La tripulación del Relámpago Negro, bajo el resplandeciente sol de medio día, corría de un lado al otro de su embarcación, mientras los remeros se afanaban en proporcionar el empuje que hiciera justicia al nombre de la nave.
—¡Vamos, escorias! —gritaba el capitán, en idioma lobo— ¡Más brío a esos remos! ¡A todo trapo!
El unicornio azul surgió de la bodega y se dirigió al capitán Argul, el cual seguía rugiendo órdenes. Este se giró y miró, ligeramente inquieto, a su cliente.
—Capitán.
—Dark Art, ¿qué quieres? —repondió en Equestriano.
—Creí que esta nave era la más rápida de los Reinos Lobo —dijo el unicornio sombríamente—. Eso es lo que me prometió cuando le contraté, Argul.
El gran lobo negro resopló entre los belfos, exhasperado.
—ES la más rápida —respondió, antes de puntualizar—, cuando tiene el viento a favor. Pero el viento viene a través y no está hinchando las velas.
—Y esos piratas con los que nos cruzamos deben venir detrás nuestro. Le dije que debíamos enfrentarnos a ellos antes de que se encontraran con Aitana Pones.
El aludido se giró rápidamente hacia Dark Art.
—¡Las órdenes en este barco las doy yo! Sólo un estúpido se enfrentaría a La sirena mutilada. Si quieres tener una oportunidad de llegar tú y tu... monstruo a vuestro destino, harías bien en cerrar la bocaza, poni.
El agresivo lobo, tras mantener la mirada al unicornio, se volvió para seguir impartiendo órdenes a su tripulación. Los grifos seguían trabajando en impulsar las velas, pero estos empezaban a estar agotados. Si la Dama Venenosa decidía ir en su caza, era cuestión de tiempo que les atrapara, a no ser que los vientos cambiaran. Argul se dirigió a su contramaestre.
—Colocad cuatro cañones en popa.
—Sí, capitán.
Mientras tanto, Dark Art se dirigió a esa misma zona. El viento hizo volar los rizos blancos alrededor de su cara. Sentía, ligeramente inquieto, el poder de Manresht filtrarse a través de los maderos de la bodega, incluso estando aislado con un sello de contención. Tenía que volver con la hermandad, era primordial para sus planes... pero no había logrado matar a Aitana. Y de algo estaba seguro: la arqueóloga no se rendiría; le daría caza hasta el fin del mundo si era necesario. Suponía que esa poni debía tener una fortaleza mental excepcional y, según contaban en Taichnitlán, era capaz de hacer algún tipo de magia oscura. Eso había sorprendido a Dark Art, pues no conocía ninguna forma de hacer que un poni de tierra ejecutara alta magia como la que le habían descrito. Lo que es más, si los testigos decían la verdad, Aitana Pones había usado magia negra y nigromántica. ¿Cómo era posible?
Varios piratas llegaron junto a Dark Art portando cañones, los cuales fueron asidos en la popa junto a un pequeño cargamento de pólvora y munición.
—¡Barco a la vista! —gritó el vigía—. ¡Río arriba, velas blancas! ¡Es La sirena mutilada!
La tripulación se puso automáticamente en marcha, tomando posiciones de combate. Dark Art sonrió mirando hacia el barco que se estaba dibujando en la la lejanía.
—Veamos de qué eres capaz, Aitana Pones.
Después, el unicornio se dirigió hacia su camarote. Tenía que prepararse para el combate.
—¡Barco a la vista! ¡Velas grises, es el Relámpago negro!
—¡A por ellos, mis sementales!
La capitana Poison Mermaid se mantenía erguida sobre sus patas traseras, sujeta a un cabo mientras impartía órdenes. Sonreía, emocionada ante el combate que se iba a desarrollar, pues no todos los días le encargaban asaltar un interceptor grifo.
—Esto será interesante, teniente High Tide.
—Defina “interesante”, capitana —solicitó el teniente.
—¿Dios mío, Dios mío, vamos a morir?
