegos negros se iluminaron a los lados de cada escalón. Los vamponis de sombra se retiraron respetuosamente dejando a los dos prisioneros a merced de su señor. El gran señor del caos y la sombra se detuvo ante ellos observándolos con los ojos entrecerrados detrás del recargado maquillaje. Aparte del maquillaje llevaba puesta una camisa con abundantes chorreras y un abrigo de raso lleno de bordados y repujados. Las largas escamas de su crin habían sido recogidas hacia atrás en lo que parecía una coleta baja, con un gran lazo. El color hacía juego con el maquillaje de sus ojos.
—Hoooola—dijo arrastrando la voz—, vosotros... no habéis perdido los sesos. ¿Quiénes sois?
Volgrand logró encontrar su patas bajo él y se puso en pie con las articulaciones temblando.
—.....—respondió.
—Y peleáis... A vuestra manera...—añadió con tono divertido.
Unade no se molestó en tratar de ponerse en pie. En lugar de eso se dedicó a rebuscar en su mochila. Recuperar el aliento y la cordura tras casi haber sido devorada por el vacío primordial tras los ojos de un ser de sombra le pareció más prioritario. Así que, Sombra Discordante caminó alrededor de ella sin prestarle más atención y, con un largo arrullo interrogativo, se deslizó alrededor de Volgrand hasta restregarse contra él. Y por fin él encontró su voz.
—Disculpe, distancia, por favor—dijo con voz engañitada—. He sido abusado por un grupo de yeguas hace un rato y no estoy listo para confiar en la cercanía de otro ser vivo, de momento.
—Oh, disculpa...—murmuró con un ronroneo Sombra Discordante—. Pero, entended que es interesante encontrarse con cuadrúpedos capaces de mantener algo de sus esencias. Estoy taaaaaan aburrido.
El ruido del papel de una tableta de chocolate siendo roto (85% de cacao, comercio justo) se alzó desde el suelo. Unade estaba lidiando con la locura a su manera.
Volgrand miró fijamente a aquella criatura llamada Sombra Discordante. Sus ojos dicromáticos, entrecerrados en un gesto desafiante... o chistoso... o ambas cosas a la vez estaban analizando los detalles de él y Unade, muy interesado. Volgrand se arriesgó a preguntar.
—¿Sabe lo que está pasando?
—Saber, saber, saber—murmuró Sombra con una sonrisa lasciva—... Creo que es una palabra algo grande, además, el misterio es más divertido. Pero, sí, detecto cosas.
Volgrand trató de responder, y su voz carraspeó, se quebró en un gallo y luego subió y bajó varias octavas antes de poder encontrar el equilibrio psicológico para hablar con aquella criatura.
—Yo... Nosotros no somos de aquí...
Sombra Discordante entrecerró los ojos.
—No me lo digas... venís de mucho más lejos que Canterlot, de más allá de Equestria.
—Eeehhhmmm... Sí...
—Supongo que venís del mismo mundo que el escritor.
—Pues s.... ??!!
Unade se puso en pie de un salto y, con media tableta de chocolate mordida en la boca, fijó sus ojos en Sombra Discordante con un súbito gesto de interés. Volgrand logró reponerse.
—Cómo... ¿¿¿cómo conoces al escritor???
Sombra Discordante sonrió con suficiencia, complacido con la reacción que había provocado, y se volvió (revoloteo de capa, mirada sensual por encima del hombro) hacia los cojines de raso violeta y negro que había algo más lejos.
—Hablemos en algún lugar más cómodo, pequeños humanos.
Volgrand y Unade lo siguieron, uno todavía tambaleándose sobre sus inseguras rodillas y la otra con media tableta de chocolate asomando de su boca como única ancla que la atase a la cordura.
Sombra señaló los cojines y, demasiado agotados para discutir, Volgrand y Unade se acomodaron en ellos. No hubo ningún truco, ni tentáculo que se enroscase alrededor de ellos... De hecho, eran cómodos. Volgrand oyó a Unade soltar un suspiro de satisfacción.
Sombra Discordante ocupó uno a su vez y realizó una floritura con la pata hacia la mesa baja que había en medio. Las puñetas* de sus mangas revolotearon. La mesa tenía una estrella de ocho puntas grabada.
—¿Os apetece beber algo?—ofreció Sombra—¿Zumo de alguna fruta prohibida? ¿Sangre de alguna criatura?
Varios vasos aparecieron ante ellos de la nada rellenos con líquidos de diversos colores. Ambos negaron con aprensión.
—¿Comer algo?
Una bandeja cubierta de manjares diversos apareció ante ellos, y volvieron a negar con la mirada fija en una cabeza asada de algún animal a mitad de camino entre un ciervo y un cerdo con una manzana en la boca.
—¿Esclavizar a alguien?
Dos ponis con una cadena al cuello, un macho y una hembra aparecieron ante ellos y los extremos de las cadenas cayeron ante los cascos de Unade y Volgrand. Los dos ponis esclavos les dirigieron una mirada suplicante.
—Eh... no gracias—dijo Volgrand con voz temblorosa.
Sombra Discordante soltó una exclamación irónica.
—¡Es cierto! ¡Lo olvidaba! Vosotros no hacéis ese tipo de cosas porque sois de los buenos.
Y luego rió, una risa grave y atrayente, que parecía clamar por tener un pequeño esbirro malvado que la acompañara con sus carcajadas. Movido por el nerviosismo y por su capacidad de adaptación, Volgrand empezó a reír lentamente hasta unirse al terrorífico ser que le había ofrecido esclavizar a unas pobres almas en pena. Y, curiosamente, Unade pareció imitarlo al poco, con una expresión a medio camino entre la risa, el asco y el terror.
—¿De qué nos estamos riendo?
—¡No lo sé! —sollozó Volgrand.
Sombra Discordante dejó de reír de golpe y, con un gesto, los dos ponis esclavos se desvanecieron con un grito de terror.
—¿Qué has hecho con ellos?—gritó Volgrand.
—Oh, no quieres saberlo en realidad. Y necesito vuestras mentes enfocadas. Ahora, contadme... ¿Quiénes sois?
Por un segundo, Volgrand quiso discutirlo, pero el instinto de supervivencia se impuso y decidió no contradecir a su anfitrión.
—Soy Volgrand, esta es Unade, somos amigos y residentes en distintas ciudades.
Unade se limitó a asentir.
—En mi ciudad, hace unos días, hubo un accidente y una manada de conejos me arrolló mientras me caía encima un chocolate caliente.
—¿El chocolate tenía virutas de caramelo de colorines?—preguntó SD.
—Esto… ¿sí?
—Eso lo explica todo.
Volgrand pestañeó varias veces.
—¿Qué? ¿Cómo que eso lo explica todo? Oh, da igual, me va a dar un derrame si intento entenderlo. El caso es que aparecí en Pony Ville, mandé un mensaje a Unade y ella se las arregló para repetir el proceso. Al llegar aquí Twilight nos convirtió en ponis.
Sombra Discordante dirigió una mirada a Unade, que seguía manteniendo su cansada mirada en alguna feliz ensoñación.
—¿Tu amiga se hizo atropellar por una manada de conejos mientras se echaba encima chocolate caliente para seguirte?
—Eh... Sí. Eso creo. Apareció tras una estampida de conejos maquillados y cubierta de chocolate.
Sombra Discordante volvió a reír.
—Debía estar muy aburrida o muy loca. Me gusta.
Unade volvió la mirada hacia Sombra Discordante y frunció el cejo.
—Eso es asunto mío. Y ahora me gustaría saber quién eres.
Volgrand siseó con los dientes apretados.
—Unade... Modaaaaaaales, por lo que más quieras.
Pero ella lo ignoró.
—Tú eres la mentira que dijimos ¿Cómo es posible que existas?
Sombra Discordante fijó sus dicromáticos ojos en la pegaso y las sombras parecieron intensificarse a su alrededor.
—Decir mentiras está muy feo. Así que, vamos a suponer que dijisteis una verdad.
Unade sacudió la cabeza. Empezaba a sentirse confundida y le costó alinear los pensamientos y las palabras para poder expresarse.
—Yo... Lo que dije no era real... Te inventé para salvar a Volgrand.
—¿Yo salvé a Volgrand? Oh, disculpadme, fue totalmente involuntario... Os lo aseguro—dijo Sombra Discordante, con un fingido gesto de arrepentimiento. O no.
—Le dije a Magnificum Fornicatum que El Rey Sombra y Discord se habían fusionado y que estaba en Canterlot. Y él corrió hacia Canterlot para derrotarte. Así salvaste a Volgrand.
Sombra Discordante sonrió y se volvió hacia el pegaso azul.
—Me debes una, pues, humano.
—¡No!—interrumpió Unade—. Él no te debe nada. Si acaso me lo debes tú a mí porque mis palabras inspiraron a Magnificum Fornicatum para crearte...
Sombra se inclinó hacia Unade mostrando sus afilados colmillos.
—Así que te debo a ti la inspiración que me creó. ¿Te convierte eso en mi musa madrina?
Y había una profunda amenaza en esas palabras. Unade le mantuvo la mirada y no retrocedió, pero a pesar de eso, el pelaje de su lomo se erizó por el miedo.
—Es posible.
—Ay... ¡por los dioses del averno!—murmuró Volgrand involuntariamente llevándose un casco a la cara.
Hubo un sonido de algo arrastrándose alrededor de ellos, y un gruñido lo acompañó. Las llamas negras se alzaron alrededor de Sombra Discordante que mantenía su dicromática mirada clavada en Unade en gesto altivo y Volgrand buscó a toda prisa una palabra, una frase, algo que pudiese salvar a su amiga. Pero antes de encontrarla, Sombra Discordante habló de nuevo con la voz más calmadamente helada que había oído nunca Volgrand.
—Tu disertación, pequeña humana, puede ser tan solo la palabrería de una presa desesperada—respondió Sombra Discordante.
Bueno, parecía que la cosa no había sido tan grave, pensó Volgrand dejando escapar el aire lentamente.
—Y tu altanería puede ser solo la fachada de alguien que no tiene idea de cómo afrontar un problema—respondió Unade.
—¡Unade!—exclamó Volgrand—. ¡Por los dioses del averno! Ahora no es el momento de que tu burricia natural tome el control. ¡¡Así que activa de nuevo el filtro de conveniencia social que nos vas a cavar a ambos una tumba muy profunda en algún plano elemental al caos y la sombra!!
Volgrand había conocido demasiado tiempo a Unade y sabía algo de ella: en el peor momento tenía ataques de sinceridad y a eso había que añadirle que cuando alguien trataba de asustarla, ella tenía la insana costumbre de atacar en lugar de huir.
Unade y Sombra Discordante volvieron sus miradas hacia Volgrand y lo observaron muy fijamente. Finalmente, Unade bajó la mirada.
—Lo lamento, creo que mis modales no han sido los más adecuados. Creo que el miedo me ha hecho perder algunas capacidades.
Sombra la miró con gesto ilusionado y entrechocó los cascos delanteros.
—¿Os asustaron mis vamponis de sombra?
—Muchísimo—gruñó ella.
SD hizo un gesto amanerado con la pezuña, restándole importancia.
—Muchas gracias, realmente puse mucho esfuerzo en ellos. ¿Intentasteis atacarlos?
—Sí—volvió a gruñir Unade.
—Me hubiese gustado taaaaaaaaaanto estar ahí para verlo. Ah, alguien que mantiene los sesos y la capacidad de asustarse... ¡Me encanta!
Sombra volvió a acomodarse sobre los cojines y recolocó su abrigo de raso. Hubo un instante de un tenso silencio cuando el oscuro anfitrión de ese lugar miró fijamente a Volgrand y, con toda parsimonia, descruzó las patas traseras para después volver a cruzarlas al revés, tomando unos largos e indecorosos segundos de voluntaria exhibición. Volgrand lo observó, reconociendo claramente la interpretación.
—¿Está intentando parodiar a Sharon Stone en Instinto Básico?
—No. Estoy perfeccionando su escena cumbre.
El ligero toque de humor había servido para que el pegaso azul recuperara el habla, aunque sus rodillas seguían temblando por el miedo.
—Lo que mi compañera trataba de decir, señor Sombra Discordante, es que es muy loable que usted haya logrado mantener su cordura, su esencia y su individualidad ante el poder de Magnificum Fornicatum. Y obviamente, nos hallamos maravillados y extrañados ante este hecho... al cual no logramos dar explicación.
Ser visitante habitual de la página “Feel like a Sir” había aumentado notablemente la habilidad de Volgrand para disertar estilosamente, e incluso llegó a ganar un torneo de Injuria en Verso.
Sombra soltó un despectivo bufido.
—Poooor favooor—dijo—, soy la unión de un dios del caos y el mayor mago sombrío que ha existido nunca en este mundo. Lo inexplicable habría sido no lograrlo.
—Pero, ¿cómo logró usted, señor Sombra, mantener tu esencia?
—Oh, me gusta que hagas esa pregunta. Pero, eso es algo que yo mismo me he planteado, aunque creo que habéis traído la respuesta y la última pieza del misterio ha encajado. Lástima, era divertido pensar en posibilidades.
Mientras hablaba, un vamponi de sombra llegó hasta ellos flotando por el aire, como una voluta de denso humo, y depositó una bandeja en la mesa central. Sirvió una taza de té y la dejó ante Sombra Discordante. Era de porcelana y tenía mariposas rosas en ella. El señor de la sombra y el caos la tomó con la pezuña y, a pesar de la carencia de dedos, se pudo percibir la intencionalidad de estirar el meñique.
—Veréis. Tomé conciencia de mí mismo dentro de la mente del escritor. Fue el primer lugar donde... existí.