Mientras ambos reían la broma, Aitana salió junto a Macdolia de la bodega del barco. El médico del mismo le había vendado las costillas y las múltiples quemaduras que tenía sobre el pelaje. Macdolia también tenía algunos vendajes, pero estaba en mejores condiciones que la arqueóloga. A pesar de que el río estaba tranquilo, la velocidad del navío hacía que este saltara a la menor irregularidad del agua.
—¿Cuál es el plan, Aitana? —preguntó la yegua roja.
—Saltar al barco enemigo cuando empiece el combate y atacar al nigromante directamente. Si le alcanzamos al cuerpo a cuerpo su magia será bastante inútil.
—Estás muy herida...
—Ya me preocuparé por eso después.
Aitana pareció marearse durante un segundo y se llevó una pata a la cabeza. La yegua roja observó cómo la brújula se iluminaba, al igual que los ojos de su amiga, antes de que esta lograra controlar el objeto y rechazar el ataque mental.
—¿Estás bien?
—j*der, no me deja tranquila el muy cabrón.
—No se te ocurra volver a usarlo.
—No lo haré.
Aitana había planteado quitarse la brújula, pero ¿cómo hacerlo y asegurarse de que ningún pirata la tomara? Se hallaba en la misma situación de costumbre: portar ella la brújula con el riesgo que ello implicaba, o arriesgarse a que otro fuera dominado por Kolnarg. No tenía muchas opciones...
Un par de ponis de tierra salieron de la bodega, cargando un cañón ligero hacia la proa. Tras ellos iba un joven unicornio semental, de pelaje anaranjado y crines rojas que, debido a múltiples quemaduras, tenían una longitud irregular y acababan en carbonizadas puntas negras. El extraño poni se movía rápida y nerviosamente mientras ajustaba el cañón. Cuando estuvo satisfecho, se giró hacia la capitana.
—¡Capitana, estamos listos!
—Muy bien Fire Roar. Apunta al timón, pero recuerda que queremos capturar el barco —remarcó—, no hundirlo.
—¡Sí, mi capita...!
Un estruendo de cañones desde el barco enemigo acalló al artillero. Poison Mermaid gritó una orden y el timonel giró el timón a toda velocidad. La nave se inclinó con el giro y varias columnas de agua se alzaron donde habría estado hacía un instante. Un tremendo estrépito resonó en el lado de estribor y una explosión sacudió el barco, mandando una deflagración de astillas en todas direcciones.
—¡Maniobras evasivas! —gritó Poison, que ni siquiera se había intentado proteger del impacto—. ¡Fire Roar, apunta a la cubierta de cañones de popa!
—¡Sí, capitana!
Varias figuras aladas, grifos, se elevaron desde el barco enemigo portando mosquetes entre sus garras. Los unicornios de La sirena Mutilada reaccionaron al instante, creando barreras mágicas frente a las velas y al artillero que apuntaba en proa. Las armas fueron disparadas, teniendo un efecto mínimo sobre la tripulación de Poison. Los ponis de tierra alzaron sus propios mosquetes y dispararon a los enemigos, obligándolos a retroceder por sus vidas.
—¡Capitana, tienen cuatro cañones en popa! —gritó un pegaso que portaba un catalejo— ¡Y la munición está al lado!
—Oh, por el amor de... —murmuró Poison, poniendo los ojos en blanco—. Muy bien, queridos, ya sabéis qué hacer.
El contramaestre asintió y repartió órdenes entre sus hombres. Fire Roar, en proa, disparó, pero la bala ni siquiera impactó al barco enemigo, cayendo en el agua. Una nueva salva de artillería fue disparada desde el Relámpago, pero las maniobras del timonel evitaron las balas. Fire Roar volvió a apuntar y disparó, pero la pequeña bala de cañón hizo blanco en la madera bajo los cañones enemigos, causando un daño mínimo. Aitana, exasperada, se acercó mientras luchaba por no caer ante los violentos vaivenes del barco.
—¿Es que no puedes darles, j*der?
El unicornio respondió con una risa entre maníaca y divertida.