—Así que, el primer lugar donde existió usted fue en la mente de Magnificum.
—Más bien, en la mente del escritor. Pero son el mismo. Pude verlo a él, desde dentro de su mente y pude ver cómo se proyectaba a sí mismo en un mundo para cambiarlo y destruirlo. Esa proyección es Magnificum.
—Pero, pero... ¿cómo puedes ver eso?
Sombra dio un sorbo al té antes de responder.
—Porque soy increíble—dijo con un profundo ronroneo mientras dirigía una mirada seductora a Volgrand por encima de la taza... y volgrand se ruborizó adquiriendo un tono lila.
Sombra esperó a que el pegaso recuperara su tono habitual. Como si fuese un truco de prestidigitación, en su casco apareció un hueso de pollo que se llevó a la boca; con cada mordisco que pegó al aire la carne fue apareciendo sobre el mismo, hasta restaurar por completo un humeante muslo asado, el cual deshechó después en un plato de delicioso pollo rebozado.
—Aproveché para cotillear en su mente de paso. Prejuicios, creatividad nula... Eso último fue lo que más me sorprendió. ¿Cómo pudo crearme en su mente por sí mismo sin la más mínima imaginación? ¿Cómo pudo crear algo tan magnífico, inteligente y capacitado como yo? Pero ahora tiene sentido. Vuestra mentira desencadenó algo que un escritor como él jamás sería capaz de hacer: crear un personaje nuevo. Su mente es incapaz de lidiar con algo nuevo, solo sabe retorcer, torturar y destruir lo que ya existe. Esa fue mi ventaja inicial... pero el juego psicológico que vino después para que no me destruyese fue cosa mía.
—Así que...—murmuró Unade—Nuestras palabras no fueron lanzadas por el escritor a pesar de estar nosotros dentro de su historia. ¿El escritor nos escribe o nosotros le escribimos a él?
Volgrand volvió la mirada hacia Unade lentamente.
—Unade, ¿te queda chocolate?
—Sí, un poco.
—Piensa en el chocolate, anda.
—Vale —respondió esta, devorando otro trozo con la mirada perdida. Sombra Discordante protestó ante ese cambio de tema.
—Oh, vamos, tu amiga no va tan desencaminada, deja que termine su disertación.
—¿Y que pierda la poca cordura que le queda en el proceso? No.
Sombra volvió a reír.
—Está bien, está bien... Pero ella tiene razón. La barrera entre los mundos se ha hecho muy endeble. Vosotros mismos sois conscientes de ello y rompisteis la cuarta dimensión en un momento del concierto.
—¿Cómo?
—Me refiero a cuando os volvisteis hacia el lector.
Volgrand sacudió la cabeza.
—Esto es una locura.
—Pero esta locura es lo que os mantiene cuerdos. ¿Prefieres olvidar la locura y unirte al resto de ponis de la manada harén de Magnificum?
—Yo… creo que… aaaaaaahhh… — Volgrand se llevó ambos cascos a la cabeza.
Unade volvió la mirada hacia él y sin mediar palabra le ofreció un trozo de chocolate. Él rechazó amablemente el gesto con un casco y ella se encogió de hombros.
—Disculpe, pero ha mencionado un juego psicológico que realizó con Magnificum. ¿En qué consistió? ¿Cómo consiguió que no le destruyese?
Sombra hizo aparecer una llama negra sobre su casco y jugó con ella, modelándola, mientras respondía a Volgrand distraídamente.
—Le mostré lo que quería ver: la combinación de los dos mayores malvados de Equestria indefensa ante su poder. Me añadí un aspecto que él considerase humillante, lo cual me invalidaba como rival a sus ojos. Después publiqué mi rendición sobre el cielo de Canterlot y supliqué perdón con todo el patetismo que pude representar vestido de hembra, para que sus prejuicios se activasen y sintiese rechazo... pero no pudiese destruirme, porque, después de todo, esto es la tierra de la amistad. No se puede destruir a quien te suplica perdón. Resultado: trata de evitarme. Et voilà. Soy libre.
—Dioses, ¡qué retorcido eres!
Con un gesto de su pata, la llama negra realizó una pronunciada reverencia antes de desaparecer y él se volvió hacia Volgrand con una sonrisa triunfante.
—Gracias—dijo sacando mucho la lengua entre los colmillos—. He logrado confundirlo tanto con mi aspecto y mi actitud que no tardará mucho en tratar de interesarse sexualmente por los ponis machos.
Tras esa frase rió con auténtico deleite y su voz resonó por la inmensidad de aquel lugar. Volgrand volvió a reír por simple inercia, con la mirada perdida y un tic nervioso en el ojo.
—Así que ahora querrá follarse también a los machos... ¿Qué bien? ¿No?
La risa del señor de esa dimensión cesó de repente.
—No. No está bien—sentenció.
—¿Dónde has aprendido a cantar?—murmuró Unade.
Ambos se volvieron hacia ella. Había estado callada hasta ese momento. Agarraba con terquedad el envoltorio vacío de una tableta de chocolate con aspecto agotado, mientras fijaba sus ojos en su extraño anfitrión como tratando de enfocar algo en él. SD sonó casi amable al responderle.
—Creo que ya sabía cantar incluso antes de existir... y una parte de mí tiene una voz muy profunda y envolvente—dijo esto último bajando una octava y las palabras resonaron en el lugar. Sonrió abiertamente a Unade y añadió casi en un susurro—. Sería una lástima no aprovecharlo, ¿verdad?
—Sí, sería una lástima.
Volgrand intervino.
— Vale, sí, sería una lástima, pero tenemos que irnos. A cada minuto que pasa la Nada avanza más.
Sombra Discordante se puso en pie, haciendo revolotear estilosamente su capa y miró a ambos ponis.
—No. Vais a quedaros.
—¡¿Qué!? — respondieron al unísono temiéndose lo peor, y recordando a los dos ponis encadenados.
SD mostró los dientes divertido.
— Oh, no os confundáis. No sois mis prisioneros, todavía… A pesar de que me encantaría jugar con vosotros, os necesito vivos y en buena forma, así que vais a descansar.
No era una sugerencia.
—Pero... No podemos descansar—protestó Volgrand—. No hay tiempo. Tenemos que llevar a Vinyl y Octavia a...
Sombra Discordante le interrumpió irritado.
—He doblegado el tiempo, lo he arrodillado ante mí y lo he metido en este bolsillo dimensional para disponer de él a mi antojo. ¿Cómo creéis que logro maquillarme entre actuación y actuación? Este aspecto requiere mucho trabajo.
Unade intervino.
— Entonces debemos aprovecharlo para hablar con ellas y decirles lo que…
—Vinyl y Octavia son dos títeres sin sesos por efecto de MF. No os oirán siquiera —les interrumpió Sombra.
—Pues tenemos que hacer que vuelvan en sí, tengo un plan para eso que…
—Que fracasará si no descansáis antes.
—Oye, uno poco de modales, que si hemos llegado hasta aquí es porque... —empezó a protestar Unade.