—¿Pero qué dices? ¡Yo no he fallado ningún tiro, estaba ajustando el cañón! ¡Traed el “Infierno Líquido”!
Los marineros que le ayudaban a cargar el arma corrieron a una puerta cercana y sacaron una pequeña bala de cañón, cuya mitad superior estaba hecha de cristal, rellena de un líquido azulado. Una nueva salva de cañonazos fue lanzada por el Relámpago negro. Dos balas hicieron impacto en la cubierta, sacudiendo el barco como una coctelera y lanzando algunos marineros al agua. La capitana Poison se mantuvo firme mientras ordenaba lanzar cabos para ayudar a los caídos.
Fire Roar cargó la extraña bala en su arma y apuntó cuidadosamente. La Sirena Mutilada seguía moviéndose con violencia, sin frenar su velocidad un ápice. Una creciente y desquiciada risa surgió del joven semental, mientras acercaba poco a poco la mecha al cañón antes de dispararlo.
Pasó tan solo un instante tras el disparo hasta que la popa del Relámpago Negro se vio envuelta de pronto en una inmensa deflagración de llamas azules. Se pudo escuchar a los lobos gritar de terror y al capitán rugiendo órdenes. Pero de poco sirvió: Con una impresionante explosión, las pocas cargas de pólvora que tenían en cubierta reventaron, destrozando el castillo de popa.
—¡Qué divertido es cuando ponen la pólvora en cubierta!
Aitana asintió, alucinada, ante la puntería del artillero de La Sirena.
—Aitana, te recuerdo que eres una invitada en esta nave —expuso Poison Mermaid, elegante y amenazadoramente—. No vuelvas a faltar al respeto a mis sementales.
A pesar de que el sistema del timón había sido destruido, el Relámpago Negro empezó a girar hacia la derecha usando los remos para ello, al tiempo que los ventanucos de la cubierta de cañones eran abiertos.
—¡Todo a estribor, marineros de agua dulce! ¿Váis a permitir que una poni se atreva a llamarse “La reina de los mares”? —la tripulación rugió un grito de batalla como respuesta, mientras unos pocos apagaban la llamas de popa—. ¡Cargad los cañones! ¡Preparáos para el abordaje!
En medio de ese caos, Dark Art surgió de la bodega cargando un gran baúl de madera con su magia. El capitán lo miró, exasperado.
—¿Se puede saber qué haces?
—Como usted ha dicho, capitán... prepararme para el abordaje.
El unicornio abrió el mueble, mostrando el contenido a Argul, el cual dudó si debía aceptar la ayuda de su cliente en la batalla.
—¡Cargad los cañones de babor! —gritó Poison— ¡Timonel, a estribor, rodee al enemigo por su proa! ¡Preparáos para el abordaje, mis valientes!
Toda la tripulación se armó con sables, machetes y pistolas; muchos llevaban sus armas en la boca, pero algunos tenían ingeniosos enganches en las patas delanteras, similares a los que la propia Aitana usaba. Alguien gritó “a cubierto” cuando los tiradores lobo dispararon sus mosquetes contra la tripulación poni. Aitana y Macdolia se cubrieron tras la barrera de la borda, los unicornios alzaron sus barreras y el resto de los fieles sementales de Poison respondió al fuego de igual manera. Los ventanucos de los cañones enemigos fueron abiertos, y las mortíferas armas de artillería aparecieron por los mismos.
—¡Ahora, todo a estribor!
El barco se inclinó ante el violento viraje. Por un instante, Aitana y Macdolia no supieron bien qué estaba pasando; los ensordecedores estallidos de los cañones del Relámpago negro precedieron a una serie tremendos impactos y crujidos que sacudieron La sirena mutilada. Cuando ambas yeguas alzaron la vista vieron la proa de la nave enemiga justo a la izquierda de su barco, y a Poison Mermaid en pie en el centro de la cubierta.
—¡Todo a babor, lanzad los ganchos!
El timonel obedeció a la orden girando todo a la izquierda. El barco de Poison se puso paralelo al enemigo, en el lado en el que este último no tenía preparados los cañones. Los ganchos fueron lanzados por toda la tripulación y, cuando ambos barcos estuvieron unidos, los cañones de La sirena abrieron fuego. Los gritos del interior del Relámpago Negro fueron acallados por el retumbar de la artillería de Poison Mermaid. El capitán del mismo gritó órdenes en lobo a sus hombres, y Poison Mermaid hizo lo propio: sacando la cimitarra de su cinturón alzó el vuelo a poca distancia de cubierta y señaló al interceptor grifo.
—¡Al abordaje! —gritó al tiempo que se lanzaba a la cubierta enemiga, seguida por todos sus sementales. La mayoría saltó al otro barco usando cuerdas para columpiarse, mientras que en el aire los pegasos chocaron violentamente contra los piratas grifo.
Se inició una caótica melee sobre el barco enemigo: Las armas cortas fueron disparadas al principio, pero finalmente solo se podía escuchar el entrechocar de metal contra metal y los gritos de dolor y ayuda de lobos, grifos y ponis por igual. Aitana y Macdolia se unieron al combate, luchando por superar a los marineros y encontrar al nigromante.
La fuerza de la carga de la tripulación de Poison hizo que los lobos retrocedieran. El día parecía ganado, pues los enemigos estaban asustados y diezmados. Pero, de pronto, en medio del calor del combate se sintió un frío helador.
—¡Retroceded! —ordenó el capitán Argul.
Los sementales de Poison siguieron a los lobos y grifos, ignorando el extraño helor, sabedores de que estaban ganando esa contienda. Poison en persona lideró el combate, esperando que el capitán Argul gritara su rendición, sin embargo la pegaso pisó algo que la hizo trastabillar. Ante su pezuña vio rodar una calavera de poni, de hecho había toda una alfombra de huesos de distintas criaturas cubriendo gran parte de la cubierta...
Huesos que empezaron a moverse por si mismos.
Cuando se giró vio que, junto a ella, se había formado el esqueleto de un grifo. La criatura alzó su calavera, revelando que como ojos solo tenía un resplandor plateado en sus vacías cuencas oculares. No emitió ningún sonido al lanzar un garrazo contra Poison, excepto el repicar de sus huesos al moverse. La capitana saltó atrás, evitando el ataque, y golpeó al esqueleto con su cimitarra, destrozándolo. Se giró horrorizada al ver docenas de esqueletos alzándose por doquier, apareciendo incluso entre los marineros. Estos gritaron, asustados, y se alejaron de las criaturas. El capitán Argul ordenó cargar, y sus hombres se unieron al combate, haciendo retroceder a la tripulación de La sirena. Por un instante, Poison pensó en ordenar retirada, pero dos yeguas avanzaron entre sus sementales y atacaron a los no-muertos, destruyendo a dos con certeras coces.
—¡Poison, los esqueletos se destruyen de un golpe seco! ¡Macdolia y yo nos encargamos del nigromante!
—¡¿Qué nigromante?! ¡Aitana, te voy a matar! ¡Ya habéis oído, mis sementales! ¿Dejaréis que un montón de huesos os detengan?
El terror, ante las palabras de su capitana, dio lugar a un grito de indignación. La batalla se convirtió en una escaramuza en la cual había grupos de ponis, grifos, lobos y esqueletos combatiendo en pequeños grupos allá donde se mirara. Aitana y Macdolia corrieron a través de los mismos, golpeando algún ocasional no-muerto, en busca de un mismo objetivo.
Lo vieron sobre el castillo de proa: el unicornio azul estaba junto al capitán del Relámpago Negro, el cual seguía impartiendo órdenes. Aitana gritó a Macdolia que la siguiera y escaló una red hasta subir a un mástil. Desde ahí cortó la cuerda con la daga que ya llevaba enganchada, a modo de espolón, en su pezuña derecha. Macdolia comprendió lo que pretendía su amiga y se agarró de otro cabo.
—Aitana, estás loca, ¿lo sabías?
—Qué quieres que te diga, demasiadas novelas de piratas.