Sombra Discordante puso los ojos en blanco y murmuró:
—Por favor … — al tiempo que su casco se transformaba en una garra de grifo para poder chasquear los dedos.
Volgrand y Unade se desplomaron en el suelo y, en seguida, empezaron a roncar ruidosamente.
El gran señor del caos y la oscuridad los miró mientras su garra volvía a ser una pezuña. Dejó escapar un suspiro y dirigió su mirada a la lejana tormenta de negrura que era el techo
—No va a quedar una sola mente cuerda en este mundo a la que torturar a este paso.
Con la cabeza todavía alzada, giró los ojos hacia los dos ponis ante sus cascos y sonrió.
—Aparte de las vuestras—añadió.
Con un revoloteo de encajes, sombras y purpurina, se volvió para adentrarse en la oscuridad.
* Puñeta: dícese del encaje o el vuelo que adorna algunas mangas en los puños. Su elaboración requería de mucho tiempo. De ahí viene el dicho “vete a hacer puñetas”, la traducción vendría ser “quiero perderte de vista una larga temporada”.
También viene de ahí la expresión “déjate de puñetas” como un símil de “algo superficial y que poco aporta a la esencia de la situación”.
A partir de entonces, la ruta atravesaba todo el sur de Equestria, recorriendo las zonas más rurales y haciendo muy ocasionales paradas. El paisaje, poco a poco, iba cambiando del verde de los prados y las montañas, al amarillo de los inmensos campos de cultivo para, finalmente, atravesar el gran Túnel del Sur. Y era a la salida del mismo cuando todos los pasajeros exclamaban en shock al hallarse súbitamente, rodeados por un árido desierto. Aún tendrían tiempo de disfrutar de la vista durante un par de horas, en las que ninguna parada alteraría el monótono y tranquilizador traqueteo del tren.
Claro que no todos los viajes son iguales. El tren que se dirigía a toda velocidad a Appleloosa, huyendo de la Nada, no era particularmente apacible. Quizá fuera por los histéricos gritos que surgían del interior del mismo, increíblemente abarrotado por varios cientos de alterados ponis en toda una proeza de aprovechamiento del espacio. En sintonía con los mismos, una montaña de cuadrúpedos amarrados y amordazados coronaban cada uno de los cinco vagones, tambaleándose con cada curva y desnivel del terreno.
A pesar de ello el viaje no debería ser demasiado movido… en teoría. Esta teoría fue llevada al absoluto traste cuando la locomotora había sido sustituida por dos sementales que, cual locos posesos, galopaban a toda velocidad sin cesar. Bigmac y Bulk Biceps tiraban del convoy a la par, resollando por el esfuerzo y el calor del desierto. Tantos kilometros, tantas horas de viaje les estaban costando factura y, poco a poco, empezaron a bajar el ritmo de su galope, jadeando ruidosamente.
Entonces se escuchó una tos a su espalda. Ambos sementales, rígidos, giraron la cabeza poco a poco. Frente a la puerta del primer vagón del tren había una pegaso azul celeste de crin multicolor, sentada en uno de los topes. Rainbow alzó la cabeza lentamente y los miró con todo el odio y la furia que su alma violada, psíquica y emocionalmente, podía transmitir. Con un gesto extremadamente lento alzó un casco, mostrando el objeto que sostenía en el mismo:
Una delicada taza de porcelana para el té.
Después alzó la otra pata y sacó el segundo objeto: una cucharilla de plata. La introdujo en el cálido brebaje y lo removió suavemente.
Clinc, clinc, clinc…
Por encima del histerizante tren había varios pegasos volando. Los pocos (especialmente, las pocas) que habían logrado mantener la cordura volaban por sí mismos. Sin embargo, la gran mayoría habían sido amarrados en el aire y, en algunos casos, sus alas extendidas mediante cuerdas y palos para transportarlos cual cometas vivientes. Quizá el caso más extraño era Fluttershy, que se había atado una pata al tren para no quedarse atrás; sobre el lomo de la traumatizada pegaso, el conejito Ángel se sostenía sobre una improvisada sillita de montar. De alguna forma el roedor se las había ingeniado para colocar un sistema de cuerdas y poleas que le permitía volver a extender las alas de su amiga cuando esta se olvidaba de aletear.
Por encima de todos los pegasos, la princesa de la amistad, Twilight Sparkle, iba siendo tirada por el tren por una cuerda atada alrededor de la cintura. La yegua estaba encontrado el viaje fantáaaaaaaastico; era genial sentir las brisas de aire caliente llenarle las alas, y ella sólo tenía que dirigirlas un poco para subir o bajar. Y lo divertido que había sido atravesar el tren volando… Pero ahora volvía a volar bien alto, maniobrando gracias a la velocidad.
—¡Wuuuuuu! —exclamó suavemente, ganando toda la altura que pudo—. ¡Waaaaaaah! —repitió, esta vez bajando y ganando velocidad.
Al hacer esto último escuchó un grito que provenía del frente del tren; sus pupilas hiperdilatadas le permitieron ver cómo Bigmac y Bulk Biceps giraban de golpe hacia el desierto. Con un impresionante ruido de metal chirriante y vías rompiéndose, nada pudo hacer el tonelaje del convoy para evitar descarrilar. Y, bien pronto, el tren a Appleloosa se convirtió en el primero en experimentar el concepto “fuera pista”, normalmente reservado a esquiadores. Con los saltos que pegaron los vehículos, los hacinados pasajeros de los mismos parecieron recordar sus traumas con más fuerza, ya que los gritos se intensificaron. Algunas palabras llegaron hasta la princesa: “¡No me toquéis con esos cascos!”, “¡Ese crujir es como el látigo de Magnificum!”, “¡Que alguien me arranque las alas, por Celestia!”.
Twilight pensó que Rainbow debía estar aprovechando también el trauma de Bigmac y Bulk Biceps para hacerlos tirar del tren con tanto ahínco. Y era normal que estos lo hicieran: No era algo agradable recordar cómo su voluntad había sido anulada para doblegarse a los deseos más oscuros y profundos de un ser egoísta e inconcebiblemente poderoso, cuyo único objetivo era destruir mundos para alzar altares a su falsa magnificencia. Y, todo ello, en el proceso de convertir a todo el mundo, sea cual fuera su raza, sexo, origen o edad en parte de un harén sumiso y…
La alicornio tomó rápidamente otro puñado de hierbas de sus alforjas y se las metió en la boca. Al instante las pupilas se le volvieron a dilatar y una apacible sonrisa cruzó su rostro.
—Jeeee jeeee… ¿Por dónde iba? Ah si. ¡Wuuuuuuu! —exclamó al ganar altura—. ¡Waaaaaah!
Repitió su agradable rutina unas cuantas veces más cuando, en una de las bajadas, vio un depresivo borrón rosa de pelo lacio. Una nube negra volaba siempre sobre Pinkie Pie, manteniéndola en la penumbra a pesar de estar en el desierto.
—Vaaaaya —murmuro Twilight lánguidamente—. Me parecía que olvidaba algo.
La princesa combó sus alas para bajar hasta la altura del tren; tuvo entonces que aletear para alcanzar el primer vagón donde iba Pinkie, esquivando en el proceso las montañas de ponis vociferantes. Finalmente llegó al lado de Pinkie… bueno, de Pinkamena, la cual miraba hacia el infinito con ara de ajo.
—Hoooola, Pinkie —saludó la alicornio—. Qué viaje más bonito, ¿verdad?
—Es un viaje horrible —respondió la aludida.
—Jeeeee sí, claro. Oye Pinkie, se me olvidó contarte la última parte del plan, ¿sabesh? Es una parte que te gusssstará mucho, ¿vale?
—Seguro que no me gustará tanto como cuando Magnificum me castigaba. ¿Qué hay mejor que eso? —respondió agriamente.
—Puesssss hay algo. Mira Pinkie, cuando lleguemos vamos a hacer una fiesta en Appleloosa, ¿vale?
Twilight ya no estaba segura de que su plan… su plan… era muy … como genial, vale. Y tenía una parte muy … con un tren, que estaban haciendo bien. Y había otra parte en la que hablaba con Pikamena, o Pinkie, o las dos a la vez. Que era esa en la que estaba ahora. Y necesitaba más colorines para su pizarra mental.
—Ssshí, una fiesta, ¿vale? Va a venir todo el mundo… —Twilight, pasó la pata sobre los hombros de Pinkamena y trazó un amplio arco con la otra pata libre, señalando el desértico paisaje ante ellos —. Toooooooodo, el mundo….
—¿Y por qué es la fiesta, si puede saberse? —respondió con desagrado. Sin embargo, los incipientes rizos que se estaban formando en la melena de Pinkie estaban traicionando su aparente enfado.
Twilight se agarró con la pata a su amiga para acercarse al oído y susurrarle:
—Eeesho, es un ssecreto.
* * * ------- * * *
Las dos criaturas de sombra arrastraron a sus víctimas deleitándose en su terror. Ascendieron por el aire hacia la noche en una trepada vertiginosa y los gritos del concierto fueron alejándose bajo ellos. Al recuperar la capacidad de oírse a sí mismos, también recuperaron la capacidad de lucha. Unade se debatió con toda su fiereza contra las garras que la apresaban. Logró liberar una de sus patas y la clavó con toda su mala intención en una de las cuencas oculares de la criatura... y no encontró resistencia. Como si hubiese clavado su extremidad en un barro espeso, el vacío que había detrás empezó a absorberla. Unade se debatió aterrorizada y la criatura rió ante sus esfuerzos.
Volgrand, mientras tanto, estaba intentando otra táctica.
—Disculpe, pero ¿podríamos hablar de esto? No hay ningún motivo para que se interese por nosotros. Quizás podríamos negociar estooooooooOOOOOOOAAAAAAAAAAJJJJJJ!!
Su magnífica disertación diplomática fue interrumpida por un picado de vértigo de regreso hacia el estadio. La masa de lentejas de colorines que eran las cabezas del público, fue aumentando de tamaño y definición... Se iban e estrellar.
Pero las criaturas de sombra, aferrando a sus presas, dieron un quiebro hacia la horizontal en el último momento y realizaron un vuelo rasante sobre el público enfilando hacia algún lugar indeterminado tras el escenario.
Había un pasillo imposible... flanqueado por antorchas y gárgolas... que se volvieron para verlos pasar. Volaron por aquel pasillo hacia las profundidades ahogados en su propio terror. Ante ellos aparecieron unas enormes puertas de metal rojo, flanqueadas por dos grandes fuegos negros. Tras ellas, se desveló una sala, una enorme sala. Su suelo era de piedra negra y no se percibían las paredes, que debían existir en algún punto de la oscuridad. Frente a ellos, se levantaba un zigurat de mármol negro y rojo, y sobre él había un trono.
Las dos criaturas de sombra frenaron al fin su vuelo a los pies de las escaleras del zigurat y arrojaron sus presas al suelo. Los dos ponis tardaron un segundo en percatarse de que estaban de nuevo sobre tierra firme. Unade fue la primera en ponerse en pie y tratar de correr, pero el vamponi la atrapó sin esfuerzo alguno y la arrojó al suelo con violencia. La pisó con las garras y siseó frente a su cara. Y hubo algo que se rompió dentro de ella. Había pasado tanto miedo que su cordura había decidido por abandonarla ya. Abrió su boca de poni y le propinó un mordisco al vamponi, que lanzó un quejido de sorpresa.
Hubo entonces una risa lenta que retumbó en el lugar como una campana en una cripta.
—Eso... ha sido divertido—dijo una voz de barítono.
Unade y Volgrand alzaron la mirada hacia el trono sobre el zigurat.
El trono no se limitaba a ser una simple una silla, era un recargado diván de seda carmesí con un respaldo repujado en plata. En el respaldo, grabados, se veían diversos rostros entrelazados y figuras de criaturas de pesadilla que les devolvieron la mirada, burlones. Recostado sobre la seda del diván había alguien con una gran sonrisa, divertido por la escena. Sombra Discordante bajó sus patas al suelo y se puso en pie. Desde el contrapicado que la perspectiva les ofrecía, Volgrand y Unade percibieron la enorme sombra que proyectaba contra... contra... ¡No había techo! Las columnas que flanqueaban el zigurat no sostenían techo alguno. A lo lejos, un cielo de tormenta los saludó con varios relámpagos.
Sombra Discordante empezó a bajar los escalones hacia ellos lentamente y, a su paso, pequeños fuegos negros se iluminaron a los lados de cada escalón. Los vamponis de sombra se retiraron respetuosamente dejando a los dos prisioneros a merced de su señor. El gran señor del caos y la sombra se detuvo ante ellos observándolos con los ojos entrecerrados detrás del recargado maquillaje. Aparte del maquillaje llevaba puesta una camisa con abundantes chorreras y un abrigo de raso lleno de bordados y repujados. Las largas escamas de su crin habían sido recogidas hacia atrás en lo que parecía una coleta baja, con un gran lazo. El color hacía juego con el maquillaje de sus ojos.
—Hoooola—dijo arrastrando la voz—, vosotros... no habéis perdido los sesos. ¿Quiénes sois?
Volgrand logró encontrar su patas bajo él y se puso en pie con las articulaciones temblando.
—.....—respondió.
—Y peleáis... A vuestra manera...—añadió con tono divertido.
Unade no se molestó en tratar de ponerse en pie. En lugar de eso se dedicó a rebuscar en su mochila. Recuperar el aliento y la cordura tras casi haber sido devorada por el vacío primordial tras los ojos de un ser de sombra le pareció más prioritario. Así que, Sombra Discordante caminó alrededor de ella sin prestarle más atención y, con un largo arrullo interrogativo, se deslizó alrededor de Volgrand hasta restregarse contra él. Y por fin él encontró su voz.