Ambas saltaron al mismo tiempo, columpiándose con sus cuerdas hacia el castillo de proa. El unicornio las vio venir y, al tiempo que gritaba, cargó un hechizo en su cuerno; el capitán Argul alzó una pistola. Macdolia fue más rápida, saltando sobre el lobo negro y quitándole el arma con el impacto, antes de iniciar un cerrado combate cuerpo a cuerpo con él.
Aitana saltó un instante después; en el aire llevó una pata a sus alforjas y sintió el látigo asirse en torno a la misma. Con el mismo movimiento de sacarlo, lanzó un latigazo al unicornio; el ensordecedor chasquido sonó junto a la cara del nigromante, sin dañarlo pero desconcentrándolo durante un instante. Aitana cayó sobre la cubierta y rodó, evitando el hechizo, para levantarse y encarar a su enemigo. El nigromante la miraba, con la magia crepitando en su cuerno. Y, al fin, Aitana pudo ver su Cutie Mark: una daga con el reflejo de un ojo verde.
—Aitana Pones... debí haber insistido en que te mataran en el desierto.
—¿Quién eres, nigromante?
El unicornio rió por lo bajo.
—Soy un servidor del verdadero señor del mundo. Pero eso no importa, pues pronto morirás, Arqueóloga.
—¿En serio? —respondió la aludida, poniéndose en guardia—, ¡aquí me tienes, hijo de p*ta!
Dark Art descargó su magia, creando una ola de muerte frente a él la cual se avalanzó sobre la yegua; Aitana corrió a un lado, saltó y rodó por la cubierta para esquivarla. Ignorando el dolor que se iniciaba en sus costillas, se levantó y cargó hacia el unicornio, el cual retrocedió. La arqueóloga, al verlo conjurar, decidió no darle tiempo a seguir con sus ataques, tomando sus propios cuchillos arrojadizos y lanzándoselos. El nigromante se vio obligado a usar su magia para protegerse, lo cual era lo que Aitana pretendía: sabía que si le daba la oportunidad podría matar a todos los presentes con un solo gran conjuro.
Viéndose superado por la poni marrón, Dark Art corrió hacia atrás y saltó a la cubierta inferior, donde la caótica melee entre lobos, grifos, ponis y esqueletos estaba teniendo lugar. Aitana bajó tras él de un salto pero, al aterrizar, dos esqueletos se lanzaron contra ella, portando machetes en sus mandíbulas. La yegua esquivó los ataques rápidamente y despachó a uno de los seres nigrománticos; pudo ver que el nigromante estaba a punto de lanzarle un hechizo, así que ignoró al otro esqueleto y saltó tras un barril cercano. Dark Art no se percató de la maniobra y su hechizo impactó de lleno contra el barril, el cuál explotó en una deflagración de vapor.
Aitana aprovechó la momentanea cobertura para correr hacia su objetivo, preparada para matar al nigromante en una sola puñalada, pero un reflejo a su lado la hizo cambiar su ofensiva a una rápida defensa: Una cimitarra surgió de la nada, lanzándose contra ella. Aitana interpuso su daga en la trayectoria del arma, desviándola en el último segundo, pero sintió cómo las correas que sostenían la suya propia se partían por el impacto. La arqueóloga perdió el equilibrio en el aire, cayendo pesadamente contra el suelo, y gritando al sentir un doloroso crujir en su costado.
Antes de que lograra levantarse, Dark Art soltó la cimitarra de su agarre mágico y cargó nuevamente su magia. La yegua rodó instintivamente hacia un lado, evitando un rayo verdoso que impactó donde hacía un instante habría estado ella. El nigromante lanzó hechizo tras hechizo, sin dar oportunidad a la arqueóloga a recuperarse; la madera donde caían los mismos estallaba en llamas oscuras antes de marchitarse a toda velocidad, como si envejeciera varias décadas en un instante. De pronto se escuchó un gran impacto seguido de una maldición del nigromante, y la mortal lluvia mágica remitió. Aitana no se demoró en ponerse en pie.