—Disculpe, distancia, por favor—dijo con voz engañitada—. He sido abusado por un grupo de yeguas hace un rato y no estoy listo para confiar en la cercanía de otro ser vivo, de momento.
—Oh, disculpa...—murmuró con un ronroneo Sombra Discordante—. Pero, entended que es interesante encontrarse con cuadrúpedos capaces de mantener algo de sus esencias. Estoy taaaaaan aburrido.
El ruido del papel de una tableta de chocolate siendo roto (85% de cacao, comercio justo) se alzó desde el suelo. Unade estaba lidiando con la locura a su manera.
Volgrand miró fijamente a aquella criatura llamada Sombra Discordante. Sus ojos dicromáticos, entrecerrados en un gesto desafiante... o chistoso... o ambas cosas a la vez estaban analizando los detalles de él y Unade, muy interesado. Volgrand se arriesgó a preguntar.
—¿Sabe lo que está pasando?
—Saber, saber, saber—murmuró Sombra con una sonrisa lasciva—... Creo que es una palabra algo grande, además, el misterio es más divertido. Pero, sí, detecto cosas.
Volgrand trató de responder, y su voz carraspeó, se quebró en un gallo y luego subió y bajó varias octavas antes de poder encontrar el equilibrio psicológico para hablar con aquella criatura.
—Yo... Nosotros no somos de aquí...
Sombra Discordante entrecerró los ojos.
—No me lo digas... venís de mucho más lejos que Canterlot, de más allá de Equestria.
—Eeehhhmmm... Sí...
—Supongo que venís del mismo mundo que el escritor.
—Pues s.... ??!!
Unade se puso en pie de un salto y, con media tableta de chocolate mordida en la boca, fijó sus ojos en Sombra Discordante con un súbito gesto de interés. Volgrand logró reponerse.
—Cómo... ¿¿¿cómo conoces al escritor???
Sombra Discordante sonrió con suficiencia, complacido con la reacción que había provocado, y se volvió (revoloteo de capa, mirada sensual por encima del hombro) hacia los cojines de raso violeta y negro que había algo más lejos.
—Hablemos en algún lugar más cómodo, pequeños humanos.
Volgrand y Unade lo siguieron, uno todavía tambaleándose sobre sus inseguras rodillas y la otra con media tableta de chocolate asomando de su boca como única ancla que la atase a la cordura.
Sombra señaló los cojines y, demasiado agotados para discutir, Volgrand y Unade se acomodaron en ellos. No hubo ningún truco, ni tentáculo que se enroscase alrededor de ellos... De hecho, eran cómodos. Volgrand oyó a Unade soltar un suspiro de satisfacción.
Sombra Discordante ocupó uno a su vez y realizó una floritura con la pata hacia la mesa baja que había en medio. Las puñetas* de sus mangas revolotearon. La mesa tenía una estrella de ocho puntas grabada.
—¿Os apetece beber algo?—ofreció Sombra—¿Zumo de alguna fruta prohibida? ¿Sangre de alguna criatura?
Varios vasos aparecieron ante ellos de la nada rellenos con líquidos de diversos colores. Ambos negaron con aprensión.
—¿Comer algo?
Una bandeja cubierta de manjares diversos apareció ante ellos, y volvieron a negar con la mirada fija en una cabeza asada de algún animal a mitad de camino entre un ciervo y un cerdo con una manzana en la boca.
—¿Esclavizar a alguien?
Dos ponis con una cadena al cuello, un macho y una hembra aparecieron ante ellos y los extremos de las cadenas cayeron ante los cascos de Unade y Volgrand. Los dos ponis esclavos les dirigieron una mirada suplicante.
—Eh... no gracias—dijo Volgrand con voz temblorosa.
Sombra Discordante soltó una exclamación irónica.
—¡Es cierto! ¡Lo olvidaba! Vosotros no hacéis ese tipo de cosas porque sois de los buenos.
Y luego rió, una risa grave y atrayente, que parecía clamar por tener un pequeño esbirro malvado que la acompañara con sus carcajadas. Movido por el nerviosismo y por su capacidad de adaptación, Volgrand empezó a reír lentamente hasta unirse al terrorífico ser que le había ofrecido esclavizar a unas pobres almas en pena. Y, curiosamente, Unade pareció imitarlo al poco, con una expresión a medio camino entre la risa, el asco y el terror.
—¿De qué nos estamos riendo?
—¡No lo sé! —sollozó Volgrand.
Sombra Discordante dejó de reír de golpe y, con un gesto, los dos ponis esclavos se desvanecieron con un grito de terror.
—¿Qué has hecho con ellos?—gritó Volgrand.
—Oh, no quieres saberlo en realidad. Y necesito vuestras mentes enfocadas. Ahora, contadme... ¿Quiénes sois?
Por un segundo, Volgrand quiso discutirlo, pero el instinto de supervivencia se impuso y decidió no contradecir a su anfitrión.
—Soy Volgrand, esta es Unade, somos amigos y residentes en distintas ciudades.
Unade se limitó a asentir.
—En mi ciudad, hace unos días, hubo un accidente y una manada de conejos me arrolló mientras me caía encima un chocolate caliente.
—¿El chocolate tenía virutas de caramelo de colorines?—preguntó SD.
—Esto… ¿sí?
—Eso lo explica todo.
Volgrand pestañeó varias veces.
—¿Qué? ¿Cómo que eso lo explica todo? Oh, da igual, me va a dar un derrame si intento entenderlo. El caso es que aparecí en Pony Ville, mandé un mensaje a Unade y ella se las arregló para repetir el proceso. Al llegar aquí Twilight nos convirtió en ponis.
Sombra Discordante dirigió una mirada a Unade, que seguía manteniendo su cansada mirada en alguna feliz ensoñación.
—¿Tu amiga se hizo atropellar por una manada de conejos mientras se echaba encima chocolate caliente para seguirte?
—Eh... Sí. Eso creo. Apareció tras una estampida de conejos maquillados y cubierta de chocolate.
Sombra Discordante volvió a reír.
—Debía estar muy aburrida o muy loca. Me gusta.
Unade volvió la mirada hacia Sombra Discordante y frunció el cejo.
—Eso es asunto mío. Y ahora me gustaría saber quién eres.
Volgrand siseó con los dientes apretados.
—Unade... Modaaaaaaales, por lo que más quieras.
Pero ella lo ignoró.
—Tú eres la mentira que dijimos ¿Cómo es posible que existas?
Sombra Discordante fijó sus dicromáticos ojos en la pegaso y las sombras parecieron intensificarse a su alrededor.
—Decir mentiras está muy feo. Así que, vamos a suponer que dijisteis una verdad.
Unade sacudió la cabeza. Empezaba a sentirse confundida y le costó alinear los pensamientos y las palabras para poder expresarse.
—Yo... Lo que dije no era real... Te inventé para salvar a Volgrand.
—¿Yo salvé a Volgrand? Oh, disculpadme, fue totalmente involuntario... Os lo aseguro—dijo Sombra Discordante, con un fingido gesto de arrepentimiento. O no.
—Le dije a Magnificum Fornicatum que El Rey Sombra y Discord se habían fusionado y que estaba en Canterlot. Y él corrió hacia Canterlot para derrotarte. Así salvaste a Volgrand.
Sombra Discordante sonrió y se volvió hacia el pegaso azul.
—Me debes una, pues, humano.
—¡No!—interrumpió Unade—. Él no te debe nada. Si acaso me lo debes tú a mí porque mis palabras inspiraron a Magnificum Fornicatum para crearte...
Sombra se inclinó hacia Unade mostrando sus afilados colmillos.
—Así que te debo a ti la inspiración que me creó. ¿Te convierte eso en mi musa madrina?
Y había una profunda amenaza en esas palabras. Unade le mantuvo la mirada y no retrocedió, pero a pesar de eso, el pelaje de su lomo se erizó por el miedo.
—Es posible.
—Ay... ¡por los dioses del averno!—murmuró Volgrand involuntariamente llevándose un casco a la cara.
Hubo un sonido de algo arrastrándose alrededor de ellos, y un gruñido lo acompañó. Las llamas negras se alzaron alrededor de Sombra Discordante que mantenía su dicromática mirada clavada en Unade en gesto altivo y Volgrand buscó a toda prisa una palabra, una frase, algo que pudiese salvar a su amiga. Pero antes de encontrarla, Sombra Discordante habló de nuevo con la voz más calmadamente helada que había oído nunca Volgrand.
—Tu disertación, pequeña humana, puede ser tan solo la palabrería de una presa desesperada—respondió Sombra Discordante.
Bueno, parecía que la cosa no había sido tan grave, pensó Volgrand dejando escapar el aire lentamente.
—Y tu altanería puede ser solo la fachada de alguien que no tiene idea de cómo afrontar un problema—respondió Unade.
—¡Unade!—exclamó Volgrand—. ¡Por los dioses del averno! Ahora no es el momento de que tu burricia natural tome el control. ¡¡Así que activa de nuevo el filtro de conveniencia social que nos vas a cavar a ambos una tumba muy profunda en algún plano elemental al caos y la sombra!!
Volgrand había conocido demasiado tiempo a Unade y sabía algo de ella: en el peor momento tenía ataques de sinceridad y a eso había que añadirle que cuando alguien trataba de asustarla, ella tenía la insana costumbre de atacar en lugar de huir.
Unade y Sombra Discordante volvieron sus miradas hacia Volgrand y lo observaron muy fijamente. Finalmente, Unade bajó la mirada.
—Lo lamento, creo que mis modales no han sido los más adecuados. Creo que el miedo me ha hecho perder algunas capacidades.
Sombra la miró con gesto ilusionado y entrechocó los cascos delanteros.
—¿Os asustaron mis vamponis de sombra?
—Muchísimo—gruñó ella.
SD hizo un gesto amanerado con la pezuña, restándole importancia.
—Muchas gracias, realmente puse mucho esfuerzo en ellos. ¿Intentasteis atacarlos?
—Sí—volvió a gruñir Unade.
—Me hubiese gustado taaaaaaaaaanto estar ahí para verlo. Ah, alguien que mantiene los sesos y la capacidad de asustarse... ¡Me encanta!
Sombra volvió a acomodarse sobre los cojines y recolocó su abrigo de raso. Hubo un instante de un tenso silencio cuando el oscuro anfitrión de ese lugar miró fijamente a Volgrand y, con toda parsimonia, descruzó las patas traseras para después volver a cruzarlas al revés, tomando unos largos e indecorosos segundos de voluntaria exhibición. Volgrand lo observó, reconociendo claramente la interpretación.
—¿Está intentando parodiar a Sharon Stone en Instinto Básico?
—No. Estoy perfeccionando su escena cumbre.
El ligero toque de humor había servido para que el pegaso azul recuperara el habla, aunque sus rodillas seguían temblando por el miedo.
—Lo que mi compañera trataba de decir, señor Sombra Discordante, es que es muy loable que usted haya logrado mantener su cordura, su esencia y su individualidad ante el poder de Magnificum Fornicatum. Y obviamente, nos hallamos maravillados y extrañados ante este hecho... al cual no logramos dar explicación.
Ser visitante habitual de la página “Feel like a Sir” había aumentado notablemente la habilidad de Volgrand para disertar estilosamente, e incluso llegó a ganar un torneo de Injuria en Verso.
Sombra soltó un despectivo bufido.
—Poooor favooor—dijo—, soy la unión de un dios del caos y el mayor mago sombrío que ha existido nunca en este mundo. Lo inexplicable habría sido no lograrlo.
—Pero, ¿cómo logró usted, señor Sombra, mantener tu esencia?
—Oh, me gusta que hagas esa pregunta. Pero, eso es algo que yo mismo me he planteado, aunque creo que habéis traído la respuesta y la última pieza del misterio ha encajado. Lástima, era divertido pensar en posibilidades.
Mientras hablaba, un vamponi de sombra llegó hasta ellos flotando por el aire, como una voluta de denso humo, y depositó una bandeja en la mesa central. Sirvió una taza de té y la dejó ante Sombra Discordante. Era de porcelana y tenía mariposas rosas en ella. El señor de la sombra y el caos la tomó con la pezuña y, a pesar de la carencia de dedos, se pudo percibir la intencionalidad de estirar el meñique.
—Veréis. Tomé conciencia de mí mismo dentro de la mente del escritor. Fue el primer lugar donde... existí.
—Así que, el primer lugar donde existió usted fue en la mente de Magnificum.
—Más bien, en la mente del escritor. Pero son el mismo. Pude verlo a él, desde dentro de su mente y pude ver cómo se proyectaba a sí mismo en un mundo para cambiarlo y destruirlo. Esa proyección es Magnificum.
—Pero, pero... ¿cómo puedes ver eso?
Sombra dio un sorbo al té antes de responder.
—Porque soy increíble—dijo con un profundo ronroneo mientras dirigía una mirada seductora a Volgrand por encima de la taza... y volgrand se ruborizó adquiriendo un tono lila.
Sombra esperó a que el pegaso recuperara su tono habitual. Como si fuese un truco de prestidigitación, en su casco apareció un hueso de pollo que se llevó a la boca; con cada mordisco que pegó al aire la carne fue apareciendo sobre el mismo, hasta restaurar por completo un humeante muslo asado, el cual deshechó después en un plato de delicioso pollo rebozado.