Frente a ella, Macdolia, que se había librado de alguna forma del capitán lobo, se hallaba enzarzada en una cerrada lucha con Dark Art. El unicornio retrocedió algunos pasos y su cuerno refulgió con furia; la yegua roja se vio impulsada hacia atrás por una fuerza invisible, cayendo junto a Aitana, a la cual le dedicó una rápida mirada.
—¿Indefenso en el cuerpo a cuerpo, decías?
—Eso esperaba —respondió la arqueóloga, mirando una creciente mancha roja en sus vendajes—. Vamos por los lados, no le demos oportunidad.
Mientras la capitana Poison ordenaba a sus sementales retroceder, al verse superados por los esqueletos y los marineros del Relámpago, Aitana y Macdolia rodearon al nigromante y cargaron contra él. El cuerno de este brilló brevemente y, con una pequeña explosión, se teletransportó a la espalda de las dos yeguas. Volvió a conjurar, sintiendo el oscuro poder de la nigromancia fluir por su cuerpo y escogió a su objetivo.
Aitana se giró a toda velocidad cuando el nigromante desapareció, y lo encontró conjurando contra ella. La magia cubrió su mente, intentando sumirla en la locura. La arqueóloga sacudió la cabeza, intentando no prestar atención a todos los momentos terribles que había vivido y que estaba rememorando en contra de su propia voluntad. Normalmente habría aguantado un conjuro así sin mayores problemas. Normalmente habría seguido su carrera para acabar con el nigromante.
Pero Kolnarg notó el momento de debilidad de su portadora.
Macdolia siguió corriendo hacia el nigromante, pero un lobo se puso en su camino. Logró golpearlo en el costado, sacándolo de enmedio, pero en ese momento notó que estaba sola. Miró hacia atrás y lo que vio la dejó lívida:
Aitana estaba quieta, con los ojos cerrados; la sangre que empapaba sus vendajes goteaba sobre la cubierta, pero esta no parecía percatarse del hecho. Una antinatural y cruel sonrisa cruzó su rostro, y cuando alzó la mirada pudo verse que sus pupilas se habían tornado grises, y el pelaje sobre su cuerpo se oscureció, cubierto por una sombra translúcida. La poseída yegua miró alrededor y empezó a murmurar unas palabras arcanas, al tiempo que un intangible cuerno negro se formaba sobre su cabeza. Dark Art observó el fenómeno, sin entender bien qué estaba presenciando.
—¿Cómo está haciendo eso?
Pero el nigromante se sobresaltó al notar una magia afectar a sus marionetas nigrománticas. Los esqueletos dejaron de luchar, y al poco se giraron contra todo ente viviente del barco. Dark Art se concentró, intentando mantener el control sobre sus no-muertos, sin éxito.
—¡No es posible, una poni de tierra no puede hacer esto! ¡Es imposible!
Macdolia intentó atacar a Dark Art para poder ayudar a su amiga sin otros peligros a la vista. Pero Kolnarg había visto la cercanía de la yegua roja y, tomándola por una amenaza, hizo que varios esqueletos la atacaran a la vez. Macdolia esquivó varios garrazos y golpeó a uno de los seres, destruyéndolo. Pero en muy poco tiempo, los huesos empezaron a reformarse y el esqueleto se alzó nuevamente. Los marineros de ambas tripulaciones, al ver un enemigo común, aunaron fuerzas contra el mismo.
Un grifo vio lo que Aitana estaba haciendo y se lanzó en picado contra ella. La yegua lo vio venir, se giró y alzó una pata al tiempo que el fantasmal cuerno refulgía oscuridad sobre ella. Por alguna razón, el grifo pareció perder el control y cayó con dureza contra la cubierta. Con la cara descoyuntada por la desesperación, se agarró el pecho con una garra, intentando hacer que su corazón volviera a latir.
Macdolia observó aterrorizada a su amiga. Dark Art conjuró una barrera mágica para protegerse. Kolnarg, habiendo tomado el control de su portadora, se volvió hacia los vivos que le rodeaban, dispuesto a dar rienda suelta a todo su poder.