—Aproveché para cotillear en su mente de paso. Prejuicios, creatividad nula... Eso último fue lo que más me sorprendió. ¿Cómo pudo crearme en su mente por sí mismo sin la más mínima imaginación? ¿Cómo pudo crear algo tan magnífico, inteligente y capacitado como yo? Pero ahora tiene sentido. Vuestra mentira desencadenó algo que un escritor como él jamás sería capaz de hacer: crear un personaje nuevo. Su mente es incapaz de lidiar con algo nuevo, solo sabe retorcer, torturar y destruir lo que ya existe. Esa fue mi ventaja inicial... pero el juego psicológico que vino después para que no me destruyese fue cosa mía.
—Así que...—murmuró Unade—Nuestras palabras no fueron lanzadas por el escritor a pesar de estar nosotros dentro de su historia. ¿El escritor nos escribe o nosotros le escribimos a él?
Volgrand volvió la mirada hacia Unade lentamente.
—Unade, ¿te queda chocolate?
—Sí, un poco.
—Piensa en el chocolate, anda.
—Vale —respondió esta, devorando otro trozo con la mirada perdida. Sombra Discordante protestó ante ese cambio de tema.
—Oh, vamos, tu amiga no va tan desencaminada, deja que termine su disertación.
—¿Y que pierda la poca cordura que le queda en el proceso? No.
Sombra volvió a reír.
—Está bien, está bien... Pero ella tiene razón. La barrera entre los mundos se ha hecho muy endeble. Vosotros mismos sois conscientes de ello y rompisteis la cuarta dimensión en un momento del concierto.
—¿Cómo?
—Me refiero a cuando os volvisteis hacia el lector.
Volgrand sacudió la cabeza.
—Esto es una locura.
—Pero esta locura es lo que os mantiene cuerdos. ¿Prefieres olvidar la locura y unirte al resto de ponis de la manada harén de Magnificum?
—Yo… creo que… aaaaaaahhh… — Volgrand se llevó ambos cascos a la cabeza.
Unade volvió la mirada hacia él y sin mediar palabra le ofreció un trozo de chocolate. Él rechazó amablemente el gesto con un casco y ella se encogió de hombros.
—Disculpe, pero ha mencionado un juego psicológico que realizó con Magnificum. ¿En qué consistió? ¿Cómo consiguió que no le destruyese?
Sombra hizo aparecer una llama negra sobre su casco y jugó con ella, modelándola, mientras respondía a Volgrand distraídamente.
—Le mostré lo que quería ver: la combinación de los dos mayores malvados de Equestria indefensa ante su poder. Me añadí un aspecto que él considerase humillante, lo cual me invalidaba como rival a sus ojos. Después publiqué mi rendición sobre el cielo de Canterlot y supliqué perdón con todo el patetismo que pude representar vestido de hembra, para que sus prejuicios se activasen y sintiese rechazo... pero no pudiese destruirme, porque, después de todo, esto es la tierra de la amistad. No se puede destruir a quien te suplica perdón. Resultado: trata de evitarme. Et voilà. Soy libre.
—Dioses, ¡qué retorcido eres!
Con un gesto de su pata, la llama negra realizó una pronunciada reverencia antes de desaparecer y él se volvió hacia Volgrand con una sonrisa triunfante.
—Gracias—dijo sacando mucho la lengua entre los colmillos—. He logrado confundirlo tanto con mi aspecto y mi actitud que no tardará mucho en tratar de interesarse sexualmente por los ponis machos.
Tras esa frase rió con auténtico deleite y su voz resonó por la inmensidad de aquel lugar. Volgrand volvió a reír por simple inercia, con la mirada perdida y un tic nervioso en el ojo.
—Así que ahora querrá follarse también a los machos... ¿Qué bien? ¿No?
La risa del señor de esa dimensión cesó de repente.
—No. No está bien—sentenció.
—¿Dónde has aprendido a cantar?—murmuró Unade.
Ambos se volvieron hacia ella. Había estado callada hasta ese momento. Agarraba con terquedad el envoltorio vacío de una tableta de chocolate con aspecto agotado, mientras fijaba sus ojos en su extraño anfitrión como tratando de enfocar algo en él. SD sonó casi amable al responderle.
—Creo que ya sabía cantar incluso antes de existir... y una parte de mí tiene una voz muy profunda y envolvente—dijo esto último bajando una octava y las palabras resonaron en el lugar. Sonrió abiertamente a Unade y añadió casi en un susurro—. Sería una lástima no aprovecharlo, ¿verdad?
—Sí, sería una lástima.
Volgrand intervino.
— Vale, sí, sería una lástima, pero tenemos que irnos. A cada minuto que pasa la Nada avanza más.
Sombra Discordante se puso en pie, haciendo revolotear estilosamente su capa y miró a ambos ponis.
—No. Vais a quedaros.
—¡¿Qué!? — respondieron al unísono temiéndose lo peor, y recordando a los dos ponis encadenados.
SD mostró los dientes divertido.
— Oh, no os confundáis. No sois mis prisioneros, todavía… A pesar de que me encantaría jugar con vosotros, os necesito vivos y en buena forma, así que vais a descansar.
No era una sugerencia.
—Pero... No podemos descansar—protestó Volgrand—. No hay tiempo. Tenemos que llevar a Vinyl y Octavia a...
Sombra Discordante le interrumpió irritado.
—He doblegado el tiempo, lo he arrodillado ante mí y lo he metido en este bolsillo dimensional para disponer de él a mi antojo. ¿Cómo creéis que logro maquillarme entre actuación y actuación? Este aspecto requiere mucho trabajo.
Unade intervino.
— Entonces debemos aprovecharlo para hablar con ellas y decirles lo que…
—Vinyl y Octavia son dos títeres sin sesos por efecto de MF. No os oirán siquiera —les interrumpió Sombra.
—Pues tenemos que hacer que vuelvan en sí, tengo un plan para eso que…
—Que fracasará si no descansáis antes.
—Oye, uno poco de modales, que si hemos llegado hasta aquí es porque... —empezó a protestar Unade.
Sombra Discordante puso los ojos en blanco y murmuró:
—Por favor … — al tiempo que su casco se transformaba en una garra de grifo para poder chasquear los dedos.
Volgrand y Unade se desplomaron en el suelo y, en seguida, empezaron a roncar ruidosamente.
El gran señor del caos y la oscuridad los miró mientras su garra volvía a ser una pezuña. Dejó escapar un suspiro y dirigió su mirada a la lejana tormenta de negrura que era el techo
—No va a quedar una sola mente cuerda en este mundo a la que torturar a este paso.
Con la cabeza todavía alzada, giró los ojos hacia los dos ponis ante sus cascos y sonrió.
—Aparte de las vuestras—añadió.
Con un revoloteo de encajes, sombras y purpurina, se volvió para adentrarse en la oscuridad.
* * * ------- * * *
* Puñeta: dícese del encaje o el vuelo que adorna algunas mangas en los puños. Su elaboración requería de mucho tiempo. De ahí viene el dicho “vete a hacer puñetas”, la traducción vendría ser “quiero perderte de vista una larga temporada”.
También viene de ahí la expresión “déjate de puñetas” como un símil de “algo superficial y que poco aporta a la esencia de la situación”.